Con 30, ya es mayor de edad

Con 30, ya es mayor de edad

Llegar a la mayoría de edad con 30 años está muy, pero que muy bien. Si, querido lector, ser mayor de edad con 30 años, he dicho, pero no me refiero a una persona, aunque usted, no lo niegue, tiene en mente varios ejemplos de conocidos suyos que con 40 años o más aún no logran ser medianamente adultos. Pero la mayoría de edad de la que estoy hablando es la de una orquesta, en concreto la de la Jove Orquestra Nacional de Catalunya, más conocida por sus siglas JONC, que el pasado 11 de julio dio inicio a los festejos por sus 30 años de vida con un concierto en el Palau de la música de la capital catalana.

La ocasión era relevante, sin duda. La JONC es una orquesta que desde hace ya tiempo viene dado grandes y muy notables satisfacciones por los increíbles resultados que presenta en sus conciertos. Pero, sin duda, arrancar este aniversario con la ejecución de una obra como la Sinfonía núm. 9 en Re mayor de G. Mahler es hacerlo con una colosal  traca que se recordará por mucho tiempo.

La novena de Mahler es justamente el tipo de obra que jamás debe programar una orquesta de principiantes, al menos si pretendes mantener cohesionado al grupo, preservando su salud mental en buen estado y su prestigio en niveles aceptables. El grado de dificultad, tanto técnico como musical, es inmenso, tal es así , que muchas orquestas profesionales naufragan estrepitosamente en su abordaje. Mahler, literalmente, se despide de la vida en ella y lo hace vertiendo en esta partitura todo el inmenso cúmulo de conocimiento y experiencias que ha ido acumulando a lo largo del camino. Es un canto de amor a la vida, a la naturaleza, al amor mismo. Un hermoso adiós, materializado en una obra compleja y profunda, que requiere de sus intérpretes una absoluta solvencia técnica y una musicalidad inmensa. Un buen amigo violista lo resumía de una manera llana y contundente: «el problema es que tiene demasiadas notas y además hay que tocarlas muy rápido y afinadas».

Con esto, se hace muy difícil entender que una orquesta integrada por jóvenes entre los 18 y los 25 años puedan ni medianamente penetrar en los secretos de semejante obra. Pero, justo en ese punto, es cuando agrupaciones como la JONC rompen con lo que se podría esperar en condiciones «normales». Me explico: La Jove Orquestra Simfònica de Catalunya, que fue su nombre original, nació en 1993 teniendo como director fundador a Josep Pons, actual director de la Orquesta del Liceu y que fue quien dirigió el concierto de aniversario la noche del 11 de julio.

La orquesta, desde su nacimiento, buscaba sumarse al inmenso esfuerzo que se estaba dando en aquellos años para revertir décadas en que la educación musical en España había sido un absoluto erial. Los conservatorios no brindaban la posibilidad de que sus alumnos tuvieran apenas ninguna práctica orquestal real y la mayoría tenía que marcharse del país para poder concluir su formación musical con cara y ojos. Otros contadísimos casos pasaban por el duro trance de ser aprendices en alguna orquesta profesional, donde muchas veces, al ser absolutamente inexpertos, vivían experiencias humillantes por parte de sus «compañeros» de atril o del director de turno, generando en ellos un pozo cada vez más hondo de desencanto de la profesión.

La JONC nació al igual que el resto de orquestas juveniles que surgieron en esa época, para dar esa oportunidad a cientos de chicos que podían terminar de formarse en un ambiente controlado por profesionales que están ahí para enseñarles, para apostar por su talento y que este llenara nuestras orquestas con los años, como de hecho está comenzando a suceder. Tras treinta años de trabajo,  la JONC es un proyecto consolidado y en plena forma que se imbrica en una red de escuelas municipales y conservatorios que ofrecen a los jóvenes una educación de muy alta calidad. La JONC en cierto modo es la culminación de un proceso educativo que arranca muchos años atrás. En la JONC encuentran una dinámica de trabajo que les permitirá acceder a una orquesta profesional perfectamente preparados para dar lo mejor de ellos. Desde 2001, año en que Pons se retira de la orquesta como titular,  la dirección del proyecto recae en manos de Manel Valdivieso con quien el grupo ha logrado llegar al estado actual, que es simplemente esplendido.

La noche del 11 de julio, en muchos sentidos, fue una noche con una magia especial, pues tiene mucho de sorprendente y algo de mágico el que una orquesta integrada por jóvenes  entre los 18 y los 25 años abordara con tanta madurez una obra como la Sinfonía núm. 9 en Re mayor de G. Mahler.  Disfrutar de aquel concierto, fue ver la fusión de dos polos, de dos extremos. La orquesta, llena de jóvenes justo al inicio del camino, plenos de vida, de esperanzas que comienzan a materializarse, radiantes de talento y de una infinita pujanza que conmueve verles darlo todo, sumergidos en una obra que es el testamento vital y musical de un hombre que estaba a punto de fundirse con el absoluto en el atardecer de una vida plena y sorprendente . Los dos extremos de la existencia humana, ellos al inicio, el maestro a punto de partir y en medio un actor indispensable que los comunique: el director, Josep Pons, que brilló intensamente, convirtiéndose en factor sine qua non esa misteriosa alquimia jamás se hubiera llevado a cabo.

Que Pons es un gran director, ya lo sabíamos, pero la noche del 11 de julio fue una noche en que este experimentado maestro guió hábilmente por los intrincados caminos de la obra, cual Virgilio a una orquesta que lo necesitaba ávidamente. Sin él, aquello pudo naufragar por la talla de semejante reto. Su temple y buen hacer supieron canalizar y guiar el raudal de energía y talento que por momentos saltaba a borbotones aquella noche.

Sin duda, la mayoría de edad le ha llegado a la JONC, treinta años después de su nacimiento. Una mayoría de edad labrada con mucho trabajo, una mayoría de edad que llega preñada de mucha ilusión y que promete dar aun muchos y muy bien sazonados frutos a sus seguidores. Seguimos

«Coronis rediviva»

«Coronis rediviva»
Fotografía de portada cortesía del Teatro Real.  Fotógrafo: © Javier del Real | Teatro Real

 

Cuando en junio de 2018, Raúl Angulo Díaz firmó su espléndida monografía «Coronis, una zarzuela en tiempos de guerra», editada por Ars Hispana, texto indispensable para profundizar en el conocimiento de esta obra del maestro Sebastián Durón, menciona en su introducción que aún en esa fecha no existía ninguna interpretación ni grabación disponible de esta espléndida zarzuela.

La partitura original de la pieza, que está bajo el cuidado de la Biblioteca Nacional de España, fue recuperada paralelamente poco tiempo después por dos grupos: en España, el estreno de «Coronis» corrió a cargo de Los Músicos de Su Alteza, bajo la dirección de su titular Luis Antonio González, en una función efectuada en el Auditorio Nacional de Madrid el 27 de octubre de 2019. En Francia, fue Le Poème Harmonique, dirigido por Vincent Dumestre, los que emprendieron una gira por toda Francia, arrancando en noviembre de ese mismo año en el Théâtre de Caen, la misma que, lamentablemente, se vio malograda por la pandemia de la Covid-19.

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Un músico que canta

Un músico que canta

Concluyendo con un mes de mayo para recordar en lo musical, Philippe Herreweghe al frente de la Orchestre des Champs Élysées se presentó en el Palau de la música con dos obras fundamentales en el repertorio sinfónico. Me refiero a la Sinfonía núm. 41 en Do mayor, KV 551, «Júpiter» de W.A. Mozart y la Sinfonía núm. 3 en Mi bemol mayor, op. 55, «Heroica» de L. Van Beethoven. Estamos hablando de sinfonías que el público tiene muy asimiladas en su acervo musical y que, por lo mismo, en algunos casos, no despiertan demasiadas pasiones entre ciertos sectores de la audiencia. Incluso, algunos calificaron de muy conservador el programa anterior y se declararon inaccesibles a ningún tipo de asombro ante la propuesta que nos hacía Herreweghe. Pero es que el maestro belga es un artista que cada obra que interpreta lo hace a una profundidad tal que hay que ser de hormigón armado para no vibrar de emoción ante algo tan bien concebido como lo que el pasado 31 de mayo pudimos escuchar en el Palau de la Música de Barcelona.

Dejando de lado que hablar de la Orchestre des Champs Élysées es hablar de una de las mejores orquestas de Europa, y que ello supone una solvencia técnica y musical fantástica, lo que hizo memorable la velada fue, sin duda, la manera en que Philippe Herreweghe abordó la lectura de un programa integrado por obras muy escuchadas pero exigente en todos los niveles y que precisamente por ello demanda del director una mayor profundidad, todo ello encaminado a quitar de la memoria colectiva tanta chabacanería como han sufrido estas obras.

 

Ambas obras son piezas claves en la construcción de la sinfonía como forma hegemónica durante más de un siglo tras los estrenos de ambas obras, pues las maravillosas sinfonías de un Anton Bruckner o de un Gustav Mahler beben directamente de  la «Júpiter» y la «Heroica». Pero, ¿en qué radica esta profundidad exigida al director a la hora de leer estos textos tan visitados por la tradición? La respuesta, a mi entender, pasa primero que nada por despojarse de toda lectura que tenga como referencia otras lecturas ya realizadas, por muy icónicas que estas sean. Artistas como Herreweghe tienen como único referente en su labor la partitura que ha dejado el compositor. Esta es leída con calma, con suma precisión, para lograr ir construyendo un todo, pero partiendo de la nota escrita por el autor y no por la lectura que de ella hayan realizado otros. De ello es relativamente sencillo darse cuenta en el anecdótico hecho de que, en el atril del director, antes de comenzar cualquier concierto dirigido por Herreweghe, nunca suele haber ninguna partitura preparada, como es muy frecuente ver en cualquier concierto al que acudamos. Es él, al salir al escenario, quien trae entre sus brazos su partitura personal, que al abrirla y si se tiene la suerte de este cooltureta de estar en una localidad lo suficientemente próxima a él, revela el análisis pormenorizado que hace de la obra, pues la partitura en cuestión está llena de colores e indicaciones muy precisas que durante la ejecución va viendo de reojo mientras pasa las páginas de esta.

Imagen ANTONI BOFILL

Ahora bien, es cierto que además  en su trabajo, Herreweghe se atiene a la tradición interpretativa de la época en que fueron escritas las diversas obras abordadas por él en los diferentes  programadas que realiza, y ello hace aún más compleja su labor, en tanto que ha de conocer lo más profundamente posible esa tradición o estos usos musicales, para a través de ese conocimiento desestimar lo que durante tanto tiempo se haya podido de manera equivocada hacer con ellas, se trata volver a las fuentes,  de acudir al origen de todo. En resumen, podríamos decir que artistas de su calibre hacen un doble trabajo, pues han de acudir al texto original del compositor, pero con la mirada que le da un conocimiento profundo del contexto musical en el que las obras se crearon y que es fundamental tomar en cuenta, pues es dentro de esa tradición que el autor creó su obra.

Con los años, Herreweghe ha ido concentrando sus gestos a la hora de dirigir un concierto. No suele marcar el pulso como muchos directores, sino que, con movimientos muy pequeños, algunos indicados con sus dedos, va construyendo, como si fuera arcilla, el sonido, las tensiones y distensiones de la partitura que conoce perfectamente. Suele estar muy atento a las partes donde la armonía va tejiendo, generando forma y estructuras. Pero, sobre todo, su enfoque es el de un músico que hace cantar a sus músicos. Sus respiraciones son naturales, sus fraseos orgánicos, precisamente porque casi podríamos decir que el maestro, antes de subirse al podio, ha cantado en su interior cada parte de la pieza abordada. Este enfoque le da una autenticidad inmensa, y convierte cada concierto suyo  en algo absolutamente genuino  en tanto que, en el acto de cantar, de respirar, todos los seres humanos vivimos físicamente el acto de tensar y el de relajar, clave fundamental a la hora de frasear, de colocar en su lugar los pesos y los contrapesos en toda obra musical. Herreweghe es un director que canta y hace cantar a sus músicos y con ellos nos hace cantar también a nosotros. Por que,  finalmente, la música es vivencia en estado puro, es estar aquí y ahora. Escuchando con atención  a Herreweghe no se puede estar en ninguna otra parte.

Seguimos.

Fotografías cortesía de bcn classics. Fotógrafo Antoni Bofill

Una ejercito de generales

Una ejercito de generales

Hay ocasiones en la vida en las que tienes la marcada sensación de estar contemplando la historia pasar ante tus ojos. Todos tenemos ese tipo de recuerdos en nuestra memoria: una manifestación que cambió el rumbo de las cosas, algún memorable discurso, la visita de alguien destacado a nuestra ciudad, en fin, hay tantas y tantas maneras en las que la historia nos puede convidar a acompañarla un ratito, que es difícil no conocer a alguien que no cuente en su memoria con este tipo de recuerdos.

 

Para los amantes de la música, tales eventos son, sin duda, los grandes conciertos. En nuestra colección de recuerdos, muchos guardamos aquellos conciertos que de algún modo nos cimbraron por dentro, ya sea por la perfección técnica de los intérpretes o por la magia que estos lograron crear sobre el escenario. Al final, esos recuerdos son patrimonio personal de cada uno de nosotros y esa velada quedará grabada a fuego en nuestros corazones para siempre. Es historia viva y capital irrenunciable de nuestro corazón.

 

Escuchar en vivo a la Filarmónica de Berlín es una de esas ocasiones que jamás se olvidan por muchas razones, entre las que están, ser con mucho, una de las mejores orquestas del mundo y el poseer un sonido y manera absolutamente únicas de hacer música. Ese sello Filarmónica de Berlín como es natural, los distingue de otras grandes orquestas y como mejor se aprecia, es escuchándolos en vivo y el público barcelonés tuvo la oportunidad de disfrutar de esta impresionante agrupación en el Palau de la Música, el pasado 2 de mayo.

Un día después del concierto efectuado por la misma Filarmónica en la Sagrada Familia, presentó ante una sala prácticamente abarrotada, un maravilloso programa integrado por obras de Mozart y Schumann , que fue ampliamente ovacionado por un público entregado totalmente al embrujo que se había creado en la hora y media que duró el concierto.

 

Hace tres meses la Filarmónica saltó a los titulares de todo el mundo, por haber nombrado a su primer concertino mujer en toda su historia. En concreto, la maestra Vineta Sareika-Völkner de origen lituano, fue la ganadora de las audiciones a concertino y pudimos verla en esta ocasión  sentada al lado izquierdo del también concertino, el norteamericano Noah Bendix-Balgley.  Filarmónica de Berlín se permite cuatro concertinos, de ellos la primera mujer es la maestra Sareika-Völkner. Y es precisamente  ella, en su perfil de la página web de la misma Filarmónica, la que menciona parte del secreto que hace que esta orquesta suene como suena desde hace décadas. Un primer elemento es la respiración, los músicos de esta orquesta respiran juntos, y de hecho, están constantemente mirándose entre sí para mantener la comunicación entre ellos. No solo miran a su director, tocando pasajes enteros de memoria, si no que suelen ver a sus compañeros de sección, sonriendo  incluso de manera cómplice, todo esto,  mientras tocan atentos a lo que músicos de otras  secciones estén tocando con la suya.

Otro elemento, es la enorme variedad de matices que pueden lograr dar y que resultan enormemente expresivos. Dentro de un pasaje marcado como piano, la orquesta ofrece muchas gradaciones, tantas como  posibilidades de blancos hay para los inuit.

Sareika-Völkner apunta también a una sonoridad casi intransigente, rotunda y es que los fortes de la Filarmónica de Berlín son furia pura, la mezcla de una de las secciones de cuerda más compactas del mundo con unos alientos firmes y brillantes es prácticamente absoluta. Cuando explota en la sala un fortísimo de esta orquesta, es simplemente impactante, apoyada en la sección de los bajos, esa descarga sonora retumba en el interior de su escucha hasta lo más hondo.

El programa presentado fue toda una muestra de intenciones por parte de Kirill Petrenko, titular de la Filarmónica desde 2019. En la primera parte pudimos disfrutar de dos obras de W.A.Mozart, iniciando el concierto con la famosa Sinfonía núm. 25, en Sol menor, KV 183, conocida mundialmente gracias a la película de Milos Froman “Amadeus”, que causó verdadero furor en su momento. El programa continuó con el motete Exsultate Jubilate, KV 165/158ª que fue interpretado en su parte vocal por la soprano británica Louise Alder.

En ambos casos Petrenko mostró una particular afinidad con las obras. El maestro de de origen ruso entiende y disfruta profundamente estas obras del maestro de Salzburgo, que podríamos clasificar de juveniles y no por ello estaremos demeritándolas, son sin duda, dos obras maestras de un jovencito de apenas 17 años, con todo lo que ello supone. Mozart acababa de triunfar en Milán en el estreno de su  “Lucio Silla” y la jovialidad lo inunda todo en su vida.Ambas son obras llenas de luz, de pujanza, de seguridad infinita y sobre todo, de una genialidad que algunos han calificado de milagrosa.

La orquesta estuvo con Petrenko al frente, soberbia, tanto en la sinfonía, que sonó rotunda, brillante y perfectamente realizada como en el motete, que fue un bocado dulce y de exquisito sabor para los amantes de esta maravillosa música. Louise Alder, en particular, bordó su lectura del Exsultate Jubilate obra que le viene como anillo al dedo a su timbre vocal. Elegante y de musicalidad refinada, abordó con naturalidad todos los pasajes complejos de la obra, destacando mucho su Aleluya final por lo cuidado del fraseo y bien colocado de los agudos finales.

 

La segunda parte de la velada estuvo consagrada a la Sinfonía núm. 4, en Re menor, op. 120 de R. Schumann, obra en la que la sonoridad de la Filarmónica simplemente eclosionó, desplegando en la sala una variedad inmensa de matices increíbles y variados. Lo mismo pudimos escuchar un suave y apenas perceptible pianissimo que oscilaba apenas, casi a punto de extinguirse en la cuerda, como vibrar estremecidos, con el poderoso impacto de toda la caballería en pleno. Estamos hablando de una sinfonía en un solo movimiento que Petrenko supo perfectamente administrar en todos los sentidos, fluctuando sabiamente los tempos y los fraseos, para construir un todo  sólido y compacto.

Por momentos y mientras disfrutabas de ese rugir de la potencia orquestal, era imposible no pensar que muy pocas orquestas en el mundo, podrían abordar determinados pasajes a la velocidad que Petrenko los marcó esa noche. Y es que tanto la orquesta, como su titular, dieron una muestra de perfección técnica indiscutible . Nada, absolutamente nada estaba fuera de su lugar y modestamente, lo que quizás algunos echamos en falta, fue una gotita de poesía en medio de ese inmenso despliegue. Con un poquito de ella, aquello ya hubiera sido insoportable y terriblemente bello. Seguimos.

 

 

«Juventud divino tesoro».

«Juventud  divino tesoro».

La noche del pasado 23 de febrero, tuvimos la oportunidad los congregados en el Palau de la música catalana, de disfrutar de un concierto protagonizado por una nueva generación de músicos de primera línea.  El violonchelista madrileño Pablo Ferrández fue el solista invitado de la Orquesta Sinfónica de Amberes, dirigida en esta ocasión por su titular, la maestra Elim Chan.

Ambos artistas que están en el arranque de su carrera internacional ya van mostrando de qué son capaces, dando muestras notables de su enorme talento y de que están preparados para volar muy alto, por cielos que, por momentos, pueden llegar a ser realmente inhóspitos.

Ferrández de apenas 31 años y con un currículum realmente brillante, se presentó ante el público catalán con una obra realmente exigente: El Concierto para violonchelo núm. 1, en Mi bemol mayor de D. Shostakóvich. Partitura compleja donde la haya, este concierto no es de fácil acceso para sus intérpretes. Escrita en 1959 y dedicada al gran Mstislav Rostropóvich, es para muchos “el concierto” de violonchelo del siglo XX. Desde el primer momento y durante los siguientes cuatro movimientos, mantiene al solista en un estado constante de tensión y entrega. Es sobre él que recae prácticante todo el peso de la obra, la orquesta, que tiene un papel importante sin duda, literalmente acompaña, da sustento a un despliegue absolutamente despiadado de todos los recursos técnicos y musicales de los que es capaz el instrumento. Si pensamos en el destinatario original de la partitura, el recordado Rostropóvich, podremos calcular la envergadura del reto que supone para cualquier solista preparar y presentar este concierto en público.

Ferrández lució, y mucho, en su lectura de este complejo concierto. Lo anterior fue aún más notable, sobre todo en los movimientos centrales de la misma, donde pudimos apreciar  la marca de la casa: una sonoridad  muy potente y llena de brillo. El joven maestro sabe cómo aplicarse a fondo en los momentos de mayor expresividad y sacar de su instrumento verdaderos lamentos que atraviesan el alma de quien lo escucha. En los movimientos rápidos de la obra aún falta, en nuestra opinión, asentar más su concepción sobre ellos. La sonoridad obtenida, pese a ser de muy alta calidad, era por momentos demasiado evanescente y le faltaba ductilidad rítmica, perdiendo con ello la garra y el sarcasmo que la partitura reclama. Por momentos la orquesta opacó esos pequeños detalles llenos de humor negro que pueblan toda la obra y que se perdieron porque faltó rigurosidad y mayor precisión en la lectura y el balance de una obra extraordinariamente compleja sobre todo, repito, en los movimientos rápidos.

Con todo, y tomando en cuenta el inmenso monumento con que se presentó ante el público del Palau, Ferrández tuvo una gran noche y nos hace estar seguros de que con los años su carrera crecerá a lo más alto, dándonos inmensas satisfacciones con sus éxitos.

La otra gran protagonista de la noche fue Elim Chan que con apenas 36 años es directora titular de la Orquesta Sinfónica de Amberes. Su nombramiento al frente de esta orquesta llegó en 2019, después de realizar varios conciertos con esta agrupación, que decidió apostar por esta talentosa maestra de origen chino, pero educada en los Estados Unidos. De aspecto frágil, su paso por el Palau de la Música podríamos calificarlo de ir in crescendo, de un piano en tempo Moderato a un fortísimo en Allegro con brío

La noche comenzó con una buena lectura de la obertura a Ruslan y Ludmila de M. Glinka, obra brillantísima y que en manos de Chan funcionó bien, pero con regusto a obra de relleno. Mal aspecto le poníamos al concierto si una obra tan brillante y rotunda, nos sonaba bien sin ir mucho más allá. Vino después el concierto arriba comentado y los enteros de Chan comenzaron a subir enormemente, pues estuvo siempre donde había que estar, atenta, solícita y flexible ante cualquier requerimiento de Ferrández. Vigilante del balance de su orquesta y cuidadosa que la obra fuera hacia adelante, mostrando una musicalidad innata que en la anterior obra brilló por su ausencia.

Tras la media parte, la obra con la que la orquesta mostraría lo mejor de sus cualidades fue Suite del ballet ‘Romeo y Julieta’ de S. Prokófiev. Decía Franz Strauss, padre de Richard y que fue, en su momento, uno de los grandes trompistas de su tiempo principal de su sección en la ópera de la corte de Baviera, que cuando se presentaba ante una orquesta un nuevo director, normalmente joven, él ponía mucho cuidado en ver cómo subía al podio, pues con la seguridad con que lo hacía, se podía ver si los que mandaban eran ellos, los músicos, o aquel pobre muchacho que pretendía dirigirlos.

He de confesar que, de manera instintiva, seguí la recomendación de Strauss padre en el momento en que Chan subió al podio para dirigir la obra de Prokófiev y me transmitió, pese a su figura delicada y casi frágil, una seguridad y un aplomo tremendo, convenciéndome de que estábamos a punto de disfrutar de algo grande.

Justo antes de comenzar, la maestra quiso dirigirse muy brevemente al público reunido y agradecerles el afecto mostrado, en lo que era su primer concierto en nuestra hermosa sala, confesando que esta obra era una de sus favoritas y que significaba mucho para ella poder interpretarla esa noche.

Era muy notable lo cómoda que estaba Chan interpretando esta música. Sus gestos, antes correctos pero fríos, se llenaron de una fuerza y una vehemencia tremendos. Poseedora de una técnica impecable y efectiva, se le veía disfrutar y con ella a toda la orquesta, que sonó espléndida. En este Romeo y Julieta, la paleta expresiva es inmensa y la orquesta tiene en sus mil y una combinaciones tímbricas y temáticas, la oportunidad de sugerir, de apuntar tal o cual sensación. Una orquesta de alta calidad como lo es la Orquesta Sinfónica de Amberes tiene en esta partitura la ocasión de brillar muy intensamente porque la obra lo tiene todo: momentos de virtuosismo técnico, escenas líricas maravillosas, pasajes de tensión y dramatismo a raudales, ocasiones en que puedes ver a los personajes sufriendo ante tus ojos, y un largo etcétera.

Memorable, es como podemos calificar la lectura que realizó la maestra Chan al frente de la Sinfónica de Amberes de esta obra y nos hace sentir muy optimistas sobre el crecimiento artístico de la directora, que aún tiene mucho que desarrollar en todos los sentidos. Por el momento, podemos ver como en el repertorio en el que ella se siente cómoda, despliega todo su inmenso potencial, no así en obras que no le son tan próximas, en las que su alta calidad no es tan evidente. Estamos seguros que con los años de lo que promete será una brillante carrera, logrará hacer justicia por igual a todas las piezas que tenga a su cargo, lo que hará que el público, pueda disfrutar de una espléndida directora, como lo es ella.

Seguimos.

 

 

 

Élégance et raffinement

Élégance et raffinement

Teniendo como marco el Palau de la Música de la ciudad de Barcelona, se presentó el pasado 15 de febrero una de las agrupaciones más queridas de casa nostraLe Concert des Nations, dirigidos por su fundador, el  maestro Jordi Savall. Con una sala casi llena, el programa anunciado estaba integrado por tres obras que giraban en torno de la danza barroca y el estilo a la francesa.  Así, en la primera parte, pudimos escuchar de J-F. Rebel la música para el ballet “Les éléments” concluyendo esta sección de la velada, con la Suite núm.1 de Fa mayor de la Música Acuática de G.F. Haendel. Tras un breve descansó el concierto continuó con la música para el ballet de C.W.Glück “ Don Juan” 

Una de las grandes aspiraciones del arte en el siglo XVIII, era que el arte imitara de la manera más perfecta posible a la naturaleza. Los músicos se afanaron para que su auditorio, sintiera como los ríos corrían o los pájaros cantaban al escuchar muchas de sus obras. Los maestros franceses pusieron un particular énfasis en lo anterior y así,  tenemos un amplio catálogo de representaciones de fenómenos naturales firmadas por autores galos.

Dentro de esta lista, destaca mucho por la enorme fortuna en su empeño por emular el momento en que los elementos se unieron en un orden perfecto, dando como resultado nuestro mundo, la obra de J-F. Rebel “ Les éléments” .

El mismo Rebel, que publicó la obra en París después de su estreno en el Palacio de la Tullerías, escribió un interesantísimo prólogo explicativo donde detalla cómo, por ejemplo,  los  movimientos brillantes, rápidos y vivos en los violines, describirían al fuego, o cómo, cascadas ascendentes y descendentes en las flautas nos pintarían el ir y venir del agua.

Pero donde el ingenio de Rebel se agudizó en grado sumo,  fue cuando decidió, que la mejor manera de describir el caos, era hacer sonar todas las notas de la escala de re menor simultáneamente, dando como resultado, el que quizás sea el primer clúster de la historia.

Savall abordó con absoluta naturalidad las obras anunciadas . No es algo nuevo para nosotros verle muy cómodo y como en casa con un repertorio de vena francesa. Solo hay que recordar sus innumerables registros de autores como Couperin, Lully o Rameau. Savall entiende muy hondamente el alma del arte francés de la época y logra transmitir, ya sea a la viola da gamba o dirigiendo a sus diferentes agrupaciones, el gusto y el refinamiento que esta escuela requiere. Con Rebel, heredero natural del gran Lully la orquesta se mostró suelta y natural, llegando por momentos, a tener la impresión de verles tocar en el salón de casa con pijama y pantuflas gracias a la naturalidad con que todo sonaba. Los músicos de Le Concert des Nations llevan muchos años visitando esta manera de entender la música y el resultado es simplemente magnífico.

La suite escogida por Savall de la famosa Música Acuática fue la llamada suite de los cornos, por evidentemente contar con estos instrumentos en la plantilla orquestal. Haendel trazó este conjunto de partituras, para dar lucimiento a una serie de apariciones públicas efectuadas por el Rey Jorge I, antiguo príncipe de Hannover y ex patrón del compositor en el principado, que había heredado el trono británico, en una carambola de esa que solo las familias reales son capaces de entender.  El nuevo rey tenía un tremendo inconveniente para muchos de sus nuevos súbditos: no sabía inglés, ni estaba en absoluto familiarizado con nada que tuviera que ver con sus nuevos dominios. Para los británicos, era un alemán repelente, al que no querían en el trono. Un extraño que incluso, tenía para mayor escarnio público, solo amantes alemanas y no británicas (que siendo rey, majestad, la política lo impregna todo, caray) hasta esos límites de desconsideración habían llegado las cosas.

Haendel recibió el encargo de poner música que sirviera para ornar el paseo que su británica majestad quería hacer en junio de 1717, para que su pueblo lo conociera de cerca y en una de esas lo quisiera un poquito. El plan era que Jorge surcara el Támesis saliendo del Palacio de Whitehall ahora desaparecido y se dirigiera hacia Chelsea, almorzara en algún emplazamiento preparado ahí y de nueva cuenta, regresara por el mismo camino. Al parecer, tal iniciativa tuvo bastante éxito y los paseos por el Támesis se repitieron durante varios años.

La música es simplemente deliciosa, llena de potencia y un brillo por todos conocidos. Haendel, supo perfectamente proporcionar la música requerida para dar notoriedad a un rey prácticamente desconocido por su pueblo, y que este pudiera aparecer dignamente ante ellos.  En particular, la primera suite, que fue interpretada la noche del día 15 de febrero, cuenta en la plantilla orquestal con dos trompas, que tienen en esta obra uno de esos momentos en que tienen que aplicarse a fondo. Cualquier pequeño error puede dar pie a una catástrofe que se escuchará en toda la sala. Los músicos de mayor experiencia, y Savall cuenta con dos espléndidos intérpretes, al sentir la posibilidad de alguna desafinación, suelen ahogar la nota defectuosa o disimular lo más posible, sacrificando brillo, pero mimando mucho más el resultado final. Este fue el caso que nos tocó escuchar el pasado miércoles en el Palau, en que si bien las trompas, no brillaron en toda su majestuosidad, si tocaron con mayor seguridad y pudimos disfrutar de una buena lectura de toda la suite.

El caso del ballet pantomime Don Juan de Glück fue también paradigmático, pues fue abordado desde el más escrupuloso respeto del estilo clásico. Los fraseos fueron elegantes y naturales, y en general, el balance de la orquesta fue simplemente espléndido, marcando una diferencia estilística notoria con respecto a las obras de la primera parte. Algunas agrupaciones suelen naufragar en este punto y tocan casi del mismo modo un Rameau y un Mozart, sin distinguir en las arcadas o los ornamentos y la manera en que hay que hacerlos en una u otra época. Savall cuidó mucho esa parte y pudimos escuchar, como ya apunté anteriormente, una clara diferencia entre el mundo barroco de la primera parte del programa y el mundo clásico de la obra de Glück.

Digno prolegómeno del Don Giovanni de Mozart, el Don Juan de Glück culmina con  la famosa “Danza de las furias” que en la interpretación del maestro Savall, hizo vibrar al público congregado aquella noche, que justo al terminar  la lectura de este pasaje, ovacionó de pie durante largo rato a los artistas.

Savall se sabe querido por su gente y agradeció visiblemente emocionado por el cariño recibido, tomando la palabra brevemente para anunciar una pequeña propina que fue una danza de Rameau, en que el público fue invitado a participar dando palmas en los momentos en que el maestro lo indicara.

Huelga decir que la audiencia terminó la velada más que satisfecha, renovando el infinito cariño y respeto que se le tiene al maestro Savall y a todo su incansable trabajo. Quedamos a la espera de nuevas aventuras musicales encabezadas por este admirado maestro. Seguimos.