Es sorprendente cómo algunas obras envejecen tan poco y, pese al paso del tiempo, conservan casi intacta esa capacidad disruptiva que las ha hecho ser un parteaguas en nuestra manera de entender, en este caso, la música.
Han pasado unos cuantos años desde aquel 29 de mayo de 1913, cuando, en el Théâtre des Champs-Élysées, I. Stravinski estrenó su Consagración de la Primavera, causando reacciones absolutamente furibundas entre el público y la crítica, pero marcando con nitidez una nueva dirección dentro de la música en Occidente.
La pieza, que en realidad es un ballet, con el paso del tiempo sufrió varias revisiones por parte de su autor y, actualmente, es para muchos esa obra icónica que dio carta de nacimiento a la llegada de la música de vanguardia. Es por ello que sorprende, cuando la escuchamos en nuestras salas de conciertos, lo bien que le han sentado estos 112 años desde su estreno, porque, a decir verdad, se mantiene llena de tantos misterios por contar y pletórica de tan intensas emociones por hacernos vivir.
Una de esas oportunidades de escuchar la obra en vivo la tuvimos apenas hace unos días en la ciudad de Barcelona, gracias a la más reciente visita de la ya más que centenaria Orchestre de la Suisse Romande, que está realizando una gira por algunas ciudades españolas. Así el pasado 13 de febrero en el Palau de la música , el público catalán se dio cita para disfrutar de esta estimable agrupación.
Orquesta con un pasado más que ilustre, sobre todo si pensamos en las más de trescientas grabaciones que la agrupación helvética realizó con su fundador, Ernest Ansermet, la Orchestre de la Suisse Romande es una agrupación a la que hay que escuchar si se tiene la oportunidad de hacerlo. Efectivamente, no es una de las grandes orquestas europeas —Berlín, Viena, Ámsterdam—, pero es una agrupación muy estimable y de una extraordinaria calidad, que supo dar un espléndido concierto con un programa interesante, aunque ordenado de manera más que peculiar.
La velada se abrió con el arreglo orquestal del Claro de luna de C. Debussy, tercer movimiento de la Suite Bergamasque, obra maravillosa para piano y que, en su versión orquestal realizada por el amigo y discípulo de Debussy, André Caplet, en 1922, no termina de ser esa obra mágica y evocadora como lo es en su versión original. El trabajo orquestal es correcto y muy hermoso, pero no tiene los juegos tímbricos ni la magia que Debussy sí logra crear en la partitura pianística. De hecho, el mismo compositor nunca terminó de autorizar esta orquestación, aunque agradeció el gesto de su discípulo.
Siendo sinceros, después de escuchar esta hermosa versión de la pieza, uno puede cabalmente entender la sutil diferencia que hay entre lo competente, lo hermoso, lo profesional en arte y lo sencillamente genial; hay quizás, para muchos, una nada que los separa y, sin embargo, esa distancia es realmente inmensa.
El programa continuaba con la que debía ser la obra final del concierto, sobre todo si la pieza que cerraba la sesión era un concierto solista. Se ha especulado mucho sobre este notable cambio en el orden del programa; lo cierto es que La consagración de la primavera es una partitura que está muy próxima a la estética impresionista de autores como Debussy. No en balde el mismo autor francés fue uno de los pianistas que, junto a Stravinski, dieron una primera audición de la obra a piano a cuatro manos en un piso del centro de París en junio de 1912, anunciando ya la tormenta que vendría el día de su estreno casi un año después.
La lectura realizada por Jonathan Nott, en mi opinión, fue realmente estupenda. No fue un abordaje al uso, tan no fue así que algunos se quedaron esperando ser avasallados por una orgía de estridencias armónicas y un cúmulo desenfrenado de polirritmias atronadoras, que es el tipo de lectura que, con cierta frecuencia, escuchamos por esos mundos de Dios. Esto nunca llegó.
Nott tejió con calma la construcción de la pieza. Sin movimientos espectaculares ni danzas al fuego sobre el podio, y con una certera técnica, supo ir colocando una a una las piezas de un cosmos que, en su inmensa complejidad, está cimentado en una perfecta y desconcertante armonía interna. Todos, absolutamente todos los materiales, tanto tímbricos como rítmicos, con los que Stravinski construyó esta gran bacanal que es La consagración, se podían distinguir y apreciar perfectamente.
La orquesta sonó compacta y muy bien cohesionada, muy sensible a cualquier indicación de su director, logrando una buena lectura de esta icónica obra, que tanto sigue removiendo nuestras conciencias. Prueba de ello fue la merecida ovación con que el público premió a la orquesta, que tan grato sabor de boca había dejado.
El Concierto para violín de Sibelius es una de las más bellas obras de su autor. Piedra de toque y obra de absoluta referencia para cualquier solista, es una pieza que aúna, en proporción casi simétrica, la exigencia extrema en lo técnico con pasajes de un lirismo extraordinario, conformando una partitura que, siempre que se le escucha, causa un fuerte impacto en el auditorio.
Midori se presentó ante el público catalán luciendo un sonido potente y un conocimiento profundo de la obra, cuyos resultados fueron, en general, muy satisfactorios. El fraseo general de los movimientos extremos del concierto, por momentos, dio la impresión de no ser todo lo orgánico y natural que se esperaba de una artista de su nivel; la música se movía un poco a empujones, sobre todo en las partes centrales de ambos movimientos, para luego recuperar el sentido y cobrar el brío perdido. Todo esto, al margen de algún desajuste con la orquesta, sobre todo en el tercer movimiento.
El segundo tiempo de la obra fue en el que mejor y más cómoda se le vio a la japonesa-estadounidense, pues pudo tejer con mucha más fortuna un discurso de un lirismo muy estimable. Su instrumento cantó con potencia y la orquesta supo unirse en este empeño, dando por resultado una notable lectura del movimiento.
De cualquier modo, y pese a los problemas antes señalados, un servidor considera más que merecida la ovación cosechada tanto por la solista como por la orquesta al concluir la ejecución
El sabor de boca al final de la velada fue muy agradable y nos deja con la ilusión de descubrir la nueva sorpresa que nos tiene deparada esta temporada
Fotografías cortesía de bcn classics. Fotógrafo Antoni Bofill