En la Encyclopédie, obra cumbre de la ilustración del siglo XVIII y que fue publicada bajo la dirección de dos de los más ilustres pensadores del momento, como fueron D. Diderot y J. d’Alembert, aparece una interesante entrada sobre la voz “Crítica” que dice:
“El deseo de conocer, muchas veces resulta estéril por exceso de actividad. La verdad requiere ser buscada, pero también precisa que se la espere, que se vaya por delante de ella, pero nunca más allá de ella. El crítico es el guía sabio que debe obligar al viajero a detenerse cuando se acaba el día, antes de que se extravíe en las tinieblas”
Sin la más mínima intención de erigirnos en guías sabios, creo que estas pertinentes palabras enmarcan con suma precisión, la labor que humildemente realizamos desde esta modesta trinchera. Quizás, simplemente, indiquemos nuestro parecer sobre los temas abordados, pero en épocas donde la palabra crítica, es tan poco utilizada, se hace necesario, y diría yo más bien, indispensable enarbolarla con toda determinación, para no ser devorados por esa inmensa masa acrítica que nos rodea.
Querido lector, espero que sepas disculpar mi anterior soflama, pues realmente he traído a colación la cita ilustrada a cuenta más bien de que, bajo mi parecer, describe perfectamente el estado actual de la carrera de G. Dudamel. Durante los últimos años, hemos visto como, primero, un jovencito simpático, hiperactivo y de despeinados rizos se dedicaba a saltar y gesticular sobre el podio de las mejores orquestas del mundo. Sus grabaciones de casi todo el llamado canón de la música orquestal, aparecieron a una velocidad impresionante, y muchos, ya en su momento, separaron la paja del trigo indicando, que, si bien el venezolano era un valor indudable, poseedor de un talento indiscutible, lo que se estaba presentando como algo excepcional, distaba un buen trecho de serlo. Años, horas de vuelo, reflexión y mucho trabajo, eran las grandes carencias que muchos observaron en él, nada que precisamente con el tiempo no pudiera ser solucionado.
Ese exceso de actividad que la cita del principio menciona, era la gran barrera que Dudamel ha tenido que enfrentar, pues cuando se tiene una agenda tan nutrida como la suya, te queda poco tiempo para la reflexión. Has de solucionar con efectividad muchos programas y muchas obras, y eso, repito, impide que puedas profundizar precisamente en ellas. Ahora bien, Dudamel cuenta entre sus muchas virtudes, con una memoria impresionante, capaz de retener casi todo el repertorio que trabaja y de no solo hacer los conciertos sin partitura, si no incluso ensayar sin ella. Cuando con 17 o 18 años te has aprendido una obra como la Segunda Sinfonía de G. Mahler y a lo largo de los años de tu carrera la has ido trabajando con muchas orquestas, casi sin quererlo y sin apenas darte cuenta, se da a efecto ese proceso que la cita del inicio menciona, la “verdad” de esa obra, comienza a tocarte y darse dentro de ti, y tu, como artista, comienzas a entender y a vivir muy de otro modo aquello que lleva tantos años dentro.
El pasado 27 de junio en el Palau de la Música de la ciudad de Barcelona, tuvimos la oportunidad de disfrutar de una clara muestra de lo anterior. G. Dudamel al frente de la Münchner Philharmoniker y contando con la participación del Orfeó Catalá y el Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana, además de la soprano Chen Reiss y la mezzosoprano Tamara Mumford, interpretaron la colosal Sinfonía Num. 2, “Resurrección” de G. Mahler.
Estamos hablando de una obra extensa en todas sus partes y que exige de todos los intérpretes involucrados una entrega absoluta. Mahler, es un autor que demanda una inmersión total dentro de su universo y Dudamel entiende perfectamente la manera en que el maestro austriaco construye sus obras. Con el tiempo, ha ido ganando en profundidad y esto quedó patente desde el inicio del concierto, pues pudimos disfrutar de una lectura muy bien planteada de la obra, llena de fraseos plenos de musicalidad y expresión y con una clara conciencia de la gran estructura. Lamentablemente, por momentos, la conexión entre la orquesta y director se interrumpió y algunas partes de la obra, no terminaron de encajar del todo. Era evidente, que Dudamel sabía perfectamente lo que quería, pero no logró comunicarlo del todo a una orquesta, que en muchos pasajes, lució ese mítico sonido germano, compacto y lleno de fuerza, pero en algunas otras, perdía esa impronta que tan característica le es.
Los dos coros, tanto el Orfeó como el Cor de Cambra, espléndidos, lo que hace que siendo talentos de “casa nostra”, sea doblemente agradable escucharlos con tan alto nivel artístico. La llegada del maestro Halsey al frente de estas instituciones corales tan nuestras, ha detonado un inmenso caudal de calidad que solo ha hecho más que comenzar.
Tanto la soprano Chen Reiss, como la Mezzo Tamara Munford, lucieron espléndidas, coronando una gran lectura de la colosal sinfonía de G. Mahler.
Hago votos porque este proceso de maduración, que a mi entender se ha iniciado ya en G Dudamel, nos dé por resultado, al enorme artista que sin lugar a duda es. Una contención en su gestualidad, además de una mayor atención a la construcción de las obras desde un fraseo lleno de sentido y sobre todo, una musicalidad que cada vez brota con mayor nitidez, son los elementos que nos hacen sentir confiados de que este proceso llegue a buen puerto. Talento tiene a raudales, confiemos que el mercado, una agenda desquiciada y los mil y un demonios que acompañan a la celebridad, no trunquen este virtuoso proceso, porque “La verdad requiere ser buscada, pero también precisa que se la espere”. Seguimos.
12 de julio de 2019