Hay ocasiones en la vida en las que tienes la marcada sensación de estar contemplando la historia pasar ante tus ojos. Todos tenemos ese tipo de recuerdos en nuestra memoria: una manifestación que cambió el rumbo de las cosas, algún memorable discurso, la visita de alguien destacado a nuestra ciudad, en fin, hay tantas y tantas maneras en las que la historia nos puede convidar a acompañarla un ratito, que es difícil no conocer a alguien que no cuente en su memoria con este tipo de recuerdos.
Para los amantes de la música, tales eventos son, sin duda, los grandes conciertos. En nuestra colección de recuerdos, muchos guardamos aquellos conciertos que de algún modo nos cimbraron por dentro, ya sea por la perfección técnica de los intérpretes o por la magia que estos lograron crear sobre el escenario. Al final, esos recuerdos son patrimonio personal de cada uno de nosotros y esa velada quedará grabada a fuego en nuestros corazones para siempre. Es historia viva y capital irrenunciable de nuestro corazón.
Escuchar en vivo a la Filarmónica de Berlín es una de esas ocasiones que jamás se olvidan por muchas razones, entre las que están, ser con mucho, una de las mejores orquestas del mundo y el poseer un sonido y manera absolutamente únicas de hacer música. Ese sello Filarmónica de Berlín como es natural, los distingue de otras grandes orquestas y como mejor se aprecia, es escuchándolos en vivo y el público barcelonés tuvo la oportunidad de disfrutar de esta impresionante agrupación en el Palau de la Música, el pasado 2 de mayo.
Un día después del concierto efectuado por la misma Filarmónica en la Sagrada Familia, presentó ante una sala prácticamente abarrotada, un maravilloso programa integrado por obras de Mozart y Schumann , que fue ampliamente ovacionado por un público entregado totalmente al embrujo que se había creado en la hora y media que duró el concierto.
Hace tres meses la Filarmónica saltó a los titulares de todo el mundo, por haber nombrado a su primer concertino mujer en toda su historia. En concreto, la maestra Vineta Sareika-Völkner de origen lituano, fue la ganadora de las audiciones a concertino y pudimos verla en esta ocasión sentada al lado izquierdo del también concertino, el norteamericano Noah Bendix-Balgley. Filarmónica de Berlín se permite cuatro concertinos, de ellos la primera mujer es la maestra Sareika-Völkner. Y es precisamente ella, en su perfil de la página web de la misma Filarmónica, la que menciona parte del secreto que hace que esta orquesta suene como suena desde hace décadas. Un primer elemento es la respiración, los músicos de esta orquesta respiran juntos, y de hecho, están constantemente mirándose entre sí para mantener la comunicación entre ellos. No solo miran a su director, tocando pasajes enteros de memoria, si no que suelen ver a sus compañeros de sección, sonriendo incluso de manera cómplice, todo esto, mientras tocan atentos a lo que músicos de otras secciones estén tocando con la suya.
Otro elemento, es la enorme variedad de matices que pueden lograr dar y que resultan enormemente expresivos. Dentro de un pasaje marcado como piano, la orquesta ofrece muchas gradaciones, tantas como posibilidades de blancos hay para los inuit.
Sareika-Völkner apunta también a una sonoridad casi intransigente, rotunda y es que los fortes de la Filarmónica de Berlín son furia pura, la mezcla de una de las secciones de cuerda más compactas del mundo con unos alientos firmes y brillantes es prácticamente absoluta. Cuando explota en la sala un fortísimo de esta orquesta, es simplemente impactante, apoyada en la sección de los bajos, esa descarga sonora retumba en el interior de su escucha hasta lo más hondo.
El programa presentado fue toda una muestra de intenciones por parte de Kirill Petrenko, titular de la Filarmónica desde 2019. En la primera parte pudimos disfrutar de dos obras de W.A.Mozart, iniciando el concierto con la famosa Sinfonía núm. 25, en Sol menor, KV 183, conocida mundialmente gracias a la película de Milos Froman “Amadeus”, que causó verdadero furor en su momento. El programa continuó con el motete Exsultate Jubilate, KV 165/158ª que fue interpretado en su parte vocal por la soprano británica Louise Alder.
En ambos casos Petrenko mostró una particular afinidad con las obras. El maestro de de origen ruso entiende y disfruta profundamente estas obras del maestro de Salzburgo, que podríamos clasificar de juveniles y no por ello estaremos demeritándolas, son sin duda, dos obras maestras de un jovencito de apenas 17 años, con todo lo que ello supone. Mozart acababa de triunfar en Milán en el estreno de su “Lucio Silla” y la jovialidad lo inunda todo en su vida.Ambas son obras llenas de luz, de pujanza, de seguridad infinita y sobre todo, de una genialidad que algunos han calificado de milagrosa.
La orquesta estuvo con Petrenko al frente, soberbia, tanto en la sinfonía, que sonó rotunda, brillante y perfectamente realizada como en el motete, que fue un bocado dulce y de exquisito sabor para los amantes de esta maravillosa música. Louise Alder, en particular, bordó su lectura del Exsultate Jubilate obra que le viene como anillo al dedo a su timbre vocal. Elegante y de musicalidad refinada, abordó con naturalidad todos los pasajes complejos de la obra, destacando mucho su Aleluya final por lo cuidado del fraseo y bien colocado de los agudos finales.
La segunda parte de la velada estuvo consagrada a la Sinfonía núm. 4, en Re menor, op. 120 de R. Schumann, obra en la que la sonoridad de la Filarmónica simplemente eclosionó, desplegando en la sala una variedad inmensa de matices increíbles y variados. Lo mismo pudimos escuchar un suave y apenas perceptible pianissimo que oscilaba apenas, casi a punto de extinguirse en la cuerda, como vibrar estremecidos, con el poderoso impacto de toda la caballería en pleno. Estamos hablando de una sinfonía en un solo movimiento que Petrenko supo perfectamente administrar en todos los sentidos, fluctuando sabiamente los tempos y los fraseos, para construir un todo sólido y compacto.
Por momentos y mientras disfrutabas de ese rugir de la potencia orquestal, era imposible no pensar que muy pocas orquestas en el mundo, podrían abordar determinados pasajes a la velocidad que Petrenko los marcó esa noche. Y es que tanto la orquesta, como su titular, dieron una muestra de perfección técnica indiscutible . Nada, absolutamente nada estaba fuera de su lugar y modestamente, lo que quizás algunos echamos en falta, fue una gotita de poesía en medio de ese inmenso despliegue. Con un poquito de ella, aquello ya hubiera sido insoportable y terriblemente bello. Seguimos.
La Filarmónica de Berlín siempre ofrece interpretaciones perfectas de rigor y unidad casi militares. Pedir a una mente tedesca un poco de poesía no será una entelequia?
Mi querida Carla, nosotros por soñar que no quede. Ya antes está orquesta ha hecho poesía, todo depende del músico que tenga en el podio.