“¡¡Vaya tiempos nos han tocado vivir!! ya no se hace música como antes” fue la exclamación de un querido amigo hace ya algunos años. Es muy parecida a aquello de “cualquier tiempo pasado fue mejor” y confieso que en ambos casos, no puedo dejar de sentir un extraño escalofrío cada vez que las traigo a mi memoria.

En el mundo de la música clásica muchos crecimos bajo la primicia de que lo más grande de la historia de la música ya había pasado. Los grandes nombres, los maestros, Bach, Mozart, Beethoven, o Verdi llevaban años muertos, con lo que, a nosotros como a tantas otras generaciones, sólo nos quedaba recrear aquello escrito y ver, con una cierta envidia y mucho de desconsuelo, está, llamemos, injusticia histórica.

Cuantas veces escuché: «Lo que me hubiera gustado vivir en la misma época que Mozart” seguida de  la aguda respuesta de otro compañero que decía “ pues mira, ante la posibilidad de morirme de alguna dolorosa enfermedad, de la que en esa época abundaban o de hambre, porque este hombre me iba ha dejar sin trabajo… Que quieras que te diga, que bueno es vivir en esta.»

Al margen de esto, siempre me ha parecido profundamente injusto  pensar que en música, como en otras tantas cosas, es imposible siquiera pensar, en superar lo hecho en el pasado. Comenzando porque en arte es muy subjetivo  establecer un juicio de mejor o peor qué, ya que el arte es, ante todo, expresión viva del hombre. En música es aún más claro esto, porque cuando se toca la obra que sea, no importa el tiempo que lleve escrita, se trae al presente mismo esa obra. Dijéramos que se le da una total actualidad en ese mismo momento mientras esa música suene y resuene en un oyente que realice este misterioso proceso.

La música  en occidente es un arte realmente muy joven, con unos pocos siglos a sus espaldas. La línea de tradición no alcanza, ni de lejos, la extensa amplitud que pueden tener disciplinas como la literatura o la escultura. Este hecho no impide a la literatura seguir generando obras nuevas, con una vitalidad tremenda, y que por ello se deje de lado a los clásicos. Simplemente, provoca que muchos nos veamos en la difícil realidad de que, hay demasiado que leer, mucho que vivir y poca vida para hacerlo todo. Pero  solo hay que echar una ojeada a las programaciones de orquestas, teatros de ópera, grupos de cámara, coros y demás grupos grandes o pequeños, para darse cuenta de que el pasado es casi omnipresente y que del presente casi no se sabe, ni se escucha nada. ¿Pasaremos a la historia formando parte de unas generaciones que se regocijaron en el pasado, exhumando cadáveres , consolándose  solo en las confortables regiones conocidas, e ignorando el presente?.

El hecho de tocar la música de Bach o Wagner es en sí mismo algo maravilloso, forman parte de un legado prodigioso, lleno de profundidad espiritual sin igual. Pero ello puede transformarse en una miopía cultural tremenda, cuando la existencia de ese pasado glorioso, no permite florecer ni el gusto del público por el arte de su época ni (y esto es aún más dramático), la generación misma de esas nuevas músicas.