Aun recuerdo la primera vez que vi “Amadeus”. La tremenda narración  que Milos Forman nos contó hace ya casi 20 años, marcó a fuego a muchos en mi generación. La música era tan bella, la historia tan truculenta y al mismo tiempo, tan apasionante. Hollywood mostró de una manera espectacular y llena de muchos aciertos, el ambiente en que vivió uno de los más grandes músicos. Muchos quieren seguir creyendo que aquello que vieron en la pantalla, fue realmente lo que ocurrió en los últimos días de Mozart.

La verdad es mucho menos espectacular, (la historia suele ser así de aburrida)  y ha sido ya contada con todo rigor por autores tan importantes como H.C.Robbins Landon, en su maravilloso “1791 el último año de Mozart”.

Pero lo que un libro tan bien documentado como el anterior no ha logrado negar, es que el carácter de Mozart es altamente probable que fuera el mostrado en la película. Para muchos, este hecho, es en sí mismo, casi una herejía. Se supone que al ser nuestro músico un genio, tendría que ir con el gesto serio y mirada perdida por la vida. Es más, para escribir obras tan bellas como “La flauta mágica”, es necesario ser casi un santo y llevar la vida de un anacoreta. Así que, puedo entender el choque tan fuerte que supone para estas buenas conciencias, enfrentarse con una realidad tan poco edificante.  Al final, uno se queda pensado, ¿de verdad es tan importante para las dimensiones musicales de un maestro como Mozart, el cómo llevara su vida personal? ¿El que fuera un hombre profundamente inmaduro, rallando en lo infantil, quita algo de su belleza al “Requiem”, por ejemplo?  ¿Que tuviera varias amantes o bebiera sin ningún control, lo pone en duda como un maestro a la hora de producir obras de una factura inigualable?. No, y mil veces no. Su música, que es al final lo que nos interesa y no su vida personal, es y seguirá siendo una muestra de lo que es intrínsecamente humano, más allá de calificativos de bello o genial.  En mi opinión, con  él y con otros autores,  ha pasado que, al pertenecer al rublo de “los clásicos “, se le ha endosado una serie de valores éticos y de conducta, que en muchos casos, no corresponden con valores que ellos en vida hayan siquiera compartido. Valores propios de una clase social que se ha apropiado de la figura,  que no de su obra, y la han deformado al punto de serles cómoda, políticamente hablando.  La autoridad que  la música les otorga a hombres como Mozart, Wagner o Puccini,  es utilizada para sentar un paradigma de conducta, ajeno totalmente ya no solo a ellos, si no, y esto es aun peor, a la música misma.

Los músicos, al igual que todos, tienen una vida privada que en muchos casos escandalizaría a más de uno. Pero, lo realmente importante, es lo que su obra, su trabajo, nos hace ver de nosotros mismos. Porque al margen de tal o cual conducta puntual, la música logra pasar por encima de la mera anécdota, para mostrarnos lo fundamental, la esencia misma de nuestro ser. Lo que nos conmueve, o nos hace vibrar en la música, es verdaderamente nuestro propio reflejo, nuestra propia imagen, nuestra humanidad.