Una ejercito de generales

Una ejercito de generales

Hay ocasiones en la vida en las que tienes la marcada sensación de estar contemplando la historia pasar ante tus ojos. Todos tenemos ese tipo de recuerdos en nuestra memoria: una manifestación que cambió el rumbo de las cosas, algún memorable discurso, la visita de alguien destacado a nuestra ciudad, en fin, hay tantas y tantas maneras en las que la historia nos puede convidar a acompañarla un ratito, que es difícil no conocer a alguien que no cuente en su memoria con este tipo de recuerdos.

 

Para los amantes de la música, tales eventos son, sin duda, los grandes conciertos. En nuestra colección de recuerdos, muchos guardamos aquellos conciertos que de algún modo nos cimbraron por dentro, ya sea por la perfección técnica de los intérpretes o por la magia que estos lograron crear sobre el escenario. Al final, esos recuerdos son patrimonio personal de cada uno de nosotros y esa velada quedará grabada a fuego en nuestros corazones para siempre. Es historia viva y capital irrenunciable de nuestro corazón.

 

Escuchar en vivo a la Filarmónica de Berlín es una de esas ocasiones que jamás se olvidan por muchas razones, entre las que están, ser con mucho, una de las mejores orquestas del mundo y el poseer un sonido y manera absolutamente únicas de hacer música. Ese sello Filarmónica de Berlín como es natural, los distingue de otras grandes orquestas y como mejor se aprecia, es escuchándolos en vivo y el público barcelonés tuvo la oportunidad de disfrutar de esta impresionante agrupación en el Palau de la Música, el pasado 2 de mayo.

Un día después del concierto efectuado por la misma Filarmónica en la Sagrada Familia, presentó ante una sala prácticamente abarrotada, un maravilloso programa integrado por obras de Mozart y Schumann , que fue ampliamente ovacionado por un público entregado totalmente al embrujo que se había creado en la hora y media que duró el concierto.

 

Hace tres meses la Filarmónica saltó a los titulares de todo el mundo, por haber nombrado a su primer concertino mujer en toda su historia. En concreto, la maestra Vineta Sareika-Völkner de origen lituano, fue la ganadora de las audiciones a concertino y pudimos verla en esta ocasión  sentada al lado izquierdo del también concertino, el norteamericano Noah Bendix-Balgley.  Filarmónica de Berlín se permite cuatro concertinos, de ellos la primera mujer es la maestra Sareika-Völkner. Y es precisamente  ella, en su perfil de la página web de la misma Filarmónica, la que menciona parte del secreto que hace que esta orquesta suene como suena desde hace décadas. Un primer elemento es la respiración, los músicos de esta orquesta respiran juntos, y de hecho, están constantemente mirándose entre sí para mantener la comunicación entre ellos. No solo miran a su director, tocando pasajes enteros de memoria, si no que suelen ver a sus compañeros de sección, sonriendo  incluso de manera cómplice, todo esto,  mientras tocan atentos a lo que músicos de otras  secciones estén tocando con la suya.

Otro elemento, es la enorme variedad de matices que pueden lograr dar y que resultan enormemente expresivos. Dentro de un pasaje marcado como piano, la orquesta ofrece muchas gradaciones, tantas como  posibilidades de blancos hay para los inuit.

Sareika-Völkner apunta también a una sonoridad casi intransigente, rotunda y es que los fortes de la Filarmónica de Berlín son furia pura, la mezcla de una de las secciones de cuerda más compactas del mundo con unos alientos firmes y brillantes es prácticamente absoluta. Cuando explota en la sala un fortísimo de esta orquesta, es simplemente impactante, apoyada en la sección de los bajos, esa descarga sonora retumba en el interior de su escucha hasta lo más hondo.

El programa presentado fue toda una muestra de intenciones por parte de Kirill Petrenko, titular de la Filarmónica desde 2019. En la primera parte pudimos disfrutar de dos obras de W.A.Mozart, iniciando el concierto con la famosa Sinfonía núm. 25, en Sol menor, KV 183, conocida mundialmente gracias a la película de Milos Froman “Amadeus”, que causó verdadero furor en su momento. El programa continuó con el motete Exsultate Jubilate, KV 165/158ª que fue interpretado en su parte vocal por la soprano británica Louise Alder.

En ambos casos Petrenko mostró una particular afinidad con las obras. El maestro de de origen ruso entiende y disfruta profundamente estas obras del maestro de Salzburgo, que podríamos clasificar de juveniles y no por ello estaremos demeritándolas, son sin duda, dos obras maestras de un jovencito de apenas 17 años, con todo lo que ello supone. Mozart acababa de triunfar en Milán en el estreno de su  “Lucio Silla” y la jovialidad lo inunda todo en su vida.Ambas son obras llenas de luz, de pujanza, de seguridad infinita y sobre todo, de una genialidad que algunos han calificado de milagrosa.

La orquesta estuvo con Petrenko al frente, soberbia, tanto en la sinfonía, que sonó rotunda, brillante y perfectamente realizada como en el motete, que fue un bocado dulce y de exquisito sabor para los amantes de esta maravillosa música. Louise Alder, en particular, bordó su lectura del Exsultate Jubilate obra que le viene como anillo al dedo a su timbre vocal. Elegante y de musicalidad refinada, abordó con naturalidad todos los pasajes complejos de la obra, destacando mucho su Aleluya final por lo cuidado del fraseo y bien colocado de los agudos finales.

 

La segunda parte de la velada estuvo consagrada a la Sinfonía núm. 4, en Re menor, op. 120 de R. Schumann, obra en la que la sonoridad de la Filarmónica simplemente eclosionó, desplegando en la sala una variedad inmensa de matices increíbles y variados. Lo mismo pudimos escuchar un suave y apenas perceptible pianissimo que oscilaba apenas, casi a punto de extinguirse en la cuerda, como vibrar estremecidos, con el poderoso impacto de toda la caballería en pleno. Estamos hablando de una sinfonía en un solo movimiento que Petrenko supo perfectamente administrar en todos los sentidos, fluctuando sabiamente los tempos y los fraseos, para construir un todo  sólido y compacto.

Por momentos y mientras disfrutabas de ese rugir de la potencia orquestal, era imposible no pensar que muy pocas orquestas en el mundo, podrían abordar determinados pasajes a la velocidad que Petrenko los marcó esa noche. Y es que tanto la orquesta, como su titular, dieron una muestra de perfección técnica indiscutible . Nada, absolutamente nada estaba fuera de su lugar y modestamente, lo que quizás algunos echamos en falta, fue una gotita de poesía en medio de ese inmenso despliegue. Con un poquito de ella, aquello ya hubiera sido insoportable y terriblemente bello. Seguimos.

 

 

Soli Deo gloria

Soli Deo gloria

Los barceloneses amantes de la obra de J.S.Bach hemos estado de enhorabuena en las últimas semanas. A finales del mes pasado tuvimos el gusto inmenso de disfrutar en dos conciertos consecutivos, las dos pasiones del maestro de Leipzig, interpretados por músicos de absoluta excepción. Para la San Mateo, la agrupación Belga Vox Luminis y la Freiburger Barockorchester  fueron los encargados de hacer un estupendo concierto ya reseñado por este cooltureta que aún deja sentir su delicioso sabor entre nosotros.  La Pasión según San Juan fue presentada en un también espléndido concierto, por el admirado maestro  Philippe Herreweghe al frente de  Collegium Vocale Gent.

Ahora bien, culminar esa racha dijéramos “virtuosa”  con John Eliot Gardiner al frente del Monteverdi Choir de  la English Baroque Soloists haciendo una memorable Misa en Si menor, es algo que no muchas capitales del mundo pueden tener y que los amantes de la música de esta ciudad condal, agradecemos enormemente.

Para muchos, la Misa en Si menor, es una de las obras más importantes del catálogo del maestro. En ella Bach, durante décadas, fue depositando lo que él mismo denominó sus  “avances en la ciencia de la música”. Es, sin duda, un muestrario amplio y muy profundo, de todo el inmenso acervo que controlaba tras toda una vida haciendo la mejor música para el servicio divino.

La muerte del Príncipe Elector de Sajonia y rey de Polonia y Lituania  Augusto II “ El Fuerte” en 1733, abrió la posibilidad para Bach de solicitar a su heredero Augusto III el título de “compositor de la corte del príncipe elector de Sajonia y de la corte real de Polonia», y para ello, decidió que sería una inmejorable carta de presentación de sus pretensiones laborales, una pequeña muestra de “su saber hacer” en temas musicales. De ese impulso, nace la primera parte de la Misa, a saber, el Kyrie y el Gloria.

Las tres partes restantes de la misa fueron elavadoras a lo largo de los siguientes 16 años, utilizando lo que actualmente se llama “parodia” y que es la reutilización de materiales ya escritos por un compositor y utilizados en una obra nueva. Así, las 27 piezas que conforman esta colosal obra, abarcan casi veinte años de la vida del maestro, pues el Gloria había sido escrito en buena parte desde la navidad de 1724 y los últimos toques del Credo fueron culminados por Bach a finales del año 1749, a unos pocos meses de fallecer. De hecho C. Wolff apunta sobre la enorme posibilidad de que el “Et Incarnatus est” sea la última obra significativa que Bach lograra terminar, pues estaba ya muy enfermo y casi totalmente ciego.

Fue hasta 1736, tres años después de su petición, que el elector Augusto III le concedió el título solicitado, pero esto, a efectos prácticos, no significó mucho, pues el título era de tipo honorario. De cualquier modo, el compositor, lo utilizó cuantas veces le fue posible, pues ello le daba un prestigio que el dinero no daba en aquella época.

Con estos antecedentes, la interpretación de una obra de esta envergadura no es tarea fácil. Se trata de una pieza donde toda la sabiduría de uno de los más  grandes  artistas de la historia  se fue depositando y para hacerle justicia, se requiere de un verdadero maestro que sepa ahondar en lo más profundo de ella.  Sir John Elliot Gardiner, sin duda, tiene todo lo necesario para sumergirse en ella y entregar una lectura sin duda paradigmática. Con una brillantísima carrera a sus espaldas, forma parte de ese selectísimo grupo de intérpretes que sientan cátedra cuando abordan la obra de Bach

Gardiner es ya un huésped habitual de casa nostra. Se le quiere y admira muchísimo. Cada concierto programado con su nombre en nuestra ciudad, es contestado con un absoluto lleno, y este, efectuado el pasado 11 de abril, no fue la excepción. Los barceloneses llenaron hasta la bandera el Palau de la Música y recibieron muy calurosamente al maestro en cuanto pisó el escenario.

Gardiner con el paso de los años,( y esta gira de conciertos está pensada para celebrar su 80 cumpleaños) ha ido profundizando cada vez más y más en su lectura de la obra de Bach. Siempre mostrando una inmensa calidad técnica y musical, su abordaje de las obras del maestro se ha  ido impregnando de una profundidad y un grado de detalle cada vez más deslumbrante .

Si uno escucha las muchas grabaciones que ha realizado Sir John, (y ha grabado toda la obra coral de Bach, siendo para muchos un absoluto referente) y las compara con sus más recientes interpretaciones, encontrará, que, aun manteniendo lo que podríamos llamar una de las marcas de la casa, o sea los tempos rápidos, el fraseo de la música es cada vez más preciso, hasta niveles casi infinitesimales. No hay nota, ni signo que no haya sido revisado por Gardiner y colocado en un contexto más amplio, construyendo con ello una lectura con un marcado sabor austero y donde brillan con una intensa y poderosa luz, los complejos entramados contrapuntísticos que vertebran la obra.

En medio de la compleja red de contrapuntos que constituyen la obra, Gardiner sabe destacar sabiamente el tema relevante, la melodía fundamental. Pone luz donde otros solo ven un inmenso tejido de voces, por momentos abrumadoras, pero que, al ser perfectamente balanceadas y moldeadas, cobran un sentido absolutamente trascendental.  Mima en grado sumo cada elemento de la partitura, que conoce hasta su más íntima esencia, y logra mantener el siempre complejo equilibrio de una obra colosal.

La unidad de cada una de las partes que integran este impresionante monumento, que es la misa en sí menor, suele quedar muy comprometida si no se hace una lectura serena, profunda y donde desde la primera articulación, esté ya implícita la última nota que sonará al final de esta.  Gardiner ha alcanzado, con el paso de los años, incidir precisamente en este crucial punto, pues ha logrado ver y dar sentido de unidad a la obra en su totalidad, lo que se manifiesta en un todo perfectamente orgánico. En el momento de la primera anacrusa, Gardiner tiene ya muy claro cómo sonará el último acorde de la obra.

Tanto el Monteverdi Choir como la English Baroque Soloists  dieron notable testimonio del altísimo nivel artístico que han alcanzado a lo largo de todos estos años. Están absolutamente compenetrados los unos con los otros y se les ve tocar concentrados, pero al mismo tiempo relajados e inmersos en la ejecución. Dentro de los solistas presentados, todos de  excepción, podríamos hablar, por mencionar algunos notables casos, al contratenor norteamericano Reginald Mobley, que bordó un Agnus Dei realmente conmovedor y el bajo Alex Ashworth, habitual colaborador  de Sir John, que cantó el aria Et in Spiritum Sanctum con una voz rotunda y muy potente, además de lucir una deliciosa musicalidad que llenó de una maravillosa magia su interpretación.

De igual modo, la soprano Hilary Cronin brilló y mucho en todas las arias a ella encomendadas, destacando su delicado timbre y la elegancia con que frasea cada una de ellas.

Es indescriptible la inmensa emoción que logró generar en cada uno de los que esa noche estuvieron en la sala del Palau de la Música, la audición de esta memorable obra. Al final, tras el corte del último acorde, que fue bruscamente interrumpido por los aplausos del público, muchos teníamos la absoluta certeza de haber vivido algo trascendental, algo que se parecía mucho a un éxtasis místico. Recordé en esos momentos lo que Bach solía colocar al final de sus obras: “Soli Deu gloria” y solo pude decir para mi mismo, Amén. Seguimos.

Y entoces la voz se llenó de luz.

Y entoces la voz se llenó de luz.

Barcelona tiene con la obra de Bach un lazo muy especial. El idilio viene de antiguo y seguramente tiene en el 27 de febrero de 1921 uno de sus más icónicos momentos, pues fue en esa fecha que el Orfeó Català estrenó en España la Pasión según San Mateo.

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A partir de esos maravillosos años, Barcelona tiene una cita irrenunciable con las Pasiones del maestro de Leipzig y así, temporada tras temporada, vemos el Palau de la Música, atestado cada año para disfrutar de ellas. En este año, la San Mateo fue presentada el pasado 30 de marzo, por un conjunto integrado por varios grupos de reconocido prestigio. En la parte coral, los encargados fueron Vox Luminis, el  aclamado conjunto vocal belga, acompañados por la Freiburger Barockorchester, viejos amigos nuestros, ya que han visitado con frecuencia el Palau, siempre con una éxito sonado. A ellos se sumaron en la primera parte de la obra, la participación del Cor Infatil de l’Orfeó Català que dirige la maestra Glòria Coma. Todo este conglomerado de artistas fue dirigido, desde su lugar como bajo del segundo coro de la pieza, por el maestro Lionel Meunier, director desde su fundación de Vox Luminis.

Huelga decir, que la de San Mateo es una obra compleja y muy densa. Es sin duda todo un reto para cualquier conjunto que se atreva a presentarla. Pero las cosas se vuelven aún más difíciles, si lo haces sin un director que coordine la ejecución. Lionel Meunier fue el encargado de preparar la obra y de conjuntar todos los criterios necesarios para la presentación del día 30 de marzo, pero no fue él, el que guió la obra esa noche, pues como ya lo mencioné, el maestro estaba, como suele hacer, cantando como uno más con sus compañeros. Fueron más bien los dos concertinos Petra Müllejans en la primera orquesta y Péter Barczi en la segunda, los que desde su asiento, coordinaron algunos momentos, sobre todo desde el punto de mantener la cohesión de la ejecución. Pero hubo algunas arias en las que la cuerda no participo, y ahí el peso recayó en los músicos que intervenían, como oboes o flautas solistas y ello hizo que aquellas arias no funcionaran del todo bien, simplemente porque no había nadie que diera la certidumbre de estabilidad rítmica.

Poniendo como ejemplo el aria para tenor Ich will bei meinem Jesu wachen que cuenta con un solo de oboe y parte de corno inglés, pero que viene precedido del arioso O Schmerz que lleva parte en este caso para dos cornos ingleses. Ambas partes, las de oboe y las de corno inglés las tocan los mismos músicos y tienen muy poco tiempo, para culminar un número y cambiar rápidamente al otro instrumento, sobre todo el oboísta solista, que es además el que inicia el aria. En nuestro caso el maestro Thomas Meraner tuvo que ser auxiliado por su compañera de atril, sosteniéndole el corno inglés que acababa de tocar, porque simplemente no logró dejar un instrumento y preparar el otro, dando como resultado un inicio muy deslucido para la enorme calidad musical del maestro Meraner, que debió de pasarlo mal durante toda el aria, pues se le veía muy agobiado.

En una ejecución al uso, este tipo de situaciones son mucho más difíciles que pasen, pues el director espera a que todos estén listos antes de dar la entrada de inicio y los solistas tanto vocales como los atrilistas, están mucho más relajados.

La parte vocal fue simplemente memorable, Vox Luminis lució y de qué manera, con una sonoridad perfecta, absolutamente ensamblados y dando muestra de porqué son considerados uno de los mejores grupos vocales del mundo. Las partes solistas, asignadas a miembros de Vox Luminis todas fueron interpretadas con una enorme solvencia. El tenor Raphael Höhn bordó su papel de evangelista, que es dicho sea de paso, absolutamente agotadora. El bajo Sebastian Myrus asombró como Jesús por la potencia de su voz, lo brillante en todo momento de cada uno de sus registros y la frescura y agilidad con que abordó tanto los recitativos, como las dos arias que cantó en la segunda parte del concierto.

Pero los dos solistas que tuvieron su noche, fueron sin duda los contratenores Alexander Chance  y  William Shelton. Chance fue sin duda el que más impresión causó en el público congregado la noche del 30 de marzo, pues bordó cada una de sus arias, destacando notablemente la que para muchos es la parte más conmovedora de toda la obra, el aria Erbarme dich. Acompañado al violín por Petra Müllejans, Chance cimbró las conciencias de cada uno de nosotros, abordando con voz templada este desgarrador lamento que es sin duda, una de las más hermosas arias jamás escritas y que Chance supo construir perfectamente. Dosifico su potente voz y fraseo con suma delicadeza y buen gusto, para concluir con un fino hilo de voz  dejarnos con el corazón erizado.

Shelton solo tuvo a su cargo una aria, la inolvidable  Können Tränen meiner Wangen pero impresionó tanto al público que al final de la velada fue uno de los más aclamados. Musicalidad sin límites, inteligencia, un extraordinario buen gusto al ornamentar y una impresionante técnica vocal son términos con los que podríamos calificar el trabajo presentado por Shelton.

No quisiera terminar esta crónica sin mencionar el maravilloso papel realizado por el coro infantil de nuestro querido Orfeó que fueron tanto en el coro inicial de la obra, como en el final de la primera parte, lo que se podía esperar de un coro  infantil, y que es la razón de que Bach los colocara en la obra: un rayo de luz en medio de tanta oscuridad y dolor.  Mientras se nos narra a los presentes, los terribles tormentos sufridos por Cristo, las dos veces que escuchamos al coro infantil, nos recuerdan la luz, la paz y la inocencia que el salvador significa para los cristianos. En medio de la obscuridad más absoluta, la esperanza de la redención.  Seguimos.

 

 

Veinte perlas de ambrosía

Veinte perlas de ambrosía

La ambrosía tradicionalmente se ha asociado al mundo de lo divino. Los dioses del olimpo tenían en ella su principal alimento. Es descrita como una miel, un néctar mediante el cual estos seres, restauraban su estado de inmortalidad y divinidad suprema. Incluso, si acudimos a  la raíz etimológica de la palabra, nos encontraremos en terrenos etéreos o paradisíacos, en tanto que ambrosía deriva del griego an, o sea, no, y brotós, que significa  mortal, con lo que, la palabra lleva implícita  la trascendencia de esta realidad mundana y nos  ubica de lleno en otra, una de celestiales dimensiones, no apta para sabores burdos o zafios. La ambrosía es un manjar solo apto para seres de paladar sensible y sutil.

Quien tiene la fortuna de recibir el inmenso regalo de una gota de este divino néctar, percibirá la vida desde otra altura y su día a día nunca volverá a ser igual.  Su percepción se afinará, los colores serán más intensos y los sonidos más vívidos. Los dioses compartirán con ese afortunado una pequeña parte del Olimpo y es por ello  que su existencia se verá definitivamente transformada.

Tales promesas nos han sido ofrecidas desde inmemorables siglos, por la tradición artística de nuestra cultura, existiendo obras particularmente dotadas de este selecto alimento. Fuentes privilegiadas, en donde algunas almas refinadas y sensibles abrevan, para poder renovar fuerza, emulando a los dioses del olimpo y así poder continuar con su  día a día, pletóricos de esta nueva inmortalidad así  renovada y transmitida por la obra de arte.

Fuente inagotable de ambrosía, sin duda, es la tradición del lied alemán. Destacando enormemente por su profundidad y delicadeza, los ciclos escritos por Franz Schubert.

El maestro austriaco encontró en esta forma músico-poética, el vehículo privilegiado para explorar las insondables profundidades del alma humana y mostrar los frutos de tales incursiones en ciclos pletóricos de una belleza poética refinada y serena, que, cuando se tiene el oído listo y la mente dispuesta, dejan el alma preñada de esa ambrosía antes mencionada en estas letras.

Teniendo como escenario el Palau de la Música de Barcelona, se presentó el pasado 15 de marzo, el tenor alemán Christoph Prégardien, acompañado por el maestro Roger Vignoles al piano, con un programa integrado por el ciclo de lieder “La bella molinera” de F. Schubert.

La ocasión era notable en tanto que ambos intérpretes cuentan con un enorme y más que justificado prestigio como intérpretes. Destacando en el caso de Prégardier, como un cantante particularmente afortunado en la interpretación de lieder y como uno de los mejores pianistas acompañantes del momento, en el caso del maestro Vignoles

La sala del Palau, reportó una buena entrada, aunque lejos del lleno total. Ya se sabe, este tipo de conciertos nunca han sido un gran reclamo de las grandes masas. Aun así, da gusto ver el enorme número de aficionados al Lied que hay en tierras catalanas y que disfrutaron enormemente de este ciclo, por demás paradigmático de la obra Schubertiana.

El ciclo, escrito en 1823 basándose en poemas de Wilhelm Müller y que parece ser, tienen su origen en algún tipo de decepción amorosa del poeta, narra el viaje que un joven  realiza desde la esperanza ante lo que puede ser conquistar el  amor  de una joven molinera y la vida que él desea tener a su lado, hasta  la desesperanza y profunda desesperación en la que se ve sumergido, cuando estos anhelos  no se ven realizados.  Tras la aparición de un rival superior a él, en este caso, un cazador que conquista el corazón de la bella molinera, nuestro  joven se hunde y ve en  la muerte su destino. Acude al río, viejo y conocido amigo que a lo largo de todo el ciclo es un elemento indispensable de la trama, para encontrar la calma perdida.

Es este río, el que al final, en el último lied, le canta una canción al desgraciado amante, que tras padecer las heridas de cupido, ahora descansa de sus sinsabores. Tranquilo en sus profundidades, es consolado de sus padecimientos.

La economía de medios que Schubert utiliza en sus ciclos de lieder es notable. No hay absolutamente nada  superfluo en esta música, solo hay poesía de alta calidad, una línea vocal muchas veces simple que dimana del texto y un acompañamiento pianístico que envuelve de las maneras más diversas los dos primeros elementos de la ecuación. Es finalmente poesía en estado puro, pequeñas perlas de ambrosía que requieren de verdaderos maestros que sepan abrevar en esta  fuente para poder entregar su mensaje al público.

Christoph Prégardien supo, sin duda, imprimir a cada palabra cantada el encanto y el peso requerido en cada momento. Construyó como un paciente orfebre una línea melódica amplia y bien cimentada que se desplegó por la sala, en cada uno de los 20 lieder que integran la obra.

Inició cantando  pletórico de felicidad, para luego mostrarse  seguro y locuaz. Al final y tras el lied «Der Jäger» («El cazador»), poco a poco fue hundiéndose; primero en los celos para, posteriormente, sumergirse en la desesperación más absoluta.

Aquel que estuvo esa noche en la sala, no pudo menos que sentir la insondable tristeza  de un corazón roto que lloraba su honda pena en el lied «Die liebe Farbe» («El color favorito») que en su tercera estrofa dice: Grabt mir ein Grab im Wasen, Deckt mich mit grünem Rasen: Mein Schatz hat’s Grün so gern. (Cavadme una tumba en la pradera cubriéndola de verde césped: a mi amada le gusta tanto ese color…)

Como broche de este memorable ciclo, el consuelo nos espera al final del camino. Así, el texto inicial del último lied“Des Baches Wiegenlied” (Canción de cuna del arroyo) dice: Gute Ruh, gute Ruh! Tu die Augen zu! Wandrer, du müder, du bist zu Haus. (¡Descansa feliz, reposa tranquilo! ¡Cierra tus ojos! Fatigado caminante, llegaste ya a tu hogar.) Prégadien, con infinita ternura entono, como si fueran una delicada canción de cuna aquellas palabras, y mientras disfrutábamos de aquello, era imposible no pensar en  un padre que amoroso arrulla a un hijo que cansado, regresa esperando consuelo y abrigo en sus brazos.

Veinte perlas de ambrosía nos fueron entregadas esa noche a los afortunados que nos congregamos en el Palau, en un concierto sin duda, absolutamente excepcional. Seguimos.

«Juventud divino tesoro».

«Juventud  divino tesoro».

La noche del pasado 23 de febrero, tuvimos la oportunidad los congregados en el Palau de la música catalana, de disfrutar de un concierto protagonizado por una nueva generación de músicos de primera línea.  El violonchelista madrileño Pablo Ferrández fue el solista invitado de la Orquesta Sinfónica de Amberes, dirigida en esta ocasión por su titular, la maestra Elim Chan.

Ambos artistas que están en el arranque de su carrera internacional ya van mostrando de qué son capaces, dando muestras notables de su enorme talento y de que están preparados para volar muy alto, por cielos que, por momentos, pueden llegar a ser realmente inhóspitos.

Ferrández de apenas 31 años y con un currículum realmente brillante, se presentó ante el público catalán con una obra realmente exigente: El Concierto para violonchelo núm. 1, en Mi bemol mayor de D. Shostakóvich. Partitura compleja donde la haya, este concierto no es de fácil acceso para sus intérpretes. Escrita en 1959 y dedicada al gran Mstislav Rostropóvich, es para muchos “el concierto” de violonchelo del siglo XX. Desde el primer momento y durante los siguientes cuatro movimientos, mantiene al solista en un estado constante de tensión y entrega. Es sobre él que recae prácticante todo el peso de la obra, la orquesta, que tiene un papel importante sin duda, literalmente acompaña, da sustento a un despliegue absolutamente despiadado de todos los recursos técnicos y musicales de los que es capaz el instrumento. Si pensamos en el destinatario original de la partitura, el recordado Rostropóvich, podremos calcular la envergadura del reto que supone para cualquier solista preparar y presentar este concierto en público.

Ferrández lució, y mucho, en su lectura de este complejo concierto. Lo anterior fue aún más notable, sobre todo en los movimientos centrales de la misma, donde pudimos apreciar  la marca de la casa: una sonoridad  muy potente y llena de brillo. El joven maestro sabe cómo aplicarse a fondo en los momentos de mayor expresividad y sacar de su instrumento verdaderos lamentos que atraviesan el alma de quien lo escucha. En los movimientos rápidos de la obra aún falta, en nuestra opinión, asentar más su concepción sobre ellos. La sonoridad obtenida, pese a ser de muy alta calidad, era por momentos demasiado evanescente y le faltaba ductilidad rítmica, perdiendo con ello la garra y el sarcasmo que la partitura reclama. Por momentos la orquesta opacó esos pequeños detalles llenos de humor negro que pueblan toda la obra y que se perdieron porque faltó rigurosidad y mayor precisión en la lectura y el balance de una obra extraordinariamente compleja sobre todo, repito, en los movimientos rápidos.

Con todo, y tomando en cuenta el inmenso monumento con que se presentó ante el público del Palau, Ferrández tuvo una gran noche y nos hace estar seguros de que con los años su carrera crecerá a lo más alto, dándonos inmensas satisfacciones con sus éxitos.

La otra gran protagonista de la noche fue Elim Chan que con apenas 36 años es directora titular de la Orquesta Sinfónica de Amberes. Su nombramiento al frente de esta orquesta llegó en 2019, después de realizar varios conciertos con esta agrupación, que decidió apostar por esta talentosa maestra de origen chino, pero educada en los Estados Unidos. De aspecto frágil, su paso por el Palau de la Música podríamos calificarlo de ir in crescendo, de un piano en tempo Moderato a un fortísimo en Allegro con brío

La noche comenzó con una buena lectura de la obertura a Ruslan y Ludmila de M. Glinka, obra brillantísima y que en manos de Chan funcionó bien, pero con regusto a obra de relleno. Mal aspecto le poníamos al concierto si una obra tan brillante y rotunda, nos sonaba bien sin ir mucho más allá. Vino después el concierto arriba comentado y los enteros de Chan comenzaron a subir enormemente, pues estuvo siempre donde había que estar, atenta, solícita y flexible ante cualquier requerimiento de Ferrández. Vigilante del balance de su orquesta y cuidadosa que la obra fuera hacia adelante, mostrando una musicalidad innata que en la anterior obra brilló por su ausencia.

Tras la media parte, la obra con la que la orquesta mostraría lo mejor de sus cualidades fue Suite del ballet ‘Romeo y Julieta’ de S. Prokófiev. Decía Franz Strauss, padre de Richard y que fue, en su momento, uno de los grandes trompistas de su tiempo principal de su sección en la ópera de la corte de Baviera, que cuando se presentaba ante una orquesta un nuevo director, normalmente joven, él ponía mucho cuidado en ver cómo subía al podio, pues con la seguridad con que lo hacía, se podía ver si los que mandaban eran ellos, los músicos, o aquel pobre muchacho que pretendía dirigirlos.

He de confesar que, de manera instintiva, seguí la recomendación de Strauss padre en el momento en que Chan subió al podio para dirigir la obra de Prokófiev y me transmitió, pese a su figura delicada y casi frágil, una seguridad y un aplomo tremendo, convenciéndome de que estábamos a punto de disfrutar de algo grande.

Justo antes de comenzar, la maestra quiso dirigirse muy brevemente al público reunido y agradecerles el afecto mostrado, en lo que era su primer concierto en nuestra hermosa sala, confesando que esta obra era una de sus favoritas y que significaba mucho para ella poder interpretarla esa noche.

Era muy notable lo cómoda que estaba Chan interpretando esta música. Sus gestos, antes correctos pero fríos, se llenaron de una fuerza y una vehemencia tremendos. Poseedora de una técnica impecable y efectiva, se le veía disfrutar y con ella a toda la orquesta, que sonó espléndida. En este Romeo y Julieta, la paleta expresiva es inmensa y la orquesta tiene en sus mil y una combinaciones tímbricas y temáticas, la oportunidad de sugerir, de apuntar tal o cual sensación. Una orquesta de alta calidad como lo es la Orquesta Sinfónica de Amberes tiene en esta partitura la ocasión de brillar muy intensamente porque la obra lo tiene todo: momentos de virtuosismo técnico, escenas líricas maravillosas, pasajes de tensión y dramatismo a raudales, ocasiones en que puedes ver a los personajes sufriendo ante tus ojos, y un largo etcétera.

Memorable, es como podemos calificar la lectura que realizó la maestra Chan al frente de la Sinfónica de Amberes de esta obra y nos hace sentir muy optimistas sobre el crecimiento artístico de la directora, que aún tiene mucho que desarrollar en todos los sentidos. Por el momento, podemos ver como en el repertorio en el que ella se siente cómoda, despliega todo su inmenso potencial, no así en obras que no le son tan próximas, en las que su alta calidad no es tan evidente. Estamos seguros que con los años de lo que promete será una brillante carrera, logrará hacer justicia por igual a todas las piezas que tenga a su cargo, lo que hará que el público, pueda disfrutar de una espléndida directora, como lo es ella.

Seguimos.