A inicios de 2023, una fuerte gripe padecida por uno de los más brillantes pianistas del momento privó a los aficionados de Barcelona de disfrutar de un concierto largamente esperado. Eugeni Kissin, que acababa de dar un maravilloso concierto en Madrid el 13 de febrero del pasado año, anunciaba unos días después que le era físicamente imposible presentarse en Barcelona el día 17, pues se encontraba severamente enfermo. Asimismo, se anunció por parte de BCN Clàssics que el maestro buscaría una nueva fecha para que los aficionados catalanes pudieran escucharlo en vivo. Ya se sabe que con artistas de este nivel, buscar una nueva fecha no es cosa de unas semanas, sobre todo si pensamos que este tipo de músicos vive con su vida planificada a varios años vista. Así que, una cierta desilusión nos invadió a varios.
Con mucho agrado descubrimos que en la presente temporada de conciertos 2023-2024, BCN Clàssicsfinalmente había logrado programar a Eugeni Kissin, que por cuarta ocasión colabora con ellos, efectuando tal concierto el pasado 8 de enero. Con un Palau de la Música absolutamente lleno, Barcelona se rindió a uno de los mejores pianistas de las últimas generaciones.
El programa del recital se abrió con la Sonata nº 27 op. 90 de L. van Beethoven, a la que siguió el Nocturno op. 48 nº 2 y la Fantasía en Fa menor op. 49 de F. Chopin. Tras un intermedio de veinte minutos, la segunda parte continuó con las 4 Baladas op. 10 de J. Brahms para concluir con la Sonata nº 2 de S. Prokófiev. Un programa realmente exigente y muy variado, que le permitió desplegar ante el público barcelonés un amplio abanico de posibilidades tanto técnicas como estilísticas, que dejaron claramente el extraordinario artista que es sin duda Eugeni Kissin.
Hablar de Kissin a estas alturas del partido es hablar de un artista al que acompaña una mística muy especial, pues en él confluyen numerosos elementos que lo hacen sencillamente excepcional, entre ellos están: una apabullante perfección técnica; una facilidad casi milagrosa para casi cualquier pasaje endiablado que se materializa con una naturalidad pasmosa; una solidez conceptual preclara a la hora de construir cada una de las obras que aborda; una sonoridad siempre balanceada, sin el más mínimo atisbo de exceso. A esto se suma una sobrecogedora capacidad expresiva en sus matices, pues lo mismo logra atronadores fortísimos, como delicados pianissimos; un escrupuloso y siempre atinado gusto por la articulación correcta y el fraseo adecuado; en fin, ya lo ves, querido lector, la lista es larga, pero muchos son los méritos del maestro y es que cuando se está ante un artista de semejante categoría, uno se siente irremediablemente impelido a decir y glosar los enormes méritos que le adornan.
Imagen ANTONI BOFILL
El programa prometía mucho desde la primera obra, que en este caso fue la Sonata nº 27 op. 90 de L. Van Beethoven, sonata de transición en la obra del maestro de Bonn, donde su lenguaje pianístico se vuelve más experimental e íntimo, nutriéndose de texturas nunca antes exploradas. La música gana en complejidad armónica y densidad sonora. Beethoven, tras varios años sin componer una sonata para piano, inicia el camino que conducirá a obras tan icónicas como la Hammerklavier o la Op. 111.
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Kissin supo abordar los dos movimientos de la obra con una serenidad y una musicalidad casi sobrecogedoras. Penetró en la compleja madeja de pasajes contrapuntísticos que la constituyen, manejando con absoluto control las tensiones y distensiones necesarias para articularlas en algo sólido y conmovedor. Diferenciando con una sonoridad precisa y clara, pero sin caer en estridencias, el matiz y el sentido de cada una de las voces de esta pieza, y a su vez aglutinándolas cuando así lo requería la música. Nos llevó del brillo y la alegría del inicio de la sonata a la relajación y la paz del final, pero pasando por un mundo de tensiones y emociones.
Chopin es un autor al que Kissin ha dedicado grandes momentos de su carrera. Sus interpretaciones tanto de los nocturnos, valses, conciertos y en general de toda la obra del maestro polaco son simplemente referenciales. La noche del 8 de enero maravilló al público de Palau con dos hermosas interpretaciones del Nocturno op. 48 nº 2 y de la Fantasía en Fa menor op. 49, obras que entre ellas guardan una estrecha relación, al ser escritas en la misma época vital del maestro, pero que discurren por caminos diferentes.
El nocturno es una obra que, pese a su inmensa expresividad, se mantiene dentro de unos límites bien marcados por la misma forma del nocturno. Chopin maneja deliciosamente las posibilidades que esta estructura le aporta y juega con los cromatismos internos de la armonía, para sobre ellos desplegar una hermosa y lírica melodía en la primera parte de la pieza. La distensión y un cierto aire de candor llenan la música en su segunda parte, que contrasta con la primera, a la que volverá después de que esta concluya, llenando nuevamente el ambiente de una exquisita y delicada melancolía.
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La fantasía, por el contrario, tiene sólo como margen la misma imaginación del creador. Chopin en este caso, pese a lo difuso de los límites formales que la estructura parece darle, concibe un entramado formal muy sólido y nítido, para que ello sirva de contenedor de una de las obras más vehementes y dramáticas de su catálogo.
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Kissin bordó ambas partituras, mostrándose delicado y comedido en la primera; cuidando mucho los matices y los delicados contrastes, además de lucir un fraseo perfecto, regalando a la concurrencia una lectura simplemente deliciosa por su elegancia y elocuencia. Para la fantasía el reto fue mayor y las tensiones y todo el dramatismo que la obra encierra, se desplegó libremente. Así, tras, por ejemplo, la lenta y pausada introducción en fa menor, sorprendió enormemente el impetuoso agitato siguiente, al que Kissin imprimió una fuerza muy notable, apoyando su despliegue armónico en unos sólidos y robustos bajos que cimentaron todo el pasaje, para dar paso a un etéreo lento sostenuto, que abordó con calma y serenidad, embriagando a la sala con la delicadeza de una música casi beatífica. El regreso de las convulsiones y el dramatismo de uno de los pasajes más apasionados de la obra nos llevó al delicado final con que concluye esta partitura que Kissin conoce tan profundamente.
Tras la media parte, el turno fue para las Cuatro Baladas op. 10 de J. Brahms, fantásticas muestras del inmenso talento de un joven Brahms que acababa de trabar relación muy estrecha con el matrimonio Schumann, con todo lo que esto trajo tanto para él, como para el ya consagrado Robert Schumann y su esposa, la genial Clara Wieck. Cada una de las cuatro baladas muestra a un Brahms que, pese a su juventud – apenas 21 años-, es ya un compositor con un lenguaje muy personal, poseedor de un oficio consumado y que conoce todos los secretos del piano.
Las Cuatro Baladas pertenecen al primer período creativo del maestro dentro de su obra pianística. Están por llegar obras tan brillantes y virtuosísticas como las Variaciones y fuga sobre un tema de Händel, op. 24 o los profundamente reflexivos Tres intermezzi per a piano, op. 117. Las Baladas son obras de una belleza sobrecogedora, destacando por su sereno lirismo y su inspirada profundidad.
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Sin menoscabo del resto, la cuarta de ellas, el Andante con moto, fue donde el maestro, alcanzó uno de los momentos más conmovedores de la noche, pues con un «touché» preciso y sutil hizo cantar la melodía evocadora que, marcada por Brahms con esta precisa indicación «col intimissimo sentimento ma senza troppo marcare la Melodia», Kissin conmovió a todo su auditorio, por la delicadeza, la belleza, la sutileza con que abordó el pasaje, en un ejercicio de pura filigrana y musicalidad exquisita
Tras las mieles de tan delicada obra, siguió la rotunda y colosal Sonata nº 2 de S. Prokófiev, obra igualmente juvenil de su autor, que en el momento de su escritura era ya un absoluto virtuoso del piano, conocedor de todos los mecanismos y los resortes más íntimos del instrumento. La Sonata nº 2 es una obra trepidante, llena de enormes retos técnicos para su interpretación. Donde confluyen y se reconcilian felizmente elementos aparentemente disímiles y que formarán parte del sello distintivo de su autor. Así, bajo una estética evidentemente neoclásica, escuchamos ritmos frenéticos, contrapuntos que se mezclan chocando unos con otros, tejiendo una urdimbre compleja y delirante por momentos.
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Kissin, gran conocedor de Prokófiev, desplegó todo su arsenal técnico y firmó una colosal lectura de la pieza, culminando el concierto por todo lo alto. El cuarto movimiento, en particular, fue simplemente sorprendente, pues abordó esta tocata llena de furia, con un brío contagioso. Desplegando los arpegios, saltos, adornos, acordes y ritmos martilleantes con una precisión pasmosa, siempre manteniendo el fuego y el brío marcado desde el inicio. Así, al concluir la obra, remató la velada con un final absolutamente trepidante que arrancó una rotunda ovación en el público congregado en la sala del Palau de la Música.
Imagen ANTONI BOFILL
Generoso, agradeció el calor del público catalán y regaló varios bises: primero escuchamos la Mazurka en Do sostenido menor op.63/3 de Chopin, posteriormente la Marcha de Prokófiev, concluyendo la noche con el Vals núm. 15 en La bemol mayor op.39, de Brahms.
Esperamos ya de nueva cuenta poder escuchar a Eugeni Kissin por Barcelona. Por el momento, para los interesados, para el 19 de marzo hay la oportunidad de escucharle en Madrid en dúo con el barítono Matthias Goerne. Siempre valdrá la pena hacer un viajecito a la Villa y Corte para disfrutar de un concierto de semejantes músicos y de paso hacer alguna escala, quizás por el Prado. No suena nada mal. ¿Os animáis? Seguimos.
Fotografías cortesía de bcn classics. Fotógrafo Antoni Bofill
Con la sala del Palau de la Música prácticamente llena, la noche del pasado 17 de octubre, BCN Classics dio inicio a su nueva temporada de conciertos. Contando con el fantástico violinista Maxim Vengerov, acompañado al piano por Roustem Saitkoulov, brindaron un concierto que dejó un grato sabor de boca a los asistentes de tan notable velada.
Tras un clamoroso éxito en Shanghái el 12 de octubre pasado, Maxim Vengerov se presentó ante el público barcelonés, demostrando con creces por qué para muchos no solo es uno de los mejores violinistas del momento, sino uno de los músicos más sorprendentes de la actualidad. Con una musicalidad a flor de piel y una técnica simplemente perfecta, casi insuperable, Vengerov sabe adaptarse perfectamente a las exigencias de cada obra. Su acercamiento a cada texto musical es humilde, como él mismo parece ser en lo personal, poniendo a disposición de cada obra interpretada por él sus inmensas habilidades musicales. Su violín no suena igual cuando aborda a Brahms o Schumann que cuando toca una sonata de Prokofiev. En el primer repertorio, el sonido es pura poesía, construyendo nota a nota las melodías, respetando el fraseo preciso y la articulación justa. Su lectura es elegante y sobria, sin perder por ello garra y enjundia. Por el contrario, con Prokofiev, lo que Vengerov genera es una verdadera arma de destrucción masiva, logrando con su violín traspasar muros de concreto armado que se tornan de papel cuché ante la fuerza rítmica y la furia sonora que desprende desde su instrumento. Estamos hablando en ambos casos, de universos disímiles, mundos sonoros infinitamente diferentes en los que Vengerov sabe cómo penetrar en su secretos, traducir su mensaje más íntimo y comunicarlo a su público, revelándolo esto, como un artista consumado y no solo como un instrumentista competente.
Fotografía cortesia de bcn classics
El programa que presentaba estaba integrado en su primera parte por tres obras que están íntimamente conectadas, ya que fueron concebidas por sus autores en fechas muy próximas y porque los tres compositores mantenían una relación muy estrecha a nivel personal. El concierto dio inicio con los «Tres romances para violín y piano, op. 22» de Clara Wieck, conocida por el gran público bajo el apellido que llevó después de su matrimonio con Robert Schumann. Los tres romances, fechados en 1854, son sin duda una obra que, en conjunto, da muestra de la maestría alcanzada en el arte de la composición por la maestra, justo unos meses antes de que su esposo intentara suicidarse y fuera internado en un sanatorio psiquiátrico en Endenich. Todo ello llevó a que Clara decidiera dejar definitivamente la composición, para consagrarse a la interpretación y la difusión de la obra de su esposo, que finalmente falleció en 1856.
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Las piezas que integran la obra son simplemente deliciosas, de construcción muy sólida, cuentan con una parte para piano que revela el altísimo nivel interpretativo de su autora en este instrumento, sin menoscabo de la hermosa y muy exigente parte encomendada al violín. La pieza que continuó la velada fue el famoso Scherzo de la Sonata F-A-E para violín y piano de J. Brahms, obra juvenil que ya anuncia muchos de los elementos típicos de su estilo compositivo. Es la aportación que el joven Brahms hizo a una obra colaborativa entre el compositor y director Albert Dietrich, Robert Schumann y el propio Brahms, y que dedicaron a otro querido amigo de los tres: Joseph Joachim, violinista de absoluta referencia en la historia del instrumento y maestro en su momento de Leopold Auer, quien es el padre de la escuela violinística rusa en la que Vengerov fue educado por Galina Turchaninova y de la que es un brillante exponente.
La primera parte del concierto concluyó con un monumento del romanticismo alemán, la Sonata para violín y piano núm. 3 en La menor de R. Schumann. Obra turbulenta donde las haya, es una de las últimas piezas que el maestro firmó antes de ser recluido en el sanatorio de Endenich. En ella confluyen de manera perfectamente balanceada el alma atormentada y apasionada de Florestan y el espíritu poético y etéreo de Eusebius. Estos personajes que Schumann había generado en su juventud para expresar las dos fuerzas primigenias que se debatían en su interior y que terminaron por devorarlo, lo visitan una última vez en esta obra. Sus dos grandes demonios se dan cita, y él, como el inmenso artista que era, los sublima y los transforma en una obra de la más alta factura estética.
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Tras la mitad del concierto, se reinició con la Sonata para violín núm. 1 de Alexey Shor, compositor nacido en 1970 en la ciudad de Kiev, quien comenzó a componer apenas en 2012 con sorprendentes resultados como esta sonata para violín. El lenguaje compositivo del Dr. Shor, quien cuenta con un doctorado en matemáticas, es claramente tonal y neorromántico. Sus obras se han interpretado en salas tan importantes como la Berliner Philharmonie, la Wiener Musikverein o el Carnegie Hall, entre otras. Músicos como Evgeni Kissin, Salvatore Accardo o el mismo Maxim Vengerov han difundido la obra de este sorprendente autor ucraniano radicado actualmente en los Estados Unidos, quien en mayo de 2018 afirmó en una entrevista: «Ojalá la gente escribiera música más melodiosa». Creo que, a partir de esto, hay muy poco que uno pueda agregar.
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Para culminar este extenso programa, Maxim Vengerov, acompañado primorosamente al piano por el maestro Roustem Saitkoulov, interpretaron la Sonata para violín y piano núm. 2, op. 94 bis de S. Prokófiev, obra que muestra notablemente ese complicado equilibrio que había logrado alcanzar S. Prokófiev entre las formas, los motivos y el lirismo propios del neoclasicismo y una clara vena rítmico-melódica de inspiración popular rusa. En un período de la historia de la entonces Unión Soviética, donde semejantes equilibrios, según cómo, te podían llevar a Siberia o al menos sufrir el ostracismo oficial, lo que conllevaba que no pudieras ni comprar papel pautado para escribir una melodía. La partitura está llena de contrastes que le aportan una vida y un alma que resultan absolutamente sobrecogedores. Escrita originalmente para flauta y piano, fue transcrita para violín y piano a petición de David Oistrakh.
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Al finalizar esta última pieza, el cariño y la admiración del público reunido en el Palau de la Música para escuchar a Maxim Vengerov explotó en una atronadora ovación, que él correspondió con cuatro propinas. Inició con una «Marcha» de S. Prokófiev, continuando con dos piezas de F. Kreisler: «Liebesleid» y «Liebesfreud», para concluir con la variación 18 de las «Variaciones sobre un tema de Paganini» de S. Rachmaninov.
Fotografía cortesia de bcn classics
Sin lugar a duda, esta nueva temporada de BCN Classics promete mucho, si juzgamos por la calidad de este su concierto inaugural. Estaremos encantados de disfrutar de las sorpresas que estén por venir. Seguimos.
Uno de los más importantes directores mexicanos del último medio siglo, cuyo nombre no mencionaré por no venir a cuento, contaba en tono jocoso que tras recibir durante un tiempo prolongado clases de Sergi Celibidache, este asistió a un concierto dirigido por el entonces director en ciernes. Tras el concierto, y ya en el camerino, contaba que lleno de recelo, le pidió a Celibidache su opinión sobre lo que había escuchado y visto. El veredicto del maestro fue demoledor y certero, le dijo: «has hecho todo mal, pero los músico te siguen, puedes dedicarte a dirigir perfectamente».
Esta divertida anécdota vino a mi memoria el pasado 14 de diciembre, tras ver unos minutos al maestro Santtu-Matias Rouvali al frente de la Philharmonia Orchestra en un concierto que tuvo lugar en el Auditori de la capital catalana. Las primeras impresiones no suelen ser confiables, y en el que caso de nuestro maestro quedó patente, pues en un primer golpe de vista, tienes la impresión de que está haciendo algo mal, cuando realmente, lo que sucede es que Rouvali, pertenece a otro tipo de directores que tiene muy poco que ver con la imagen tradicional y romántica del director autoritario e iluminado que encandiló al público por décadas. A Rouvali los músicos lo siguen y de qué manera, porque es realmente un espléndido director. Más aún, estamos hablando de un fantástico músico que sabe ver dónde hay que ver y atender, dónde hace falta atender, dejando de lado la imagen afectada e inspirada que todos tenemos en la retina cuando pensamos en el director arquetípico. Rouvali no es que se equivoque y los músicos lo sigan ciegamente como si fuera un flautista de Hamelín, más bien Rouvali hace las cosas de otra manera tremendamente efectiva.
Imagen ANTONI BOFILL
Tener la oportunidad de escuchar a la Philharmonia Orchestra es un absoluto lujo. Pertenece a ese reducido grupo de orquestas, que han colaborado a construir la historia reciente de la música. Algunas de sus cientos de grabaciones son absolutos documentos históricos. Solo hay que recordar que nombres como los de Karajan, Klemperer o Muti, por solo mencionar un puñado, están íntimamente ligados a esta agrupación británica, que cuenta con un sello muy propio de hacer y entender la música. Ahora bien, si a lo anterior, le sumamos que la solista invitada es Yuja Wang, la ocasión se convierte en imperdible y las personas que la noche del pasado 14 de diciembre prácticamente llenamos el Auditori, creo que así lo entendimos, pues el ambiente previo al inicio del concierto era el de una cierta expectación por disfrutar de un programa sumamente atractivo.
El romanticismo ruso fue el hilo conductor que vertebró el programa. De P. I. Chaikovski pudimos disfrutar a manera de grandes pilares que enmarcaron el concierto, dos de sus mas importantes obras: para iniciar la velada escuchamos la Obertura fantasía Romeo y Julieta, concluyendo con la Sinfonía Núm. 4 en fa menor, Op. 36. El Concierto para piano Núm. 1 en fa sostenido menor, Op. 1 de S. Rajmáninov fue la tercera pieza que completaba este programa y que está de hecho, muy vinculada estilísticamente con resto de las obras ya mencionadas.
Sin lugar a duda, el gran atractivo de la noche era poder escuchar a Yuja Wang. La impresionante carrera internacional que está construyendo, la ha colocado como una de las más importantes pianistas del momento. La virtuosa mezcla que encontramos en ella, entre perfección técnica y musicalidad a raudales, es poco frecuente de ver. La noche del 14 de diciembre no defraudó. Desde hace ya tiempo Wang interpreta con normalidad el primer concierto de Rajmáninov, obra maravillosa del romanticismo ruso y que indudablemente tiene sus raíces en P.I. Chaikovski, autor al que Rajmáninov reverenció durante toda su vida, pues ejerció una inmensa influencia sobre él, no solamente en lo musical, sino también a nivel personal. Este concierto, que lleva el número uno de su catálogo, fue revisado y reestructurado por su autor en 1917, ya con toda la experiencia que los años dan. La pieza mantiene la energía y la magia de la juventud, trabajadas por el rigor y el oficio de un compositor maduro. El primer concierto es una obra técnicamente reservada a pianistas del más alto nivel, que ha sido opacado por los dos conciertos que le siguen, que son sobradamente célebres. El mismo Rajmáninov se quejaba amargamente de que en Estados Unidos, cuando él ofrecía tocar este concierto, siempre notaba una cierta desilusión , pues realmente esperaban escuchar el segundo o el tercer concierto de piano.
Yuja Wang realizó una lectura de esta obra, simplemente impresionante, mostrando una perfección técnica pasmosa y una integridad y amor a la música que por momentos sobrecogieron a los asistentes. Pese a sus ya famosos vestidos, y todas las controversias que estos han traído a su carrera, Wang es una artista de tal envergadura que realmente uno concluye que estas son cuestiones que solo sirven al marketing y a llamar la atención sobre su persona, estando ella realmente en otra dimensión de las cosas. Lo anterior es muy notable cuando se le ve tocar en vivo. Sobrecoge ver el grado de concentración al que llega en una actuación. Pareciera que cada partícula de su ser estuviera siendo canalizada en generar ese torrente impresionante de música que nos inunda a los que tenemos la fortuna de escucharla. Por momentos, es como si Wang, estuviera en una dimensión alterna, donde, desde la intimidad, desde ese jardín secreto al que solo ella puede llegar, mostrará su esencia más profunda a través de la música que el resto escuchamos asombrados .
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El público congregado en la sala ovacionó de pie eufórico su entrega, y ella retribuyó con tres espléndidas propinas; en primer lugar de F. Liszt, su arreglo para piano solo del fantástico lied de F. Schubert “Gretchen am Spinnrade”, después escuchamos de la Sonata Núm. 7 de S. Prokofiev “Precipitao” para concluir con la “Toccatina” Op. 40 de N. Kapustin.
Tras la media parte el foco del concierto recayó de nueva cuenta en la Philharmonia Orchestra y en su director titular el joven Santtu-Matias Rouvali, que ya en el inicio de la jornada había realizado una buena lectura del Romeo y Julieta de Chaikovski, obra exigente a nivel técnico sobre todo para la sección de cuerdas, pero que está dentro de ese grupo de obras que diríamos, son agradecidas de tocar. Piezas que hacen que una buena orquesta brille intensamente porque todas las virtudes que esa agrupación pueda tener quedan al descubierto. No fue la excepción en este caso, dejando de manifiesto la enorme calidad de la agrupación británica. Caso diferente es la 4ª sinfonía, que pese a ser una de sus obras más famosas, por sus innegables méritos artísticos, es una obra de complejo abordaje para cualquier agrupación sinfónica. La constante presencia de síncopas, el delicado trabajo de matices orquestales, el frecuente fluctuar del tempo, en largos y sutiles rubatos, entre otros muchos elementos, hacen que la sinfonía sea una partitura muy compleja de enfrentar, aunque estemos hablando de una gran orquesta. Para el directo en cuestión, es una prueba de suficiencia lograr generar el delicado equilibrio que hace tan especial esta partitura.
Rouvali que pertenece, como lo he mencionado en el inicio, a otra estirpe de directores, es un hombre de estatura media, mesurado en sus gestos, casi frio por momentos, que no deja ver ningún tipo de afectación emotiva en su actuación que puede llegar a parecer distante o incluso desgarbada. Ahora bien, si uno observa con mayor detenimiento, descubre que su mirada, sus gestos, y en general, su atención, se concentra ahí donde hace falta estar. No se recrea en la hermosa melodía que el solista en cuestión expone para deleite de todos, si no que cuida y guía a las voces que por debajo sustentan al instrumento que ahora brilla. No baila y se solaza en patéticas gesticulaciones de tipo heroico, si no que parca, pero muy efectivamente, con movimientos cortos y bien marcados, cuida que los cimientos que soportan todo el edificio orquestal se mantengan en perfecto estado. Al verlo me recordó mucho las recomendaciones que R. Strauss hacía sobre cómo dirigir correctamente una orquesta, haciendo hincapié sobre que un buen director tenía que transpirar lo menos posible, procurando no distraer con sus presencia o gestos al escucha, para que este se concentrara en lo que de verdad importa: la música.
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Cuadro uno ve y escucha el trabajo de este joven maestro, en una primera impresión llega a pensar, equivocadamente, que está haciendo realmente poco, o que directamente se está equivocando, como mencionaba en la historia arriba narrada, pero a los pocos minutos, uno tiene la firme imagen de estar ante un músico íntegro, que tiene muy claro lo que quiere entregar al público que ha venido a escucharle y sabe perfectamente que tiene que hacer para cumplir con su objetivo estético. Sin estridencias, sin dramatismos románticos que solo distraen al personal, Rouvali, cimbró profundamente el corazón de los ahí congregados, pues hizo sonar de una manera increíble a una de las más importantes orquestas del mundo. Sin duda, uno de los mejores conciertos del año, su sabor aún puede paladearse en el regusto tan grato que dejó por la calidad y sobre todo, por la hermosa promesa que la juventud de tan notables intérpretes nos hacen a los que amamos la música. Estamos pues de enhorabuena. Seguimos.
Fotografías cortesia de bcn classics. Fotógrafo Antoni Bofill.