Veinte perlas de ambrosía

Veinte perlas de ambrosía

La ambrosía tradicionalmente se ha asociado al mundo de lo divino. Los dioses del olimpo tenían en ella su principal alimento. Es descrita como una miel, un néctar mediante el cual estos seres, restauraban su estado de inmortalidad y divinidad suprema. Incluso, si acudimos a  la raíz etimológica de la palabra, nos encontraremos en terrenos etéreos o paradisíacos, en tanto que ambrosía deriva del griego an, o sea, no, y brotós, que significa  mortal, con lo que, la palabra lleva implícita  la trascendencia de esta realidad mundana y nos  ubica de lleno en otra, una de celestiales dimensiones, no apta para sabores burdos o zafios. La ambrosía es un manjar solo apto para seres de paladar sensible y sutil.

Quien tiene la fortuna de recibir el inmenso regalo de una gota de este divino néctar, percibirá la vida desde otra altura y su día a día nunca volverá a ser igual.  Su percepción se afinará, los colores serán más intensos y los sonidos más vívidos. Los dioses compartirán con ese afortunado una pequeña parte del Olimpo y es por ello  que su existencia se verá definitivamente transformada.

Tales promesas nos han sido ofrecidas desde inmemorables siglos, por la tradición artística de nuestra cultura, existiendo obras particularmente dotadas de este selecto alimento. Fuentes privilegiadas, en donde algunas almas refinadas y sensibles abrevan, para poder renovar fuerza, emulando a los dioses del olimpo y así poder continuar con su  día a día, pletóricos de esta nueva inmortalidad así  renovada y transmitida por la obra de arte.

Fuente inagotable de ambrosía, sin duda, es la tradición del lied alemán. Destacando enormemente por su profundidad y delicadeza, los ciclos escritos por Franz Schubert.

El maestro austriaco encontró en esta forma músico-poética, el vehículo privilegiado para explorar las insondables profundidades del alma humana y mostrar los frutos de tales incursiones en ciclos pletóricos de una belleza poética refinada y serena, que, cuando se tiene el oído listo y la mente dispuesta, dejan el alma preñada de esa ambrosía antes mencionada en estas letras.

Teniendo como escenario el Palau de la Música de Barcelona, se presentó el pasado 15 de marzo, el tenor alemán Christoph Prégardien, acompañado por el maestro Roger Vignoles al piano, con un programa integrado por el ciclo de lieder “La bella molinera” de F. Schubert.

La ocasión era notable en tanto que ambos intérpretes cuentan con un enorme y más que justificado prestigio como intérpretes. Destacando en el caso de Prégardier, como un cantante particularmente afortunado en la interpretación de lieder y como uno de los mejores pianistas acompañantes del momento, en el caso del maestro Vignoles

La sala del Palau, reportó una buena entrada, aunque lejos del lleno total. Ya se sabe, este tipo de conciertos nunca han sido un gran reclamo de las grandes masas. Aun así, da gusto ver el enorme número de aficionados al Lied que hay en tierras catalanas y que disfrutaron enormemente de este ciclo, por demás paradigmático de la obra Schubertiana.

El ciclo, escrito en 1823 basándose en poemas de Wilhelm Müller y que parece ser, tienen su origen en algún tipo de decepción amorosa del poeta, narra el viaje que un joven  realiza desde la esperanza ante lo que puede ser conquistar el  amor  de una joven molinera y la vida que él desea tener a su lado, hasta  la desesperanza y profunda desesperación en la que se ve sumergido, cuando estos anhelos  no se ven realizados.  Tras la aparición de un rival superior a él, en este caso, un cazador que conquista el corazón de la bella molinera, nuestro  joven se hunde y ve en  la muerte su destino. Acude al río, viejo y conocido amigo que a lo largo de todo el ciclo es un elemento indispensable de la trama, para encontrar la calma perdida.

Es este río, el que al final, en el último lied, le canta una canción al desgraciado amante, que tras padecer las heridas de cupido, ahora descansa de sus sinsabores. Tranquilo en sus profundidades, es consolado de sus padecimientos.

La economía de medios que Schubert utiliza en sus ciclos de lieder es notable. No hay absolutamente nada  superfluo en esta música, solo hay poesía de alta calidad, una línea vocal muchas veces simple que dimana del texto y un acompañamiento pianístico que envuelve de las maneras más diversas los dos primeros elementos de la ecuación. Es finalmente poesía en estado puro, pequeñas perlas de ambrosía que requieren de verdaderos maestros que sepan abrevar en esta  fuente para poder entregar su mensaje al público.

Christoph Prégardien supo, sin duda, imprimir a cada palabra cantada el encanto y el peso requerido en cada momento. Construyó como un paciente orfebre una línea melódica amplia y bien cimentada que se desplegó por la sala, en cada uno de los 20 lieder que integran la obra.

Inició cantando  pletórico de felicidad, para luego mostrarse  seguro y locuaz. Al final y tras el lied «Der Jäger» («El cazador»), poco a poco fue hundiéndose; primero en los celos para, posteriormente, sumergirse en la desesperación más absoluta.

Aquel que estuvo esa noche en la sala, no pudo menos que sentir la insondable tristeza  de un corazón roto que lloraba su honda pena en el lied «Die liebe Farbe» («El color favorito») que en su tercera estrofa dice: Grabt mir ein Grab im Wasen, Deckt mich mit grünem Rasen: Mein Schatz hat’s Grün so gern. (Cavadme una tumba en la pradera cubriéndola de verde césped: a mi amada le gusta tanto ese color…)

Como broche de este memorable ciclo, el consuelo nos espera al final del camino. Así, el texto inicial del último lied“Des Baches Wiegenlied” (Canción de cuna del arroyo) dice: Gute Ruh, gute Ruh! Tu die Augen zu! Wandrer, du müder, du bist zu Haus. (¡Descansa feliz, reposa tranquilo! ¡Cierra tus ojos! Fatigado caminante, llegaste ya a tu hogar.) Prégadien, con infinita ternura entono, como si fueran una delicada canción de cuna aquellas palabras, y mientras disfrutábamos de aquello, era imposible no pensar en  un padre que amoroso arrulla a un hijo que cansado, regresa esperando consuelo y abrigo en sus brazos.

Veinte perlas de ambrosía nos fueron entregadas esa noche a los afortunados que nos congregamos en el Palau, en un concierto sin duda, absolutamente excepcional. Seguimos.