Aun recuerdo muy vívidamente la profunda emoción que causó en mí, aquella vieja frase de Nietzsche: “Dios ha muerto”. Para un jovencito tan impresionable como era yo en esas épocas, aquello resultaba realmente violento.
Crecí como muchos de nosotros, al amparo seguro y confortable de la eternidad y omnipotencia de Dios; la noticia de que a Dios lo habíamos matado entre todos me generó, ( tras un primer, a «mi que me registren») un terremoto tal, que aun estamos terminando las obras que vinieron tras semejante derrumbe.
Con el tiempo y un ganchito, entendí aquel axioma. Me di cuenta que Nietzsche realmente quería comunicar, entre otras cosas , que al no tener la seguridad de un todo poderoso Dios que diera respuestas y soluciones a todo, tendríamos que espabilar por nuestra cuenta, dar sentido, forma y respuesta nosotros mismos, a nuestro devenir cotidiano. El existencialismo en su más clara manifestación.
Al margen de nuestras creencias personales y si estamos o no de acuerdo con el existencialismo, creo muy oportuno el mencionarlo, porque en la música, como en casi todo en nuestra realidad, lo que entendíamos por Dios ha muerto. Se ha desvanecido irremisiblemente. Sé que muchos se niegan a aceptar tal cosa, y hasta es posible que algunos se enfaden ante las pobres diatribas del que escribe, pero en mi personal apreciación, en este mundo posmoderno, ya no existe aquello que se llamaba muy pomposamente “el gran arte” o más concretamente “ la buena música”.
¿Que hace «buena música» a la música clasica?. La respuesta para muchos está más o menos cantada: sus siglos de evolución, su perfección técnica, la madurez de su expresión, etc. Y si, es cierto, lo que llamamos música clásica tiene estas y otras maravillosas características, pero, y aquí la cuestión se pone complicada… ¿Por qué el resto de músicas no son llamadas «buenas»? ¿ Qué tienen de malo? ¿ Son quizás músicas de segunda? ¿ Qué las hace ser de segunda regional? o peor ¿De clase interbarrios? .
Cuando alguno de mis muy queridos colegas y amigos, me contestan con voz engolada que es lo universal del mensaje de la música clásica lo que la hace ser “superior”, yo no puedo menos que ver con franca desconfianza al que lo dice, porque estoy convencido de que a Bach, Mozart o Beethoven lo último que les importaba era esa tan cacareada universalidad. Les importava más, expresar algo a través de lo que ellos conocían como música, en un mundo que veía a Europa como el centro de todo el mundo. Ese algo, realmente es algo muy indeterminado, porque si lo estuviera, habría sido expresado a través de la palabra, y en vez de grandes músicos, estaríamos ante profundos filósofos.
Cuando se utiliza la música, lo que se trasmite es otra cosa diferente, mucho menos, digamos, etiquetable, menos denso, es como dijo alguno, «la simple maravilla de existir», la embriagante sensación de estar aquí y ahora. Solo hay que recordar como describía el mismo Bach su trabajo de composición, “plácido pasatiempo y entretenida ocupación”, para darse cuenta que la pomposa universalidad no aparece por ningún lado.
La maravillosa diversidad de músicas que actualmente tenemos a nuestro alcance, nos hace pensar que realmente nos estamos perdiendo mucho si no salimos al encuentro de toda esa riqueza. Cierto, no todo lo que brilla es oro, en este mundo se genera mucho artículo de desecho y aun esto merece ser escuchado, disfrutado y cumpliendo su trajico designio, ser desechado; pero ello no resta el que haya muchas otras maravillosas manifestaciones musicales muy interesantes, que están esperando ser gozadas por todos nosotros. No podemos ir de ante mano prejuzgando que todo lo que no suene a clásico es inferior, la seguridad que dava antaño esta posicion, se ha terminado.
La posmodernidad nos ha colocado en una posición complicada, nos exije decidir, nos pide que seamos mucho mas comprometidos en casi todo en nuestra vida, el termino que me parece mas adecuado para definirlo es proactivo, porque hay mucho, quizás como nunca, de donde escoger, y sin un canon válido por el que guiarnos, más que el que nosotros fijemos.
Queridos lectores, tal como dijo Nietzsche, “Dios ha muerto”, también aquí.