Con lágrimas en los ojos nos contaba un entrañable maestro de composición a sus alumnos, que, en sus años de formación en Londres, había tenido la oportunidad de asistir a un concierto del mítico Arthur Rubinstein y que aquel concierto fue una de las experiencias más trascendentales en su vida. Eran los años setenta y el maestro polaco estaba ya muy disminuido de sus facultades visuales. En el programa de esa noche estaban las últimas sonatas para piano de Beethoven, obras extremadamente complejas y con una carga emotiva inmensa. Recuerdo que, cuando narraba el final de ese concierto, los ojos se le llenaban de lágrimas todas las veces que lo escuché contarlo, pues nos decía que tras el último acorde de la sonata Op. 111, era imposible aplaudir ante algo así, y de hecho, nos refería que en un principio mucha gente inició los aplausos mas bien tímidamente y muchos sinceramente no sabían que hacer. El mensaje era claro: ante lo trascedente, ante aquello que nos supera, la única respuesta posible es el silencio.

 

A mi memoria llegó este recuerdo, tras el impacto inmenso que generó en todos los que pudimos estar el pasado 18 de septiembre en el Auditori de la ciudad de Barcelona, para vivir lo que será recordado como un concierto memorable. Zubin Mehta al frente de la Orquesta Filarmónica de Israel, presentó una lectura llena de belleza y profundidad de la Sinfonía Num.3 de Re menor de G. Mahler. Además de la agrupación sinfónica, participaron el Cor de Noies y el Cor Infantil de l’Orfeó Catalá, y la mezzosoprano Gerhild Romberger.

 

En el momento en que Mahler aborda la escritura de esta ambiciosa obra, está entrando ya en una madurez musical pasmosa. Es quizás un caso sorprendente de genialidad el suyo, pues ya desde la primera sinfonía, muestra un absoluto dominio tanto de la forma, como de las proporciones tímbricas, cosa nada habitual.  Es tanto como hablar de un genio espontaneo, sin obras de preparación; incluso se ha llegado a especular, sobre la posibilidad de que existan algunas obras de juventud, donde el maestro hubiera adquirido esa destreza, pero de ello por ahora, nada se sabe.

Para el verano de 1895, Mahler se encuentra en pleno acenso en su carrera como director y a nivel compositivo, cuenta ya con el bagaje necesario para abordar la escritura de una partitura de tan hondo calado como la sinfonía en Re menor.  Obra donde las proporciones son amplias y parafraseando a Schumann de “proporciones celestiales”.

 

La sinfonía, inicia con un primer movimiento rotundo y lleno de vida. Toda una lección de unidad formal, en medio de una diversidad de ideas que Mahler logra fusionar en un todo perfectamente congruente. A ello se une, una exuberancia tímbrica que requiere de los intérpretes una precisión absoluta. No es una sinfonía para una orquesta de medio pelo, de hecho, por su alto nivel técnico, el estreno de esta obra se retrasó mucho al no encontrar Mahler un director que aceptara la encomienda de presentar semejante monumento.

La Filarmónica de Israel, mostró a lo largo de toda la interpretación, un nivel que solo pocas orquestas pueden lucir actualmente; en una época en que los músicos están siendo preparados primorosamente en todos los niveles, lograr un sonido tan característico, tan homogéneo, y tan lleno de color, es algo que solo se logra con años de trabajo sistemático y comprometido.  La riqueza tímbrica que pudimos disfrutar en este concierto, no se logra de la noche a la mañana, y solo un instrumento así, logra hacer justicia a una obra como las 3ª de Mahler.

 

Ver a Zubin Mehta físicamente tan disminuido, ayudándose para andar con un bastón, lleno de una dignidad y una paz internas, encogía el alma. Su salud en los últimos años ha estado muy comprometida, pero peso a esta apariencia, en cuanto comenzó la interpretación de la orquesta, una extraña fuerza lo envolvió todo. Mehta pertenece a ese selecto grupo de artistas que ven muy desde otra altura las cosas; su musicalidad, el perfecto y hondo conocimiento que tiene de cada una de la notas e indicaciones de todo el repertorio que presenta, hace que cada uno de sus conciertos sea algo que se grava en el interior de los que acudimos a ellos. Este concierto no fue la excepción:  tras el sexto movimiento de la sinfonía en re, marcado por Mahler como “lento, tranquilo, sentido” y que es una de las mas pasmosas muestras de amor jamás escuchadas, las lágrimas asomaron en los ojos de muchos de los presentes, era imposible no sentir que algo muy grande había pasado esa noche en el Auditori de Barcelona y tras la última nota escuchada, sinceramente, me era imposible aplaudir, recordé a mi maestro en Londres y estoy seguro que ambas vivencias son muy similares.

 

Pese a mi personal vivencia, el público ovacionó tan excelsa interpretación y pudimos ver a muchos músicos de la orquesta, absolutamente conmovidos con lágrimas en los ojos. La música había creado una magia muy especial esa noche en la sala.  No quiero dejar de mencionar el alto nivel artístico de los dos coros participantes en la velada, orgullo sin lugar a duda de “casa nostra”. La mezzosoprano Gerhild Romberger, estuvo espléndida, con un color vocal perfecto, un sonido robusto y lleno de armónicos. Un gozo absoluto el poder disfrutar de sus dotes musicales.

 

Gran inicio de temporada, lo que hace abrigar grandes esperanzas de lo que está por venir, por el momento, seguimos.

26 de septiembre de 2019