«Juventud divino tesoro».

«Juventud  divino tesoro».

La noche del pasado 23 de febrero, tuvimos la oportunidad los congregados en el Palau de la música catalana, de disfrutar de un concierto protagonizado por una nueva generación de músicos de primera línea.  El violonchelista madrileño Pablo Ferrández fue el solista invitado de la Orquesta Sinfónica de Amberes, dirigida en esta ocasión por su titular, la maestra Elim Chan.

Ambos artistas que están en el arranque de su carrera internacional ya van mostrando de qué son capaces, dando muestras notables de su enorme talento y de que están preparados para volar muy alto, por cielos que, por momentos, pueden llegar a ser realmente inhóspitos.

Ferrández de apenas 31 años y con un currículum realmente brillante, se presentó ante el público catalán con una obra realmente exigente: El Concierto para violonchelo núm. 1, en Mi bemol mayor de D. Shostakóvich. Partitura compleja donde la haya, este concierto no es de fácil acceso para sus intérpretes. Escrita en 1959 y dedicada al gran Mstislav Rostropóvich, es para muchos “el concierto” de violonchelo del siglo XX. Desde el primer momento y durante los siguientes cuatro movimientos, mantiene al solista en un estado constante de tensión y entrega. Es sobre él que recae prácticante todo el peso de la obra, la orquesta, que tiene un papel importante sin duda, literalmente acompaña, da sustento a un despliegue absolutamente despiadado de todos los recursos técnicos y musicales de los que es capaz el instrumento. Si pensamos en el destinatario original de la partitura, el recordado Rostropóvich, podremos calcular la envergadura del reto que supone para cualquier solista preparar y presentar este concierto en público.

Ferrández lució, y mucho, en su lectura de este complejo concierto. Lo anterior fue aún más notable, sobre todo en los movimientos centrales de la misma, donde pudimos apreciar  la marca de la casa: una sonoridad  muy potente y llena de brillo. El joven maestro sabe cómo aplicarse a fondo en los momentos de mayor expresividad y sacar de su instrumento verdaderos lamentos que atraviesan el alma de quien lo escucha. En los movimientos rápidos de la obra aún falta, en nuestra opinión, asentar más su concepción sobre ellos. La sonoridad obtenida, pese a ser de muy alta calidad, era por momentos demasiado evanescente y le faltaba ductilidad rítmica, perdiendo con ello la garra y el sarcasmo que la partitura reclama. Por momentos la orquesta opacó esos pequeños detalles llenos de humor negro que pueblan toda la obra y que se perdieron porque faltó rigurosidad y mayor precisión en la lectura y el balance de una obra extraordinariamente compleja sobre todo, repito, en los movimientos rápidos.

Con todo, y tomando en cuenta el inmenso monumento con que se presentó ante el público del Palau, Ferrández tuvo una gran noche y nos hace estar seguros de que con los años su carrera crecerá a lo más alto, dándonos inmensas satisfacciones con sus éxitos.

La otra gran protagonista de la noche fue Elim Chan que con apenas 36 años es directora titular de la Orquesta Sinfónica de Amberes. Su nombramiento al frente de esta orquesta llegó en 2019, después de realizar varios conciertos con esta agrupación, que decidió apostar por esta talentosa maestra de origen chino, pero educada en los Estados Unidos. De aspecto frágil, su paso por el Palau de la Música podríamos calificarlo de ir in crescendo, de un piano en tempo Moderato a un fortísimo en Allegro con brío

La noche comenzó con una buena lectura de la obertura a Ruslan y Ludmila de M. Glinka, obra brillantísima y que en manos de Chan funcionó bien, pero con regusto a obra de relleno. Mal aspecto le poníamos al concierto si una obra tan brillante y rotunda, nos sonaba bien sin ir mucho más allá. Vino después el concierto arriba comentado y los enteros de Chan comenzaron a subir enormemente, pues estuvo siempre donde había que estar, atenta, solícita y flexible ante cualquier requerimiento de Ferrández. Vigilante del balance de su orquesta y cuidadosa que la obra fuera hacia adelante, mostrando una musicalidad innata que en la anterior obra brilló por su ausencia.

Tras la media parte, la obra con la que la orquesta mostraría lo mejor de sus cualidades fue Suite del ballet ‘Romeo y Julieta’ de S. Prokófiev. Decía Franz Strauss, padre de Richard y que fue, en su momento, uno de los grandes trompistas de su tiempo principal de su sección en la ópera de la corte de Baviera, que cuando se presentaba ante una orquesta un nuevo director, normalmente joven, él ponía mucho cuidado en ver cómo subía al podio, pues con la seguridad con que lo hacía, se podía ver si los que mandaban eran ellos, los músicos, o aquel pobre muchacho que pretendía dirigirlos.

He de confesar que, de manera instintiva, seguí la recomendación de Strauss padre en el momento en que Chan subió al podio para dirigir la obra de Prokófiev y me transmitió, pese a su figura delicada y casi frágil, una seguridad y un aplomo tremendo, convenciéndome de que estábamos a punto de disfrutar de algo grande.

Justo antes de comenzar, la maestra quiso dirigirse muy brevemente al público reunido y agradecerles el afecto mostrado, en lo que era su primer concierto en nuestra hermosa sala, confesando que esta obra era una de sus favoritas y que significaba mucho para ella poder interpretarla esa noche.

Era muy notable lo cómoda que estaba Chan interpretando esta música. Sus gestos, antes correctos pero fríos, se llenaron de una fuerza y una vehemencia tremendos. Poseedora de una técnica impecable y efectiva, se le veía disfrutar y con ella a toda la orquesta, que sonó espléndida. En este Romeo y Julieta, la paleta expresiva es inmensa y la orquesta tiene en sus mil y una combinaciones tímbricas y temáticas, la oportunidad de sugerir, de apuntar tal o cual sensación. Una orquesta de alta calidad como lo es la Orquesta Sinfónica de Amberes tiene en esta partitura la ocasión de brillar muy intensamente porque la obra lo tiene todo: momentos de virtuosismo técnico, escenas líricas maravillosas, pasajes de tensión y dramatismo a raudales, ocasiones en que puedes ver a los personajes sufriendo ante tus ojos, y un largo etcétera.

Memorable, es como podemos calificar la lectura que realizó la maestra Chan al frente de la Sinfónica de Amberes de esta obra y nos hace sentir muy optimistas sobre el crecimiento artístico de la directora, que aún tiene mucho que desarrollar en todos los sentidos. Por el momento, podemos ver como en el repertorio en el que ella se siente cómoda, despliega todo su inmenso potencial, no así en obras que no le son tan próximas, en las que su alta calidad no es tan evidente. Estamos seguros que con los años de lo que promete será una brillante carrera, logrará hacer justicia por igual a todas las piezas que tenga a su cargo, lo que hará que el público, pueda disfrutar de una espléndida directora, como lo es ella.

Seguimos.

 

 

 

Élégance et raffinement

Élégance et raffinement

Teniendo como marco el Palau de la Música de la ciudad de Barcelona, se presentó el pasado 15 de febrero una de las agrupaciones más queridas de casa nostraLe Concert des Nations, dirigidos por su fundador, el  maestro Jordi Savall. Con una sala casi llena, el programa anunciado estaba integrado por tres obras que giraban en torno de la danza barroca y el estilo a la francesa.  Así, en la primera parte, pudimos escuchar de J-F. Rebel la música para el ballet “Les éléments” concluyendo esta sección de la velada, con la Suite núm.1 de Fa mayor de la Música Acuática de G.F. Haendel. Tras un breve descansó el concierto continuó con la música para el ballet de C.W.Glück “ Don Juan” 

Una de las grandes aspiraciones del arte en el siglo XVIII, era que el arte imitara de la manera más perfecta posible a la naturaleza. Los músicos se afanaron para que su auditorio, sintiera como los ríos corrían o los pájaros cantaban al escuchar muchas de sus obras. Los maestros franceses pusieron un particular énfasis en lo anterior y así,  tenemos un amplio catálogo de representaciones de fenómenos naturales firmadas por autores galos.

Dentro de esta lista, destaca mucho por la enorme fortuna en su empeño por emular el momento en que los elementos se unieron en un orden perfecto, dando como resultado nuestro mundo, la obra de J-F. Rebel “ Les éléments” .

El mismo Rebel, que publicó la obra en París después de su estreno en el Palacio de la Tullerías, escribió un interesantísimo prólogo explicativo donde detalla cómo, por ejemplo,  los  movimientos brillantes, rápidos y vivos en los violines, describirían al fuego, o cómo, cascadas ascendentes y descendentes en las flautas nos pintarían el ir y venir del agua.

Pero donde el ingenio de Rebel se agudizó en grado sumo,  fue cuando decidió, que la mejor manera de describir el caos, era hacer sonar todas las notas de la escala de re menor simultáneamente, dando como resultado, el que quizás sea el primer clúster de la historia.

Savall abordó con absoluta naturalidad las obras anunciadas . No es algo nuevo para nosotros verle muy cómodo y como en casa con un repertorio de vena francesa. Solo hay que recordar sus innumerables registros de autores como Couperin, Lully o Rameau. Savall entiende muy hondamente el alma del arte francés de la época y logra transmitir, ya sea a la viola da gamba o dirigiendo a sus diferentes agrupaciones, el gusto y el refinamiento que esta escuela requiere. Con Rebel, heredero natural del gran Lully la orquesta se mostró suelta y natural, llegando por momentos, a tener la impresión de verles tocar en el salón de casa con pijama y pantuflas gracias a la naturalidad con que todo sonaba. Los músicos de Le Concert des Nations llevan muchos años visitando esta manera de entender la música y el resultado es simplemente magnífico.

La suite escogida por Savall de la famosa Música Acuática fue la llamada suite de los cornos, por evidentemente contar con estos instrumentos en la plantilla orquestal. Haendel trazó este conjunto de partituras, para dar lucimiento a una serie de apariciones públicas efectuadas por el Rey Jorge I, antiguo príncipe de Hannover y ex patrón del compositor en el principado, que había heredado el trono británico, en una carambola de esa que solo las familias reales son capaces de entender.  El nuevo rey tenía un tremendo inconveniente para muchos de sus nuevos súbditos: no sabía inglés, ni estaba en absoluto familiarizado con nada que tuviera que ver con sus nuevos dominios. Para los británicos, era un alemán repelente, al que no querían en el trono. Un extraño que incluso, tenía para mayor escarnio público, solo amantes alemanas y no británicas (que siendo rey, majestad, la política lo impregna todo, caray) hasta esos límites de desconsideración habían llegado las cosas.

Haendel recibió el encargo de poner música que sirviera para ornar el paseo que su británica majestad quería hacer en junio de 1717, para que su pueblo lo conociera de cerca y en una de esas lo quisiera un poquito. El plan era que Jorge surcara el Támesis saliendo del Palacio de Whitehall ahora desaparecido y se dirigiera hacia Chelsea, almorzara en algún emplazamiento preparado ahí y de nueva cuenta, regresara por el mismo camino. Al parecer, tal iniciativa tuvo bastante éxito y los paseos por el Támesis se repitieron durante varios años.

La música es simplemente deliciosa, llena de potencia y un brillo por todos conocidos. Haendel, supo perfectamente proporcionar la música requerida para dar notoriedad a un rey prácticamente desconocido por su pueblo, y que este pudiera aparecer dignamente ante ellos.  En particular, la primera suite, que fue interpretada la noche del día 15 de febrero, cuenta en la plantilla orquestal con dos trompas, que tienen en esta obra uno de esos momentos en que tienen que aplicarse a fondo. Cualquier pequeño error puede dar pie a una catástrofe que se escuchará en toda la sala. Los músicos de mayor experiencia, y Savall cuenta con dos espléndidos intérpretes, al sentir la posibilidad de alguna desafinación, suelen ahogar la nota defectuosa o disimular lo más posible, sacrificando brillo, pero mimando mucho más el resultado final. Este fue el caso que nos tocó escuchar el pasado miércoles en el Palau, en que si bien las trompas, no brillaron en toda su majestuosidad, si tocaron con mayor seguridad y pudimos disfrutar de una buena lectura de toda la suite.

El caso del ballet pantomime Don Juan de Glück fue también paradigmático, pues fue abordado desde el más escrupuloso respeto del estilo clásico. Los fraseos fueron elegantes y naturales, y en general, el balance de la orquesta fue simplemente espléndido, marcando una diferencia estilística notoria con respecto a las obras de la primera parte. Algunas agrupaciones suelen naufragar en este punto y tocan casi del mismo modo un Rameau y un Mozart, sin distinguir en las arcadas o los ornamentos y la manera en que hay que hacerlos en una u otra época. Savall cuidó mucho esa parte y pudimos escuchar, como ya apunté anteriormente, una clara diferencia entre el mundo barroco de la primera parte del programa y el mundo clásico de la obra de Glück.

Digno prolegómeno del Don Giovanni de Mozart, el Don Juan de Glück culmina con  la famosa “Danza de las furias” que en la interpretación del maestro Savall, hizo vibrar al público congregado aquella noche, que justo al terminar  la lectura de este pasaje, ovacionó de pie durante largo rato a los artistas.

Savall se sabe querido por su gente y agradeció visiblemente emocionado por el cariño recibido, tomando la palabra brevemente para anunciar una pequeña propina que fue una danza de Rameau, en que el público fue invitado a participar dando palmas en los momentos en que el maestro lo indicara.

Huelga decir que la audiencia terminó la velada más que satisfecha, renovando el infinito cariño y respeto que se le tiene al maestro Savall y a todo su incansable trabajo. Quedamos a la espera de nuevas aventuras musicales encabezadas por este admirado maestro. Seguimos.

 

Un poeta del piano.

Un poeta del piano.

Para muchos es un poeta del piano; para otros es poseedor de una de las técnicas más sorprendentes de los últimos tiempos; para otros es la continuación de la gran escuela rusa, que cuenta con nombres como Serguéi Rajmáninov, Sviatoslav Richter, o Lázar Berman. Lo cierto es que un concierto de   Yevgueni Kissin es toda una oportunidad que no hay que perderse, pues la posibilidad de vivir una experiencia memorable está prácticamente asegurada.

El próximo viernes 17 de febrero, el Palau de la Música será el escenario en que este extraordinario pianista se presentará ante el público catalán, que suele acogerlo muy calurosamente. Dentro del programa que se ha anunciado podemos encontrar a varios de los autores fetiche, por  los que Kissin ha transitado a lo largo de su exitosa carrera. La primera parte del programa muestra una equilibrada muestra del amplio repertorio con que cuenta y lo profundo que ha logrado llegar en la obra de nombres como Bach, Mozart o Debussy. Así, la velada se iniciará con la Fantasía cromática y fuga, BWV 903 de J.S. Bach, para continuar con la Sonata para piano núm. 9, en Re mayor, KV 311 de W.A. Mozart. Ambas piezas sin duda son muestra del más elevado virtuosismo de sus autores;  obras que dentro de su época estaban pensadas para artistas de alto nivel y Kissin lo es absolutamente; pudiendo abordar con soltura la interpretación de dichas partituras atendiendo, en cada caso, al estilo que cada una de ellas exige.

Para concluir esta primera parte, el programa nos marca, una obra muy querida en «casa nostra», me refiero a Estampes de C. Debussy, pieza  estrenada en 1903 en París por el pianista catalán Ricardo Viñes y que es una de esas partituras   icónicas para muchos pianistas en la actualidad. Lo anterior es aun más notorio cuando pensamos en el brillante virtuosismo de Jardins sous la pluie, movimiento final de las tres  que integran la obra.Solo podemos frotarnos las manos de pensar lo que puede ser aquello con Kissin al piano.

Continuador de la gran tradición pianística rusa, Kissin consagra la segunda parte de su recital a una de las más altas cumbres de esta escuela: Serguéi Rajmáninov.

Rajmáninov en vida fue más celebrado como uno de los mejores pianistas del momento que como el autor que es ahora. Muchos veían su obra demasiado anticuada y centrada en un pasado que él férreamente se negó a olvidar. Así, podemos encontrar en obras como los 6 Études-Tableux, op. 39, ecos de una manera mucho más poética de concebir la música. La colección integrada por seis movimientos, está pensada de acuerdo con el modelo romántico, buscando en todo momento el lucimiento técnico del intérprete, pero apelando siempre también a la emotividad de quien escucha. No son solo ejercicios técnicos de alta escuela, sino piezas de un virtuosismo trascendental a la manera de Liszt, que permiten tanto al intérprete como al oyente acceder a otra dimensión de percepción.

La cita es, recuerden, el viernes 17 de febrero a las 20 horas, en el Palau de la música. Créanme que es toda una ocasión para disfrutar de uno de lo más grandes pianistas vivos de la actualidad

Surcando el Colorado…

Surcando el Colorado…

Teniendo como marco el Palau de la Música de la ciudad de Barcelona, el pasado 19 de enero se presentó ante el público catalán una de las más prestigiadas orquestas alemanas del momento. Fundada en 1946 bajo el auspicio del land de Baviera, la Bamberger Symphoniker, dio una vez más muestra, ante un público que prácticamente abarrotó la sala que conciertos, de su altísima calidad musical; fruto de décadas de trabajo artístico serio y dedicado, contando además, con una de las más atractivas figuras musicales del momento como solista invitada: la violinista moldava Patricia Kopatchinskaja, que interpretó el Concierto para violín en Re mayor de I. Stravinsky.

Además del concierto de violín que cerró la primera parte del programa, este inició con la Berliner messe  de A. Pärt, concluyendo la velada con la celebérrima Sinfonía núm. 9, “del Nuevo Mundo” de A. Dvorak.

La parte coral de la Berliner messe corrió a cargo del   Orfeó Català, que realizó una lectura cuidada, limpia y perfectamente ajustada al texto de la obra.  De marcada inspiración confesional, la Berliner messe es una obra delicadísima, que está muy lejos de cualquier tipo de afectación emocional. Música minimalista, que envuelve a su escucha y paulatinamente lo lleva a un punto de ensimismamiento casi místico. No es una pieza que busque una vivencia emotiva o efusiva, sino más bien, una reacción reflexiva del espíritu.

La misa está construida partiendo de un tejido armónico simple pero muy delicado. Basándose en la técnica del tintinnabuli creada por el mismo Pärt,  busca reflejar, dentro de su aparente simpleza, lo fútil que puede ser nuestra propia existencia, llena de movimiento y afectación, frente a realidades aparentemente superadas por nuestro tiempo y que están ahí, discretas, casi ocultas, pero dando peso específico a nuestra existencia, dando dirección a nuestro devenir.

Tanto coro, como orquesta estuvieron más que afortunados en la lectura de esta singular partitura, que fue presentada en su versión más breve, pues fueron suprimidos en esta ocasión, tanto uno de los dos Aleluyas, como la secuencia Veni Sancte Spiritus, circunstancia ya prevista por su autor, interpretándose en esta ocasión, solo los cinco movimientos habituales del ordinario de la misa.

Para el final de la primera parte del programa, Patricia Kopatchinskaja realizó una maravillosa lectura del singular Concierto para violín en Re mayor de I. Stravinsky, obra que paulatinamente va adquiriendo el lugar que se merece dentro de los grandes conciertos para violín solista. El concierto para violín de Stravinsky es una partitura suigéneris, que solo está reservada a unos pocos artistas de la talla de la Kopatchinskaja, pues pese a que su autor declaró que no quería escribir un concierto virtuosístico a la antigua usanza de los grandes conciertos románticos, el resultado es una pieza iconoclasta, llena de un sarcasmo asido y un toque de humor negro. Cuenta con pasajes de una complejidad endiablada, solo accesibles a verdaderos virtuosos. Su lenguaje fresco y novedoso se articula en estructuras formales antiguas y consolidadas, en un claro ejemplo de la parábola evangélica del vino nuevo en odres viejos.

Patricia Kopatchinskaja no defraudó a los muchos que fueron a escucharla. Su absoluta entrega es innegable, su perfección tanto técnica como musical es indiscutible, convirtiéndola en una absoluta referencia del panorama musical actual.  Conocedora de cada uno de los secretos de la obra, abordó su lectura con una alegría contagiosa y durante el decurso de esta, trasmitió al público congregado una energía inagotable. Por momentos sus ojos reflejaban una suerte de embrujo que resultaba absolutamente embriagador. Kopatchinskaja en esos momentos no estaba en el Palau de la Música, sino ciertamente en otra realidad que era comunicaba a la respetable concurrencia, con el evocador sonido de su violín, un Giovani Francesci de 1834 y que debido a su sonoridad aviolada, hacía aún más evocador el contenido de la obra ejecutada.

Tras una rotunda ovación, Kopatchinskaja tomó la palabra y anunció al respetable, que interpretaría como propina la candencia final del concierto recién interpretado, que habitualmente no suele hacerse precisamente porque Stravisky quería huir de toda referencia al virtuosismo, así que ella, fiel a ese espíritu, la tocaría lo «menos virtuosamente» posible. Huelga decir, estimado lector, que aquello fue ya la más absoluta de las hipérboles de todo lo que hasta ese momento se había escuchado. Kopatchinskaja se aplicó a fondo en la cadencia y hacia el final de la misma, el concertino de la Bamberger Symphoniker, Ilian Garnetz, se unió a ella en un dúo fantástico que emocionó mucho a toda la sala. El lenguaje corporal de ambos hacía pensar en un par de chiquillos haciendo una diablura ante nuestros atónitos ojos. Una fantástica y genial travesura que mostraba hasta qué punto el arte y, en particular, la música, libera lo mejor del ser humano.

Como es lógico esperar, el Palau premió con una inmensa ovación aquella propina tan generosamente regalada y así con ese agradable sabor de boca nos fuimos al intermedio.

Como obra final del programa pudimos escuchar la Sinfonía núm. 9, “del Nuevo Mundo” de A. Dvorak, interpretada por el maestro Jakub Hruša brillante director checo y titular de la Bamberger Symphoniker y  que en breve dirigirá también los destinos de la Royal Opera House de Londres. Parco en indicaciones técnicas, Hruša es un director que conoce perfectamente su oficio y sabe cómo conducir a una orquesta del nivel de la Bamberger Symphoniker. Supo imprimir brío y nervio a la obra. La orquesta, siempre atenta y solicita, reflejó fielmente la voluntad de su director que, en nuestra opinión, en varios pasajes exageró la velocidad de los tempos y llevó al límite el ajuste de la pieza. En su empeño de presentar brillante y rotunda la sinfonía, pudimos escuchar pasajes a una velocidad de vértigo y con ello nos hurtó de la expresividad de los mismos para luego, en otros, bajar drásticamente esa velocidad y en delicados rubatos embelesar nuestro oído con finísimos fraseos. Hubiéramos preferido poder disfrutar de la sonoridad de la orquesta y de una obra tan querida de una manera más sosegada pero, aunque repito, no compartamos del todo las decisiones tomadas por su titular, es innegable el altísimo grado artístico tanto del mencionado maestro como de toda la orquesta.

Así llegamos al final de este espléndido concierto y quedamos a la espera de nuevas y estimulantes sorpresas musicales que nos depara la temporada de conciertos en este año. Seguimos.

 

Y sonreían al tocar

Y sonreían al tocar

Mi generación creció, musicalmente hablando, escuchando las grabaciones que Mitsuko Uchida realizó de los conciertos y sonatas Mozartianos. Cuando algún afortunado conseguía alguna grabación nueva -normalmente el que más recursos económicos tenía – se convertía en el compañero más asediado y solicitado del conservatorio. Todos soñábamos con llegar algún día a tocar tan solo una frase con la elegancia y el garbo de Uchida.  Nos maravillaba sobre todo la naturalidad con que sonaba aquella catarata sonora, que juzgábamos inocentemente sencilla y que al enfrentarnos con la partitura original, descubríamos complejísima en todos los sentidos, lo que reformaba nuestra absoluta admiración por ella.

Para un servidor fue conmovedor ver el pasado 11 de enero en el Palau de la Música de la capital catalana, a Mitsuko Uchida acompañada por la Mahler Chamber Orchestra interpretar dos de aquellos conciertos del genio de Salzburgo, que de joven escuché hasta casi rayar el disco. En concreto me refiero a el Concierto para piano núm. 5, K.175 y el núm. 25, K 503. El programa se completó con la ejecución de la magnífica sinfonía de cámara Núm. 1, op.9 de A. Schönberg.

Reservada y muy discreta como siempre lo ha sido, Uchida en su doble papel de solista y directora, fue recibida con una verdadera ovación por el público que practicante abarrotó el Palau. Los que esperábamos una noche memorable, no fuimos defraudados, porque corroboró con creces por qué es para muchos, uno de los referentes absolutos en cuanto a la obra Mozartiana.

El primer concierto es una obra juvenil, pese a tener el número 5 en la sucesión de los conciertos de Mozart. Realmente es el primero que escribió como obra autónoma. El virtuosismo que esta obra reclama, está muy lejos de lo que actualmente entendemos por tal, ya que es de hecho una obra más próxima a la música de cámara, que cuenta con un instrumento solista que apenas se está desarrollando en sus posibilidades expresivas. Es una pieza simplemente encantadora, por la que Mozart siempre sintió predilección y que  interpretó frecuentemente a lo largo de su vida. Fresco y de un optimismo contagioso, ha sido a lo largo de los años muy mal entendido, pues se le ha visto como poco complejo y con ello se le ha trivializado en exceso. Uchida logró quitar años y años de malas lecturas y presentó una interpretación  simplemente conmovedora, acompañada en todo momento por una orquesta de primer nivel, que, sobre todo, me sorprendió no solo por su alto nivel artístico, sino porque hacía mucho, pero mucho tiempo, que no veía a un grupo de músicos sonreír abiertamente, llenos de una extraña y contagiosa felicidad, tocando una obra de  Mozart.

Mucho se ha escrito sobre la manera tan peculiar de Uchida de dirigir, y circulan algunos videos en clave satírica al respecto. Ciertamente si uno se queda con lo que ve solamente, podría incluso, estar de acuerdo con los que tanto la critican. Pero la labor que ella realiza con los grupos con los que trabaja – y son unos cuantos, todos del más alto nivel –  se lleva a efecto en los ensayos. Es ahí donde la magia tiene lugar. La visión general de las piezas, los matices, la dirección por las que discurren sus interpretaciones, están marcadas al milímetro por ella y los músicos que integran las agrupaciones musicales, son sus colaboradores. La inmensa gama de matices y de texturas que logra, las pequeñas fluctuaciones en los tempos, los delicados tejidos contrapuntísticos que como por ensalmo de repente aparecen, son cosas que ha pulido muy arduamente con la orquesta en horas y horas de ensayo. Uchida es mucho más que una pianista virtuosa, es una música del más alto nivel con una concepción muy profunda de las obras que presenta.

La primera parte del concierto se completó con la lectura de la Sinfonía de cámara núm.1, op.9 de A Schönberg, primorosamente realizada  por 15 miembros de la Mahler Chamber Orchestra, guiados por su concertino, el alemán de origen brasileño Jose Maria Blumenschein. La agrupación lució sólida, rotunda, conocedora de cada uno de los entresijos de una partitura extraordinariamente compleja. Escrita en 1906, marcó el último linde que su autor tocó, justo antes de iniciar la aventura dodecafónica. De marcado aire tardo romántico es, sin lugar a duda, una obra genial, que exige de sus intérpretes un altísimo nivel técnico y de una absoluta compenetración para salir victorioso de la empresa que supone su interpretación. Schönberg lleva al límite no sólo al sistema tonal en esta obra, al ordenar sus acordes por cuartas justas y no por la tradicional tríada, sino que además, pide a los músicos que obtengan texturas nuevas, que se mezclen y se contesten  ágilmente en un diálogo fluido, que solo se detiene cuando la obra llega a su fin, manteniéndolos en un estado constante de tensión y entrega. En muchos sentidos, es una obra que desde el inició te toma violentamente por las solapas y reclama todo de ti, dejándote al concluir, con una sensación mezcla de plenitud y agotamiento emocional por la experiencia. Imagine usted si esto causa en la audiencia, lo que supone para sus intérpretes.

El concierto para piano núm. 25, K.503 de W.A.Mozart  fue la obra con que Mitsuko Uchida y la Mahler Chamber Orchestra concluyeron la velada, realizando una lectura simplemente perfecta de una de los grandes conciertos del genio de Salzburgo. De una complejidad y densidad inmensamente mayores que el primer concierto interpretado en la velada, el concierto núm.  25 es para muchos, la obra de referencia en el género de su autor, sin menoscabo claro esta,  del resto de sus conciertos. En él confluyen de manera afortunada, un lenguaje pianístico maduro, de un virtuosismo del más alto nivel, con un desarrollo sinfónico pleno y una musicalidad delicada y elegante. Uchida bordó la pieza, dando cátedra a todos los que esa noche le aplaudimos a rabiar.

Hay algo de maravilloso en ver envejecer con tanta grandeza a los que fueron tus referentes en los años de formación. Te muestran que siempre, siempre se puede continuar creciendo, que el camino nunca acaba y que precisamente ahí está lo fantástico de su recorrido.  Schönberg ya lo decía en su tratado de armonía, cuando puntualiza que lo que hace valioso el camino del arte, no es llegar a un punto determinado, sino recorrerlo y disfrutar de él.  Mitsuko Uchida es la viva imagen de esas palabras, siempre creciendo, siempre en la búsqueda. Por ello continuará siendo para muchos un absoluto referente de cómo conducirse en este mundo, y lo seguirá siendo hasta que exhale su último aliento.  Seguimos.