Con 30, ya es mayor de edad

Con 30, ya es mayor de edad

Llegar a la mayoría de edad con 30 años está muy, pero que muy bien. Si, querido lector, ser mayor de edad con 30 años, he dicho, pero no me refiero a una persona, aunque usted, no lo niegue, tiene en mente varios ejemplos de conocidos suyos que con 40 años o más aún no logran ser medianamente adultos. Pero la mayoría de edad de la que estoy hablando es la de una orquesta, en concreto la de la Jove Orquestra Nacional de Catalunya, más conocida por sus siglas JONC, que el pasado 11 de julio dio inicio a los festejos por sus 30 años de vida con un concierto en el Palau de la música de la capital catalana.

La ocasión era relevante, sin duda. La JONC es una orquesta que desde hace ya tiempo viene dado grandes y muy notables satisfacciones por los increíbles resultados que presenta en sus conciertos. Pero, sin duda, arrancar este aniversario con la ejecución de una obra como la Sinfonía núm. 9 en Re mayor de G. Mahler es hacerlo con una colosal  traca que se recordará por mucho tiempo.

La novena de Mahler es justamente el tipo de obra que jamás debe programar una orquesta de principiantes, al menos si pretendes mantener cohesionado al grupo, preservando su salud mental en buen estado y su prestigio en niveles aceptables. El grado de dificultad, tanto técnico como musical, es inmenso, tal es así , que muchas orquestas profesionales naufragan estrepitosamente en su abordaje. Mahler, literalmente, se despide de la vida en ella y lo hace vertiendo en esta partitura todo el inmenso cúmulo de conocimiento y experiencias que ha ido acumulando a lo largo del camino. Es un canto de amor a la vida, a la naturaleza, al amor mismo. Un hermoso adiós, materializado en una obra compleja y profunda, que requiere de sus intérpretes una absoluta solvencia técnica y una musicalidad inmensa. Un buen amigo violista lo resumía de una manera llana y contundente: «el problema es que tiene demasiadas notas y además hay que tocarlas muy rápido y afinadas».

Con esto, se hace muy difícil entender que una orquesta integrada por jóvenes entre los 18 y los 25 años puedan ni medianamente penetrar en los secretos de semejante obra. Pero, justo en ese punto, es cuando agrupaciones como la JONC rompen con lo que se podría esperar en condiciones «normales». Me explico: La Jove Orquestra Simfònica de Catalunya, que fue su nombre original, nació en 1993 teniendo como director fundador a Josep Pons, actual director de la Orquesta del Liceu y que fue quien dirigió el concierto de aniversario la noche del 11 de julio.

La orquesta, desde su nacimiento, buscaba sumarse al inmenso esfuerzo que se estaba dando en aquellos años para revertir décadas en que la educación musical en España había sido un absoluto erial. Los conservatorios no brindaban la posibilidad de que sus alumnos tuvieran apenas ninguna práctica orquestal real y la mayoría tenía que marcharse del país para poder concluir su formación musical con cara y ojos. Otros contadísimos casos pasaban por el duro trance de ser aprendices en alguna orquesta profesional, donde muchas veces, al ser absolutamente inexpertos, vivían experiencias humillantes por parte de sus «compañeros» de atril o del director de turno, generando en ellos un pozo cada vez más hondo de desencanto de la profesión.

La JONC nació al igual que el resto de orquestas juveniles que surgieron en esa época, para dar esa oportunidad a cientos de chicos que podían terminar de formarse en un ambiente controlado por profesionales que están ahí para enseñarles, para apostar por su talento y que este llenara nuestras orquestas con los años, como de hecho está comenzando a suceder. Tras treinta años de trabajo,  la JONC es un proyecto consolidado y en plena forma que se imbrica en una red de escuelas municipales y conservatorios que ofrecen a los jóvenes una educación de muy alta calidad. La JONC en cierto modo es la culminación de un proceso educativo que arranca muchos años atrás. En la JONC encuentran una dinámica de trabajo que les permitirá acceder a una orquesta profesional perfectamente preparados para dar lo mejor de ellos. Desde 2001, año en que Pons se retira de la orquesta como titular,  la dirección del proyecto recae en manos de Manel Valdivieso con quien el grupo ha logrado llegar al estado actual, que es simplemente esplendido.

La noche del 11 de julio, en muchos sentidos, fue una noche con una magia especial, pues tiene mucho de sorprendente y algo de mágico el que una orquesta integrada por jóvenes  entre los 18 y los 25 años abordara con tanta madurez una obra como la Sinfonía núm. 9 en Re mayor de G. Mahler.  Disfrutar de aquel concierto, fue ver la fusión de dos polos, de dos extremos. La orquesta, llena de jóvenes justo al inicio del camino, plenos de vida, de esperanzas que comienzan a materializarse, radiantes de talento y de una infinita pujanza que conmueve verles darlo todo, sumergidos en una obra que es el testamento vital y musical de un hombre que estaba a punto de fundirse con el absoluto en el atardecer de una vida plena y sorprendente . Los dos extremos de la existencia humana, ellos al inicio, el maestro a punto de partir y en medio un actor indispensable que los comunique: el director, Josep Pons, que brilló intensamente, convirtiéndose en factor sine qua non esa misteriosa alquimia jamás se hubiera llevado a cabo.

Que Pons es un gran director, ya lo sabíamos, pero la noche del 11 de julio fue una noche en que este experimentado maestro guió hábilmente por los intrincados caminos de la obra, cual Virgilio a una orquesta que lo necesitaba ávidamente. Sin él, aquello pudo naufragar por la talla de semejante reto. Su temple y buen hacer supieron canalizar y guiar el raudal de energía y talento que por momentos saltaba a borbotones aquella noche.

Sin duda, la mayoría de edad le ha llegado a la JONC, treinta años después de su nacimiento. Una mayoría de edad labrada con mucho trabajo, una mayoría de edad que llega preñada de mucha ilusión y que promete dar aun muchos y muy bien sazonados frutos a sus seguidores. Seguimos

Surcando el Colorado…

Surcando el Colorado…

Teniendo como marco el Palau de la Música de la ciudad de Barcelona, el pasado 19 de enero se presentó ante el público catalán una de las más prestigiadas orquestas alemanas del momento. Fundada en 1946 bajo el auspicio del land de Baviera, la Bamberger Symphoniker, dio una vez más muestra, ante un público que prácticamente abarrotó la sala que conciertos, de su altísima calidad musical; fruto de décadas de trabajo artístico serio y dedicado, contando además, con una de las más atractivas figuras musicales del momento como solista invitada: la violinista moldava Patricia Kopatchinskaja, que interpretó el Concierto para violín en Re mayor de I. Stravinsky.

Además del concierto de violín que cerró la primera parte del programa, este inició con la Berliner messe  de A. Pärt, concluyendo la velada con la celebérrima Sinfonía núm. 9, “del Nuevo Mundo” de A. Dvorak.

La parte coral de la Berliner messe corrió a cargo del   Orfeó Català, que realizó una lectura cuidada, limpia y perfectamente ajustada al texto de la obra.  De marcada inspiración confesional, la Berliner messe es una obra delicadísima, que está muy lejos de cualquier tipo de afectación emocional. Música minimalista, que envuelve a su escucha y paulatinamente lo lleva a un punto de ensimismamiento casi místico. No es una pieza que busque una vivencia emotiva o efusiva, sino más bien, una reacción reflexiva del espíritu.

La misa está construida partiendo de un tejido armónico simple pero muy delicado. Basándose en la técnica del tintinnabuli creada por el mismo Pärt,  busca reflejar, dentro de su aparente simpleza, lo fútil que puede ser nuestra propia existencia, llena de movimiento y afectación, frente a realidades aparentemente superadas por nuestro tiempo y que están ahí, discretas, casi ocultas, pero dando peso específico a nuestra existencia, dando dirección a nuestro devenir.

Tanto coro, como orquesta estuvieron más que afortunados en la lectura de esta singular partitura, que fue presentada en su versión más breve, pues fueron suprimidos en esta ocasión, tanto uno de los dos Aleluyas, como la secuencia Veni Sancte Spiritus, circunstancia ya prevista por su autor, interpretándose en esta ocasión, solo los cinco movimientos habituales del ordinario de la misa.

Para el final de la primera parte del programa, Patricia Kopatchinskaja realizó una maravillosa lectura del singular Concierto para violín en Re mayor de I. Stravinsky, obra que paulatinamente va adquiriendo el lugar que se merece dentro de los grandes conciertos para violín solista. El concierto para violín de Stravinsky es una partitura suigéneris, que solo está reservada a unos pocos artistas de la talla de la Kopatchinskaja, pues pese a que su autor declaró que no quería escribir un concierto virtuosístico a la antigua usanza de los grandes conciertos románticos, el resultado es una pieza iconoclasta, llena de un sarcasmo asido y un toque de humor negro. Cuenta con pasajes de una complejidad endiablada, solo accesibles a verdaderos virtuosos. Su lenguaje fresco y novedoso se articula en estructuras formales antiguas y consolidadas, en un claro ejemplo de la parábola evangélica del vino nuevo en odres viejos.

Patricia Kopatchinskaja no defraudó a los muchos que fueron a escucharla. Su absoluta entrega es innegable, su perfección tanto técnica como musical es indiscutible, convirtiéndola en una absoluta referencia del panorama musical actual.  Conocedora de cada uno de los secretos de la obra, abordó su lectura con una alegría contagiosa y durante el decurso de esta, trasmitió al público congregado una energía inagotable. Por momentos sus ojos reflejaban una suerte de embrujo que resultaba absolutamente embriagador. Kopatchinskaja en esos momentos no estaba en el Palau de la Música, sino ciertamente en otra realidad que era comunicaba a la respetable concurrencia, con el evocador sonido de su violín, un Giovani Francesci de 1834 y que debido a su sonoridad aviolada, hacía aún más evocador el contenido de la obra ejecutada.

Tras una rotunda ovación, Kopatchinskaja tomó la palabra y anunció al respetable, que interpretaría como propina la candencia final del concierto recién interpretado, que habitualmente no suele hacerse precisamente porque Stravisky quería huir de toda referencia al virtuosismo, así que ella, fiel a ese espíritu, la tocaría lo «menos virtuosamente» posible. Huelga decir, estimado lector, que aquello fue ya la más absoluta de las hipérboles de todo lo que hasta ese momento se había escuchado. Kopatchinskaja se aplicó a fondo en la cadencia y hacia el final de la misma, el concertino de la Bamberger Symphoniker, Ilian Garnetz, se unió a ella en un dúo fantástico que emocionó mucho a toda la sala. El lenguaje corporal de ambos hacía pensar en un par de chiquillos haciendo una diablura ante nuestros atónitos ojos. Una fantástica y genial travesura que mostraba hasta qué punto el arte y, en particular, la música, libera lo mejor del ser humano.

Como es lógico esperar, el Palau premió con una inmensa ovación aquella propina tan generosamente regalada y así con ese agradable sabor de boca nos fuimos al intermedio.

Como obra final del programa pudimos escuchar la Sinfonía núm. 9, “del Nuevo Mundo” de A. Dvorak, interpretada por el maestro Jakub Hruša brillante director checo y titular de la Bamberger Symphoniker y  que en breve dirigirá también los destinos de la Royal Opera House de Londres. Parco en indicaciones técnicas, Hruša es un director que conoce perfectamente su oficio y sabe cómo conducir a una orquesta del nivel de la Bamberger Symphoniker. Supo imprimir brío y nervio a la obra. La orquesta, siempre atenta y solicita, reflejó fielmente la voluntad de su director que, en nuestra opinión, en varios pasajes exageró la velocidad de los tempos y llevó al límite el ajuste de la pieza. En su empeño de presentar brillante y rotunda la sinfonía, pudimos escuchar pasajes a una velocidad de vértigo y con ello nos hurtó de la expresividad de los mismos para luego, en otros, bajar drásticamente esa velocidad y en delicados rubatos embelesar nuestro oído con finísimos fraseos. Hubiéramos preferido poder disfrutar de la sonoridad de la orquesta y de una obra tan querida de una manera más sosegada pero, aunque repito, no compartamos del todo las decisiones tomadas por su titular, es innegable el altísimo grado artístico tanto del mencionado maestro como de toda la orquesta.

Así llegamos al final de este espléndido concierto y quedamos a la espera de nuevas y estimulantes sorpresas musicales que nos depara la temporada de conciertos en este año. Seguimos.

 

Y sonreían al tocar

Y sonreían al tocar

Mi generación creció, musicalmente hablando, escuchando las grabaciones que Mitsuko Uchida realizó de los conciertos y sonatas Mozartianos. Cuando algún afortunado conseguía alguna grabación nueva -normalmente el que más recursos económicos tenía – se convertía en el compañero más asediado y solicitado del conservatorio. Todos soñábamos con llegar algún día a tocar tan solo una frase con la elegancia y el garbo de Uchida.  Nos maravillaba sobre todo la naturalidad con que sonaba aquella catarata sonora, que juzgábamos inocentemente sencilla y que al enfrentarnos con la partitura original, descubríamos complejísima en todos los sentidos, lo que reformaba nuestra absoluta admiración por ella.

Para un servidor fue conmovedor ver el pasado 11 de enero en el Palau de la Música de la capital catalana, a Mitsuko Uchida acompañada por la Mahler Chamber Orchestra interpretar dos de aquellos conciertos del genio de Salzburgo, que de joven escuché hasta casi rayar el disco. En concreto me refiero a el Concierto para piano núm. 5, K.175 y el núm. 25, K 503. El programa se completó con la ejecución de la magnífica sinfonía de cámara Núm. 1, op.9 de A. Schönberg.

Reservada y muy discreta como siempre lo ha sido, Uchida en su doble papel de solista y directora, fue recibida con una verdadera ovación por el público que practicante abarrotó el Palau. Los que esperábamos una noche memorable, no fuimos defraudados, porque corroboró con creces por qué es para muchos, uno de los referentes absolutos en cuanto a la obra Mozartiana.

El primer concierto es una obra juvenil, pese a tener el número 5 en la sucesión de los conciertos de Mozart. Realmente es el primero que escribió como obra autónoma. El virtuosismo que esta obra reclama, está muy lejos de lo que actualmente entendemos por tal, ya que es de hecho una obra más próxima a la música de cámara, que cuenta con un instrumento solista que apenas se está desarrollando en sus posibilidades expresivas. Es una pieza simplemente encantadora, por la que Mozart siempre sintió predilección y que  interpretó frecuentemente a lo largo de su vida. Fresco y de un optimismo contagioso, ha sido a lo largo de los años muy mal entendido, pues se le ha visto como poco complejo y con ello se le ha trivializado en exceso. Uchida logró quitar años y años de malas lecturas y presentó una interpretación  simplemente conmovedora, acompañada en todo momento por una orquesta de primer nivel, que, sobre todo, me sorprendió no solo por su alto nivel artístico, sino porque hacía mucho, pero mucho tiempo, que no veía a un grupo de músicos sonreír abiertamente, llenos de una extraña y contagiosa felicidad, tocando una obra de  Mozart.

Mucho se ha escrito sobre la manera tan peculiar de Uchida de dirigir, y circulan algunos videos en clave satírica al respecto. Ciertamente si uno se queda con lo que ve solamente, podría incluso, estar de acuerdo con los que tanto la critican. Pero la labor que ella realiza con los grupos con los que trabaja – y son unos cuantos, todos del más alto nivel –  se lleva a efecto en los ensayos. Es ahí donde la magia tiene lugar. La visión general de las piezas, los matices, la dirección por las que discurren sus interpretaciones, están marcadas al milímetro por ella y los músicos que integran las agrupaciones musicales, son sus colaboradores. La inmensa gama de matices y de texturas que logra, las pequeñas fluctuaciones en los tempos, los delicados tejidos contrapuntísticos que como por ensalmo de repente aparecen, son cosas que ha pulido muy arduamente con la orquesta en horas y horas de ensayo. Uchida es mucho más que una pianista virtuosa, es una música del más alto nivel con una concepción muy profunda de las obras que presenta.

La primera parte del concierto se completó con la lectura de la Sinfonía de cámara núm.1, op.9 de A Schönberg, primorosamente realizada  por 15 miembros de la Mahler Chamber Orchestra, guiados por su concertino, el alemán de origen brasileño Jose Maria Blumenschein. La agrupación lució sólida, rotunda, conocedora de cada uno de los entresijos de una partitura extraordinariamente compleja. Escrita en 1906, marcó el último linde que su autor tocó, justo antes de iniciar la aventura dodecafónica. De marcado aire tardo romántico es, sin lugar a duda, una obra genial, que exige de sus intérpretes un altísimo nivel técnico y de una absoluta compenetración para salir victorioso de la empresa que supone su interpretación. Schönberg lleva al límite no sólo al sistema tonal en esta obra, al ordenar sus acordes por cuartas justas y no por la tradicional tríada, sino que además, pide a los músicos que obtengan texturas nuevas, que se mezclen y se contesten  ágilmente en un diálogo fluido, que solo se detiene cuando la obra llega a su fin, manteniéndolos en un estado constante de tensión y entrega. En muchos sentidos, es una obra que desde el inició te toma violentamente por las solapas y reclama todo de ti, dejándote al concluir, con una sensación mezcla de plenitud y agotamiento emocional por la experiencia. Imagine usted si esto causa en la audiencia, lo que supone para sus intérpretes.

El concierto para piano núm. 25, K.503 de W.A.Mozart  fue la obra con que Mitsuko Uchida y la Mahler Chamber Orchestra concluyeron la velada, realizando una lectura simplemente perfecta de una de los grandes conciertos del genio de Salzburgo. De una complejidad y densidad inmensamente mayores que el primer concierto interpretado en la velada, el concierto núm.  25 es para muchos, la obra de referencia en el género de su autor, sin menoscabo claro esta,  del resto de sus conciertos. En él confluyen de manera afortunada, un lenguaje pianístico maduro, de un virtuosismo del más alto nivel, con un desarrollo sinfónico pleno y una musicalidad delicada y elegante. Uchida bordó la pieza, dando cátedra a todos los que esa noche le aplaudimos a rabiar.

Hay algo de maravilloso en ver envejecer con tanta grandeza a los que fueron tus referentes en los años de formación. Te muestran que siempre, siempre se puede continuar creciendo, que el camino nunca acaba y que precisamente ahí está lo fantástico de su recorrido.  Schönberg ya lo decía en su tratado de armonía, cuando puntualiza que lo que hace valioso el camino del arte, no es llegar a un punto determinado, sino recorrerlo y disfrutar de él.  Mitsuko Uchida es la viva imagen de esas palabras, siempre creciendo, siempre en la búsqueda. Por ello continuará siendo para muchos un absoluto referente de cómo conducirse en este mundo, y lo seguirá siendo hasta que exhale su último aliento.  Seguimos.

Una Yuja Wang de alturas siderales

Una Yuja Wang de alturas siderales

Uno de los más importantes directores mexicanos del último medio siglo, cuyo nombre no mencionaré por no venir a cuento, contaba en tono jocoso que tras recibir durante un tiempo prolongado clases de Sergi Celibidache, este asistió a un concierto dirigido por el entonces director en ciernes. Tras el concierto, y ya en el camerino, contaba que  lleno de recelo, le pidió a Celibidache su opinión sobre lo que había escuchado y visto. El veredicto del maestro fue demoledor y certero, le dijo: «has hecho todo mal, pero los músico te siguen, puedes dedicarte a dirigir perfectamente».

Esta divertida anécdota vino a mi memoria el pasado 14 de diciembre, tras ver unos minutos al maestro Santtu-Matias Rouvali al frente de la Philharmonia Orchestra en un concierto que tuvo lugar  en el Auditori de la capital catalana. Las primeras impresiones no suelen ser confiables, y en el que caso de nuestro maestro quedó patente, pues en un primer golpe de vista, tienes la impresión de que está haciendo algo mal, cuando realmente, lo que sucede es que Rouvali, pertenece a otro tipo de directores que tiene muy poco que ver con la imagen tradicional y romántica del director autoritario e iluminado que encandiló al público por décadas. A Rouvali los músicos lo siguen y de qué manera, porque es realmente un espléndido director. Más aún, estamos hablando de  un fantástico músico que sabe ver dónde hay que ver y atender, dónde hace falta atender, dejando de lado la imagen afectada e inspirada que todos tenemos en la retina cuando pensamos en el director arquetípico. Rouvali no es que se equivoque y los músicos lo sigan ciegamente como si fuera un flautista de Hamelín, más bien Rouvali hace las cosas de otra manera tremendamente efectiva.

Imagen ANTONI BOFILL

 

Tener la oportunidad de escuchar a la Philharmonia Orchestra es un absoluto lujo. Pertenece a ese reducido grupo de orquestas, que han colaborado a construir la historia reciente de la música. Algunas de sus cientos de grabaciones son absolutos documentos históricos. Solo hay que recordar que nombres como los de Karajan, Klemperer o Muti, por solo mencionar un puñado, están íntimamente ligados a esta agrupación británica, que cuenta con un sello muy propio de hacer y entender la música. Ahora bien, si a lo anterior, le sumamos que la solista invitada es Yuja Wang, la ocasión se convierte en imperdible y las personas que la noche del pasado 14 de diciembre prácticamente llenamos el Auditori, creo que así lo entendimos, pues el ambiente previo al inicio del concierto era el de una cierta expectación por disfrutar de un programa sumamente atractivo.

El romanticismo ruso fue el hilo conductor que vertebró el programa. De P. I. Chaikovski pudimos disfrutar a manera de grandes pilares que enmarcaron el concierto, dos de sus mas importantes obras: para iniciar la velada escuchamos la Obertura fantasía Romeo y Julieta, concluyendo con la Sinfonía Núm. 4 en fa menor, Op. 36.  El Concierto para piano Núm. 1 en fa sostenido menor, Op. 1 de S. Rajmáninov fue la tercera pieza que completaba este programa y que está de hecho, muy vinculada estilísticamente con resto de las obras ya mencionadas.

Sin lugar a duda, el gran atractivo de la noche era poder escuchar a Yuja Wang. La impresionante carrera internacional que está construyendo, la ha colocado como una de las más importantes pianistas del momento. La virtuosa mezcla que encontramos en ella, entre perfección técnica y musicalidad a raudales, es poco frecuente de ver. La noche del 14 de diciembre no defraudó. Desde hace ya tiempo Wang interpreta con normalidad el primer concierto de Rajmáninov, obra maravillosa del romanticismo ruso y que indudablemente tiene sus raíces en P.I. Chaikovski, autor al que  Rajmáninov reverenció durante toda su vida, pues ejerció una inmensa influencia sobre él, no solamente en lo musical, sino también a nivel personal. Este concierto, que lleva el número uno de su catálogo, fue revisado y reestructurado por su autor en 1917, ya con toda la experiencia que los años dan. La pieza mantiene la energía y la magia de la juventud, trabajadas por el rigor y el oficio de un compositor maduro. El primer concierto es una obra técnicamente reservada a pianistas del más alto nivel, que ha sido opacado por los dos conciertos que le siguen, que son sobradamente célebres. El mismo Rajmáninov se quejaba amargamente  de que en Estados Unidos, cuando él ofrecía tocar este concierto, siempre notaba una cierta desilusión , pues  realmente esperaban escuchar el segundo o el tercer concierto de piano.

Yuja Wang realizó una lectura de esta obra, simplemente impresionante, mostrando una perfección técnica pasmosa y una integridad y amor a la música que por momentos sobrecogieron a los asistentes. Pese a sus ya famosos vestidos, y todas las controversias que estos han traído a su carrera, Wang es una artista de tal envergadura que realmente uno concluye que estas son cuestiones que solo sirven al marketing y a llamar la atención sobre su persona, estando ella realmente en otra dimensión de las cosas. Lo anterior es muy notable cuando se le ve tocar en vivo. Sobrecoge ver el grado de concentración al que llega en una actuación. Pareciera que cada partícula de su ser estuviera siendo canalizada en generar ese torrente impresionante de música que nos inunda a los que tenemos la fortuna de escucharla. Por momentos, es como si Wang, estuviera en una dimensión alterna, donde, desde la intimidad, desde ese jardín secreto al que solo ella puede llegar,   mostrará su esencia más profunda a través de la música que el resto escuchamos asombrados .

Imagen ANTONI BOFILL

El público congregado en la sala ovacionó de pie eufórico su entrega, y ella retribuyó con tres espléndidas propinas; en primer lugar de F. Liszt, su arreglo para piano solo del fantástico lied de F. SchubertGretchen am Spinnrade”, después escuchamos de la Sonata Núm. 7 de S. ProkofievPrecipitao” para concluir con la “Toccatina” Op. 40 de N. Kapustin.

Tras la media parte el foco del concierto recayó de nueva cuenta en la Philharmonia Orchestra y en su director titular el joven Santtu-Matias Rouvali, que ya en el inicio de la jornada había realizado una buena lectura del Romeo y Julieta de Chaikovski, obra exigente a nivel técnico sobre todo para la sección de cuerdas, pero que está dentro de ese grupo de obras que diríamos, son agradecidas de tocar. Piezas que hacen que una buena orquesta brille intensamente porque todas las virtudes que esa agrupación pueda tener quedan al descubierto. No fue la excepción en este caso, dejando  de manifiesto la enorme calidad de la agrupación británica. Caso diferente es la 4ª sinfonía, que pese a ser una de sus obras más famosas, por sus innegables méritos artísticos, es una obra de complejo abordaje para cualquier agrupación sinfónica. La constante presencia de síncopas, el delicado trabajo de matices orquestales, el frecuente fluctuar del tempo, en largos y sutiles rubatos, entre otros muchos elementos, hacen que la sinfonía sea una partitura muy compleja de enfrentar, aunque estemos hablando de una gran orquesta.  Para el directo en cuestión, es una prueba de suficiencia lograr generar el delicado equilibrio que hace tan especial esta partitura.

Rouvali que pertenece, como lo he mencionado en el inicio, a otra estirpe de directores, es un hombre de estatura media, mesurado en sus gestos, casi frio por momentos, que no deja ver ningún tipo de afectación emotiva en su actuación que puede llegar a parecer distante o incluso desgarbada. Ahora bien, si uno observa con mayor detenimiento, descubre que su mirada, sus gestos, y en general, su atención, se concentra ahí donde hace falta estar. No se recrea en la hermosa melodía que el solista en cuestión expone para deleite de todos, si no que cuida y guía a las voces que por debajo sustentan al instrumento que ahora brilla. No baila y se solaza en patéticas gesticulaciones de tipo heroico, si no que parca, pero muy efectivamente, con movimientos cortos y bien marcados, cuida que los cimientos que soportan todo el edificio orquestal se mantengan en perfecto estado. Al verlo me recordó mucho las recomendaciones que R. Strauss hacía sobre cómo dirigir correctamente una orquesta, haciendo  hincapié sobre que un buen director tenía que transpirar lo menos posible, procurando no distraer  con sus presencia o gestos   al escucha, para que este se concentrara en lo que de verdad importa: la música.

Imagen ANTONI BOFILL

Cuadro uno ve y escucha el trabajo de este joven maestro, en una primera impresión llega a pensar, equivocadamente, que está haciendo realmente poco, o que directamente se está equivocando, como mencionaba en la historia arriba narrada, pero a los pocos minutos, uno tiene la firme imagen de estar ante un músico íntegro, que tiene muy claro lo que quiere entregar al público que ha venido a escucharle y sabe  perfectamente que  tiene que hacer para cumplir con su objetivo estético. Sin estridencias, sin dramatismos románticos que solo distraen al personal, Rouvali, cimbró profundamente el corazón de los ahí congregados, pues hizo sonar de una manera increíble a una de las más importantes orquestas del mundo. Sin duda, uno de los mejores conciertos del año, su sabor aún puede paladearse en el regusto tan grato que dejó por la calidad y sobre todo, por la hermosa promesa que la juventud de tan notables intérpretes nos hacen a los que amamos la música. Estamos pues de enhorabuena. Seguimos.

Fotografías cortesia de bcn classics. Fotógrafo Antoni Bofill.

«Un buen músico simplemente»

«Un buen músico simplemente»

A mis alumnos de antes, de ahora y los que vendrán. Con infinito agradecimiento por la buena educación que me habéis procurado. 

“No sabes lo que para mí significa venir todos los miércoles y viernes al Conservatorio, es algo que me da la vida, que hace que tenga ganas de levantarme de la cama”; “ Si no tuviera a la coral en mi vida, seguramente ya me hubiera muerto”; “No me imagino sin esta ilusión actualmente”. Estas son frases que alumnos adultos me han dicho a lo largo de estos años en que he tenido la oportunidad de trabajar con grupos de lo más diversos. Detrás de cada uno de los alumnos mayores de 18 años que he tenido, siempre suele existir una historia con la música que en algún momento se torció y pasado el tiempo, los astros, de nueva cuenta, se colocaron para llevarlos ha desatar ese nudo que llevaban años cargando. 

(más…)