Élégance et raffinement

Élégance et raffinement

Teniendo como marco el Palau de la Música de la ciudad de Barcelona, se presentó el pasado 15 de febrero una de las agrupaciones más queridas de casa nostraLe Concert des Nations, dirigidos por su fundador, el  maestro Jordi Savall. Con una sala casi llena, el programa anunciado estaba integrado por tres obras que giraban en torno de la danza barroca y el estilo a la francesa.  Así, en la primera parte, pudimos escuchar de J-F. Rebel la música para el ballet “Les éléments” concluyendo esta sección de la velada, con la Suite núm.1 de Fa mayor de la Música Acuática de G.F. Haendel. Tras un breve descansó el concierto continuó con la música para el ballet de C.W.Glück “ Don Juan” 

Una de las grandes aspiraciones del arte en el siglo XVIII, era que el arte imitara de la manera más perfecta posible a la naturaleza. Los músicos se afanaron para que su auditorio, sintiera como los ríos corrían o los pájaros cantaban al escuchar muchas de sus obras. Los maestros franceses pusieron un particular énfasis en lo anterior y así,  tenemos un amplio catálogo de representaciones de fenómenos naturales firmadas por autores galos.

Dentro de esta lista, destaca mucho por la enorme fortuna en su empeño por emular el momento en que los elementos se unieron en un orden perfecto, dando como resultado nuestro mundo, la obra de J-F. Rebel “ Les éléments” .

El mismo Rebel, que publicó la obra en París después de su estreno en el Palacio de la Tullerías, escribió un interesantísimo prólogo explicativo donde detalla cómo, por ejemplo,  los  movimientos brillantes, rápidos y vivos en los violines, describirían al fuego, o cómo, cascadas ascendentes y descendentes en las flautas nos pintarían el ir y venir del agua.

Pero donde el ingenio de Rebel se agudizó en grado sumo,  fue cuando decidió, que la mejor manera de describir el caos, era hacer sonar todas las notas de la escala de re menor simultáneamente, dando como resultado, el que quizás sea el primer clúster de la historia.

Savall abordó con absoluta naturalidad las obras anunciadas . No es algo nuevo para nosotros verle muy cómodo y como en casa con un repertorio de vena francesa. Solo hay que recordar sus innumerables registros de autores como Couperin, Lully o Rameau. Savall entiende muy hondamente el alma del arte francés de la época y logra transmitir, ya sea a la viola da gamba o dirigiendo a sus diferentes agrupaciones, el gusto y el refinamiento que esta escuela requiere. Con Rebel, heredero natural del gran Lully la orquesta se mostró suelta y natural, llegando por momentos, a tener la impresión de verles tocar en el salón de casa con pijama y pantuflas gracias a la naturalidad con que todo sonaba. Los músicos de Le Concert des Nations llevan muchos años visitando esta manera de entender la música y el resultado es simplemente magnífico.

La suite escogida por Savall de la famosa Música Acuática fue la llamada suite de los cornos, por evidentemente contar con estos instrumentos en la plantilla orquestal. Haendel trazó este conjunto de partituras, para dar lucimiento a una serie de apariciones públicas efectuadas por el Rey Jorge I, antiguo príncipe de Hannover y ex patrón del compositor en el principado, que había heredado el trono británico, en una carambola de esa que solo las familias reales son capaces de entender.  El nuevo rey tenía un tremendo inconveniente para muchos de sus nuevos súbditos: no sabía inglés, ni estaba en absoluto familiarizado con nada que tuviera que ver con sus nuevos dominios. Para los británicos, era un alemán repelente, al que no querían en el trono. Un extraño que incluso, tenía para mayor escarnio público, solo amantes alemanas y no británicas (que siendo rey, majestad, la política lo impregna todo, caray) hasta esos límites de desconsideración habían llegado las cosas.

Haendel recibió el encargo de poner música que sirviera para ornar el paseo que su británica majestad quería hacer en junio de 1717, para que su pueblo lo conociera de cerca y en una de esas lo quisiera un poquito. El plan era que Jorge surcara el Támesis saliendo del Palacio de Whitehall ahora desaparecido y se dirigiera hacia Chelsea, almorzara en algún emplazamiento preparado ahí y de nueva cuenta, regresara por el mismo camino. Al parecer, tal iniciativa tuvo bastante éxito y los paseos por el Támesis se repitieron durante varios años.

La música es simplemente deliciosa, llena de potencia y un brillo por todos conocidos. Haendel, supo perfectamente proporcionar la música requerida para dar notoriedad a un rey prácticamente desconocido por su pueblo, y que este pudiera aparecer dignamente ante ellos.  En particular, la primera suite, que fue interpretada la noche del día 15 de febrero, cuenta en la plantilla orquestal con dos trompas, que tienen en esta obra uno de esos momentos en que tienen que aplicarse a fondo. Cualquier pequeño error puede dar pie a una catástrofe que se escuchará en toda la sala. Los músicos de mayor experiencia, y Savall cuenta con dos espléndidos intérpretes, al sentir la posibilidad de alguna desafinación, suelen ahogar la nota defectuosa o disimular lo más posible, sacrificando brillo, pero mimando mucho más el resultado final. Este fue el caso que nos tocó escuchar el pasado miércoles en el Palau, en que si bien las trompas, no brillaron en toda su majestuosidad, si tocaron con mayor seguridad y pudimos disfrutar de una buena lectura de toda la suite.

El caso del ballet pantomime Don Juan de Glück fue también paradigmático, pues fue abordado desde el más escrupuloso respeto del estilo clásico. Los fraseos fueron elegantes y naturales, y en general, el balance de la orquesta fue simplemente espléndido, marcando una diferencia estilística notoria con respecto a las obras de la primera parte. Algunas agrupaciones suelen naufragar en este punto y tocan casi del mismo modo un Rameau y un Mozart, sin distinguir en las arcadas o los ornamentos y la manera en que hay que hacerlos en una u otra época. Savall cuidó mucho esa parte y pudimos escuchar, como ya apunté anteriormente, una clara diferencia entre el mundo barroco de la primera parte del programa y el mundo clásico de la obra de Glück.

Digno prolegómeno del Don Giovanni de Mozart, el Don Juan de Glück culmina con  la famosa “Danza de las furias” que en la interpretación del maestro Savall, hizo vibrar al público congregado aquella noche, que justo al terminar  la lectura de este pasaje, ovacionó de pie durante largo rato a los artistas.

Savall se sabe querido por su gente y agradeció visiblemente emocionado por el cariño recibido, tomando la palabra brevemente para anunciar una pequeña propina que fue una danza de Rameau, en que el público fue invitado a participar dando palmas en los momentos en que el maestro lo indicara.

Huelga decir que la audiencia terminó la velada más que satisfecha, renovando el infinito cariño y respeto que se le tiene al maestro Savall y a todo su incansable trabajo. Quedamos a la espera de nuevas aventuras musicales encabezadas por este admirado maestro. Seguimos.

 

Y sonreían al tocar

Y sonreían al tocar

Mi generación creció, musicalmente hablando, escuchando las grabaciones que Mitsuko Uchida realizó de los conciertos y sonatas Mozartianos. Cuando algún afortunado conseguía alguna grabación nueva -normalmente el que más recursos económicos tenía – se convertía en el compañero más asediado y solicitado del conservatorio. Todos soñábamos con llegar algún día a tocar tan solo una frase con la elegancia y el garbo de Uchida.  Nos maravillaba sobre todo la naturalidad con que sonaba aquella catarata sonora, que juzgábamos inocentemente sencilla y que al enfrentarnos con la partitura original, descubríamos complejísima en todos los sentidos, lo que reformaba nuestra absoluta admiración por ella.

Para un servidor fue conmovedor ver el pasado 11 de enero en el Palau de la Música de la capital catalana, a Mitsuko Uchida acompañada por la Mahler Chamber Orchestra interpretar dos de aquellos conciertos del genio de Salzburgo, que de joven escuché hasta casi rayar el disco. En concreto me refiero a el Concierto para piano núm. 5, K.175 y el núm. 25, K 503. El programa se completó con la ejecución de la magnífica sinfonía de cámara Núm. 1, op.9 de A. Schönberg.

Reservada y muy discreta como siempre lo ha sido, Uchida en su doble papel de solista y directora, fue recibida con una verdadera ovación por el público que practicante abarrotó el Palau. Los que esperábamos una noche memorable, no fuimos defraudados, porque corroboró con creces por qué es para muchos, uno de los referentes absolutos en cuanto a la obra Mozartiana.

El primer concierto es una obra juvenil, pese a tener el número 5 en la sucesión de los conciertos de Mozart. Realmente es el primero que escribió como obra autónoma. El virtuosismo que esta obra reclama, está muy lejos de lo que actualmente entendemos por tal, ya que es de hecho una obra más próxima a la música de cámara, que cuenta con un instrumento solista que apenas se está desarrollando en sus posibilidades expresivas. Es una pieza simplemente encantadora, por la que Mozart siempre sintió predilección y que  interpretó frecuentemente a lo largo de su vida. Fresco y de un optimismo contagioso, ha sido a lo largo de los años muy mal entendido, pues se le ha visto como poco complejo y con ello se le ha trivializado en exceso. Uchida logró quitar años y años de malas lecturas y presentó una interpretación  simplemente conmovedora, acompañada en todo momento por una orquesta de primer nivel, que, sobre todo, me sorprendió no solo por su alto nivel artístico, sino porque hacía mucho, pero mucho tiempo, que no veía a un grupo de músicos sonreír abiertamente, llenos de una extraña y contagiosa felicidad, tocando una obra de  Mozart.

Mucho se ha escrito sobre la manera tan peculiar de Uchida de dirigir, y circulan algunos videos en clave satírica al respecto. Ciertamente si uno se queda con lo que ve solamente, podría incluso, estar de acuerdo con los que tanto la critican. Pero la labor que ella realiza con los grupos con los que trabaja – y son unos cuantos, todos del más alto nivel –  se lleva a efecto en los ensayos. Es ahí donde la magia tiene lugar. La visión general de las piezas, los matices, la dirección por las que discurren sus interpretaciones, están marcadas al milímetro por ella y los músicos que integran las agrupaciones musicales, son sus colaboradores. La inmensa gama de matices y de texturas que logra, las pequeñas fluctuaciones en los tempos, los delicados tejidos contrapuntísticos que como por ensalmo de repente aparecen, son cosas que ha pulido muy arduamente con la orquesta en horas y horas de ensayo. Uchida es mucho más que una pianista virtuosa, es una música del más alto nivel con una concepción muy profunda de las obras que presenta.

La primera parte del concierto se completó con la lectura de la Sinfonía de cámara núm.1, op.9 de A Schönberg, primorosamente realizada  por 15 miembros de la Mahler Chamber Orchestra, guiados por su concertino, el alemán de origen brasileño Jose Maria Blumenschein. La agrupación lució sólida, rotunda, conocedora de cada uno de los entresijos de una partitura extraordinariamente compleja. Escrita en 1906, marcó el último linde que su autor tocó, justo antes de iniciar la aventura dodecafónica. De marcado aire tardo romántico es, sin lugar a duda, una obra genial, que exige de sus intérpretes un altísimo nivel técnico y de una absoluta compenetración para salir victorioso de la empresa que supone su interpretación. Schönberg lleva al límite no sólo al sistema tonal en esta obra, al ordenar sus acordes por cuartas justas y no por la tradicional tríada, sino que además, pide a los músicos que obtengan texturas nuevas, que se mezclen y se contesten  ágilmente en un diálogo fluido, que solo se detiene cuando la obra llega a su fin, manteniéndolos en un estado constante de tensión y entrega. En muchos sentidos, es una obra que desde el inició te toma violentamente por las solapas y reclama todo de ti, dejándote al concluir, con una sensación mezcla de plenitud y agotamiento emocional por la experiencia. Imagine usted si esto causa en la audiencia, lo que supone para sus intérpretes.

El concierto para piano núm. 25, K.503 de W.A.Mozart  fue la obra con que Mitsuko Uchida y la Mahler Chamber Orchestra concluyeron la velada, realizando una lectura simplemente perfecta de una de los grandes conciertos del genio de Salzburgo. De una complejidad y densidad inmensamente mayores que el primer concierto interpretado en la velada, el concierto núm.  25 es para muchos, la obra de referencia en el género de su autor, sin menoscabo claro esta,  del resto de sus conciertos. En él confluyen de manera afortunada, un lenguaje pianístico maduro, de un virtuosismo del más alto nivel, con un desarrollo sinfónico pleno y una musicalidad delicada y elegante. Uchida bordó la pieza, dando cátedra a todos los que esa noche le aplaudimos a rabiar.

Hay algo de maravilloso en ver envejecer con tanta grandeza a los que fueron tus referentes en los años de formación. Te muestran que siempre, siempre se puede continuar creciendo, que el camino nunca acaba y que precisamente ahí está lo fantástico de su recorrido.  Schönberg ya lo decía en su tratado de armonía, cuando puntualiza que lo que hace valioso el camino del arte, no es llegar a un punto determinado, sino recorrerlo y disfrutar de él.  Mitsuko Uchida es la viva imagen de esas palabras, siempre creciendo, siempre en la búsqueda. Por ello continuará siendo para muchos un absoluto referente de cómo conducirse en este mundo, y lo seguirá siendo hasta que exhale su último aliento.  Seguimos.

Curso de «Aria Antigua», el inicio de mucho por venir

Curso de «Aria Antigua», el inicio de mucho por venir

El pasado 19 de noviembre, tuvimos el enorme gusto de impartir un taller sobre el nacimiento de una de las  formas musicales más gustadas por todos los amantes de la ópera: el Aria.  Disfrutada enormemente por los melómanos del todo el mundo, el Aria está íntimamente unida a bellas melodías, que seducen nuestros oídos y cautivan nuestro corazón.   Invitado por el Estudi  de Cant AMN, en sus instalaciones ubicadas en Calle Vilapicina, 77 bajos, tuvimos el inmenso gusto de compartir con los alumnos inscritos, de una sesión que arrancó a las 10: 30 y concluyó a las 14 horas. Charlamos sobre cómo surgió esta forma musical y en qué contexto histórico lo hizo. Su lenta, pero hermosa evolución y su florecimiento en las más diversas manifestaciones musicales durante los siglos xvii y xviii. Abordamos además,  el siempre espinoso tema de los castrati y descubrimos solo un pequeño puñado de arias y su clasificación de acuerdo con su función dentro de una obra o según sus propias características de escritura.

A las 14 horas hicimos un pequeño pica pica con lo que los mismos alumnos trajeron para compartir, generando una convivencia muy amena y entrañable.  Tras el agradable paréntesis, retomamos el curso hasta las 17:30 horas, disfrutando de varias arias representativas del periodo trabajado decubriendo cómo estas, pueden variar en su lectura según el intérprete que las aborde.

 

Fue sin duda una experiencia realmente muy reconfortante y que abre la puerta a nuevos proyectos que están ya preparándose por parte de este cooltureta.

Y sigue ganando, noche tras noche

Y sigue ganando, noche tras noche

En enero de 1735 G.F. Haendel estrenó con gran éxito “Ariodante” en el Covent Garden de Londres. Era el primer título que presentaba para las temporadas del teatro londinense, después de su sonado fracaso como director del King’s Theatre en 1734. En esta nueva empresa, tendría que competir contra la Opera of the Nobility apoyada por el Príncipe de Gales, que mantenía un largo pulso contra su padre el rey Jorge II, quien apoyaba tácitamente al compositor, y que era una especie de continuación de otro pulso, que el mismo rey Jorge había mantenido con su padre, el finado Jorge I.

Haendel sabía lo que se jugaba en todos los sentidos, y se aplicó a fondo en esta nueva empresa, alumbrando una obra que es una colección de hermosas y sorprendentes arias, engarzadas por una trama donde los celos y el deseo sexual laten en cada acción.

Es Haendel en estado puro. Música de una belleza indescriptible, que trasciende, que supera los ornamentos y los formalismos con los que se presenta ante nosotros en apariencia. La  trama, simple y lineal, sacada de uno de los grandes textos del momento, el Orlando Furioso de Ariosto, es redimensionada por esta música. Los personajes simples y predecibles del libreto de Antonio Salvi,  se   vuelven creíbles y humanos , pues la musica les aporta  verdad dramática. Donde antes solo existía retórica vacía, ahora hay un ser humano sufriendo u odiando con todo su ser. Donde antes solo había forma, ahora hay un maravilloso contenido.

Como buena ópera barroca, Ariodante tiene como uno de sus principales cometidos, lucir a un personaje del resto que aparecen en la obra. Este personaje, solía ser interpretado por un castrato, al que se le encomendaban las arias más importantes y difíciles de la obra. Haendel, había tenido en Senesino, su gran cómplice vocal, pero éste, por temas económicos, se había pasado a la competencia. Para el Divo italiano el maestro había escrito sus mejores papeles protagónicos, y cuando se supo del divorcio entre los dos personajes, muchos en Londres apostaron por el fin de la carrera operística Haedel. Este responde en Ariodante con contundencia, confiando en un nuevo castrato: Giovanni Carestini que, aun sin el fuste del primero, defendió maravillosamente las nuevas obras escritas por el maestro.

La obra contaba además con la novedad de tener varios números de ballet. Tal ocasión era posible gracias a que el Covent Garden contaba con una compañía de baile dirigida por la entonces celebérrima Marie Sallé y que era realmente un auténtico lujo. El resultado fue un éxito rotundo en esa temporada de 1735 con 11 representaciones -todo un bombazo para la época- y la reposición en el cartel de la nueva temporada de 1736. Después de esta fecha, la nada, como tantas y tantas obras célebres en su momento, Ariodante cayó en el olvido hasta un tímido resurgimiento en 1926, para ser de nuevo escuchada en Birmingham en 1964.

En las décadas de los 80 ‘s y 90’ s varias puestas en escena la pusieron de nuevo en circulación, para dar paso a la programación de la obra en versión concierto. Tal fue el caso el pasado 3 de noviembre en el Palau de la Música Catalana en que, teniendo como cabeza de cartel al contratenor argentino Franco Fagioli, se presentó ante el público barcelonés, que la recibió con grandes aplausos al final de las más de tres horas de concierto.

Fagioli cumplió todas las expectativas que de él se tenían en su papel de Ariodante. Cantante de una depuradísima técnica vocal, asombró en cada una de sus arias, todas de una enorme dificultad técnica, en tanto había sido escritas en su momento para un virtuoso vocal como Carestini. Comparativamente hablando, es inmensa la diferencia en la complejidad técnica que podemos encontrar en las 6 arias escritas para este papel, en comparación con el resto de los personajes. Ariodante no tiene una sola aria sencilla o de fácil abordaje. Quien defiende este papel ha de ser un fuera de serie en todos los sentidos, de lo contrario, para la tercera aria, el agotamiento y el más espantoso ridículo está asegurado. Fagioli es extraordinario, cuenta con un control de su voz y la pone al servicio de la música. Su color vocal es voluptuoso, pero no demasiado denso, ya que puede abordar con ligereza cualquier tipo de ornamento. De presencia evidentemente histriónica, su desempeño en el escenario recuerda mucho a la gran Cecilia Bartoli, cayendo por momentos en la sobreactuación, pero sin por ello distraer al público de la música. Quizás la única cosa que podríamos objetar al inmenso artista que es Franco Fagioli, es la inexplicable actitud de solo pisar el escenario del Palau para cantar sus arias, abandonándolo justo después. Era como si por momentos Fagioli, interpretara no solo a Ariodante, sino también a uno de esos Divos castrati que cuándo se aparecían en el escenario para cantar sus arias lo hacían reclamando la admiración y el aplauso del público congregado. No lo sé, solo especulo. Cosas de un cooltureta.

Mélissa Petit en el papel de Ginevra cuenta con un timbre muy sonoro y que corrió espléndidamente por toda la sala. Posee elegancia y muy buen gusto al ornamentar, resolviendo las arias de dificultad con absoluta autoridad. Sarah Gilford, con una voz llena y potente, unos agudos muy brillantes y sonoros, cantó una Dalinda maravillosa. Su registro grave sin embargo, sufrió un poco, pues faltó definición y peso en las notas del registro, lo que fue compensado con una técnica notabilísima y una musicalidad a flor de piel. La mezzo Luciana Mancini encargada de interpretar al malvado Polinesso, tuvo una buena noche. Quizás sea, junto con el tenor norteamericano Nicholas Phan quien tuvo a su cargo el papel de Lucarnio, las voces más discretas del elenco. Mancini pose una voz carnosa y muy rotunda, con unos graves plenos y de mucho peso, pero sus agudos se desdibujaron, además de perder agilidad en algunos de los pasajes de mayor complejidad de sus arias, lo cual no restó ni un ápice el aplomo y la seguridad con que se desempeñó en el escenario, sacando adelante un papel complejo y quizás un poco ingrato.

En su primera aria “Del mio sol vezzosi rai…” Phan mostró una voz aterciopelada y llena de matices, muy apta para este repertorio. Abordó los agudos de la obra con suma elegancia, sin caer en estridencias, ni gritos innecesarios, ornamentando con muy buen gusto y en estilo. Lamentablemente “Il tuo sangue, ed il tuo zelo…” tercera de sus arias se le atragantó, sobre todo en las zonas de mayor ornamentación, perdiendo agilidad en la voz, bajando sensiblemente el tempo de la obra y terminando notablemente cansado tras la interpretación de dicha aria.

Alex Rosen finalmente fue el encargado de presentar el papel de rei d’Escòcia. Con una voz impresionante, el bajo norteamericano tuvo una noche de absoluta excepción. Su voz llenó hasta el último rincón de la sala de conciertos, con un registro grave potentísimo además de muy ágil, interpretó todas sus arias con absoluta solvencia, además de poseer una presencia escénica más que notable.

Pero la verdadera estrella de la noche en mi apreciación fue sin duda la orquesta Il Pomo d’Oro, magníficamente dirigida por el maestro George Petrou, que dio una cátedra de musicalidad y buen hacer en todos los sentidos durante toda la velada. Con una sonoridad que podríamos describir por momentos de rugosa, áspera y llena de una potencia sorprendente, acompañaron siempre sensibles y atentos a cada uno de los cantantes en el decurso de la obra. Como hasta el mejor puede tener algún error, podríamos mencionar de pasada el leve patinazo que tuvieron en la reexposición de “Neghittosi or voi che fate”  incidente que fue resuelto por la rápida intervención del maestro Petrou, que supo reaccionar casi de inmediato, dejando en casi imperceptible el percance.

Il Pomo d’Oro fue sin duda el elemento fundamental para que la magia que esa noche se vivió fuera posible. Con una madurez musical absoluta, son uno de los grupos de “música antigua” que más y mejor brillan en la actualidad y el jueves 3 de noviembre, demostraron ante el público barcelonés, el porqué de su enorme prestigio.

 El público que llenó en un 80 por ciento la sala del Palau de la Música ovacionó de pie a todos los artistas y mientras éstos entraban y salían, yo pensaba lo irónico que era pensar que cuando se estrenó Ariodante hace ya casi 300 años, el maestro se lo estaba jugando todo a esta carta. La situación incluso política en la corte inglesa era realmente poco favorable para él. Esa noche ganó y asombró a todos los que lo daban por amortizado. Mucho tiempo ha pasado ya y Haendel sigue ganando y sorprendiendo, y después de ver lo visto esta noche de noviembre en Barcelona, me temo que seguirá siendo así aun por mucho, mucho tiempo. Seguimos.

De la penumbra a la luz. De la soledad a la esperanza

De la penumbra a la luz. De la soledad a la esperanza

 

Existe una historia sobre W.A Mozart y su entonces joven alumno J.N Hummel, que nos narra como el impaciente alumno insistía ante el maestro en abordar de inmediato  la composición de una sinfonía, a lo que Mozart era renuente. Hummel, descorazonado con la negativa de su maestro, argumentó que Mozart a los 11 años ya había compuesto varias sinfonías e  incluso óperas. La respuesta de Mozart  es simplemente deliciosa: «la diferencia es que yo ya estaba listo y tú aún no».

Y precisamente, de preparados y muy  entusiasmados es que podemos calificar al público que llenó casi en su totalidad la sala del Palau de la Música para disfrutar del  programa presentado  por la Orquesta Filarmónica de La Scala, que fue la encargada de inaugurar por todo lo alto, el pasado 3 de octubre,  su nueva temporada de conciertos.  La Sinfonía núm. 1 de L.v. Beethoven y la Sinfonía núm. 1 “ Titán” de G. Mahler. son las obras que la orquesta milanesa  interpretó ante el público catalán. Al frente de la agrupación sinfónica estuvo su actual titular, el maestro Riccardo Chailly.

Traía también a cuento la historia arriba narrada, con todas sus dudas históricas claro, porque si algo nos queda claro en  las obras ya enumeradas, es que sus autores, al contrario del pobre Hummel,  estaban más que preparados para iniciar una aventura sinfónica de gran calado. Ambas piezas, son solo el inicio del camino, cierto, pero muestran a dos compositores muy maduros y en posesión ya de un lenguaje muy personal y consolidado, que sólo anuncia lo que está por llegar en sus posteriores obras.

Beethoven, sorprendiendo ya desde el inicio con esa entrada del todo inusual encargada a las maderas y que nos permite contactar con un joven maestro, que experimenta con las grandes formas, y que muestra una asombrosa facilidad para, de la nada, construir un entramado musical  perfectamente lógico y lleno de vida. Mahler, ya un sólido director orquestal cuando estrena esta obra, conocedor de todos los resortes que articulan a un orquesta, luciendo su inmensa capacidad de llevarnos  de la más profunda penumbra, al éxtasis más absoluto. Hay ya en esta obra ese amor por la naturaleza que siempre lo acompañó, pero también, está su obsesión con la muerte y lo grotesco. Hay fanfarrias triunfantes, y hay melodías que te hielan el alma con solo escucharlas. En ambos casos, al escuchar ambas sinfonías, se tiene  clara su autoría, pues cada nota escrita, contiene en su mas íntima esencia,  ese ADN  que las distingue y las remite a su origen  de manera inequívoca.

El programa, era una oportunidad tanto para la orquesta, como para el director de mostrar lo mejor de ellos mismos. El  primer movimiento de la sinfonía de Beethoven sufrió de estabilidad en el tempo, sobre todo al cambiar, del Adagio molto  con que arranca la obra, al Allegro con brío. Chailly marcó una velocidad que no fue asumida del todo por la orquesta, ralentizando la ejecución. El fresco primer movimiento no terminó de mostrar todo su aroma, en parte además, por un exceso de sonoridad en los cellos y bajos, que en ese misterioso proceso de acoplamiento a la acústica del Palau, hacía quizás, demasiada pesada la sonoridad resultante . La Orquesta Filarmónica de La Scala, es una agrupación grande y muy bien dotada de un buen número de atriles en cada sección. Tocar una primera sinfonía de Beethoven con 8 cellos y 6 bajos es quizás demasiado para la sala del Palau de la Música.  Suprimir un par de atriles, hubiera dado como resultado una sonoridad más fresca y ágil, que habría  permitido, por ejemplo, mantener con mayor facilidad el tempo originalmente marcado por Chailly.

Para el segundo movimiento, Andante cantabile con moto, la sonoridad se transformó. Todo fue etéreo y delicado, la música fluyó lenta y pausadamente. La orquesta terminó de ajustarse y las secciones perfectamente balanceadas entre sí, dieron  como resultado un bloque orquestal compacto.

El resto de la sinfonía mostró al público allí reunido, la enorme talla artística de la orquesta.  Tanto el tercero como el cuarto movimiento de esta obra, tienen un buen número de pasajes donde las secciones pueden desacoplarse, y hacer que la lectura naufrague o sufra en su decurso. Esto es más común  sobre todo en la sección de  metales, que suelen caer en la tentación de intentar  brillar por encima de sus compañeros, animados sobre todo,  por un tempo rápido que les permite desarrollar mucho el volumen de sus instrumentos. En el caso que nos ocupa, la orquesta lució una sonoridad,  balanceada y contenida. Con un aparato orquestal  sólido, y bien trabajado. Claro está  que detrás de esta magia  esta Riccardo Chailly,  director  sensible y muy  atento a la más mínima fluctuación  en su orquesta. Durante la ejecución suele dar los inputs necesarios para que la música suceda y luego deja fluir la energía. Respeta a sus músicos y no los importuna con gestos innecesarios o un control asfixiante, deja que la magia suceda en medio,  en esos momentos de libertad. Cuando escucha algo ligeramente fuera de lugar, sus manos rápidamente hacen un gesto mínimo al músico en cuestión o mira a la sección en apuros y reconduce la situación. Sus largos años al frente de orquestas de tradición germana  le han dado un conocimiento muy profundo del repertorio  austro alemán  y sobre todo, de uno de sus compositores fetiches: G. Mahler.

Decir Riccardo Chailly, es hablar de un experto en Mahler.  Había que disfrutar  por ejemplo, de la cátedra que dio en la segunda parte del Scherzo de la sinfonía, dibujando filigranas con el rubato indicado en la partitura. Podía contener y administrar el tempo con una soltura y una elegancia, solo al alcance de muy pocos. Y es que esta música, escrita por el mejor director de su generación, está pensada para que un buen director penetre en sus misterios  y la haga trascender lo más lejos posible, Chailly, es ese tipo de director. Son muchos años trabajando este repertorio, meditando los balances, conociendo cada resorte, cada enlace armónico, cada voz que canta y se oculta, son muchos años los que Mahler ha estado creciendo en un músico más que dotado, sensible y con unos medios técnicos impresionantes. El resultado fue una lectura inmensa, conmovedora, que nos llevó por los más variados  abismos  humanos, para depositarnos en la luz en la que concluye victoriosa la obra.

Muy atinada la programación presentada, y más si pensamos en que es este el concierto inaugural de una temporada que pretende, y hacemos votos porque así sea, recuperar el pulso normal de nuestra actividad musical, ya no solo en nuestra ciudad, sino a nivel mundial. Creo que precisamente la sinfonía de Mahler es el perfecto ejemplo de lo que han sido estos dos años  para nosotros y de cómo llenos de emoción, ahora regresamos a las salas de conciertos. Hemos estado esta época, como aparece en la obra Mahleriana, caminando llenos de miedo, víctimas de una pandemia que no entendíamos, que nos condenaba a la distancia y la soledad, un poco al modo de esa marcha fúnebre tocada por un contrabajo desafinado, entonando un «Frère Jacques» en modo menor.  Pero tras esa oscuridad, estamos ahora mismo deseosos de que la luz finalmente llene nuestras vidas y la música fluya y lo llene todo, precisamente tal y como termina la Sinfonía del maestro austriaco. Gran concierto inaugural e inmejorable augurio para una temporada que promete mucho. Seguimos

«El mejor» (I)

«El mejor» (I)

Es curioso como a un mismo evento, dos personas pueden darle una lectura absolutamente diferente. Me ocurrió hace algún tiempo con un estimado alumno, en un concierto en el Palau de la Música. Aquella había sido una gran velada.  Aquel distinguido artista había realizado un memorable concierto y había conmovido en extremo nuestra almas. A la salida, en las inmediaciones del bar del Palau vi  la imagen del mencionado alumno, que al reconocerme, contestó a mi saludo e hicimos por contactar. Yo le manifesté mi absoluto entusiasmo por lo vivido hacía unos pocos minutos y él se unió a mi apreciación, pero, lo hizo  con un velo de cierta tristeza que me sorprendió. Seguimos charlando entusiasmados y cuando llevábamos ya un rato, me confesó : “me ha gustado tanto, que me ha hecho preguntarme sobre lo que estoy haciendo en el piano”. Aquello me dejó frío cuando lo escuché.  El chico continuó explicándome que estaba muy frustrado, porque se había dado cuenta de que él jamás tocaría así de bien. La sensación de estar perdiendo lo invadia, pues sentía que jamás lograría ni el nivel técnico, ni mucho menos el musical, de aquel celebérrimo artista del que habíamos disfrutado un espléndido concierto.  Al final, incluso deslizó la idea de dejar el piano.

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