20 de noviembre de 2017.
El pasado viernes 17 de Noviembre en el Palau de la Música tuvimos la oportunidad de asistir a un concierto de esos que dejan huella. La violinista alemana Anne-Sophie Mutter, acompañada de los maestros Lambert Orkis al piano y Roman Patkoló al contrabajo, presentaron un programa donde el aroma a Mutter fue constante.
Inició el mencionado programa con Mutter y Orkis interpretando el “Scherzo” escrito por Johannes Brahms para lasonata F-A-E. Obra que pertenece al primer periodo creativo del maestro alemán, llena de optimismo y fuerza, y que permitió atisbar la profunda complicidad que existe entre los dos intérpretes, resultado de trabajar juntos desde 1988. Esto solo fue un pequeño aviso de lo que vendría después, en un programa que estaba realmente bien diseñado.
Continuó el concierto con el dúo concertante para violín y contrabajo de Krzysztof Penderecki, pieza encargada por Anne-Sophie Mutter y que comparte la dedicatoria junto con Patkoló. La obra que no es muy extensa en su duración, si explora profundamente las tímbricas y los colores de estos dos universos sonoros aparentemente alejados. Los hace converger y fundirse en numerosas ocasiones, pero también explora su condición antagónica para hacerlos complementarse el uno con el otro. Pieza de lucimiento técnico en grado sumo para ambos instrumentos, indudablemente fue compuesta casi a medida para unos músicos del nivel de Mutter y Patkoló.
Llegados a este punto, es cuando uno comienza a percibir que el aroma de Anne-Sophie Mutter lo impregna todo, pues cabe recordar que ya no solo la pieza en cuestión fue comisionada por la fundación que lleva su nombre, sino que además, esta misma entidad que tiene su germen ya desde 1997, promueve que jóvenes músicos como Roman Patkoló reciba el apoyo necesario para poder construir una carrera sólida y llena de éxitos.
La obra que continuó el programa era sin lugar a duda, el eje central del concierto, con su Chaconne final como punto de mayor brillo, me refiero evidentemente a la mítica Partita número 2 BWV 1004 de Johan Sebastian Bach. Las anteriores obras habían sido coladas para preparar el camino de esta pieza que es uno de los grandes mitos del repertorio violinístico. Mutter la abordo pausadamente, y la construyó del mismo modo, parte por parte; la obra pasaba por su cabeza con una claridad que se reflejaba de inmediato en su Stradivarius. Su gesto revelaba que se encontraba inmersa en la elaboración del sonido preciso, la articulación pertinente, la respiración justa, todo encaminado a la construcción de esta gran edificación.
Para cuando llegamos al movimiento final, justamente la Chaconne, algunos aplausos se escaparon en el público, momento que ella aprovechó para recolocarse el instrumento y comenzar a tejer el hilo que encadena este movimiento final.
Cada variación sobre el tema original que interpretaba formaba parte de un todo perfectamente planeado, destacando mucho el carácter eminentemente polifónico de la pieza. El control que mostró de todos los recursos técnicos del instrumento puestos al servicio de la música, mostraron claramente lo que Franz Liszt denominaba una “ejecución trascendental”, una ejecución que utiliza unos medios técnicos excepcionales como son los de la maestra Mutter, puestos al servicio de la música. Al finalizar la interpretación era muy notorio el estado de agotamiento en el que se encontraba, ya que tardó en siquiera reaccionar a los aplausos, se le veía demasiado reconcentrada en sí misma, muestra del enorme esfuerzo de concentración y degaste emocional que había realizado
Tras el intermedio, disfrutamos de una obra ahora encomendada por ella misma a Krzysztof Penderecki y que sin lugar a duda será en unos años parte del repertorio estable de la música de cámara, me refiero a la Sonata para violín y piano número 2. Tras de subir a alturas casi prometeicas con Bach, Penderecki nos avoca a universos llenos de densidad y textura muy terrenales. La partitura es exijentísima en todos los sentidos y sus 5 movimientos giran en torno del “Notturno” central.
Por momentos, uno tenía la firme impresión de estar en un lugar muy íntimo, escuchando una sesión de trabajo de este ya mítico dueto, cada gesto, cada respiración tenía un significado para ellos, que funcionan como un todo perfectamente ensamblado, al punto, y esto es ciertamente un dato superfluo que espero disculpen su mención, de no requerir siquiera de un pasa páginas como los que solemos ver en conciertos, todo estaba ya milimétricamente pensado y resuelto en este dúo. Es espectacular verlos y escucharlos trabajar.
Para finalizar, la maestra Mutter anunció que debido al ambiente casi eléctrico creado por la sonata tocarían en diferente orden las tres danzas húngaras anunciadas en el programa, comenzando por la número 1, que es mucho más lírica y amable. Este pequeño detalle confirma lo que se ha venido apuntando a lo largo del texto, Mutter es no solo una gran violinista, sino un tremendo músico que sabe medir y utilizar de manera muy sabia las tensiones y distensiones creadas por la música, al alterar el orden propuesto en la programación ayudó a una mejor digestión de todo el programa que fluyó de manera mucho más natural con este pequeño cambio.
Lo que continuó y finalizó el concierto, fue un puro despliegue de “Pathos” romántico, el sonido que en Bach fue austero y muy articulado, en estas danzas se tornó lleno de potencia, pleno de armónicos, generado por un manejo del arco y del vibrato que cortaba el aire de manera pasmosa.
El público que había casi llenado el Palau tras de una atronadora ovación logró dos propinas que prolongaron unos minutos la velada.
Al salir de un concierto así, es imposible no sentir que se ha vivido una experiencia memorable. En definitiva, la definición de lo que es el arte de tocar el violín, según Anne- Sophie Mutter.