El programa presentado el 1 de diciembre por Emmanuelle Haïm y Le Concert d’Astrée reunió algunas de las joyas más representativas del barroco napolitano: El Concierto a cuatro n. 5 para cuerdas  y bajo continuo en la mayo de Francesco Durante, el Regina de Domenico Scarlatti, el Salve Regina de Leonardo Leo, la Sinfonia fúnebre en Fa menor de Pietro Antonio Locatelli y, como eje emocional de la velada, el Stabat Mater de Giovanni Battista Pergolesi. Un recorrido que iba de la devoción íntima al dramatismo instrumental y la sensibilidad preclásica, y que ofreció a los intérpretes un terreno fértil para desplegar virtuosismo y profundidad expresiva.

El concierto  dirigido desde el órgano por Haïm al frente de Le Concert d’Astrée en el Palau de la Música Catalana fue una demostración de musicalidad refinada y profundo entendimiento del estilo napolitano. Desde el inicio de la primera obra, el concerto de Durante, se impuso un rasgo esencial: un sonido limpísimo y transparente. La orquesta se mostró elegantemente delineada, sin exabruptos sonoros y con un fraseo sobrio de gran musicalidad. La base del continuo —dos cellos concisos y nobles, tiorba, bajo y órgano— proporcionó una estructura firme sobre la que las voces se elevaron con libertad, siempre acompañadas con sensibilidad e inteligencia.

El primer Salve Regina, de Domenico Scarlatti, escrito en Madrid, encontró en Carlo Vistoli un intérprete ideal. Su voz, carnosa y sensual, se adaptó de forma natural a esta obra tardía que exige equilibrio entre intimidad devota y lirismo contenido. Vistoli ofreció una línea vocal de gran elegancia, con ornamentación cuidadísima, portamenti exquisitos y un manejo discreto del vibrato. La orquesta actuó como sostén respetuoso —casi espiritual—, reforzando la expresividad sin imponerse jamás. Los tempos de Haïm resultaron especialmente cómodos para la voz y permitieron al contratenor desplegar un fraseo fluido, musical y profundamente humano.

Muy distinto fue el universo estético del Salve Regina de Leonardo Leo, donde Emőke Baráth brilló con luz propia. Aquí entramos en una escritura más virtuosa, galante y claramente influida por el lenguaje operístico. Estamos ante una partitura preclásica, con aromas al primer Mozart. Baráth, de timbre cristalino y técnica impecable, bordó cada ornamento, trino y filigrana con una elegancia que dejó atónito al público. La obra exige una intérprete de grandes capacidades, pues abunda en pasajes vertiginosos donde es fácil perder claridad; sin embargo, Baráth mantuvo siempre afinación una  precisa y  fluidez absoluta. Haïm y la orquesta acompañaron con discreción luminosa, demostrando esa capacidad que tiene la maestra francesa de insuflar vida a cada página que toca sin perder el equilibrio estilístico.

La transición hacia la Sinfonia fúnebre en Fa menor de Locatelli supuso un giro hacia un dramatismo más sobrio. El arranque, de sonido velado, destacó por el énfasis en las disonancias sobre un tempo vivo, creando un ambiente de tensión contenida. La fuga que siguió mostró a una cuerda admirable por su color homogéneo y su unidad. Aquí el dramatismo no nace del gesto ni de los contrastes, sino del discurso armónico, que recuerda mucho a Corelli pero apunta a un mundo sonoro más avanzado, casi cercano a los hijos de J.S. Bach. El bajo de órgano evocó las sonate da chiesa del maestro romano y los tempos cómodos permitieron que la cuerda “cantara” sin perder la vena italiana. El lenguaje instrumental, más ambicioso que el del propio Corelli, reveló una profundidad expresiva que Haïm resaltó con sobriedad y precisión.

El Stabat Mater de Pergolesi, núcleo emocional de la velada, alcanzó el punto más alto de la noche. Haïm abordó las disonancias iniciales con dulzura voluptuosa, transformándolas en un dolor resignado y casi íntimo. Las voces de Baráth y Vistoli se fundieron como una hebra doble en perfecto equilibrio tímbrico. El dramatismo no fue teatral ni desbordado, sino el de una María que llora en silencio, digna ante lo terrible. Los dúos ofrecieron un tejido perfectamente equilibrado, y los solos de Baráth resultaron estremecedores por su sinceridad expresiva.

Imagen ANTONI BOFILL

Haïm entendió en todo momento las necesidades de las voces y les ofreció tempos respirados y un acompañamiento que guiaba sin imponerse. Su lectura destacó por la elegancia constante, sin golpes de arco violentos ni recursos efectistas. Aunque es experta en la tradición francesa, mostró una comprensión admirable del estilo italiano, donde la fluidez vocal y la tensión orgánica son esenciales. El Stabat Mater, más austero que el Salve Regina de Leo, reveló una belleza extrema que nunca se volvió superficial: cada nota parecía conducir directamente a expresar  al dolor y el desamparo de María ante la cruz.

El concierto fue una experiencia profundamente coherente, con la claridad, la musicalidad y la humanidad como guía. Emmanuelle Haïm exhibió un dominio absoluto de cada estilo y una sensibilidad poco frecuente para equilibrar belleza y emoción.Una velada que devolvió al barroco italiano su esencia: líneas limpias, alma abierta y esa desnudez sonora donde todo es verdad. Seguimos

Fotografías cortesía de bcn classics. Fotógrafo Antoni Bofill