A inicios de 2023, una fuerte gripe padecida por uno de los más brillantes pianistas del momento privó a los aficionados de Barcelona de disfrutar de un concierto largamente esperado. Eugeni Kissin, que acababa de dar un maravilloso concierto en Madrid el 13 de febrero del pasado año, anunciaba unos días después que le era físicamente imposible presentarse en Barcelona el día 17, pues se encontraba severamente enfermo. Asimismo, se anunció por parte de BCN Clàssics que el maestro buscaría una nueva fecha para que los aficionados catalanes pudieran escucharlo en vivo. Ya se sabe que con artistas de este nivel, buscar una nueva fecha no es cosa de unas semanas, sobre todo si pensamos que este tipo de músicos vive con su vida planificada a varios años vista. Así que, una cierta desilusión nos invadió a varios.
Con mucho agrado descubrimos que en la presente temporada de conciertos 2023-2024, BCN Clàssicsfinalmente había logrado programar a Eugeni Kissin, que por cuarta ocasión colabora con ellos, efectuando tal concierto el pasado 8 de enero. Con un Palau de la Música absolutamente lleno, Barcelona se rindió a uno de los mejores pianistas de las últimas generaciones.
El programa del recital se abrió con la Sonata nº 27 op. 90 de L. van Beethoven, a la que siguió el Nocturno op. 48 nº 2 y la Fantasía en Fa menor op. 49 de F. Chopin. Tras un intermedio de veinte minutos, la segunda parte continuó con las 4 Baladas op. 10 de J. Brahms para concluir con la Sonata nº 2 de S. Prokófiev. Un programa realmente exigente y muy variado, que le permitió desplegar ante el público barcelonés un amplio abanico de posibilidades tanto técnicas como estilísticas, que dejaron claramente el extraordinario artista que es sin duda Eugeni Kissin.
Hablar de Kissin a estas alturas del partido es hablar de un artista al que acompaña una mística muy especial, pues en él confluyen numerosos elementos que lo hacen sencillamente excepcional, entre ellos están: una apabullante perfección técnica; una facilidad casi milagrosa para casi cualquier pasaje endiablado que se materializa con una naturalidad pasmosa; una solidez conceptual preclara a la hora de construir cada una de las obras que aborda; una sonoridad siempre balanceada, sin el más mínimo atisbo de exceso. A esto se suma una sobrecogedora capacidad expresiva en sus matices, pues lo mismo logra atronadores fortísimos, como delicados pianissimos; un escrupuloso y siempre atinado gusto por la articulación correcta y el fraseo adecuado; en fin, ya lo ves, querido lector, la lista es larga, pero muchos son los méritos del maestro y es que cuando se está ante un artista de semejante categoría, uno se siente irremediablemente impelido a decir y glosar los enormes méritos que le adornan.
Imagen ANTONI BOFILL
El programa prometía mucho desde la primera obra, que en este caso fue la Sonata nº 27 op. 90 de L. Van Beethoven, sonata de transición en la obra del maestro de Bonn, donde su lenguaje pianístico se vuelve más experimental e íntimo, nutriéndose de texturas nunca antes exploradas. La música gana en complejidad armónica y densidad sonora. Beethoven, tras varios años sin componer una sonata para piano, inicia el camino que conducirá a obras tan icónicas como la Hammerklavier o la Op. 111.
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Kissin supo abordar los dos movimientos de la obra con una serenidad y una musicalidad casi sobrecogedoras. Penetró en la compleja madeja de pasajes contrapuntísticos que la constituyen, manejando con absoluto control las tensiones y distensiones necesarias para articularlas en algo sólido y conmovedor. Diferenciando con una sonoridad precisa y clara, pero sin caer en estridencias, el matiz y el sentido de cada una de las voces de esta pieza, y a su vez aglutinándolas cuando así lo requería la música. Nos llevó del brillo y la alegría del inicio de la sonata a la relajación y la paz del final, pero pasando por un mundo de tensiones y emociones.
Chopin es un autor al que Kissin ha dedicado grandes momentos de su carrera. Sus interpretaciones tanto de los nocturnos, valses, conciertos y en general de toda la obra del maestro polaco son simplemente referenciales. La noche del 8 de enero maravilló al público de Palau con dos hermosas interpretaciones del Nocturno op. 48 nº 2 y de la Fantasía en Fa menor op. 49, obras que entre ellas guardan una estrecha relación, al ser escritas en la misma época vital del maestro, pero que discurren por caminos diferentes.
El nocturno es una obra que, pese a su inmensa expresividad, se mantiene dentro de unos límites bien marcados por la misma forma del nocturno. Chopin maneja deliciosamente las posibilidades que esta estructura le aporta y juega con los cromatismos internos de la armonía, para sobre ellos desplegar una hermosa y lírica melodía en la primera parte de la pieza. La distensión y un cierto aire de candor llenan la música en su segunda parte, que contrasta con la primera, a la que volverá después de que esta concluya, llenando nuevamente el ambiente de una exquisita y delicada melancolía.
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La fantasía, por el contrario, tiene sólo como margen la misma imaginación del creador. Chopin en este caso, pese a lo difuso de los límites formales que la estructura parece darle, concibe un entramado formal muy sólido y nítido, para que ello sirva de contenedor de una de las obras más vehementes y dramáticas de su catálogo.
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Kissin bordó ambas partituras, mostrándose delicado y comedido en la primera; cuidando mucho los matices y los delicados contrastes, además de lucir un fraseo perfecto, regalando a la concurrencia una lectura simplemente deliciosa por su elegancia y elocuencia. Para la fantasía el reto fue mayor y las tensiones y todo el dramatismo que la obra encierra, se desplegó libremente. Así, tras, por ejemplo, la lenta y pausada introducción en fa menor, sorprendió enormemente el impetuoso agitato siguiente, al que Kissin imprimió una fuerza muy notable, apoyando su despliegue armónico en unos sólidos y robustos bajos que cimentaron todo el pasaje, para dar paso a un etéreo lento sostenuto, que abordó con calma y serenidad, embriagando a la sala con la delicadeza de una música casi beatífica. El regreso de las convulsiones y el dramatismo de uno de los pasajes más apasionados de la obra nos llevó al delicado final con que concluye esta partitura que Kissin conoce tan profundamente.
Tras la media parte, el turno fue para las Cuatro Baladas op. 10 de J. Brahms, fantásticas muestras del inmenso talento de un joven Brahms que acababa de trabar relación muy estrecha con el matrimonio Schumann, con todo lo que esto trajo tanto para él, como para el ya consagrado Robert Schumann y su esposa, la genial Clara Wieck. Cada una de las cuatro baladas muestra a un Brahms que, pese a su juventud – apenas 21 años-, es ya un compositor con un lenguaje muy personal, poseedor de un oficio consumado y que conoce todos los secretos del piano.
Las Cuatro Baladas pertenecen al primer período creativo del maestro dentro de su obra pianística. Están por llegar obras tan brillantes y virtuosísticas como las Variaciones y fuga sobre un tema de Händel, op. 24 o los profundamente reflexivos Tres intermezzi per a piano, op. 117. Las Baladas son obras de una belleza sobrecogedora, destacando por su sereno lirismo y su inspirada profundidad.
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Sin menoscabo del resto, la cuarta de ellas, el Andante con moto, fue donde el maestro, alcanzó uno de los momentos más conmovedores de la noche, pues con un «touché» preciso y sutil hizo cantar la melodía evocadora que, marcada por Brahms con esta precisa indicación «col intimissimo sentimento ma senza troppo marcare la Melodia», Kissin conmovió a todo su auditorio, por la delicadeza, la belleza, la sutileza con que abordó el pasaje, en un ejercicio de pura filigrana y musicalidad exquisita
Tras las mieles de tan delicada obra, siguió la rotunda y colosal Sonata nº 2 de S. Prokófiev, obra igualmente juvenil de su autor, que en el momento de su escritura era ya un absoluto virtuoso del piano, conocedor de todos los mecanismos y los resortes más íntimos del instrumento. La Sonata nº 2 es una obra trepidante, llena de enormes retos técnicos para su interpretación. Donde confluyen y se reconcilian felizmente elementos aparentemente disímiles y que formarán parte del sello distintivo de su autor. Así, bajo una estética evidentemente neoclásica, escuchamos ritmos frenéticos, contrapuntos que se mezclan chocando unos con otros, tejiendo una urdimbre compleja y delirante por momentos.
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Kissin, gran conocedor de Prokófiev, desplegó todo su arsenal técnico y firmó una colosal lectura de la pieza, culminando el concierto por todo lo alto. El cuarto movimiento, en particular, fue simplemente sorprendente, pues abordó esta tocata llena de furia, con un brío contagioso. Desplegando los arpegios, saltos, adornos, acordes y ritmos martilleantes con una precisión pasmosa, siempre manteniendo el fuego y el brío marcado desde el inicio. Así, al concluir la obra, remató la velada con un final absolutamente trepidante que arrancó una rotunda ovación en el público congregado en la sala del Palau de la Música.
Imagen ANTONI BOFILL
Generoso, agradeció el calor del público catalán y regaló varios bises: primero escuchamos la Mazurka en Do sostenido menor op.63/3 de Chopin, posteriormente la Marcha de Prokófiev, concluyendo la noche con el Vals núm. 15 en La bemol mayor op.39, de Brahms.
Esperamos ya de nueva cuenta poder escuchar a Eugeni Kissin por Barcelona. Por el momento, para los interesados, para el 19 de marzo hay la oportunidad de escucharle en Madrid en dúo con el barítono Matthias Goerne. Siempre valdrá la pena hacer un viajecito a la Villa y Corte para disfrutar de un concierto de semejantes músicos y de paso hacer alguna escala, quizás por el Prado. No suena nada mal. ¿Os animáis? Seguimos.
Fotografías cortesía de bcn classics. Fotógrafo Antoni Bofill
El origen de los actuales recitales pianísticos lo podemos encontrar, como tantas cosas de nuestra actual práctica musical, en el siglo XIX. Parece ser que fue Liszt quien, a partir de las bohemias tertulias poético-musicales que solían darse en aquellos años, y en las que el virtuoso maestro solía embriagar a sus asistentes con toda clase de sortilegios musicales, depuró la idea de encontrar un espacio privilegiado en el que un solista y su público tuvieran acceso a un lugar donde la magia de su piano desplegara todos sus encantamientos.
El recital de piano moderno nace de esta idea: transportar, afectar hasta la médula a sus asistentes, con la ejecución de un programa en el que el artista protagonista permitiera a los oyentes el acceso al jardín del Elíseo a los congregados para escucharle.
Este esquema ha ido pasando con los años y, con mayor o menor fortuna, se ha mantenido casi intacto. Dependiendo del pianista en cuestión, la velada podía ser una privilegiada cita con las musas o una amigable entrega a Morfeo, pero dentro de la práctica musical actual, el formato del recital, pese a todo, no tiene visos de evolucionar hacia una propuesta diferente.
Ahora bien, para que un recital de piano hoy día subyugue realmente, las cualidades del pianista deben ser muy notables. No es fácil mantener inmerso a un público como el actual, rodeado de constantes estímulos (hiperactividad, móviles, redes sociales, etc.) y acostumbrado a estos estímulos frenéticos a lo largo del día. De nada sirven las vehementes súplicas de los auditorios en todo el mundo para apagar el móvil y encontrar un pequeño paréntesis de tranquilidad. Siempre, siempre, hay algún «distraído» que se olvida de apagar el móvil y que, además, tiene la «mala suerte» de que le llamen en el momento menos oportuno para el resto de la concurrencia, rompiendo muchas veces ese sacrosanto momento de silencio beatífico que se había creado.
Así, con un auditorio hiperestimulado y con una capacidad de concentración más bien baja, plantear un programa de poco más de dos horas de música para piano solo es, sin duda, una proeza. Querido lector, espero poder ser bien entendido, no estoy hablando de pasar de algún modo más o menos atento dos horas sentado en una butaca de un hermoso auditorio o teatro, escuchando un poco por encima la agradable música que un señor con notables dotes musicales hace. En absoluto, me refiero a pasar casi con embeleso dos horas de nuestras vidas de una manera absolutamente inmersos y sin posibilidad de escapar, en un estado casi de gracia, y eso, querido lector, en la actualidad es cada vez más difícil de lograr, por las causas, entre otras muchas, que mencioné antes.
Daniil Trífonov lleva tiempo demostrando que es capaz de afrontar con absoluta solvencia el reto de realizar recitales de piano solo y lograr aquellas ensoñaciones cuasi mágicas que Liszt había planteado en los orígenes de esta práctica. Lo que lo constituye en casi un taumaturgo del piano, pues obra en su público verdaderos milagros internos, además de crear absolutos prodigios musicales, solo accesibles a unos pocos en la historia.
Escuchar a Trífonov en vivo es, sin duda, toda una experiencia que hay que vivir para entender cabalmente lo que es un artista con mayúsculas. Pese a sus escasos 32 años, Trífonov ha logrado crear ya en torno suyo una cierta mística, que lo une a nombres como Sokolov o Kisin, aunque al oírlo tocar y analizar su abordaje de las obras, el recuerdo más marcado es sin duda el de Horowitz. Todos rusos, cierto, y todos unidos por una colosal y sólida tradición de hacer y vivir la música.
El pasado 29 de noviembre, en el Palau de la Música de la ciudad de Barcelona, Daniil Trífonov presentó un programa sorprendente, extenso y muy variado, que permitió disfrutar de la enorme paleta expresiva y demostrar que es un todo terreno. Hacer convivir en un mismo programa la Suite en la menor de las Nouvelles Suites pour le clavecín de Rameau con la Hammerklavier de Beethoven no es tarea fácil, y Trífonov logró leer en lo más profundo de cada una de las cuatro obras seleccionadas y, siendo fiel a sus autores y al mensaje encontrado en ellas, transmitirlo a los congregados en la sala de conciertos.
No es mi deseo aburrir al paciente lector que lee estas letras y por ello no abundaré en detalles demasiado técnicos de cada uno de los movimientos de las obras, aunque materia hay y mucho, porque en cada una de las piezas, Trífonov realizó una lectura profundamente personal, y es justo ahí donde radica parte de la magia de este pianista, que se toma algunas libertades interpretativas, y en Rameau lo hizo y mucho, pero lo hace con tan sólidos argumentos musicales que la obra no sufre en su constitución más elemental, sino que surge al oído del oyente llena de vida y robustecida por la lectura que hace.
Un ejemplo claro de lo anterior, como lo hemos mencionado, fue su interpretación de la obra de Rameau, que a los más puristas quizás pueda parecerles demasiado afectada o que no respeta ciertas tradiciones interpretativas de la época, pero es que ya el solo hecho de tocar estas obras en piano, estamos casi hablando de una transcripción; los recursos expresivos del piano modernos nada tienen que ver con los del clave que conoció Rameau. Así, Trífonov abordó la pieza, ya desde la allemande inicial en un tempo muy amplio, deleitándose en profusas ornamentaciones que la obra requiere y que son el corazón expresivo de la misma. Esta música, en su concepción original, al ser tan delicada en su sonoridad, requiere que sus finas líneas melódicas, al exponerse, sean primorosamente ornamentadas, y en su conjunto, las diferentes danzas son una constante exigencia de control técnico y de balance en cada una de sus articulaciones. Trífonov logró sobradamente construir un paisaje perfectamente sobrio, sereno, en el que cada una de las partes estaba justamente en su lugar; cumpliendo su función, sumándose al todo y generando un conjunto realmente conmovedor.
Una de las sonatas maduras de Mozart, en concreto la escrita en fa mayor con el número de catálogo K 332, fue la obra que permitió apreciar la agilidad casi acrobática de Trífonov. Sobre todo en los dos movimientos extremos de la sonata, que fueron abordados en tempos muy rápidos y decididos y ello no mermó en nada las posibilidades en cuanto a precisión y perfección técnica de su lectura. Dejándonos con un grato sabor de boca, al finalizar el Allegro assai final, sobre todo por su frescura y su saber crear los pertinentes contrastes entre los fortes y los pianos marcados por el compositor; todo esto dentro de una perfecta observancia de un depurado y elegante estilo interpretativo.
Las Variaciones serias op. 54 de Mendelssohn fueron la obra con la que cerramos la primera parte del concierto. Pieza llena de elegancia y virtuosismo a partes iguales, fue abordada con maestría por Trífonov, que logró una lectura simplemente fulgurante de ella. Trífonov tuvo en estas 17 variaciones la posibilidad perfecta de desplegar toda la intensidad de sus recursos técnicos, en las partes más rápidas y virtuosísticas, así como deleitarse con comedidos legatos, haciendo cantar con delicadeza las melodías más sublimes que esta obra encierra. Casi al final de la partitura, en la última variación, supo construir muy sabiamente la tensión necesaria, para que el final de la pieza, marcado en Presto, explotara en toda su dimensión, dejando un hondo impacto en la audiencia congregada.
El plato fuerte de la sesión, y hay que ver que lo que hasta ahora hemos escuchado no eran en ningún caso naderías o piezas de gabinete, fue la inmensa sonata «Hammerklavier» de Beethoven. Obra axial en la historia de la literatura pianística, en tanto que tras su publicación en 1819 esta sonata se transformó para las generaciones venideras en un verdadero eje, en un punto de referencia en cuanto a la verdadera comprensión del arte de tocar el piano. Fue precisamente Liszt, el «creador» del recital pianístico del que antes hablábamos, quien pudo abordar la obra plenamente por primera vez, al parecer en París en 1836, pues tras la muerte de Beethoven, ningún pianista había podido enfrentar el reto de interpretar la obra.
La «Hammerklavier» lleva al límite todos los recursos tanto técnicos como expresivos de sus intérpretes y Trífonov no defraudó, dando todo y más durante los más de cuarenta y cinco minutos que dura la obra. La intensidad emocional, el absoluto dominio del instrumento y una concepción profundísima del sentido más hondo de la obra, son algunos de los elementos que podemos destacar de una interpretación simplemente pasmosa de esta colosal partitura.
Casos muy destacados fueron sin duda los dos movimientos finales de la sonata. El Adagio sostenuto fue escalofriante. Escuchar la profundidad, la hondura y el inmenso sentimiento con que Trífonov se sumergió en este maravilloso movimiento cortaba la respiración. Era imposible escuchar aquello y no sentirse hondamente conmovido con aquella música, lo que además, siendo Trífonov muy amigo de los tempos trepidantes, sorprendió aún más, por lo reposado de su concepción de este movimiento.
La llegada del Allegro risoluto resonó en toda su contundencia y compleja estructura contrapuntística en manos de Trífonov lleno de un extraño sortilegio y cuyo apabullante final fue la palmaria muestra de la inmensa categoría artística de uno de los más grandes pianistas de la actualidad. La fuga final, pasaje de una complejidad absolutamente endiablada, fue resuelto con una autoridad y una solvencia tanto técnica como musical arrolladora, causando en la concurrencia, al llegar el final, una atronadora aclamación a un artista de tal categoría.
Tras la inmensa ovación, pese a lo extenso y agotador del programa, Trífonov regalo dos propinas, ambos arreglos del mismo Trífonov al parecer de música del pianista de jazz Art Tatum.
Un increíble concierto que logró alturas celestiales en su segunda parte, motivo por el cual, cabe perfectamente el juego de palabras, teniendo como referente al antiguo testamento, con lo que podríamos hablar ya del «Rey Daniil», que esperemos reine sobre el piano largos y venturosos años. Seguimos.
Con la sala del Palau de la Música prácticamente llena, la noche del pasado 17 de octubre, BCN Classics dio inicio a su nueva temporada de conciertos. Contando con el fantástico violinista Maxim Vengerov, acompañado al piano por Roustem Saitkoulov, brindaron un concierto que dejó un grato sabor de boca a los asistentes de tan notable velada.
Tras un clamoroso éxito en Shanghái el 12 de octubre pasado, Maxim Vengerov se presentó ante el público barcelonés, demostrando con creces por qué para muchos no solo es uno de los mejores violinistas del momento, sino uno de los músicos más sorprendentes de la actualidad. Con una musicalidad a flor de piel y una técnica simplemente perfecta, casi insuperable, Vengerov sabe adaptarse perfectamente a las exigencias de cada obra. Su acercamiento a cada texto musical es humilde, como él mismo parece ser en lo personal, poniendo a disposición de cada obra interpretada por él sus inmensas habilidades musicales. Su violín no suena igual cuando aborda a Brahms o Schumann que cuando toca una sonata de Prokofiev. En el primer repertorio, el sonido es pura poesía, construyendo nota a nota las melodías, respetando el fraseo preciso y la articulación justa. Su lectura es elegante y sobria, sin perder por ello garra y enjundia. Por el contrario, con Prokofiev, lo que Vengerov genera es una verdadera arma de destrucción masiva, logrando con su violín traspasar muros de concreto armado que se tornan de papel cuché ante la fuerza rítmica y la furia sonora que desprende desde su instrumento. Estamos hablando en ambos casos, de universos disímiles, mundos sonoros infinitamente diferentes en los que Vengerov sabe cómo penetrar en su secretos, traducir su mensaje más íntimo y comunicarlo a su público, revelándolo esto, como un artista consumado y no solo como un instrumentista competente.
Fotografía cortesia de bcn classics
El programa que presentaba estaba integrado en su primera parte por tres obras que están íntimamente conectadas, ya que fueron concebidas por sus autores en fechas muy próximas y porque los tres compositores mantenían una relación muy estrecha a nivel personal. El concierto dio inicio con los «Tres romances para violín y piano, op. 22» de Clara Wieck, conocida por el gran público bajo el apellido que llevó después de su matrimonio con Robert Schumann. Los tres romances, fechados en 1854, son sin duda una obra que, en conjunto, da muestra de la maestría alcanzada en el arte de la composición por la maestra, justo unos meses antes de que su esposo intentara suicidarse y fuera internado en un sanatorio psiquiátrico en Endenich. Todo ello llevó a que Clara decidiera dejar definitivamente la composición, para consagrarse a la interpretación y la difusión de la obra de su esposo, que finalmente falleció en 1856.
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Las piezas que integran la obra son simplemente deliciosas, de construcción muy sólida, cuentan con una parte para piano que revela el altísimo nivel interpretativo de su autora en este instrumento, sin menoscabo de la hermosa y muy exigente parte encomendada al violín. La pieza que continuó la velada fue el famoso Scherzo de la Sonata F-A-E para violín y piano de J. Brahms, obra juvenil que ya anuncia muchos de los elementos típicos de su estilo compositivo. Es la aportación que el joven Brahms hizo a una obra colaborativa entre el compositor y director Albert Dietrich, Robert Schumann y el propio Brahms, y que dedicaron a otro querido amigo de los tres: Joseph Joachim, violinista de absoluta referencia en la historia del instrumento y maestro en su momento de Leopold Auer, quien es el padre de la escuela violinística rusa en la que Vengerov fue educado por Galina Turchaninova y de la que es un brillante exponente.
La primera parte del concierto concluyó con un monumento del romanticismo alemán, la Sonata para violín y piano núm. 3 en La menor de R. Schumann. Obra turbulenta donde las haya, es una de las últimas piezas que el maestro firmó antes de ser recluido en el sanatorio de Endenich. En ella confluyen de manera perfectamente balanceada el alma atormentada y apasionada de Florestan y el espíritu poético y etéreo de Eusebius. Estos personajes que Schumann había generado en su juventud para expresar las dos fuerzas primigenias que se debatían en su interior y que terminaron por devorarlo, lo visitan una última vez en esta obra. Sus dos grandes demonios se dan cita, y él, como el inmenso artista que era, los sublima y los transforma en una obra de la más alta factura estética.
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Tras la mitad del concierto, se reinició con la Sonata para violín núm. 1 de Alexey Shor, compositor nacido en 1970 en la ciudad de Kiev, quien comenzó a componer apenas en 2012 con sorprendentes resultados como esta sonata para violín. El lenguaje compositivo del Dr. Shor, quien cuenta con un doctorado en matemáticas, es claramente tonal y neorromántico. Sus obras se han interpretado en salas tan importantes como la Berliner Philharmonie, la Wiener Musikverein o el Carnegie Hall, entre otras. Músicos como Evgeni Kissin, Salvatore Accardo o el mismo Maxim Vengerov han difundido la obra de este sorprendente autor ucraniano radicado actualmente en los Estados Unidos, quien en mayo de 2018 afirmó en una entrevista: «Ojalá la gente escribiera música más melodiosa». Creo que, a partir de esto, hay muy poco que uno pueda agregar.
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Para culminar este extenso programa, Maxim Vengerov, acompañado primorosamente al piano por el maestro Roustem Saitkoulov, interpretaron la Sonata para violín y piano núm. 2, op. 94 bis de S. Prokófiev, obra que muestra notablemente ese complicado equilibrio que había logrado alcanzar S. Prokófiev entre las formas, los motivos y el lirismo propios del neoclasicismo y una clara vena rítmico-melódica de inspiración popular rusa. En un período de la historia de la entonces Unión Soviética, donde semejantes equilibrios, según cómo, te podían llevar a Siberia o al menos sufrir el ostracismo oficial, lo que conllevaba que no pudieras ni comprar papel pautado para escribir una melodía. La partitura está llena de contrastes que le aportan una vida y un alma que resultan absolutamente sobrecogedores. Escrita originalmente para flauta y piano, fue transcrita para violín y piano a petición de David Oistrakh.
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Al finalizar esta última pieza, el cariño y la admiración del público reunido en el Palau de la Música para escuchar a Maxim Vengerov explotó en una atronadora ovación, que él correspondió con cuatro propinas. Inició con una «Marcha» de S. Prokófiev, continuando con dos piezas de F. Kreisler: «Liebesleid» y «Liebesfreud», para concluir con la variación 18 de las «Variaciones sobre un tema de Paganini» de S. Rachmaninov.
Fotografía cortesia de bcn classics
Sin lugar a duda, esta nueva temporada de BCN Classics promete mucho, si juzgamos por la calidad de este su concierto inaugural. Estaremos encantados de disfrutar de las sorpresas que estén por venir. Seguimos.
Una manera muy personal de vivir la música, y su deseo de comunicarlo al mundo, fue la causa que llevo a Teodor Currentzis en 2004 a la creación de musicAeterna . Se trataba de un grupo de jóvenes aventureros que comenzaban un nuevo proyecto en Novosibirsk, donde las largas sesiones de ensayos buscando alcanzar las más altas cotas de excelencia artísticas, era la tónica que lo impregnaba todo. 19 años después y afincados en la ciudad de San Petersburgo, musicAeterna son sin duda, una de las mejores orquestas del mundo actualmente.
Recuerdo la primera vez que tuve contacto con el trabajo de Currentzis y sus músicos. Pasé de la frialdad y la duda por un grupo que pensé no tendría nada de interesante, a la admiración casi total por lo espléndido de aquel concierto. Un cambio de 180 grados en menos de unos minutos. Sobre todo, recuerdo que me parecía difícil de procesar la evidente chulería de Currentzis, esa teatralidad casi extrema, ese deseo de no pasar inadvertido. En aquella ocasión, apareció en el escenario enfundado en unos jeans negros, camiseta del mismo color y unas botas militares con cordones rojos, y dio inicio a un maravilloso concierto. Mi admiración, no hizo más que crecer, estábamos ante un grande. Después de escuchar su trabajo, recordé aquello que solía decir un maestro mío, «cuando se es tan buen músico, se te puede permitir que salgas al escenario en bañador si quieres», y Teodor Currentzis es sobre todo un gran artista.
Sus vínculos con algunos notables magnates rusos, como el líder de Gazprom o que su principal sponsor sea el banco VTB, han hecho que muchos vean con cierto desdén a Currentzis. Así, por ejemplo, han aparecido ya varias cancelaciones en Alemania y en general, hay una cierta incomodidad ante su figura en la escena internacional. Él no ha ayudado mucho a remediarlo, manteniendo una actitud más bien tibia ante la invasión rusa de Ucrania, pero, por otro lado, anunciando en agosto pasado que impulsaría una nueva orquesta llamada Utopía que sería apoyada solo por patrocinadores europeos en un claro intento de limpiar su imagen. Todo este cóctel hizo que, cuando se anunció que Teodor Currentzis vendría a España al frente de su musicAeterna, varios nos lleváramos las manos a la cabeza, pues, de hecho, sería la primera orquesta «rusa» que actuaría en nuestro país desde el inicio de la invasión por parte de este país a Ucrania. Y puntualizo lo de «rusa» porque la orquesta cuenta en sus filas con músicos de más de 10 países, entre ellos 4 españoles, pero, de cualquier manera, al estar radicada como orquesta en San Petersburgo y estar apoyada por personajes como los que he mencionado antes, hacían que muchos vieran como muy arriesgada la aventura de iniciar esta gira que finalmente se está realizando con bastante éxito por nuestro país.
La primera parada de esta tourné fue Zaragoza, y por lo que aparece reflejado en la prensa, el concierto del viernes estuvo a punto de no llevarse a efecto. La intervención de la delegación del gobierno, aclarando que la orquesta no estaba vetada por la Unión Europea, posibilitó la velada en la capital aragonesa. El domingo 14 de mayo fue el turno de Barcelona, teniendo un primer concierto en el Palau de la Música con el mismo programa interpretado en Zaragoza: la Metamorfosis de R. Strauss y la Sinfonía núm. 6 en Si menor, op. 74, «Patética» de P. Chaikovski.
Obras de hondo calado sin duda, ambas, con una fuerte carga emocional. La elección de la primera de ellas puede verse como un tímido guiño al público por parte de Currentzis, una especie de deseo de hacerse perdonar por su hasta ahora tibieza ante la invasión rusa, no lo sé, quizás sea pura coincidencia que solo ve este cooltureta. Lo cierto es que la Metamorfosis de Strauss es la obra de un hombre que está absolutamente superado por el horror y la destrucción que la Segunda Guerra Mundial ocasionó. En 1946, año en que fue estrenada esta magnífica obra en Zurich, Strauss era un hombre ya muy anciano y enfermo, pero, sobre todo, estaba absolutamente hundido por todos los horrores que la guerra había traído consigo.
Pensada para veintitrés instrumentos de cuerda, la obra en manos de Currentzis adquirió un grado elevadísimo de refinamiento sonoro. Con un depuradísimo trabajo dinámico, imprimió una extraña transparencia al sonido, que permitió escuchar con toda claridad las diferentes voces y cómo estas, se iban tejiendo y entretejiendo. Supo llevarnos a los asistentes que abarrotamos el Palau de la música de la mano, desde un inicio lento y muy oscuro, hasta la más poderosa de las explosiones emocionales en el clímax de la obra.
Después de la media parte, escuchamos una Patética de Chaikovski espectacular en muchos de sus pasajes, llena de un virtuosismo sin parangón, como de hecho esperábamos de una orquesta como musicAeterna, pero donde quizás faltó la hondura y el patetismo que, por ejemplo, se requieren para el cuarto movimiento de esta magnífica sinfonía. La intensidad que demostró desde el podio Currentzis no terminó de transmitirse en nuestra opinión, en el sonido de su orquesta, que es, como ya lo he mencionado, simplemente electrizante. Algunos esperábamos ser sobrecogidos con una lectura más honda y emocionante de pasajes como el terrible final de la sinfonía; en su lugar, recibimos mucho, pero mucho virtuosismo y altas dosis de pasajes que nos fascinaron por su brillo y su contraste.
Sin menoscabo de lo anterior, la velada fue tremendamente grata y la oportunidad de escuchar a una de las orquestas de más alto nivel, como de hecho lo es musicAeterna, fue sin duda memorable. Quedamos a la espera de nuevas aventuras artísticas encabezadas por este verdadero enfant terrible de la música que es, sin duda, Teodor Currentzis. Seguimos
Los barceloneses amantes de la obra de J.S.Bach hemos estado de enhorabuena en las últimas semanas. A finales del mes pasado tuvimos el gusto inmenso de disfrutar en dos conciertos consecutivos, las dos pasiones del maestro de Leipzig, interpretados por músicos de absoluta excepción. Para la San Mateo, la agrupación Belga Vox Luminis y laFreiburger Barockorchesterfueron los encargados de hacer un estupendo concierto ya reseñado por este cooltureta que aún deja sentir su delicioso sabor entre nosotros. La Pasión según San Juan fue presentada en un también espléndido concierto, por el admirado maestro Philippe Herreweghe al frente de Collegium Vocale Gent.
Ahora bien, culminar esa racha dijéramos “virtuosa” con John Eliot Gardiner al frente del Monteverdi Choiry de la English Baroque Soloists haciendo una memorable Misa en Si menor, es algo que no muchas capitales del mundo pueden tener y que los amantes de la música de esta ciudad condal, agradecemos enormemente.
Para muchos, la Misa en Si menor, es una de las obras más importantes del catálogo del maestro. En ella Bach, durante décadas, fue depositando lo que él mismo denominó sus “avances en la ciencia de la música”. Es, sin duda, un muestrario amplio y muy profundo, de todo el inmenso acervo que controlaba tras toda una vida haciendo la mejor música para el servicio divino.
La muerte del Príncipe Elector de Sajonia y rey de Polonia y Lituania Augusto II “ El Fuerte” en 1733, abrió la posibilidad para Bach de solicitar a su heredero Augusto III el título de “compositor de la corte del príncipe elector de Sajonia y de la corte real de Polonia», y para ello, decidió que sería una inmejorable carta de presentación de sus pretensiones laborales, una pequeña muestra de “su saber hacer” en temas musicales. De ese impulso, nace la primera parte de la Misa, a saber, el Kyrie y el Gloria.
Las tres partes restantes de la misa fueron elavadoras a lo largo de los siguientes 16 años, utilizando lo que actualmente se llama “parodia” y que es la reutilización de materiales ya escritos por un compositor y utilizados en una obra nueva. Así, las 27 piezas que conforman esta colosal obra, abarcan casi veinte años de la vida del maestro, pues el Gloria había sido escrito en buena parte desde la navidad de 1724 y los últimos toques del Credo fueron culminados por Bach a finales del año 1749, a unos pocos meses de fallecer. De hecho C. Wolff apunta sobre la enorme posibilidad de que el “Et Incarnatus est” sea la última obra significativa que Bach lograra terminar, pues estaba ya muy enfermo y casi totalmente ciego.
Fue hasta 1736, tres años después de su petición, que el elector Augusto III le concedió el título solicitado, pero esto, a efectos prácticos, no significó mucho, pues el título era de tipo honorario. De cualquier modo, el compositor, lo utilizó cuantas veces le fue posible, pues ello le daba un prestigio que el dinero no daba en aquella época.
Con estos antecedentes, la interpretación de una obra de esta envergadura no es tarea fácil. Se trata de una pieza donde toda la sabiduría de uno de los más grandes artistas de la historia se fue depositando y para hacerle justicia, se requiere de un verdadero maestro que sepa ahondar en lo más profundo de ella. Sir John Elliot Gardiner, sin duda, tiene todo lo necesario para sumergirse en ella y entregar una lectura sin duda paradigmática. Con una brillantísima carrera a sus espaldas, forma parte de ese selectísimo grupo de intérpretes que sientan cátedra cuando abordan la obra de Bach
Gardiner es ya un huésped habitual de casa nostra. Se le quiere y admira muchísimo. Cada concierto programado con su nombre en nuestra ciudad, es contestado con un absoluto lleno, y este, efectuado el pasado 11 de abril, no fue la excepción. Los barceloneses llenaron hasta la bandera el Palau de la Música y recibieron muy calurosamente al maestro en cuanto pisó el escenario.
Gardiner con el paso de los años,( y esta gira de conciertos está pensada para celebrar su 80 cumpleaños) ha ido profundizando cada vez más y más en su lectura de la obra de Bach. Siempre mostrando una inmensa calidad técnica y musical, su abordaje de las obras del maestro se ha ido impregnando de una profundidad y un grado de detalle cada vez más deslumbrante .
Si uno escucha las muchas grabaciones que ha realizado Sir John, (y ha grabado toda la obra coral de Bach, siendo para muchos un absoluto referente) y las compara con sus más recientes interpretaciones, encontrará, que, aun manteniendo lo que podríamos llamar una de las marcas de la casa, o sea los tempos rápidos, el fraseo de la música es cada vez más preciso, hasta niveles casi infinitesimales. No hay nota, ni signo que no haya sido revisado por Gardiner y colocado en un contexto más amplio, construyendo con ello una lectura con un marcado sabor austero y donde brillan con una intensa y poderosa luz, los complejos entramados contrapuntísticos que vertebran la obra.
En medio de la compleja red de contrapuntos que constituyen la obra, Gardiner sabe destacar sabiamente el tema relevante, la melodía fundamental. Pone luz donde otros solo ven un inmenso tejido de voces, por momentos abrumadoras, pero que, al ser perfectamente balanceadas y moldeadas, cobran un sentido absolutamente trascendental. Mima en grado sumo cada elemento de la partitura, que conoce hasta su más íntima esencia, y logra mantener el siempre complejo equilibrio de una obra colosal.
La unidad de cada una de las partes que integran este impresionante monumento, que es la misa en sí menor, suele quedar muy comprometida si no se hace una lectura serena, profunda y donde desde la primera articulación, esté ya implícita la última nota que sonará al final de esta. Gardiner ha alcanzado, con el paso de los años, incidir precisamente en este crucial punto, pues ha logrado ver y dar sentido de unidad a la obra en su totalidad, lo que se manifiesta en un todo perfectamente orgánico. En el momento de la primera anacrusa, Gardiner tiene ya muy claro cómo sonará el último acorde de la obra.
Tanto el Monteverdi Choir como la English Baroque Soloists dieron notable testimonio del altísimo nivel artístico que han alcanzado a lo largo de todos estos años. Están absolutamente compenetrados los unos con los otros y se les ve tocar concentrados, pero al mismo tiempo relajados e inmersos en la ejecución. Dentro de los solistas presentados, todos de excepción, podríamos hablar, por mencionar algunos notables casos, al contratenor norteamericano Reginald Mobley, que bordó un Agnus Dei realmente conmovedor y el bajo Alex Ashworth, habitual colaborador de Sir John, que cantó el aria Et in Spiritum Sanctum con una voz rotunda y muy potente, además de lucir una deliciosa musicalidad que llenó de una maravillosa magia su interpretación.
De igual modo, la soprano Hilary Cronin brilló y mucho en todas las arias a ella encomendadas, destacando su delicado timbre y la elegancia con que frasea cada una de ellas.
Es indescriptible la inmensa emoción que logró generar en cada uno de los que esa noche estuvieron en la sala del Palau de la Música, la audición de esta memorable obra. Al final, tras el corte del último acorde, que fue bruscamente interrumpido por los aplausos del público, muchos teníamos la absoluta certeza de haber vivido algo trascendental, algo que se parecía mucho a un éxtasis místico. Recordé en esos momentos lo que Bach solía colocar al final de sus obras: “Soli Deu gloria” y solo pude decir para mi mismo, Amén. Seguimos.