«El Rey Daniil»

«El Rey Daniil»

El origen de los actuales recitales pianísticos lo podemos encontrar, como tantas cosas de nuestra actual práctica musical, en el siglo XIX. Parece ser que fue Liszt quien, a partir de las bohemias tertulias poético-musicales que solían darse en aquellos años, y en las que el virtuoso maestro solía embriagar a sus asistentes con toda clase de sortilegios musicales, depuró la idea de encontrar un espacio privilegiado en el que un solista y su público tuvieran acceso a un lugar donde la magia de su piano desplegara todos sus encantamientos.

El recital de piano moderno nace de esta idea: transportar, afectar hasta la médula a sus asistentes, con la ejecución de un programa en el que el artista protagonista permitiera a los oyentes el acceso al jardín del Elíseo a los congregados para escucharle.

Este esquema ha ido pasando con los años y, con mayor o menor fortuna, se ha mantenido casi intacto. Dependiendo del pianista en cuestión, la velada podía ser una privilegiada cita con las musas o una amigable entrega a Morfeo, pero dentro de la práctica musical actual, el formato del recital, pese a todo, no tiene visos de evolucionar hacia una propuesta diferente.

Ahora bien, para que un recital de piano hoy día subyugue realmente, las cualidades del pianista deben ser muy notables. No es fácil mantener inmerso a un público como el actual, rodeado de constantes estímulos (hiperactividad, móviles, redes sociales, etc.) y acostumbrado a estos estímulos frenéticos a lo largo del día. De nada sirven las vehementes súplicas de los auditorios en todo el mundo para apagar el móvil y encontrar un pequeño paréntesis de tranquilidad. Siempre, siempre, hay algún «distraído» que se olvida de apagar el móvil y que, además, tiene la «mala suerte» de que le llamen en el momento menos oportuno para el resto de la concurrencia, rompiendo muchas veces ese sacrosanto momento de silencio beatífico que se había creado.

Así, con un auditorio hiperestimulado y con una capacidad de concentración más bien baja, plantear un programa de poco más de dos horas de música para piano solo es, sin duda, una proeza. Querido lector, espero poder ser bien entendido, no estoy hablando de pasar de algún modo más o menos atento dos horas sentado en una butaca de un hermoso auditorio o teatro, escuchando un poco por encima la agradable música que un señor con notables dotes musicales hace. En absoluto, me refiero a pasar casi con embeleso dos horas de nuestras vidas de una manera absolutamente inmersos y sin posibilidad de escapar, en un estado casi de gracia, y eso, querido lector, en la actualidad es cada vez más difícil de lograr, por las causas, entre otras muchas, que mencioné antes.

Daniil Trífonov lleva tiempo demostrando que es capaz de afrontar con absoluta solvencia el reto de realizar recitales de piano solo y lograr aquellas ensoñaciones cuasi mágicas que Liszt había planteado en los orígenes de esta práctica. Lo que lo constituye en casi un taumaturgo del piano, pues obra en su público verdaderos milagros internos, además de crear absolutos  prodigios musicales, solo accesibles a unos pocos en la historia.

Escuchar a Trífonov en vivo es, sin duda, toda una experiencia que hay que vivir para entender cabalmente lo que es un artista con mayúsculas. Pese a sus escasos 32 años, Trífonov ha logrado crear ya en torno suyo una cierta mística, que lo une a nombres como Sokolov o Kisin, aunque al oírlo tocar y analizar su abordaje de las obras, el recuerdo más marcado es sin duda el de Horowitz. Todos rusos, cierto, y todos unidos por una colosal y sólida tradición de hacer y vivir la música.

 El pasado 29 de noviembre, en el Palau de la Música de la ciudad de Barcelona, Daniil Trífonov presentó un programa sorprendente, extenso y muy variado, que permitió disfrutar de la enorme paleta expresiva y demostrar que es un todo terreno. Hacer convivir en un mismo programa la Suite en la menor de las Nouvelles Suites pour le clavecín de Rameau con la Hammerklavier de Beethoven no es tarea fácil, y Trífonov logró leer en lo más profundo de cada una de las cuatro obras seleccionadas y, siendo fiel a sus autores y al mensaje encontrado en ellas, transmitirlo a los congregados en la sala de conciertos.

No es mi deseo aburrir al paciente lector que lee estas letras y por ello no abundaré en detalles demasiado técnicos de cada uno de los movimientos de las obras, aunque materia hay y mucho, porque en cada una de las piezas, Trífonov realizó una lectura profundamente personal, y es justo ahí donde radica parte de la magia de este pianista, que se toma algunas libertades interpretativas, y en Rameau lo hizo y mucho, pero lo hace con tan sólidos argumentos musicales que la obra no sufre en su constitución más elemental, sino que surge al oído del oyente llena de vida y robustecida por la lectura que hace.

Un ejemplo claro de lo anterior, como lo hemos mencionado, fue su interpretación de la obra de  Rameau, que a los más puristas quizás pueda parecerles demasiado afectada o que no respeta ciertas tradiciones interpretativas de la época, pero es que ya el solo hecho de tocar estas obras en piano, estamos casi hablando de una transcripción; los recursos expresivos del piano modernos nada tienen que ver con los del clave que conoció Rameau. Así, Trífonov abordó la pieza, ya desde la allemande inicial en un tempo muy amplio, deleitándose en profusas ornamentaciones que la obra requiere y que son el corazón expresivo de la misma. Esta música, en su concepción original, al ser tan delicada en su sonoridad, requiere que sus finas líneas melódicas, al exponerse, sean primorosamente ornamentadas, y en su conjunto, las diferentes danzas son una constante exigencia de control técnico y de balance en cada una de sus articulaciones. Trífonov logró sobradamente construir un paisaje perfectamente sobrio, sereno, en el que cada una de las partes estaba justamente en su lugar; cumpliendo su función, sumándose al todo y generando un conjunto realmente conmovedor.

Una de las sonatas maduras de Mozart, en concreto la escrita en fa mayor con el número de catálogo K 332, fue la obra que permitió apreciar la agilidad casi acrobática de Trífonov. Sobre todo en los dos movimientos extremos de la sonata, que  fueron abordados en tempos muy rápidos y decididos y ello no mermó en nada las posibilidades en cuanto a precisión y perfección técnica de su lectura. Dejándonos con un grato sabor de boca, al finalizar el Allegro assai final, sobre todo por su frescura y su saber crear los pertinentes contrastes entre los fortes y los pianos marcados por el compositor; todo esto dentro de una perfecta observancia de un depurado y elegante estilo interpretativo.

Las Variaciones serias op. 54 de Mendelssohn fueron la obra con la que cerramos la primera parte del concierto. Pieza llena de elegancia y virtuosismo a partes iguales, fue abordada con maestría por Trífonov, que logró una lectura simplemente fulgurante de ella. Trífonov tuvo en estas 17 variaciones la posibilidad perfecta de desplegar toda la intensidad de sus recursos técnicos, en las partes más rápidas y virtuosísticas, así como deleitarse con comedidos legatos, haciendo cantar con delicadeza las melodías más sublimes que esta obra encierra. Casi al final de la partitura, en la última variación, supo construir muy sabiamente la tensión necesaria, para que el final de la pieza, marcado en Presto, explotara en toda su dimensión, dejando un hondo impacto en la audiencia congregada.

El plato fuerte de la sesión, y hay que ver que lo que hasta ahora hemos escuchado no eran en ningún caso naderías o piezas de gabinete, fue la inmensa sonata «Hammerklavier» de Beethoven. Obra axial en la historia de la literatura pianística, en tanto que tras su publicación en 1819 esta sonata se transformó para las generaciones venideras en un verdadero eje, en un punto de referencia en cuanto a la verdadera comprensión del arte de tocar el piano. Fue precisamente Liszt, el «creador» del recital pianístico del que antes hablábamos, quien pudo abordar la obra plenamente por primera vez, al parecer en París en 1836, pues tras la muerte de Beethoven, ningún pianista había podido enfrentar el reto de interpretar  la obra.

 La «Hammerklavier» lleva al límite todos los recursos tanto técnicos como expresivos de sus intérpretes y Trífonov no defraudó, dando todo y más durante los más de cuarenta y cinco  minutos que dura la obra. La intensidad emocional, el absoluto dominio del instrumento y una concepción profundísima del sentido más hondo de la obra, son algunos de los elementos que podemos destacar de una interpretación simplemente pasmosa de esta colosal partitura.

Casos muy destacados fueron sin duda los dos movimientos finales de la sonata. El Adagio sostenuto  fue escalofriante. Escuchar la profundidad, la hondura y el inmenso sentimiento con que Trífonov se sumergió en este maravilloso movimiento cortaba la respiración. Era imposible escuchar aquello y no sentirse hondamente conmovido con aquella música, lo que además, siendo Trífonov muy amigo de los tempos trepidantes, sorprendió aún más, por lo reposado de su concepción de este movimiento.

La llegada del Allegro risoluto resonó en toda su contundencia y compleja estructura contrapuntística en manos de Trífonov lleno de un extraño sortilegio y cuyo apabullante final fue la palmaria muestra de la inmensa categoría artística de uno de los más grandes pianistas de la actualidad. La fuga final, pasaje de una complejidad absolutamente  endiablada, fue resuelto con una autoridad y una solvencia tanto técnica como musical arrolladora, causando en la concurrencia, al llegar el final, una atronadora aclamación a un artista de tal categoría.

Tras la inmensa ovación, pese a lo extenso y agotador del programa, Trífonov regalo dos propinas, ambos arreglos del mismo Trífonov al parecer de música del pianista de jazz Art Tatum.

Un increíble concierto que logró alturas celestiales en su segunda parte, motivo por el cual, cabe perfectamente el juego de palabras, teniendo como referente al antiguo testamento, con lo que  podríamos hablar ya del «Rey Daniil», que esperemos reine sobre el piano largos y venturosos años. Seguimos.

 

 

Foto de portada: Steve Pisano
MUSIC – Daniil Trifonov – Carnegie Hall
October 28, 2017, Carnegie Hall, New York, NY

Surcando el Colorado…

Surcando el Colorado…

Teniendo como marco el Palau de la Música de la ciudad de Barcelona, el pasado 19 de enero se presentó ante el público catalán una de las más prestigiadas orquestas alemanas del momento. Fundada en 1946 bajo el auspicio del land de Baviera, la Bamberger Symphoniker, dio una vez más muestra, ante un público que prácticamente abarrotó la sala que conciertos, de su altísima calidad musical; fruto de décadas de trabajo artístico serio y dedicado, contando además, con una de las más atractivas figuras musicales del momento como solista invitada: la violinista moldava Patricia Kopatchinskaja, que interpretó el Concierto para violín en Re mayor de I. Stravinsky.

Además del concierto de violín que cerró la primera parte del programa, este inició con la Berliner messe  de A. Pärt, concluyendo la velada con la celebérrima Sinfonía núm. 9, “del Nuevo Mundo” de A. Dvorak.

La parte coral de la Berliner messe corrió a cargo del   Orfeó Català, que realizó una lectura cuidada, limpia y perfectamente ajustada al texto de la obra.  De marcada inspiración confesional, la Berliner messe es una obra delicadísima, que está muy lejos de cualquier tipo de afectación emocional. Música minimalista, que envuelve a su escucha y paulatinamente lo lleva a un punto de ensimismamiento casi místico. No es una pieza que busque una vivencia emotiva o efusiva, sino más bien, una reacción reflexiva del espíritu.

La misa está construida partiendo de un tejido armónico simple pero muy delicado. Basándose en la técnica del tintinnabuli creada por el mismo Pärt,  busca reflejar, dentro de su aparente simpleza, lo fútil que puede ser nuestra propia existencia, llena de movimiento y afectación, frente a realidades aparentemente superadas por nuestro tiempo y que están ahí, discretas, casi ocultas, pero dando peso específico a nuestra existencia, dando dirección a nuestro devenir.

Tanto coro, como orquesta estuvieron más que afortunados en la lectura de esta singular partitura, que fue presentada en su versión más breve, pues fueron suprimidos en esta ocasión, tanto uno de los dos Aleluyas, como la secuencia Veni Sancte Spiritus, circunstancia ya prevista por su autor, interpretándose en esta ocasión, solo los cinco movimientos habituales del ordinario de la misa.

Para el final de la primera parte del programa, Patricia Kopatchinskaja realizó una maravillosa lectura del singular Concierto para violín en Re mayor de I. Stravinsky, obra que paulatinamente va adquiriendo el lugar que se merece dentro de los grandes conciertos para violín solista. El concierto para violín de Stravinsky es una partitura suigéneris, que solo está reservada a unos pocos artistas de la talla de la Kopatchinskaja, pues pese a que su autor declaró que no quería escribir un concierto virtuosístico a la antigua usanza de los grandes conciertos románticos, el resultado es una pieza iconoclasta, llena de un sarcasmo asido y un toque de humor negro. Cuenta con pasajes de una complejidad endiablada, solo accesibles a verdaderos virtuosos. Su lenguaje fresco y novedoso se articula en estructuras formales antiguas y consolidadas, en un claro ejemplo de la parábola evangélica del vino nuevo en odres viejos.

Patricia Kopatchinskaja no defraudó a los muchos que fueron a escucharla. Su absoluta entrega es innegable, su perfección tanto técnica como musical es indiscutible, convirtiéndola en una absoluta referencia del panorama musical actual.  Conocedora de cada uno de los secretos de la obra, abordó su lectura con una alegría contagiosa y durante el decurso de esta, trasmitió al público congregado una energía inagotable. Por momentos sus ojos reflejaban una suerte de embrujo que resultaba absolutamente embriagador. Kopatchinskaja en esos momentos no estaba en el Palau de la Música, sino ciertamente en otra realidad que era comunicaba a la respetable concurrencia, con el evocador sonido de su violín, un Giovani Francesci de 1834 y que debido a su sonoridad aviolada, hacía aún más evocador el contenido de la obra ejecutada.

Tras una rotunda ovación, Kopatchinskaja tomó la palabra y anunció al respetable, que interpretaría como propina la candencia final del concierto recién interpretado, que habitualmente no suele hacerse precisamente porque Stravisky quería huir de toda referencia al virtuosismo, así que ella, fiel a ese espíritu, la tocaría lo «menos virtuosamente» posible. Huelga decir, estimado lector, que aquello fue ya la más absoluta de las hipérboles de todo lo que hasta ese momento se había escuchado. Kopatchinskaja se aplicó a fondo en la cadencia y hacia el final de la misma, el concertino de la Bamberger Symphoniker, Ilian Garnetz, se unió a ella en un dúo fantástico que emocionó mucho a toda la sala. El lenguaje corporal de ambos hacía pensar en un par de chiquillos haciendo una diablura ante nuestros atónitos ojos. Una fantástica y genial travesura que mostraba hasta qué punto el arte y, en particular, la música, libera lo mejor del ser humano.

Como es lógico esperar, el Palau premió con una inmensa ovación aquella propina tan generosamente regalada y así con ese agradable sabor de boca nos fuimos al intermedio.

Como obra final del programa pudimos escuchar la Sinfonía núm. 9, “del Nuevo Mundo” de A. Dvorak, interpretada por el maestro Jakub Hruša brillante director checo y titular de la Bamberger Symphoniker y  que en breve dirigirá también los destinos de la Royal Opera House de Londres. Parco en indicaciones técnicas, Hruša es un director que conoce perfectamente su oficio y sabe cómo conducir a una orquesta del nivel de la Bamberger Symphoniker. Supo imprimir brío y nervio a la obra. La orquesta, siempre atenta y solicita, reflejó fielmente la voluntad de su director que, en nuestra opinión, en varios pasajes exageró la velocidad de los tempos y llevó al límite el ajuste de la pieza. En su empeño de presentar brillante y rotunda la sinfonía, pudimos escuchar pasajes a una velocidad de vértigo y con ello nos hurtó de la expresividad de los mismos para luego, en otros, bajar drásticamente esa velocidad y en delicados rubatos embelesar nuestro oído con finísimos fraseos. Hubiéramos preferido poder disfrutar de la sonoridad de la orquesta y de una obra tan querida de una manera más sosegada pero, aunque repito, no compartamos del todo las decisiones tomadas por su titular, es innegable el altísimo grado artístico tanto del mencionado maestro como de toda la orquesta.

Así llegamos al final de este espléndido concierto y quedamos a la espera de nuevas y estimulantes sorpresas musicales que nos depara la temporada de conciertos en este año. Seguimos.

 

Una Yuja Wang de alturas siderales

Una Yuja Wang de alturas siderales

Uno de los más importantes directores mexicanos del último medio siglo, cuyo nombre no mencionaré por no venir a cuento, contaba en tono jocoso que tras recibir durante un tiempo prolongado clases de Sergi Celibidache, este asistió a un concierto dirigido por el entonces director en ciernes. Tras el concierto, y ya en el camerino, contaba que  lleno de recelo, le pidió a Celibidache su opinión sobre lo que había escuchado y visto. El veredicto del maestro fue demoledor y certero, le dijo: «has hecho todo mal, pero los músico te siguen, puedes dedicarte a dirigir perfectamente».

Esta divertida anécdota vino a mi memoria el pasado 14 de diciembre, tras ver unos minutos al maestro Santtu-Matias Rouvali al frente de la Philharmonia Orchestra en un concierto que tuvo lugar  en el Auditori de la capital catalana. Las primeras impresiones no suelen ser confiables, y en el que caso de nuestro maestro quedó patente, pues en un primer golpe de vista, tienes la impresión de que está haciendo algo mal, cuando realmente, lo que sucede es que Rouvali, pertenece a otro tipo de directores que tiene muy poco que ver con la imagen tradicional y romántica del director autoritario e iluminado que encandiló al público por décadas. A Rouvali los músicos lo siguen y de qué manera, porque es realmente un espléndido director. Más aún, estamos hablando de  un fantástico músico que sabe ver dónde hay que ver y atender, dónde hace falta atender, dejando de lado la imagen afectada e inspirada que todos tenemos en la retina cuando pensamos en el director arquetípico. Rouvali no es que se equivoque y los músicos lo sigan ciegamente como si fuera un flautista de Hamelín, más bien Rouvali hace las cosas de otra manera tremendamente efectiva.

Imagen ANTONI BOFILL

 

Tener la oportunidad de escuchar a la Philharmonia Orchestra es un absoluto lujo. Pertenece a ese reducido grupo de orquestas, que han colaborado a construir la historia reciente de la música. Algunas de sus cientos de grabaciones son absolutos documentos históricos. Solo hay que recordar que nombres como los de Karajan, Klemperer o Muti, por solo mencionar un puñado, están íntimamente ligados a esta agrupación británica, que cuenta con un sello muy propio de hacer y entender la música. Ahora bien, si a lo anterior, le sumamos que la solista invitada es Yuja Wang, la ocasión se convierte en imperdible y las personas que la noche del pasado 14 de diciembre prácticamente llenamos el Auditori, creo que así lo entendimos, pues el ambiente previo al inicio del concierto era el de una cierta expectación por disfrutar de un programa sumamente atractivo.

El romanticismo ruso fue el hilo conductor que vertebró el programa. De P. I. Chaikovski pudimos disfrutar a manera de grandes pilares que enmarcaron el concierto, dos de sus mas importantes obras: para iniciar la velada escuchamos la Obertura fantasía Romeo y Julieta, concluyendo con la Sinfonía Núm. 4 en fa menor, Op. 36.  El Concierto para piano Núm. 1 en fa sostenido menor, Op. 1 de S. Rajmáninov fue la tercera pieza que completaba este programa y que está de hecho, muy vinculada estilísticamente con resto de las obras ya mencionadas.

Sin lugar a duda, el gran atractivo de la noche era poder escuchar a Yuja Wang. La impresionante carrera internacional que está construyendo, la ha colocado como una de las más importantes pianistas del momento. La virtuosa mezcla que encontramos en ella, entre perfección técnica y musicalidad a raudales, es poco frecuente de ver. La noche del 14 de diciembre no defraudó. Desde hace ya tiempo Wang interpreta con normalidad el primer concierto de Rajmáninov, obra maravillosa del romanticismo ruso y que indudablemente tiene sus raíces en P.I. Chaikovski, autor al que  Rajmáninov reverenció durante toda su vida, pues ejerció una inmensa influencia sobre él, no solamente en lo musical, sino también a nivel personal. Este concierto, que lleva el número uno de su catálogo, fue revisado y reestructurado por su autor en 1917, ya con toda la experiencia que los años dan. La pieza mantiene la energía y la magia de la juventud, trabajadas por el rigor y el oficio de un compositor maduro. El primer concierto es una obra técnicamente reservada a pianistas del más alto nivel, que ha sido opacado por los dos conciertos que le siguen, que son sobradamente célebres. El mismo Rajmáninov se quejaba amargamente  de que en Estados Unidos, cuando él ofrecía tocar este concierto, siempre notaba una cierta desilusión , pues  realmente esperaban escuchar el segundo o el tercer concierto de piano.

Yuja Wang realizó una lectura de esta obra, simplemente impresionante, mostrando una perfección técnica pasmosa y una integridad y amor a la música que por momentos sobrecogieron a los asistentes. Pese a sus ya famosos vestidos, y todas las controversias que estos han traído a su carrera, Wang es una artista de tal envergadura que realmente uno concluye que estas son cuestiones que solo sirven al marketing y a llamar la atención sobre su persona, estando ella realmente en otra dimensión de las cosas. Lo anterior es muy notable cuando se le ve tocar en vivo. Sobrecoge ver el grado de concentración al que llega en una actuación. Pareciera que cada partícula de su ser estuviera siendo canalizada en generar ese torrente impresionante de música que nos inunda a los que tenemos la fortuna de escucharla. Por momentos, es como si Wang, estuviera en una dimensión alterna, donde, desde la intimidad, desde ese jardín secreto al que solo ella puede llegar,   mostrará su esencia más profunda a través de la música que el resto escuchamos asombrados .

Imagen ANTONI BOFILL

El público congregado en la sala ovacionó de pie eufórico su entrega, y ella retribuyó con tres espléndidas propinas; en primer lugar de F. Liszt, su arreglo para piano solo del fantástico lied de F. SchubertGretchen am Spinnrade”, después escuchamos de la Sonata Núm. 7 de S. ProkofievPrecipitao” para concluir con la “Toccatina” Op. 40 de N. Kapustin.

Tras la media parte el foco del concierto recayó de nueva cuenta en la Philharmonia Orchestra y en su director titular el joven Santtu-Matias Rouvali, que ya en el inicio de la jornada había realizado una buena lectura del Romeo y Julieta de Chaikovski, obra exigente a nivel técnico sobre todo para la sección de cuerdas, pero que está dentro de ese grupo de obras que diríamos, son agradecidas de tocar. Piezas que hacen que una buena orquesta brille intensamente porque todas las virtudes que esa agrupación pueda tener quedan al descubierto. No fue la excepción en este caso, dejando  de manifiesto la enorme calidad de la agrupación británica. Caso diferente es la 4ª sinfonía, que pese a ser una de sus obras más famosas, por sus innegables méritos artísticos, es una obra de complejo abordaje para cualquier agrupación sinfónica. La constante presencia de síncopas, el delicado trabajo de matices orquestales, el frecuente fluctuar del tempo, en largos y sutiles rubatos, entre otros muchos elementos, hacen que la sinfonía sea una partitura muy compleja de enfrentar, aunque estemos hablando de una gran orquesta.  Para el directo en cuestión, es una prueba de suficiencia lograr generar el delicado equilibrio que hace tan especial esta partitura.

Rouvali que pertenece, como lo he mencionado en el inicio, a otra estirpe de directores, es un hombre de estatura media, mesurado en sus gestos, casi frio por momentos, que no deja ver ningún tipo de afectación emotiva en su actuación que puede llegar a parecer distante o incluso desgarbada. Ahora bien, si uno observa con mayor detenimiento, descubre que su mirada, sus gestos, y en general, su atención, se concentra ahí donde hace falta estar. No se recrea en la hermosa melodía que el solista en cuestión expone para deleite de todos, si no que cuida y guía a las voces que por debajo sustentan al instrumento que ahora brilla. No baila y se solaza en patéticas gesticulaciones de tipo heroico, si no que parca, pero muy efectivamente, con movimientos cortos y bien marcados, cuida que los cimientos que soportan todo el edificio orquestal se mantengan en perfecto estado. Al verlo me recordó mucho las recomendaciones que R. Strauss hacía sobre cómo dirigir correctamente una orquesta, haciendo  hincapié sobre que un buen director tenía que transpirar lo menos posible, procurando no distraer  con sus presencia o gestos   al escucha, para que este se concentrara en lo que de verdad importa: la música.

Imagen ANTONI BOFILL

Cuadro uno ve y escucha el trabajo de este joven maestro, en una primera impresión llega a pensar, equivocadamente, que está haciendo realmente poco, o que directamente se está equivocando, como mencionaba en la historia arriba narrada, pero a los pocos minutos, uno tiene la firme imagen de estar ante un músico íntegro, que tiene muy claro lo que quiere entregar al público que ha venido a escucharle y sabe  perfectamente que  tiene que hacer para cumplir con su objetivo estético. Sin estridencias, sin dramatismos románticos que solo distraen al personal, Rouvali, cimbró profundamente el corazón de los ahí congregados, pues hizo sonar de una manera increíble a una de las más importantes orquestas del mundo. Sin duda, uno de los mejores conciertos del año, su sabor aún puede paladearse en el regusto tan grato que dejó por la calidad y sobre todo, por la hermosa promesa que la juventud de tan notables intérpretes nos hacen a los que amamos la música. Estamos pues de enhorabuena. Seguimos.

Fotografías cortesia de bcn classics. Fotógrafo Antoni Bofill.

Folía de España

Folía de España

 

Esta semana les propongo escuchar más, y leer menos.  Se trata finalmente de disfrutar de la música. Así que hablaremos de   “les Folies d’Espagne” . Tema recurrente donde los haya durante todo el barroco y mucho tiempo atrás incluso. Su uso se extendió por varios siglos, casi todos los grandes nombres de nuestro canon musical en algún momento trabajaron con este tema.  La folia es el soporte armónico y melódico de maravillosas obras que en las más variadas presentaciones  han ido mostrando la maleabilidad de este tema.

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