Klaus Mäkelä, un presente luminoso.

Klaus Mäkelä, un presente luminoso.

Más que un futuro prometedor, lo que tiene ante sí Klaus Mäkelä, el nuevo y muy joven director de moda, es un presente sencillamente luminoso. Poseedor de una técnica ya muy depurada , es, a sus 29 años, un músico  muy sólido, capaz de asumir   compromisos como la titularidad de orquestas de tanto renombre como la Chicago Symphony o la Orchestre de Paris.

Para muchos, acumular tantas y tan importantes titularidades siendo tan joven no es bueno. Juzgan con demasiada dureza, a mi entender, el trabajo de este espléndido director, quien, visto lo visto el pasado 26 de enero en el Palau de la Música de Barcelona, cuenta con las suficientes herramientas para hacer frente a los más grandes retos interpretativos y, además, hacerlo con autoridad. El único reparo que su corta edad me despierta es el inmenso volumen de trabajo al que tiene que hacer frente, porque en ese sentido sí que puede traer consigo una falta de profundidad, que no de perfección técnica, por parte de nuestro maestro.

La contundencia con que debutó en Barcelona el pasado 26 de enero al frente de la Royal Concertgebouw Orchestra de Ámsterdam, de la que será también titular a partir de 2027, demostró que cuando se apoya a un chico o chica con talento y buenas posibilidades, con el tiempo y mucho trabajo se obtienen resultados de muy alta calidad. Mäkelä no surgió por generación espontánea: es el resultado de un trabajo muy serio que arrancó en su natal Finlandia desde muy pequeño, estudiando primero el violonchelo, del que es un fantástico intérprete, y continuó con 14 años en las clases de dirección orquestal de Jorma Panula. Sin estos estímulos, todo el potencial de ese pequeño hubiera quedado en nada, pero, como se tomaron en serio su formación, ahora contamos con un espléndido director que aún tiene mucho que dar.

Por otra parte, lamentablemente, la oportunidad de escuchar a la Royal Concertgebouw Orchestra de Ámsterdam en Barcelona ha sido más bien escasa desde hace tiempo, así que la afición respondió como era lógico esperar: abarrotó la sala del Palau. Sencillamente, hay que recordar que estamos hablando de ese tipo de orquesta con sonido propio, con un sello distintivo que ha ido cuidando a través de los años y que la hace única como agrupación musical. Ahí donde toca, el color de sus maderas o de su cuerda delata que es la Royal Concertgebouw Orchestra, y eso muy pocas orquestas lo han logrado defender, más aún en épocas como la nuestra, en que todo es homologable y se estandariza para poder ser vendido con mayor fortuna.

El programa abrió con Subito con forza, pieza encargada por la orquesta en 2020 a la compositora surcoreana Unsuk Chin. Radicada desde hace muchos años en Alemania, su obra en general revela la influencia de György Ligeti, con quien estudió en su momento. Si analizamos someramente la breve Subito con forza, descubriremos una muy inteligente ilación de temas beethovenianos que aparecen y se diseminan con suma facilidad, pero que lo hacen, además, de una manera colorísticamente muy atractiva. Chin maneja con maestría una amplia paleta tímbrica y rítmica que le permite hacer aparecer, como si fuera una nigromante, temas que nos son conocidos para luego, justo en el momento en que nuestra memoria comienza a atraerlos al presente, desvanecerse de nuestra percepción, dejándonos solo con su ensoñación.

La primera parte del programa se completó con el delicioso Idilio de Sigfrido de R. Wagner. Si toda la orquesta brilló, y de qué manera, las trompas reinaron soberanamente sobre el resto de sus compañeros. Tras una hermosa introducción, la aparición de las trompas con un sonido elegante, redondo, perfectamente afinado y, sobre todo, evocador, dio a la obra un sentido absolutamente trascendente. Mäkelä supo soportar y articular muy bien la obra en su delicado juego de tensiones y distensiones, en un tempo quizás un poco rápido, lo que le restó poesía, pero no belleza ni congruencia al conjunto. Lectura noble y muy notable, que anunciaba en parte lo que estaba por llegar en la segunda parte del concierto.

Colosal, grandilocuente, sin medida alguna, pero al mismo tiempo soberbia y profunda, Vida de héroe es un manjar orquestal para paladares delicados y de gustos exigentes. La Royal Concertgebouw Orchestra ha hecho de su lectura una de sus especialidades; no en vano, la pieza está dedicada a uno de sus más conspicuos titulares: el genial Willem Mengelberg, compartiendo la dedicatoria con la misma Royal Concertgebouw. Las particellas con las que trabaja la agrupación tienen las indicaciones de Mengelberg y las del mismo Strauss, así que nos podemos hacer una clara idea del nivel de conocimiento que la orquesta tiene sobre la obra.

Mäkelä mostró aquí lo mejor de su técnica, pues, con gesto contenido y bien marcado, supo mantener fusionada y contenida a una orquesta que, en lo más brillante de la obra, se transformó en un monstruo sonoro de dimensiones bíblicas. Las cuerdas sonaron compactas, con unos bajos anclados en las más hondas profundidades sonoras, pero con un sonido aterciopelado muy elegante, que es sello de la casa. Las maderas resonaron brillantes y muy ágiles, con una variedad tímbrica muy flexible y una ductilidad dinámica sencillamente asombrosa. ¿Qué decir de los dorados metales de esta magna orquesta, que resonaron poderosos y llenos de luz, dando cuerpo y robusteciendo el poderío sonoro de una obra sencillamente asombrosa y que toda la agrupación supo, con su nuevo y flamante director, llevar a buen puerto?

No sería justo terminar esta pequeña crónica sin destacar el brillante desempeño de los solistas de la agrupación, teniendo un lugar muy relevante el maestro Vesko Eschkenazy, concertino de la orquesta, quien bordó la complejísima parte para violín solo de la partitura.

Queda por esperar todas las sorpresas que estoy seguro tiene por darnos Klaus Mäkelä. Su juventud, lejos de ser causa de duda, y tras haberlo visto al frente de una orquesta como la Royal Concertgebouw, nos aporta la certidumbre de que está llamado a realizar grandes cosas sobre ese mismo pódium. El tiempo, creo, nos dará la razón a los que confiamos en este nuevo maestro. Seguimos.