Experiencia trascendental

Experiencia trascendental

Dentro de la tradición musical de occidente, hay obras en el repertorio que han generado lo que podríamos llamar “el canon” dentro de lo que actualmente llamamos “música clásica”.  Así, por ejemplo, sería impensable hablar del repertorio violinístico sin mencionar los “caprichos” de N. Paganini. Si ahondamos aún más en la idea, podríamos hablar de que algunos autores en concreto con sus obras generaron el paradigma básico con el que se escribió para determinados instrumentos o agrupaciones, en el caso del piano este paradigma fue determinado indiscutiblemente por la obra pianística de Beethoven. No solo con sus indispensables 32 sonatas, si no con el corpus total de lo escrito para este instrumento. El tratamiento, tanto de texturas exploradas, como de una constante búsqueda de posibilidades en todos los sentidos, marcó la escritura pianística de las generaciones que le siguieron. Así, es impensable imaginar a un Chopin o a un Brahms y menos a un Liszt, sin la alargada sombra del maestro de Bonn, que supo imprimir en sus obras, la justa medida de virtuosismo, densidad armónica y estabilidad formal suficientes, para que casi cualquier obra para piano firmada por él sea paradigmática.

Así, cuando leemos “La edad de oro del piano” título dado al programa que presentó el maestro Grigory Sokolov el pasado miércoles 6 de marzo en el Palau de la Música, no podemos menos que estar absolutamente de acuerdo y celebrar lo atinado del título. El mencionado programa, estuvo integrado por la Sonata núm. 3 en Do mayor, op. 2  y por las Once nuevas bagatelas, op. 119 de L.V. Beethoven, continuando el mismo por las Seis piezas para piano, op. 118 y las Cuatro piezas para piano, op.119 de J.Brahms.

Las visitas a nuestra ciudad del maestro ruso, suelen ser anuales y sobre las mismas fechas aproximadamente y a ella suelen acudir puntualmente la enorme cantidad de seguidores con que cuenta, con lo que el absoluto lleno que registró el Palau de la Música no sorprende, sobre todo porque son seguidores fieles y entusiastas del trabajo del maestro. Huelga decir, que muchos de estos fieles seguidores son pianistas profesionales, que ven en el maestro su referente y es que es así, Sokolov con los años ha pasado a pertenecer a ese selecto grupo de maestros que son paradigma, referente, y muchas ocasiones, aspiración en su quehacer artístico de miles de mortales que vivimos modestamente de esta maravillosa profesión que es la de ser músico.

Las obras elegidas, salvo en el caso de la sonata en Do mayor, que nos conecta con un Beethoven si bien muy maduro, aun en desarrollo, son obras que nos muestra a sus autores en las postrimerías de su vida creativa. Tanto las 11 bagatelas como los opus 118 y 119 de Brahms, son obras que han sido calificadas de menores, pero que, en manos de un pianista como Sokolov, muestran su altísimo valor musical. Al ser piezas pequeñas y sin una aparente ambición formal, sobre todo en el caso de Beethoven, durante muchos años se les tomó como partituras si bien maravillosas, muy alejadas de las obras de mayor aliento en el catálogo del maestro alemán. Con Sokolov, tal manera de pensar queda absolutamente fuera de lugar, revelándose como si fuera un gran tesoro, el brillo y el enorme valor que tienen estas partituras. Decir que nuestro pianista está en casi un estado de gracia, es redundar en lo dicho por muchos y durante mucho tiempo, pero es que a cada concierto dado, Sokolov nos muestra  el grado de madurez en el que se encuentra en la actualidad, que solo puede ser calificado de “estado de gracia”. A una técnica que podríamos calificar de perfecta, unos trinos inmejorables, un uso apabullante de una variedad de colores y de tímbricas que va administrando según necesita, se aúna la que quizás sea una de sus mayores virtudes musicales: Sokolov sabe construir sobre el tiempo, grandes estructuras sonoras llenas de sentido interno. Conoce perfectamente la totalidad de cada obra en lo general y sabe cómo dar sentido al decurso del fluir musical. Uno escucha a Sokolov y es atrapado en un flujo sonoro que tiene una lógica intrínseca, que está siendo generada justo en ese momento, fruto de una larga vivencia personal de cada una de las obras. La palabra “maestro” cobra una dimensión real, pues sabe trasmitir a cada uno de los congregados para escucharle, el profundo amor que siente por lo que está comunicando en ese momento.

Mucho se ha escrito sobre los rituales que siempre le acompañan, como la sala casi en penumbras, o el inmenso caudal de bises con que regala a las multitudes que se congregan en sus conciertos. Estas, como no puede ser de otro modo, se cumplieron, la noche del miércoles 6. Sokolov nos regaló 6 bises, y justamente ahí, en ese Sokolov entregando a su público 40 minutos más de música, me surgió la certeza de que es así justamente, como el maestro se comunica con la gente. No suele gustarle hablar en público, ni dar entrevistas, él se comunica tocando, y cuanto más tiempo mejor. Los que desde antiguo le seguimos, disfrutamos profundamente de estos conciertos en tres partes, que so sin duda experiencias trascendentales. Seguimos.

10 de marzo de 2019

Vino, vio y conquistó

Vino, vio y conquistó

La historia de la Noruega moderna nace oficialmente en 1814 con la firma del tratado de Kiel, acuerdo que oficialmente posibilitó la separación de lo que hoy conocemos como Noruega, del antiguo reino de Dinamarca-Noruega. Digo oficialmente, porque las cosas fueron mucho más complejas como todo en la realidad. Pero ya se sabe, hay que ponerle fecha al nacimiento de un nuevo estado y el siglo XIX, con su romanticismo, gustaba de grandes gestas fundacionales y de, sobre todo, lejanos y míticos orígenes que cimentaran las esencias de ese nuevo ente llamado patria. Lo que pocos toman en cuenta es la importancia que siempre ha tenido en el imaginario colectivo noruego su tradición musical; en concreto, cuando en 1879 E. Grieg junto a otros destacados músicos, funda la Kristiania Musikerforening, lo hace porque en varios países del continente se estaban organizando asociaciones musicales que buscaban articular a la población entorno al canto coral o la organización de conciertos públicos. La música, cumple en esos momentos, con un papel de aglutinante social: los noruegos, así como los alemanes en sus tierras y los catalanes en las suyas, se sentían íntimamente unidos a sus raíces y a su tierra, gracias a estas manifestaciones artísticas. 

Para 1919, se fundará la que ahora conocemos como la Orquesta Filarmónica de Oslo, que siempre ha sido uno de los grandes orgullos de su población, por representar parte de lo más granado de su cultura, y de ello, da muestra en el enorme nivel artístico que siempre ha mantenido. 

En 1979, un jovencísimo Mariss Jansons, fue nombrado su director titular iniciando el periodo de mayor brillo internacional de la orquesta. Muchos recuerdan aquellos años como los años dorados de la orquesta. Sin que el nivel de la orquesta decayera a su partida en 2002, lo cierto es que la sensación de estar ante un grande de la dirección al frente, se había perdido. En 2013, tal sensación se recuperó, el nombramiento en esta ocasión recayó en el ruso Vasily Petrenko que, hasta la fecha, la lidera con mano maestra y que, de nueva cuenta, ha logrado hechizar con su trabajo tanto a sus músicos, como al público que asiste a sus conciertos. Estamos hablando de un absoluto maestro que no ha dejado de crecer y que promete dar lo mejor de si en los próximos años. 

El pasado martes 28 de enero en el Palau de la Música los barceloneses tuvimos la oportunidad de disfrutar de un concierto realmente brillantísimo, donde la Filarmónica de Oslo, dio cabal muestra de su enorme estatura artística. El programa del concierto estaba integrado por el Concierto para piano Núm. 2, en Si bemol mayor, op.83 de J. Brahms, cuya parte solista fue interpretada por el maestro S. Trpčeski. Completándose este, tras una media parte, con la interpretación de una de las grandes obras del romanticismo ruso: Shéhérezade, op.35 de N. Rimski-Kórsakov.

La sensación de una naturalidad absoluta invadió el concierto de principio a fin. La orquesta cuenta con una personalidad sonora indiscutible, trabajada por décadas y revela a una agrupación de primer nivel. Estamos hablando de cuidar que cada elemento que ingrese en la organización tenga un altísimo nivel artístico y que, además, podrá fundirse con el grupo como uno más. Para ello se cuida incluso la marca de los instrumentos que sus músicos utilizan, así, por ejemplo, en algún momento se decidió que las maderas todas han de utilizar un mismo sistema de ejecución, que el caso de nuestra orquesta es muy probable que sea el alemán. Con ello, te garantizas un sonido uniforme y bien empastado en todas las secciones. Lo mismo en todas las secciones, porque de lo que se trata es de formar un organismo perfectamente bien ensamblando, y justamente, lo que el pasado martes pudimos disfrutar fue de una orquesta impresionante, con un maestro de primer nivel al frente. 

Trpčeski es un pianista que no solo muestra una solida preparación técnica y musical, si no que es realmente un músico de enormes proposiciones, logrando una lectura espléndida del concierto de Brahms, que si bien tuvo algunas notas falsas, ello no impidió que la música fluyera por todas partes, hasta los más grandes dan notas falsas, pero solo muy pocos logran emocionar como lo hizo Trpčeski. 

Shéhérezade, es ese tipo de obra que o te roba el corazón desde la primera nota, o pasas los más terribles 45 minutos de tu vida. En este caso, ya solo el primer acorde, demostró que Petrenko es un maestro con mayúsculas, dando vida y lustres a una obra que ha sido tan mal tocada por tantos años. En sus manos, una obra tan de repertorio volvió a sonar con una frescura y una intensidad sobrecogedora. El control total de la orquesta, es administrada con una técnica parca pero muy efectiva y nada se escapa a su control, todo está en la medida justa y con el color necesario, es como si a una vieja “Matrioshka” que siempre hemos querido mucho y que llevara años juntando polvo, le hubiéramos pasado un paño con esmero y de súbito, ese objeto tan querido, recobrara sus colores y sus formas tan propias, en manos de Petrenko, la Shéhérezade recobró toda la luz y la magia que le son propios.

Generoso fue incluso al dar al público congregado, dos propinas tras una enorme ovación. La primera de ellas fue la mañana de Peer Gynt, no se me ocurre nada más noruego que esta maravillosa música, que sonó de manera tan delicada y elegante que confirmó lo que había demostrado a lo largo de todo el concierto: estamos ante una orquesta de primer nivel y ante un maestro que dará mucho que hablar en los próximos años. Seguimos 

 

31 de enero de 2019

Sinfonía sin limite, sin tiempo, sin fin

Sinfonía sin limite, sin tiempo, sin fin

Hay ocasiones en la historia en que un artista percibe el signo del tiempo en el que vive.  Su alta sensibilidad permite a este ser, de manera totalmente personal, atisbar y manifestar al mundo mediante su obra, una imagen nítida de lo que se encuentra flotando en el ambiente en que cada día los seres comunes vivimos. Las obras así creadas, se encuentran rodeadas de un aura especial, y tal consideración no estriba solo en su alta factura artística, que suele ser altísima, si no en lo que estas creaciones trasmiten a quienes se aproximan a ellas. 

La Sinfonía Número 9 en Re menor de G. Mahler es sin duda una obra creada bajo este signo. Los primeros esbozos están fechados en 1908, pero no es hasta abril de 1910 que Mahler finaliza su composición. Terribles sucesos en la vida del maestro acompañaron su escritura: el verano anterior al inicio de la obra, la muerte de su hija mayor María lo devastó interiormente; a ello se sumó, la detección de una cardiopatía que finalmente lo mataría tres años después y el descubrimiento tras el glorioso estreno de su octava sinfonía en Múnich de que su esposa Alma, mantenía una relación amorosa con el arquitecto Walter Gropius. 

En medio de este estado, Mahler cansado de luchar ya 10 años al frente de la Ópera Imperial en Viena, aceptó un jugoso contrato en Nueva York debutando en el Metropolitan Opera House el 1 de enero de 1908, dirigiendo Tristán e Isolda. Pese a que en un primer momento el maestro se encontró feliz tanto con la ciudad como sobre todo con el abultado sueldo que percibía, la verdad es que las últimas tres temporadas de conciertos de su vida, las pasó lleno de disputas e incomprensión por parte de los miembros de la junta directiva de la Filarmónica de Nueva York, que no ponían en duda su alto nivel artístico (aunque alguna buena señora le dio consejos sobre cómo debía dirigir correctamente Beethoven), si no su gusto por programar obras de nueva creación, para el público de la época, autores como A. Bruckner,R. Strauss, E. Chabrier, C.Debussy, G. Enesco, eran demasiado modernos y ello llevó consigo, que la crítica maltratara ferozmente a Mahler con demasiada frecuencia. Mahler, acostumbrado a imponer su voluntad, nunca se amilanó ni ante la junta directiva que cada vez dudaba más de seguir contando con sus servicios, ni ante una crítica que jamás supo comprender el enorme artista que tenían enfrente. 

En medio de toda esta convulsión, Malher escribió la que sería su última sinfonía concluida. Él mismo lo percibía y siendo tan supersticioso, se negó mucho tiempo a numerar la obra: las figuras de Beethoven y Brukcner que no compusieron más que 9 sinfonías, pesaban demasiado en su inconsciente; era como si al numerar la obra firmara su sentencia de muerte. 

Finalmente, el primero de abril de 1910 la concluyó y numeró, sabía que era la última obra que podría concluir, y de ello deja numerosas muestras a lo largo de la partitura, que es sin duda, un adiós a la vida, el adiós de también una época que estaba a punto de romperse en mil pedazos, ante el estallido de la Primera Guerra Mundial que iniciaría en julio de 1914 y destruiría el mundo en el que vivió y trabajó el maestro. Pese a que el mismo Mahler decía que a Viena todo llega más tarde, con lo cual había que esperar el fin del mundo ahí, el fin de ese mundo llegó y nada quedó en pie de él, concluida la contienda. La inminencia de lo trágico se percibe en cada uno de los 4 movimientos de la obra que concluyen con conmovedor y extenso Adagio que es como un hondo suspiro del maestro, como si en el fuera ese último aliento de vida. 

La obra está reservada solo para las grandes orquestas y los grandes directores, y fue el caso del pasado jueves 17 de enero en el Auditori de la capital catalana, la Sinfónica de Düsseldorf dirigida por su titular el maestro Ádám Fischerpresentó una espléndida lectura de la obra mahleriana. De principio a fin, Fischer demostró porqué es considerado uno de los referentes en la interpretación del maestro austriaco. El grado de mimetización que ha tenido con la obra a través de los años que lleva trabajando en ella, es tal, que cuando la dirige, la transición de sus intenciones es nítida y fluida. Es imposible no sentirse abrumado ante algo tan hondo y tan bien trabajado, verlo en el pódium trabajar, es ver a un absoluto maestro en contacto íntimo con una obra que en ese momento es la expresión del mismo Fischer. 

La orquesta de Düsseldorf es de esas orquestas que cuentan con un largo y glorioso pasado artístico; entre los maestros que han dirigido su destino, están nombres como R. Schumann o F. Mendelssohn. A lo largo de estos años, han sabido mantener una calidad altísima y sobre todo una personalidad que la hacen mantener un sonido muy particular. La tradición musical Renana, vive en esta centenaria orquesta, dirigida en estos momentos por un Ádám Fischer maduro y en un momento artístico maravilloso. Todos los elementos confluyeron para que la noche del pasado 17 de enero, el público que llenó la sala Pau Casal del Auditori, viviera una interpretación maravillosa, de una obra que expresa cosas realmente profundas, una lectura de esas que dejan huella en el alma, del que tiene la fortuna de presenciarlas. Al salir del concierto, uno quiere mantener el silencio creado dentro de sí, pues dentro están depositados grandes mensajes que han de ser paladeados con calma. La novena sinfonía de G. Mahler es de esas obras, que después de sonar, resuenan en el alma de cada uno de nosotros. Seguimos 

26 de enero de 2019

Sangre nueva, grandes tiempos

Sangre nueva, grandes tiempos

 

Aún recuerdo con cierta nostalgia la primera vez que tuve oportunidad de escuchar una obra barroca tocada con instrumentos de la época. No recuerdo bien el dato, pero tendría yo no más de 12 años, y en la radio cultural que se escuchaba en casa, anunciaron el «Stabat Mater» de Pergolesi, interpretado por N. Harnoncourt. Aun me emociono cuando traigo a mi memoria ese primer contacto, porque recuerdo que me pareció una absoluta revelación; una obra que había escuchado muchas ocasiones en mi infancia, cantada a la manera romántica, y que he de confesar, me aburría soberanamente, de súbito, sonaba tan llena de vida, impregnada de tanta luz y al mismo tiempo cargada de un dramatismo que jamás había percibido en ella. De repente, me volví un converso irredento de esta manera de hacer música y nombres como los de Harnoncourt, Leonhardt y Hogwood se convirtieron en estelares en el olimpo de mis afectos musicales. 

Huelga decir, que, a mi llegada a Europa, estas tierras se convirtieron en el Edén para un enamorado de lo que ahora se llama “interpretaciones históricamente informadas”. El número de grupos que se dedican a trabajar de manera consistente de esta manera no deja de crecer y todas las grandes escuelas y conservatorios del continente, cuentan con un departamento dedicado a la “música antigua”, a ello se unen centros como la gran Schola Cantorum Basilensis, que es, sin lugar a duda, uno de los grandes referentes dentro de este apasionante mundo de la música antigua. Ahora bien, los grandes iniciadores de esta manera de hacer música han desaparecido y actualmente son J. E. Gardiner, T. Koopman, W. Christie, P. Herreweghe o R. Jacobs entre otros grandes nombres, los que más brillan y son un referente dentro de este mundo. Pero todos estos maestros, actualmente han tomado una providencia que la anterior generación no tomó. Todos los maestros mencionados anteriormente, han fundado sus propios grupos y orquestas, han arriesgado incluso en la empresa su propio dinero y han unido su destino personal a la fortuna de estos grupos. En el pasado, era muy frecuente ver como orquestas y grupos de gran calidad musical y que eran dirigidas por un músico celebre, al desaparecer este maestro o se desintegraban o perdían notoriedad, eran grupos demasiado mimetizados con la figura carismática que los había fundado. Para superar este problema, esta segunda generación de directores ha decidido nombrar un director asociado, un músico joven y con carrera prometedora, que dé nueva vida al grupo. Con esta decisión, además, garantizan la consolidación de la agrupación independientemente de sus directores fundadores, pasando de ser solo un grupo musical en torno a un gran músico, a casi una institución estable y referente dentro de la música antigua.

En estos años, los músicos que han decidido formarse en la tradición histórica, se han beneficiado de todo el conocimiento recuperado por las generaciones anteriores. Actualmente, tenemos en los escenarios mundiales, grupos primorosamente formados y que garantizan la continuidad y la calidad dentro de la interpretación de las obras. Es el caso del grupo “Arcangelo” que el pasado miércoles 16 de enero se presentó en la sala Pau Casal del Auditori Barcelonés. 

Arcangelo, es un grupo británico que, con tan solo 8 años de trabajo, se han hecho ya con un lugar destacado en el universo de la música antigua. Su director y fundador es el también británico Jonathan Cohen, que está realizando una brillante carrera internacional. Así, por ejemplo, entre su cada vez más apretada agenda no solo trabaja con regularidad al frente de su orquesta, sino que es además, director adjunto de Les Arts Florissants una de las más importantes orquestas, lo que nos habla del prestigio que acompaña a este talentoso músico. 

El programa estaba integrado por 5 obras del periodo barroco, destacando mucho el famoso “Stabat Mater” de G.B.Pergolesi. A la orquesta se unían la soprano Emöke Baráth y el contratenor Maarten Engeltjes y ya desde el inicio del concierto, era claro que se estaba ante una orquesta de altísimo nivel. Con un sonido delicado y una precisión en cada fraseo y en cada articulación, la orquesta dio cátedra de musicalidad y buen gusto. Todo estaba perfectamente trabajado y en el justo lugar y proporción que tenía que guardar en relación con el todo. Cada gesto, cada nota, estaba donde tenía que estar, lo que permitía que la música fluyera con una belleza por momentos conmovedora. La maestra Baráth cuenta con un timbre vocal maravilloso, lleno de armónicos y que corre con dulzura por la sala. A ello, se une una técnica espléndida y sobre todo, un buen gusto y un saber hacer en cada momento; estamos ante una soprano que va construyendo una espléndida carrera. El contratenor holandés Maarten Engeltjes posee un timbre que, aunque pequeño, está muy bien trabajado, puede llegar a sufrir un poco en el registro grave, al no ser muy sonoras sus notas, pero una estupenda técnica hace que pase con total naturalidad por todos los registros de su voz dando una fluidez y una naturalidad a su línea de canto. 

La interpretación del mencionado “Stabat Mater” fue realmente memorable. A la brillante voz de la maestra Baráth, se unía la densidad que imprimía Engeltjes en los números que compartían, todo esto acompañado con una elegancia y una discreción maravillosas por una orquesta que siempre estuvo en el lugar justo.  

Recordé la emoción que viví en mi pubertad, cuando escuché por la radio esta misma obra. En esos momentos, fue la novedad de algo realmente brillante lo que me emocionó, pero lo que en esta ocasión me pareció maravilloso, fue como un grupo de verdaderos artistas pueden conmoverte y hacer que escuches una obra que conoces perfectamente, como si fuera la primera vez. Esto es saber hacer música de verdad. Seguimos. 

23 de enero de 2019

 

Desde Stuttgart con amor

Desde Stuttgart con amor

Para muchos aficionados a la llamada “música clásica”, las orquestas alemanas cuentan con ese dijéramos “pedigree”, de ser las mejores del mundo. Lo cierto es que muchas, cuentan con un sonido característico que las distingue, destacando mucho por ejemplo, la Berliner Philharmonikerla Münchner Philharmoniker o la Staatskapelle Dresden, por mencionar solo unas cuantas. Son agrupaciones que han trabajado muchos años bajo una tradición, que ve y vive la música de una determinada manera. La mayoría de estas orquestas son ya centenarias pues fueron fundadas a lo largo del siglo XIX, y por sus atriles, han pasado músicos de un inmenso nivel, esto dejando de lado algo evidente: grandes directores las han dirigido. Todo este “magma”, ha permitido junto con muchos otros elementos, generar un sello muy específico y muy nítido cuando hablamos sobre una orquesta alemana.

El pasado 19 de noviembre, Barcelona recibió la visita de una orquesta que, si bien no cuenta con blasones centenarios, si puede presumir de ser una típica orquesta germana: me refiero a la Orquesta Sinfónica de SWR. Esta esplendida orquesta, es el resultado de la fusión efectuada en 2016 de las dos agrupaciones orquestales que desde hacia décadas sostenía la emisora radiofónica Südwestrundfunk (SWR),cuya sede está en la ciudad de Stuttgart. Ya desde 2012, se escucharon rumores de que la estación no podía sostener a la famosa Sinfónica de la Radio de Stuttgart, radicada en la misma ciudad y a su hermana que tenía sede en Baden-Baden y Friburgo. El vulgar metal que todo lo empaña, sostener una orquesta no es empresa económica, así que se decidió que la mejor salida era la de fusionar en una plantilla de 175 músicos a las dos agrupaciones.

Sobra mencionar lo que esto supuso en el medio musical alemán: protestas, manifestaciones, y un largo etcétera que no pudo detener el proyecto que se cristalizó hace apenas dos años. Pese a no tener desde su fundación un director titular, suele trabajar con grandes como Eliahu Inbal que los dirigió el pasado 19 de noviembre.

La orquesta lució pese a su aparente juventud, las virtudes de una buena orquesta alemana: secciones perfectamente ensambladas, un acabado trabajo de comunicación entre los principales de las secciones, una sección de metales muy potente y perfectamente afinada, una cuerda con una sonoridad compacta y muy sólida, entre otras muchas característica mas, hacía falta muy pocos minutos de concierto para que con lo ojos cerrados supieras que lo que estaba ante ti, era una espléndida orquesta alemana.

Pero todas estas espléndidas características no serían nada, si en la cabeza no hubiéramos tenido a un gran director. Grandes orquestas y pienso en la Sinfónica de Londres, cuando tienen en el pódium a un director mediocre, dejan de sonar con ese brillo tan suyo. Como diría un buen maestro hace años ya: “la batuta no suena, pero como llega a estorbar si no la usas bien”. Inbal es un músico consumado, cuidadoso de los detalles, con una vitalidad y una claridad que son el resultado de muchos años de trabajo serio al frente de muchas orquestas en todo el mundo.

El programa de nuestro concierto, se efectuó el pasado 19 de noviembre en el Auditori de nuestra ciudad, estaba integrado por dos obras maravillosas: El triple concierto, en do mayor, Op.56 de L.v. Beethoven que tuvo como solistas al Trio Ludwig y en la segunda parte, una obra mítica del repertorio romántico alemán, la Sinfonía núm. 4 en mi bemol mayor, “Romántica” de A. Bruckner.

La primera obra del programa es de esas piezas que te reconcilian con este mundo. Llena de una luz y un optimismo que se contagian. Lamentablemente las partes solistas fueron interpretadas de manera muy mediocre. El Trio Ludwing, integrado por Abel y Arnau Tomás al violín y violoncelo, e integrantes tambien del estimado Cuarteto Casals; completando el trio la maestra Hyo-Sun Lim al piano. Ingrata labor es la de mantener una opinión, fundamentada en una apreciación lo más objetiva posible del hecho musical ocurrido. El que escribe es de esos que se mantienen fiel a ella, pero pese a lo que en nuestra casa se suele decir de tan estimados músicos, en mi personal apreciación, la interpretación efectuada por los mencionados maestros, no estuvo a la altura de lo que se esperaba. Un exceso de vibrato que podía afectar a la afinación en algunos casos, un sonido que muchas veces no lograba correr con naturalidad por la sala y un a ratos, evidente divorcio entre los solistas con la orquesta, son algunos elementos que deslucieron la mencionada ejecución.

Con Bruckner, la orquesta lució todo su potencial. En tempos que por momentos resultaron un poco rápidos, el maestro Inbal nos obsequió con una lectura a ratos incluso agresiva, de una sinfonía que es toda luz. El impacto sonoro fue apabullante, la precisión de una orquesta que tiene entre su repertorio, justo obras como esta, se hizo notar en la naturalidad con que se desarrolló la lectura de la obra. Todos los integrantes de la agrupación estaban en un mundo conocido desde siempre por ellos y ello logró, que la ejecución estuviera llena de momentos realmente hermosos.

Con una estupenda entrada, la concurrencia premió con una tremenda ovación a los integrantes de la Orquesta Sinfónica de SWR. Gratísima la experiencia de disfrutar de una orquesta de esta calidad y sobre todo, con ese marcado buqué alemán tan idóneo para este repertorio. Seguimos.

 

28 de noviembre de 2018