Nuevamente, querido lector, nos encontramos en esta tribuna, la última vez que lo hicimos, hablábamos de manera muy general sobre los orígenes que permitieron el nacimiento del concierto público, forma en la que, desde hace prácticamente dos siglos, venimos realizando buena parte de nuestra actividad musical en Occidente. Apuntamos también, que esa forma tan aparentemente natural de hacer música, en la que unos “expertos” suben a un escenario y otros se disponen a escuchar pasivamente de un evento musical, tiene realmente poco tiempo, si lo comparamos con otras tradiciones, ya milenarias, como las que podemos encontrar en Indonesia por ejemplo, que tiene en el Gamelán, conjunto orquestal tradicional de esta cultura Asiática, un ejemplo totalmente diferente a lo que estamos acostumbrados a ver en Occidente; donde el hecho de hacer música, es un acto eminentemente social, no existe el concepto de espectador pasivo, pues la mayoría de los presentes en una ejecución de este tipo, forman parte del conjunto. La música es entonces, el escenario, el motivo, la causa para el encuentro social, para el contacto con el otro.
Con lo anterior, no quito ni pongo rey, solo apunto, menciono, informo, que hay otras maneras, otros universos sonoros igualmente válidos y muy interesantes al nuestro. Esto viene muy bien, sobre todo, para bajar de la nube, del pedestal en el que muchos se han instalado desde hace siglos, pensando que Occidente representa el espacio donde mejor y más claramente se han realizado los logros de la civilización humana, y donde sin duda, el arte, el gran arte, ese que se escribe y se hace con mayúsculas, tiene su casa solar y su hogar. Yo, insisto, no entraré en calificar la calidad de esas tan diversas manifestaciones artísticas, sobre todo porque no es mi papel. Mi empeño, es apuntar que hay mucho, pero mucho más allá de nuestra hermosa aldea y mucho de eso que allá afuera existe, es realmente interesante de conocer, nada más, porque reitero, ni quito ni pongo rey.
Así mismo mencionábamos en nuestra última cita, que la coyuntura en la que nos encontramos, nos ha metido de cabeza en una severa crisis, que ya se venía anunciando desde hacía tiempo y que la pandemia, sólo ha venido a detonar. Aquella tan mencionada crisis de la música clásica, que tantos y tantos veían como imposible, está aquí y no solo para la música clásica, si no para la cultura en general. Países donde el artista no cuenta con un estatuto laboral que lo proteja, están arrojando literalmente a la calle, a cientos y cientos de esos artistas y creadores, condenandolos en muchos casos al hambre y la indigencia.
Casi toda Europa ha cerrado sus teatros y suspendido sus actividades culturales y en América de un modo o de otro, las cosas han ido por el mismo camino. Cientos y cientos de músicos, bailarines, coreógrafos, y un largo, pero largo etcétera, se han quedado sin apenas manera de ganarse la vida. Muchos, los más afortunados, están tirando de ahorros, otros de amistades y familia, pero muchos otros, se están viendo en la necesidad de vender sus equipos e instrumentos u orillados a “reinventarse” o mejor dicho, emplearse en alguna otra cosa que les pueda asegurar unos recursos con que salir adelante por ahora, porque la vida sigue y las facturas han de pagarse.
En el caso de las orquestas estables, el problema lo encontramos en el centro mismo de su funcionamiento y su financiación. Muchos han apuntado ya, que el mantenimiento de una orquesta sinfónica es algo muy oneroso y que la actual crisis no es el escenario para gastar en una institución, que si bien entrega bienes culturales a la sociedad, también puede ser percibida como un lujo que ahora mismo no nos podemos permitir. Este el argumento preferido de muchos responsables políticos para comenzar a afilar las tijeras. Si a esto se suma que en algunos casos, por dejadez y falta de iniciativa por parte de los responsables administrativos, algunas orquestas llevan toda la pandemia sin ninguna actividad, la sensación que la sociedad puede tener de esos músicos, puede ser la de que son un grupo de afortunados que apenas trabajan y que sin embargo, no dejan de cobrar. Discurso muy peligroso en la actual coyuntura económica, pues no son los músicos los que no quieren trabajar, sino una estructura anquilosada que no está sabiendo adaptarse a la realidad, pues no está dando alternativas . De seguir así, estas agrupaciones serán las primeras en ser disueltas, por ser inviables en todos los sentidos. Las propuestas urgen, porque la gente necesita de la música, necesita de la cultura en su más amplio sentido y cerrar las orquesta sería una tragedia, no solo para los músicos que se verían literalmente en la calle, si no para una población que vería aún más pauperizada su vida, sin la posibilidad de disfrutar de la música en vivo.
La discusión lleva rato dándose y hay propuestas realmente muy interesantes, algunas pasan por reestructurar desde dentro el funcionamiento de una orquesta sinfónica. Un músico de orquesta, básicamente ha sido primorosamente educado, para seguir las indicaciones de otro músico, en este caso el director, le indica. Lejos estamos, ya no digamos, de variar el texto original de la obra, si no de la más mínima discusión sobre cómo se han de tocar esas inamovibles notas, escritas a fuego en un papel y que son tratadas como si de un texto sagrado se tratara. El intérprete aquí poco importa, se requiere de su habilidad técnica, nada más. Muchos, actualmente están discutiendo si la actual crisis no es el momento de revisar esta práctica, haciendo que todos los músicos, no solo el director, dialoguen sobre por dónde tiene que ir una interpretación. Ejemplos reales existen, no es una idea propia de soñadores y musicólogos alocados. La Aurora Orchestra trabaja desde 2005 con su director, Nicholas Collon, de una manera muy similar a la que he descrito arriba, Collon, no es el tipo de director que da unas directrices que han de obedecerse ciegamente, sino que más bien aglutina las opiniones de sus músicos. Sus conciertos están llenos de emoción y amor por la música, simplemente porque todos los músicos del grupo están siendo tomados en cuenta, cada uno de ellos está implicado en la ejecución de los programas como un actor activo, la responsabilidad entonces se comparte entre todos. Suelen tocar siempre de memoria, con lo que esto supone para un profesional y por ello, dan menos conciertos, pues cada programa se trabaja muy profundamente.
Este es solo un ejemplo, pero hay algunos otros de los que en otra ocasión hablaremos, porque su importancia es tal, que vale la pena hablar sobre ellos con calma.
Se me dirá que está muy bien, pero que al hacer menos conciertos, los músicos tendrán igualmente que trabajar en algo para ganarse la vida y otra propuesta de la que quiero hablar hoy, va encaminada en ese sentido. Consiste en que las orquestas sean las instituciones paraguas que agrupen a varios y muy diversos grupos de cámara, cada uno de ellos con sus proyectos propios y su agenda independiente de la del resto de sus compañeros. Las orquestas aportarían un sueldo base y el respaldo de una institución de prestigio. No es lo mismo formar parte de una orquesta que no hacerlo, porque ello supone haber pasado unas pruebas rigurosas por ejemplo, lo que garantiza una respetabilidad social que puede ayudar mucho a los proyectos de cada grupo. . Además de lo anterior, las orquestas suministrarían todo el material bibliográfico necesario de cada pequeño grupo, y resolverían también los temas logísticos que las diferentes actuaciones de estos grupos suponen. A cambio, estos grupos internos, tendrían que presentar un proyecto musical que impacte en la comunidad, no se trata de que se formen 10 cuartetos de cuerdas para tocar todos el repertorio de siempre, se trata de que un grupo muy nutrido de músicos profesionales, se impliquen activamente en proyectos que les interese realizar a nivel musical. No podemos seguir reproduciendo el esquema en que un músico toca de cualquier modo y sin la mayor implicación un programa y la semana siguiente otro que tampoco le interesa, para al final de mes cobrar un sueldo para ir más o menos tirando. Se trata por el contrario, de que todos los elementos de esa orquesta se impliquen en proyectos que sí les apasionen y que mediante estos proyectos, puedan sumar más ingresos al sueldo inicial que la orquesta les paga. Evidentemente que las orquestas deberían seguir haciendo conciertos como tal, pero estos programas además de ser menos, tendrían que ser enfocados de otro modo. La típica programación de una temporada en que se escucha por enésima vez lo mismo de siempre, quizás ha llegado a su fin, pero eso… eso es un tema que valdría la pena hablar en otra ocasión, porque da para mucho.
Yo solo he mencionado dos propuestas que cada vez están tomando más y más forma en el medio musical europeo, por ahora solo se están discutiendo, pero eso es algo bueno que tienen las crisis como esta, que se discute, se habla, se intercambian opiniones, quizás algo que le vendría muy bien a nuestro medio es integrar más y más, la costumbre de discutir y renovar, y no solo justificar las cosas con el viejo argumento de siempre, “así es la tradición” o “ siempre a sido así” , pero de eso, de tradiciones, programaciones y orquestas revolucionarias y románticas, hablaremos en nuestra próxima entrega. Seguimos.
30 de noviembre de 2020