“Cuando murió Celibidache me sentí huérfano”. Son las palabras que me dijo uno de mis más queridos profesores para describir el nivel de apego que sentían muchos alumnos por el maestro, por Celibidache.
Su carrera se realizó atípicamente. Muy joven, tras brillantísimos estudios, fue nombrado casi por sorpresa en 1945, director nada más y nada menos que de la filarmónica de Berlín. En esos durísimos momentos, recién terminada la 2ª Guerra Mundial, la orquesta con la que se enfrentó el veinteañero Celibidache estaba en muchos sentidos, rota. Él, siguiendo en mucho la estela de Wilhelm Furtwängler, cohesionó de nueva cuenta al grupo y tras el tortuoso proceso de desnazificación de Furtwänger, compartió la titularidad con el que sin lugar a dudas, fue uno de sus grandes referentes musicales. Tras el nombramiento de Karajan en la titularidad de la filarmónica de Berlín, deja la capital Alemana. Siguen años de múltiples viajes por todo el mundo, solo interrumpidos por una labor casi incansable de docencia, que lo lleva a ser uno de los maestro de más renombre en el mundo. Regresó a Alemania casi por la puerta trasera, primero en 1971 siendo director titular de la Sinfónica de la radio de Stuttgart, y en 1979 con la Sinfónica de Múnich. En la capital Bávara, se asentó definitivamente y allí dejó su mas amplio legado.
Pese a que casi toda su actividad artística está grabada, Celibidache nunca consideró que en estos registros hubiera un material artísticamente valido. La música deviene en el presente, en un lugar específico y ello nos hace vivir un momento único, que es imposible atrapar o registrar en una grabación.
Curiosamente, en la actualidad solo es posible evaluar su magnitud artística, justamente por estas grabaciones que él en vida siempre despreció. Quizás estemos, ante el mismo fenómeno que descrito por un contemporáneo de W.A.Mozart, comentaba que sólo los que hubieran visto a Mozart improvisar y hacer música en vivo, eran conscientes de lo que era capaz musicalmente; ya que sus obras escritas, eran solo, según este testimonio, un pálido reflejo del genio del maestro.
En todos estos años en que he tenido contacto con varios alumnos del maestro, he escuchado cientos de historias sobre él. Algunas son realmente alucinantes, y solo porque son contadas por personas de probada autoridad es posible creerlas. Pero todas tiene un epígrafe constante, Celibidache estaba enamorado de la vida, hombre vitalísimo, lleno de energía, contagió en muchos, esa pasión por el aquí y el ahora. Practicante y profundo conocedor del budismo Zen, en su modo de hacer música se entre mezclan la más antigua tradición alemana con la filosofía oriental.
En 1991 con 79 años al frente de la Filarmónica de Múnich,dirige la versión que tenemos aquí de la sinfonía del nuevo mundo; Celibidache está casi en estado de iluminación. Nos entrega una lectura profunda y sincera, llena de un conocimiento exhaustivo de la partitura, logra aunar cada una de la partes para presentar un todo perfecto en su unidad.
El maestro decía que la belleza de la música era solo el señuelo con el que éramos atrapados a dimensiones mucho más profundas, ya que la música es realmente vivencia pura.
Disfrutemos pues.