El reciente fallecimiento de nombres tan significativos como Pierre Boulez, Umberto Eco o Nikolaus Harnoncourt nos hace, en una primera reacción, sentirnos solos, extrañamente solos. Creo que no exagero si digo que varias generaciones crecimos bajo la amplia sombra que personajes tan brillantes proyectaron sobre nosotros. Su actividad, siempre incasable, estuvo llena de una profundidad y de una solidez intelectual que marcó a fuego el desarrollo de muchos, entre los que me cuento. Somos, y en mi caso uno de sus más humildes, hijos intelectuales de seres tan extraordinarios.
Quizás, la última afirmación es en más de un sentido, aventurada. Pero a mi entender, existe una marcada diferencia entre el que admira casi devotamente a tal o cual personaje, y los que son marcados, influidos por él. Su impronta se trasmite, de algún modo, en las vidas de esos llamémoslos, “hijos”. El legado intelectual trasmitido por ellos, pasa a formar parte de la manera de pensar, de trabajar, de ver el mundo, de estos miles de seres.
Tras tener contacto con el trabajo del por ejemplo, muy recientemente fallecido Nikolaus Harnoncourt, muchos no pudimos ver más la música como la habíamos aprendido en nuestra formación básica. Alguien que escribió lo que a continuación se cita, es por fuerza alguien que, repito, te marca a fuego:
“Estoy profundamente convencido de que para la permanencia de la espiritualidad europea es de una importancia decisiva vivir con nuestra cultura. Esto presupone, por lo que respecta a la música, dos actividades.
Primera: los músicos tienen que ser formados con métodos nuevos; o con métodos que conecten con los métodos propios de hace más de doscientos años. En nuestras escuelas de música no se aprende la música como lenguaje, sino sólo la técnica para hacer música; el esqueleto de la tecnocracia, que no tiene vida.
Segunda: la educación general de la música debería ser reconsiderada de nuevo y se le debería conceder el lugar que le corresponde. Así, las grandes obras del pasado volverán a verse en toda su diversidad apasionante, transformadora. Y también volveremos a estar preparados para lo nuevo.
Todos necesitamos la música, sin ella no podemos vivir. “
La cita está sacada del estupendo libro “ La música como discurso sonoro” publicado en 1982 en alemán y disponible en castellano en una traducción de Juan Luis Milán en la editorial Acantilado.
Estos días que han seguido al fallecimiento de Harnoncourt, se ha escrito mucho. Se han dicho los mayores elogios, sin duda merecidos. En casi todos se destaca su gran talento musical, lo importante de su trabajo en pos de recuperar siglos de música olvidada. Sin su incasable labor quizás, no conoceríamos músicas de las que ahora disfrutamos. Cierto, todo esto es cierto. Pero al menos en mi caso, Harnoncourt me enseñó a pensar y analizar la música de manera muy diferente. Cuando se le califica como director orquestal, no se le define cabalmente, porque no solo fue director. Fue un intelectual profundísimo, que analizó de manera muy certera lo que el fenómeno musical es y ha sido en occidente.
Dudó por sistema de los usos de su época y se propuso investigar que había detrás de cada nota, de cada articulación. Que fuerzas y que movimientos sociales, políticos e históricos habían engendrado la música que ahora nos llegaba del pasado. Su actividad, nunca fue museística, algo que le causaba casi horror; si no que hacía música para el presente, con toda la carga cultural e histórica que del pasado traía esta, y sin la cual la música, deja de ser una voz fiable de su tiempo, para pasar a ser, lo que es para muchos en la actualidad, un lindo entretenimiento, una pura nadería, que nos adormece los sentidos y nos hace sentir un poco menos mal. No era solo un gran músico, fue mucho más.
Se había despedido del público apenas hacia dos meses, su cuerpo no soportaba más la tiranía de una agenda cargada de eventos desde hacía décadas. Algunos nos consolamos, con la publicación al iniciar el año de su último disco; una telúrica lectura de la 4ª y 5ª sinfonías de Beethoven. Hasta el último acorde Harnoncourt nos reserva algo sorprendente. Quedan la enorme cantidad de grabaciones que realizó, los videos de ensayos y conferencias, y muy particularmente, sus libros, que completan un corpus que de manera muy precisa, muestran lo que es Harnoncourt en la historia de la cultura en occidente. Mueren grandes entre los grandes, y a mí, desde mi muy humilde posición, solo me queda preguntar, ¿quién ocupará el lugar de los que se han ido?