Hoy, muy pronto, he desayunado con la sorprendente noticia de que Ibermusica, empresa emblemática dentro del mundo de la música clásica en España, está en quiebra. Durante décadas su director y fundador Alfonso Aijón, ha logrado traer a este país a las más grandes figuras internacionales dentro de este mundo.

Desde Bernstein, a Abbado, pasando por Argerich o Bartoli, han visitado tierras ibéricas gracias, en muchos casos, a la amistad personal que unía a Aijón  con los artistas mencionados. Es obvio, que no solo es una cuestión de amistad lo que ha permitido tantos y tantos memorables conciertos, si no, un campo de negocio muy bien trabajado durante años, mismo que, al parecer, está evaporándose poniendo contra las cuerdas al empresario.

En una interesantísima nota que aparece en el diario ABC  el martes 26 de enero, del presente año, Aijón menciona, que ya es la cuarta vez que se ve en complicaciones económicas, que habían sido solventadas hipotecando su casa. Ahora, debido a la situación económica, nadie quiere una hipoteca, así que, ha tenido que venderla,  para poder paliar las pérdidas de casi un millón de euros que deja la baja de casi 800 abonados en esta temporada.

Si leemos en profundidad esta triste noticia, podemos ver, qué tal y como apunta en la referida nota Aijón , no ha habido relevo generacional en el público que antes llenaba los teatros,  y hacia colas eternas para poder comprar una entrada; esos señores de cabezas blancas  y que yo llamaré “concertistas de pata negra”, no han sido sustituidos por sus hijos que están ahora entre los 30 y los 50 años.

Esto nos lleva  a ver muy claramente que, políticas miopes y de relumbrón como las que hasta ahora se han implementado en España, no sirven para nada. No es a golpe de talonario como vas a generar un público, si no, poniendo a disposición de toda la población, la posibilidad de disfrutar formándose en música. Que cada ciudadano tenga  y toque  un instrumento, es lo que hace que esa población aprecie  en un concierto a artistas de alto nivel  como Celibidache o Gardiner. Los conciertos para niños y jóvenes como única política educativa es una política fácil y de exhibición.

Que una orquesta sinfónica, dentro de su temporada regular, programe varios conciertos de  éxitos del cine, o música de videojuegos es muestra de amplitud de miras, y es muy interesante que se haga; pero esto no forma a una población, solo le da una prueba muy pequeña de lo que puede ser aquello tan lejano para el ciudadano medio. Es apoyando la formación desde pequeños de cada ciudadano, lo que hará que los teatros se llenen como ahora se llenan estadios. ¿Por qué España tiene desde hace años estupendos resultados deportivos?, porque los diferentes gobiernos que han encabezado el estado, tienen más de 50 años apoyando el deporte y  justo después de firmarse los pactos de la Moncloa, se decidió proteger y promover el  deporte como una política social, y ello es maravilloso.  Pero quedarse solo en eso, es como fabricar una mesa de dos patas, el desarrollo integral de las personas queda a medio hacer. La posibilidad que todos tenemos de tener acceso al arte y la cultura, es un derecho, en tanto que forma parte de la cultura de occidente. Políticos, con políticas miserables como el actual ministro Wert, nos los está negando, ahondado  más en el problema.

Cierto es, que muchos músicos y aficionados a la clásica no lo ponen fácil. Su actitud suele ser muy  cerrada y en una constante pose de pureza y elevación que los hace profundamente antipáticos a todos. Frases como “el arte es solo para almas selectas” o “la gran música está reservada para una élite intelectual”  lo único que generan, es  un mayor alejamiento de la gente “normal” que no sabe todo lo que puede llegar a disfrutar en un concierto sinfónico o en una sesión de música de cámara. Se  ha querido durante años mostrar a la llama música clásica,  como aburrida, demasiado profunda para la gente “normal”, demasiado complicada quizás. Y se han olvidado, que esta, como todas las artes, están hechas por y para el ser humano. Sin toda esa gente, que durante muchos años, han visto con casi displicencia y sin el menor interés de atraer, los teatros, más tarde o más pronto cerraran, las orquestas se disolverán y si esto es un drama más que palpable, es aun más dramático el hecho de que quizás perdamos parte muy importante de nuestro legado cultural. Ese legado finalmente forma parte de las grandes cosas que ha hecho el ser humano en este mundo. El ser humano tiene muchos defectos, pero también tiene grandes luces y para mí una de las más brillantes es sin duda la música, no dejemos que se apague esta luz.