– Es una orquesta rusa… ¡Vaya!, una maravilla.

-¿ La has escuchado alguna vez?

– ¡No hombre!, pero ¡Son rusos! así que, son maravillosos.

No sé cuántas veces habré escuchado un diálogo parecido a este  en mi vida. Suponer que por el solo hecho de haber nacido en un determinado país, esto te convierte en garantía de calidad, es más común de lo que creemos.

Aún recuerdo la llegada masiva de músicos extranjeros a mi ciudad natal. Muchos eran realmente músicos notables, personas con un bagaje cultural, musical y en general humano, que enriqueció mi provinciana cuna.

Ahora bien, también los hubo que fueron como la peste y que, a demás de malos músicos, llegaron con unos humos y unos modos de superioridad insoportables. Daba franca rabia ver a políticos y anexos, sentirse cultos y casi próximos a la iluminación, por el solo hecho de haber tocado, hablado y dejado sablear por un señor que tenía la fortuna de haber nacido en el mismo país que Tchaikovski. Con la diferencia de que el de mi patria chica, obvio, no era ni de lejos Tchaikovski.

 

Alguno, no ocultaba su franco desprecio  por el lugar que lo había acojido, pero que a diferencia de otros músicos que se dedicaban básicamente a hacer música y compartir como uno más su trabajo, estos se ocupaban en dar lecciones de cómo se hacían las cosas allá, donde se hacen bien las cosas.

Indignaba ver como muchos se dejaban humillar, como otros llegaban a lamentar donde habían nacido y otros de plano asumían que era cosa de cromosomas o algo parecido, la musicalidad de estos súper dotados.

Si bien es cierto, el país donde uno nace y se educa determina y mucho tu nivel de formación. Ello no supone que por el simple hecho de haber nacido en Bonn, vayas a ser tan buen músico como Beethoven. Lo único que indica y ello no es poco, es que en principio el medio en el que creciste y te educaste, te ha dado muchas  o pocas oportunidades de crecer profesionalmente. Con una formación exigente y seria como la que podemos encontrar en digamos, Alemania,  normalmente se logra alcanzar unos niveles profesionales muy altos. Pero también, existen los chicos que por miles de cosas no llegan a esos niveles. Algunos de ellos, deciden  explotar la vena malinchista que hay en muchos de nosotros y se plantan en países de no muy dilatada tradición musical, con su carnet de genio ha, literalmente, timar al personal.

Otros, y esto está pasando en nuestra ciudad de Barcelona, organizan orquesta recauchutadas, les ponen nombres pomposos, y programan obras de relumbrón, tipo: ”La filarmónica del  Guinardó, presenta en  increíble ,increíble concierto, Las 4 estaciones de Vivaldi y El Canon de Pachelbel”.  Huelga decir que el grueso de los asistentes a estos conciertos son bien intencionados ciudadanos, que quieren acercarse a esta música,  dejándose  guiar por la letal mezcla de, obra famosa y “orquesta extranjera”, con nombre rimbombante  y a los que se les cobra una entrada costosa.

La realidad de este timo-concierto es muy decepcionante en realidad, porque cuando acuden al repertorio barroco, lo suelen hacer con criterios interpretativos del siglo XIX y se pueden escuchar versiones llenas de vibratos nerviosos, ritardandos injustificados  y un exceso de almíbar y afectación sensiblera. La cosa no mejora si la víctima es la 9 sinfonía de Beethoven. Pues esta es manchada con tempos imposibles, articulaciones arbitrarias y nula musicalidad, eso sí, aquello se perpetra con la autoridad que solo se obtiene si se es de esa extraña región del mundo llama “ Estranjia” .

La nacionalidad no suena querido lector, informa de lo que muy probablemente respalda al músico o músicos que tenemos frente a nosotros,  solo eso. Es una promesa, que la mayoría de las veces se cumple, pero hay ocasiones en las que no solo no se cumple, sinó que es un  atraco a mano armada.