Teniendo como marco el Palau de la Música de la ciudad de Barcelona, el pasado 19 de enero se presentó ante el público catalán una de las más prestigiadas orquestas alemanas del momento. Fundada en 1946 bajo el auspicio del land de Baviera, la Bamberger Symphoniker, dio una vez más muestra, ante un público que prácticamente abarrotó la sala que conciertos, de su altísima calidad musical; fruto de décadas de trabajo artístico serio y dedicado, contando además, con una de las más atractivas figuras musicales del momento como solista invitada: la violinista moldava Patricia Kopatchinskaja, que interpretó el Concierto para violín en Re mayor de I. Stravinsky.
Además del concierto de violín que cerró la primera parte del programa, este inició con la Berliner messe de A. Pärt, concluyendo la velada con la celebérrima Sinfonía núm. 9, “del Nuevo Mundo” de A. Dvorak.
La parte coral de la Berliner messe corrió a cargo del Orfeó Català, que realizó una lectura cuidada, limpia y perfectamente ajustada al texto de la obra. De marcada inspiración confesional, la Berliner messe es una obra delicadísima, que está muy lejos de cualquier tipo de afectación emocional. Música minimalista, que envuelve a su escucha y paulatinamente lo lleva a un punto de ensimismamiento casi místico. No es una pieza que busque una vivencia emotiva o efusiva, sino más bien, una reacción reflexiva del espíritu.
La misa está construida partiendo de un tejido armónico simple pero muy delicado. Basándose en la técnica del tintinnabuli creada por el mismo Pärt, busca reflejar, dentro de su aparente simpleza, lo fútil que puede ser nuestra propia existencia, llena de movimiento y afectación, frente a realidades aparentemente superadas por nuestro tiempo y que están ahí, discretas, casi ocultas, pero dando peso específico a nuestra existencia, dando dirección a nuestro devenir.
Tanto coro, como orquesta estuvieron más que afortunados en la lectura de esta singular partitura, que fue presentada en su versión más breve, pues fueron suprimidos en esta ocasión, tanto uno de los dos Aleluyas, como la secuencia Veni Sancte Spiritus, circunstancia ya prevista por su autor, interpretándose en esta ocasión, solo los cinco movimientos habituales del ordinario de la misa.
Para el final de la primera parte del programa, Patricia Kopatchinskaja realizó una maravillosa lectura del singular Concierto para violín en Re mayor de I. Stravinsky, obra que paulatinamente va adquiriendo el lugar que se merece dentro de los grandes conciertos para violín solista. El concierto para violín de Stravinsky es una partitura suigéneris, que solo está reservada a unos pocos artistas de la talla de la Kopatchinskaja, pues pese a que su autor declaró que no quería escribir un concierto virtuosístico a la antigua usanza de los grandes conciertos románticos, el resultado es una pieza iconoclasta, llena de un sarcasmo asido y un toque de humor negro. Cuenta con pasajes de una complejidad endiablada, solo accesibles a verdaderos virtuosos. Su lenguaje fresco y novedoso se articula en estructuras formales antiguas y consolidadas, en un claro ejemplo de la parábola evangélica del vino nuevo en odres viejos.
Patricia Kopatchinskaja no defraudó a los muchos que fueron a escucharla. Su absoluta entrega es innegable, su perfección tanto técnica como musical es indiscutible, convirtiéndola en una absoluta referencia del panorama musical actual. Conocedora de cada uno de los secretos de la obra, abordó su lectura con una alegría contagiosa y durante el decurso de esta, trasmitió al público congregado una energía inagotable. Por momentos sus ojos reflejaban una suerte de embrujo que resultaba absolutamente embriagador. Kopatchinskaja en esos momentos no estaba en el Palau de la Música, sino ciertamente en otra realidad que era comunicaba a la respetable concurrencia, con el evocador sonido de su violín, un Giovani Francesci de 1834 y que debido a su sonoridad aviolada, hacía aún más evocador el contenido de la obra ejecutada.
Tras una rotunda ovación, Kopatchinskaja tomó la palabra y anunció al respetable, que interpretaría como propina la candencia final del concierto recién interpretado, que habitualmente no suele hacerse precisamente porque Stravisky quería huir de toda referencia al virtuosismo, así que ella, fiel a ese espíritu, la tocaría lo «menos virtuosamente» posible. Huelga decir, estimado lector, que aquello fue ya la más absoluta de las hipérboles de todo lo que hasta ese momento se había escuchado. Kopatchinskaja se aplicó a fondo en la cadencia y hacia el final de la misma, el concertino de la Bamberger Symphoniker, Ilian Garnetz, se unió a ella en un dúo fantástico que emocionó mucho a toda la sala. El lenguaje corporal de ambos hacía pensar en un par de chiquillos haciendo una diablura ante nuestros atónitos ojos. Una fantástica y genial travesura que mostraba hasta qué punto el arte y, en particular, la música, libera lo mejor del ser humano.
Como es lógico esperar, el Palau premió con una inmensa ovación aquella propina tan generosamente regalada y así con ese agradable sabor de boca nos fuimos al intermedio.
Como obra final del programa pudimos escuchar la Sinfonía núm. 9, “del Nuevo Mundo” de A. Dvorak, interpretada por el maestro Jakub Hruša brillante director checo y titular de la Bamberger Symphoniker y que en breve dirigirá también los destinos de la Royal Opera House de Londres. Parco en indicaciones técnicas, Hruša es un director que conoce perfectamente su oficio y sabe cómo conducir a una orquesta del nivel de la Bamberger Symphoniker. Supo imprimir brío y nervio a la obra. La orquesta, siempre atenta y solicita, reflejó fielmente la voluntad de su director que, en nuestra opinión, en varios pasajes exageró la velocidad de los tempos y llevó al límite el ajuste de la pieza. En su empeño de presentar brillante y rotunda la sinfonía, pudimos escuchar pasajes a una velocidad de vértigo y con ello nos hurtó de la expresividad de los mismos para luego, en otros, bajar drásticamente esa velocidad y en delicados rubatos embelesar nuestro oído con finísimos fraseos. Hubiéramos preferido poder disfrutar de la sonoridad de la orquesta y de una obra tan querida de una manera más sosegada pero, aunque repito, no compartamos del todo las decisiones tomadas por su titular, es innegable el altísimo grado artístico tanto del mencionado maestro como de toda la orquesta.
Así llegamos al final de este espléndido concierto y quedamos a la espera de nuevas y estimulantes sorpresas musicales que nos depara la temporada de conciertos en este año. Seguimos.