«Juventud divino tesoro».

«Juventud  divino tesoro».

La noche del pasado 23 de febrero, tuvimos la oportunidad los congregados en el Palau de la música catalana, de disfrutar de un concierto protagonizado por una nueva generación de músicos de primera línea.  El violonchelista madrileño Pablo Ferrández fue el solista invitado de la Orquesta Sinfónica de Amberes, dirigida en esta ocasión por su titular, la maestra Elim Chan.

Ambos artistas que están en el arranque de su carrera internacional ya van mostrando de qué son capaces, dando muestras notables de su enorme talento y de que están preparados para volar muy alto, por cielos que, por momentos, pueden llegar a ser realmente inhóspitos.

Ferrández de apenas 31 años y con un currículum realmente brillante, se presentó ante el público catalán con una obra realmente exigente: El Concierto para violonchelo núm. 1, en Mi bemol mayor de D. Shostakóvich. Partitura compleja donde la haya, este concierto no es de fácil acceso para sus intérpretes. Escrita en 1959 y dedicada al gran Mstislav Rostropóvich, es para muchos “el concierto” de violonchelo del siglo XX. Desde el primer momento y durante los siguientes cuatro movimientos, mantiene al solista en un estado constante de tensión y entrega. Es sobre él que recae prácticante todo el peso de la obra, la orquesta, que tiene un papel importante sin duda, literalmente acompaña, da sustento a un despliegue absolutamente despiadado de todos los recursos técnicos y musicales de los que es capaz el instrumento. Si pensamos en el destinatario original de la partitura, el recordado Rostropóvich, podremos calcular la envergadura del reto que supone para cualquier solista preparar y presentar este concierto en público.

Ferrández lució, y mucho, en su lectura de este complejo concierto. Lo anterior fue aún más notable, sobre todo en los movimientos centrales de la misma, donde pudimos apreciar  la marca de la casa: una sonoridad  muy potente y llena de brillo. El joven maestro sabe cómo aplicarse a fondo en los momentos de mayor expresividad y sacar de su instrumento verdaderos lamentos que atraviesan el alma de quien lo escucha. En los movimientos rápidos de la obra aún falta, en nuestra opinión, asentar más su concepción sobre ellos. La sonoridad obtenida, pese a ser de muy alta calidad, era por momentos demasiado evanescente y le faltaba ductilidad rítmica, perdiendo con ello la garra y el sarcasmo que la partitura reclama. Por momentos la orquesta opacó esos pequeños detalles llenos de humor negro que pueblan toda la obra y que se perdieron porque faltó rigurosidad y mayor precisión en la lectura y el balance de una obra extraordinariamente compleja sobre todo, repito, en los movimientos rápidos.

Con todo, y tomando en cuenta el inmenso monumento con que se presentó ante el público del Palau, Ferrández tuvo una gran noche y nos hace estar seguros de que con los años su carrera crecerá a lo más alto, dándonos inmensas satisfacciones con sus éxitos.

La otra gran protagonista de la noche fue Elim Chan que con apenas 36 años es directora titular de la Orquesta Sinfónica de Amberes. Su nombramiento al frente de esta orquesta llegó en 2019, después de realizar varios conciertos con esta agrupación, que decidió apostar por esta talentosa maestra de origen chino, pero educada en los Estados Unidos. De aspecto frágil, su paso por el Palau de la Música podríamos calificarlo de ir in crescendo, de un piano en tempo Moderato a un fortísimo en Allegro con brío

La noche comenzó con una buena lectura de la obertura a Ruslan y Ludmila de M. Glinka, obra brillantísima y que en manos de Chan funcionó bien, pero con regusto a obra de relleno. Mal aspecto le poníamos al concierto si una obra tan brillante y rotunda, nos sonaba bien sin ir mucho más allá. Vino después el concierto arriba comentado y los enteros de Chan comenzaron a subir enormemente, pues estuvo siempre donde había que estar, atenta, solícita y flexible ante cualquier requerimiento de Ferrández. Vigilante del balance de su orquesta y cuidadosa que la obra fuera hacia adelante, mostrando una musicalidad innata que en la anterior obra brilló por su ausencia.

Tras la media parte, la obra con la que la orquesta mostraría lo mejor de sus cualidades fue Suite del ballet ‘Romeo y Julieta’ de S. Prokófiev. Decía Franz Strauss, padre de Richard y que fue, en su momento, uno de los grandes trompistas de su tiempo principal de su sección en la ópera de la corte de Baviera, que cuando se presentaba ante una orquesta un nuevo director, normalmente joven, él ponía mucho cuidado en ver cómo subía al podio, pues con la seguridad con que lo hacía, se podía ver si los que mandaban eran ellos, los músicos, o aquel pobre muchacho que pretendía dirigirlos.

He de confesar que, de manera instintiva, seguí la recomendación de Strauss padre en el momento en que Chan subió al podio para dirigir la obra de Prokófiev y me transmitió, pese a su figura delicada y casi frágil, una seguridad y un aplomo tremendo, convenciéndome de que estábamos a punto de disfrutar de algo grande.

Justo antes de comenzar, la maestra quiso dirigirse muy brevemente al público reunido y agradecerles el afecto mostrado, en lo que era su primer concierto en nuestra hermosa sala, confesando que esta obra era una de sus favoritas y que significaba mucho para ella poder interpretarla esa noche.

Era muy notable lo cómoda que estaba Chan interpretando esta música. Sus gestos, antes correctos pero fríos, se llenaron de una fuerza y una vehemencia tremendos. Poseedora de una técnica impecable y efectiva, se le veía disfrutar y con ella a toda la orquesta, que sonó espléndida. En este Romeo y Julieta, la paleta expresiva es inmensa y la orquesta tiene en sus mil y una combinaciones tímbricas y temáticas, la oportunidad de sugerir, de apuntar tal o cual sensación. Una orquesta de alta calidad como lo es la Orquesta Sinfónica de Amberes tiene en esta partitura la ocasión de brillar muy intensamente porque la obra lo tiene todo: momentos de virtuosismo técnico, escenas líricas maravillosas, pasajes de tensión y dramatismo a raudales, ocasiones en que puedes ver a los personajes sufriendo ante tus ojos, y un largo etcétera.

Memorable, es como podemos calificar la lectura que realizó la maestra Chan al frente de la Sinfónica de Amberes de esta obra y nos hace sentir muy optimistas sobre el crecimiento artístico de la directora, que aún tiene mucho que desarrollar en todos los sentidos. Por el momento, podemos ver como en el repertorio en el que ella se siente cómoda, despliega todo su inmenso potencial, no así en obras que no le son tan próximas, en las que su alta calidad no es tan evidente. Estamos seguros que con los años de lo que promete será una brillante carrera, logrará hacer justicia por igual a todas las piezas que tenga a su cargo, lo que hará que el público, pueda disfrutar de una espléndida directora, como lo es ella.

Seguimos.

 

 

 

Élégance et raffinement

Élégance et raffinement

Teniendo como marco el Palau de la Música de la ciudad de Barcelona, se presentó el pasado 15 de febrero una de las agrupaciones más queridas de casa nostraLe Concert des Nations, dirigidos por su fundador, el  maestro Jordi Savall. Con una sala casi llena, el programa anunciado estaba integrado por tres obras que giraban en torno de la danza barroca y el estilo a la francesa.  Así, en la primera parte, pudimos escuchar de J-F. Rebel la música para el ballet “Les éléments” concluyendo esta sección de la velada, con la Suite núm.1 de Fa mayor de la Música Acuática de G.F. Haendel. Tras un breve descansó el concierto continuó con la música para el ballet de C.W.Glück “ Don Juan” 

Una de las grandes aspiraciones del arte en el siglo XVIII, era que el arte imitara de la manera más perfecta posible a la naturaleza. Los músicos se afanaron para que su auditorio, sintiera como los ríos corrían o los pájaros cantaban al escuchar muchas de sus obras. Los maestros franceses pusieron un particular énfasis en lo anterior y así,  tenemos un amplio catálogo de representaciones de fenómenos naturales firmadas por autores galos.

Dentro de esta lista, destaca mucho por la enorme fortuna en su empeño por emular el momento en que los elementos se unieron en un orden perfecto, dando como resultado nuestro mundo, la obra de J-F. Rebel “ Les éléments” .

El mismo Rebel, que publicó la obra en París después de su estreno en el Palacio de la Tullerías, escribió un interesantísimo prólogo explicativo donde detalla cómo, por ejemplo,  los  movimientos brillantes, rápidos y vivos en los violines, describirían al fuego, o cómo, cascadas ascendentes y descendentes en las flautas nos pintarían el ir y venir del agua.

Pero donde el ingenio de Rebel se agudizó en grado sumo,  fue cuando decidió, que la mejor manera de describir el caos, era hacer sonar todas las notas de la escala de re menor simultáneamente, dando como resultado, el que quizás sea el primer clúster de la historia.

Savall abordó con absoluta naturalidad las obras anunciadas . No es algo nuevo para nosotros verle muy cómodo y como en casa con un repertorio de vena francesa. Solo hay que recordar sus innumerables registros de autores como Couperin, Lully o Rameau. Savall entiende muy hondamente el alma del arte francés de la época y logra transmitir, ya sea a la viola da gamba o dirigiendo a sus diferentes agrupaciones, el gusto y el refinamiento que esta escuela requiere. Con Rebel, heredero natural del gran Lully la orquesta se mostró suelta y natural, llegando por momentos, a tener la impresión de verles tocar en el salón de casa con pijama y pantuflas gracias a la naturalidad con que todo sonaba. Los músicos de Le Concert des Nations llevan muchos años visitando esta manera de entender la música y el resultado es simplemente magnífico.

La suite escogida por Savall de la famosa Música Acuática fue la llamada suite de los cornos, por evidentemente contar con estos instrumentos en la plantilla orquestal. Haendel trazó este conjunto de partituras, para dar lucimiento a una serie de apariciones públicas efectuadas por el Rey Jorge I, antiguo príncipe de Hannover y ex patrón del compositor en el principado, que había heredado el trono británico, en una carambola de esa que solo las familias reales son capaces de entender.  El nuevo rey tenía un tremendo inconveniente para muchos de sus nuevos súbditos: no sabía inglés, ni estaba en absoluto familiarizado con nada que tuviera que ver con sus nuevos dominios. Para los británicos, era un alemán repelente, al que no querían en el trono. Un extraño que incluso, tenía para mayor escarnio público, solo amantes alemanas y no británicas (que siendo rey, majestad, la política lo impregna todo, caray) hasta esos límites de desconsideración habían llegado las cosas.

Haendel recibió el encargo de poner música que sirviera para ornar el paseo que su británica majestad quería hacer en junio de 1717, para que su pueblo lo conociera de cerca y en una de esas lo quisiera un poquito. El plan era que Jorge surcara el Támesis saliendo del Palacio de Whitehall ahora desaparecido y se dirigiera hacia Chelsea, almorzara en algún emplazamiento preparado ahí y de nueva cuenta, regresara por el mismo camino. Al parecer, tal iniciativa tuvo bastante éxito y los paseos por el Támesis se repitieron durante varios años.

La música es simplemente deliciosa, llena de potencia y un brillo por todos conocidos. Haendel, supo perfectamente proporcionar la música requerida para dar notoriedad a un rey prácticamente desconocido por su pueblo, y que este pudiera aparecer dignamente ante ellos.  En particular, la primera suite, que fue interpretada la noche del día 15 de febrero, cuenta en la plantilla orquestal con dos trompas, que tienen en esta obra uno de esos momentos en que tienen que aplicarse a fondo. Cualquier pequeño error puede dar pie a una catástrofe que se escuchará en toda la sala. Los músicos de mayor experiencia, y Savall cuenta con dos espléndidos intérpretes, al sentir la posibilidad de alguna desafinación, suelen ahogar la nota defectuosa o disimular lo más posible, sacrificando brillo, pero mimando mucho más el resultado final. Este fue el caso que nos tocó escuchar el pasado miércoles en el Palau, en que si bien las trompas, no brillaron en toda su majestuosidad, si tocaron con mayor seguridad y pudimos disfrutar de una buena lectura de toda la suite.

El caso del ballet pantomime Don Juan de Glück fue también paradigmático, pues fue abordado desde el más escrupuloso respeto del estilo clásico. Los fraseos fueron elegantes y naturales, y en general, el balance de la orquesta fue simplemente espléndido, marcando una diferencia estilística notoria con respecto a las obras de la primera parte. Algunas agrupaciones suelen naufragar en este punto y tocan casi del mismo modo un Rameau y un Mozart, sin distinguir en las arcadas o los ornamentos y la manera en que hay que hacerlos en una u otra época. Savall cuidó mucho esa parte y pudimos escuchar, como ya apunté anteriormente, una clara diferencia entre el mundo barroco de la primera parte del programa y el mundo clásico de la obra de Glück.

Digno prolegómeno del Don Giovanni de Mozart, el Don Juan de Glück culmina con  la famosa “Danza de las furias” que en la interpretación del maestro Savall, hizo vibrar al público congregado aquella noche, que justo al terminar  la lectura de este pasaje, ovacionó de pie durante largo rato a los artistas.

Savall se sabe querido por su gente y agradeció visiblemente emocionado por el cariño recibido, tomando la palabra brevemente para anunciar una pequeña propina que fue una danza de Rameau, en que el público fue invitado a participar dando palmas en los momentos en que el maestro lo indicara.

Huelga decir que la audiencia terminó la velada más que satisfecha, renovando el infinito cariño y respeto que se le tiene al maestro Savall y a todo su incansable trabajo. Quedamos a la espera de nuevas aventuras musicales encabezadas por este admirado maestro. Seguimos.

 

Un poeta del piano.

Un poeta del piano.

Para muchos es un poeta del piano; para otros es poseedor de una de las técnicas más sorprendentes de los últimos tiempos; para otros es la continuación de la gran escuela rusa, que cuenta con nombres como Serguéi Rajmáninov, Sviatoslav Richter, o Lázar Berman. Lo cierto es que un concierto de   Yevgueni Kissin es toda una oportunidad que no hay que perderse, pues la posibilidad de vivir una experiencia memorable está prácticamente asegurada.

El próximo viernes 17 de febrero, el Palau de la Música será el escenario en que este extraordinario pianista se presentará ante el público catalán, que suele acogerlo muy calurosamente. Dentro del programa que se ha anunciado podemos encontrar a varios de los autores fetiche, por  los que Kissin ha transitado a lo largo de su exitosa carrera. La primera parte del programa muestra una equilibrada muestra del amplio repertorio con que cuenta y lo profundo que ha logrado llegar en la obra de nombres como Bach, Mozart o Debussy. Así, la velada se iniciará con la Fantasía cromática y fuga, BWV 903 de J.S. Bach, para continuar con la Sonata para piano núm. 9, en Re mayor, KV 311 de W.A. Mozart. Ambas piezas sin duda son muestra del más elevado virtuosismo de sus autores;  obras que dentro de su época estaban pensadas para artistas de alto nivel y Kissin lo es absolutamente; pudiendo abordar con soltura la interpretación de dichas partituras atendiendo, en cada caso, al estilo que cada una de ellas exige.

Para concluir esta primera parte, el programa nos marca, una obra muy querida en «casa nostra», me refiero a Estampes de C. Debussy, pieza  estrenada en 1903 en París por el pianista catalán Ricardo Viñes y que es una de esas partituras   icónicas para muchos pianistas en la actualidad. Lo anterior es aun más notorio cuando pensamos en el brillante virtuosismo de Jardins sous la pluie, movimiento final de las tres  que integran la obra.Solo podemos frotarnos las manos de pensar lo que puede ser aquello con Kissin al piano.

Continuador de la gran tradición pianística rusa, Kissin consagra la segunda parte de su recital a una de las más altas cumbres de esta escuela: Serguéi Rajmáninov.

Rajmáninov en vida fue más celebrado como uno de los mejores pianistas del momento que como el autor que es ahora. Muchos veían su obra demasiado anticuada y centrada en un pasado que él férreamente se negó a olvidar. Así, podemos encontrar en obras como los 6 Études-Tableux, op. 39, ecos de una manera mucho más poética de concebir la música. La colección integrada por seis movimientos, está pensada de acuerdo con el modelo romántico, buscando en todo momento el lucimiento técnico del intérprete, pero apelando siempre también a la emotividad de quien escucha. No son solo ejercicios técnicos de alta escuela, sino piezas de un virtuosismo trascendental a la manera de Liszt, que permiten tanto al intérprete como al oyente acceder a otra dimensión de percepción.

La cita es, recuerden, el viernes 17 de febrero a las 20 horas, en el Palau de la música. Créanme que es toda una ocasión para disfrutar de uno de lo más grandes pianistas vivos de la actualidad