Ha pasado casi un año desde la última de las entregas de este blog. Desde esa fecha llevo pensando que habría que ponerse manos a la obra de nueva cuenta. En un año pasan muchas, pero muchas cosas, y este no ha sido la excepción. Vamos, que me ha pasado de todo, pero creo que si tuviera que calificarlo, diría que en este año he aprendido mucho más que muchos que le antecedieron. No solo de temas musicales o culturales varios, sobre todo, este período de tiempo a nivel humano ha sido de caída de grandes paradigmas tanto profesionales como personales.  Pongámonos en marcha.

Es muy común  en el medio musical leer abultados y grandilocuentes currículos donde es harto frecuente que la enumeración de las muchas virtudes del interfecto,  pase por la curiosa enumeración siguiente : “compositor, pianista, director coral y orquestal, musicólogo y profesor”, vamos,  todo un dechado de virtudes profesionales. Sabemos muy bien que, si rascamos en estos currículos, la mitad de él pierde consistencia y la otra simplemente no es verdad, pero ahora por puro orgullo profesional me siento en el deber de reclamar un poco de respecto y más comedimiento a la hora de poner que se es musicólogo. La musicología es algo demasiado serio para que un grupo de colegas que intentan colgarse una medallita en su abultada y ficticia lista de seudo-logros la enturbien.

 

Recuerdo que, siendo muy jovencito, fui enviado por la entonces Radio Querétaro a grabar el concierto que en el festival Cervantino de ese año, daba el célebre pianista Paul Badura-Skoda, el cual amablemente me había concedido una entrevista previa al concierto de esa noche. Querido lector, supondrás bien el estado de mis nervios, iba a conocer a uno de los más grandes pianistas vivos. Cuando un par de  horas antes de la marcada para el inicio del concierto si mi memoria no me falla, llegó Badura-Skoda al teatro Juárez para supervisar la afinación del piano, yo ya estaba listo para charlar con él. Notando mi nerviosismo me preguntó con una mirada llena de ternura, que edad tenía, yo tendría entonces 21 años y ante mi respuesta, el comentó que era muy joven y que era realmente bueno que estuviera ya haciendo cosas por el mundo. Lo maravilloso del momento fue cuando se interesó por mis estudios, y yo en un rasgo de vanidad imperdonable de la que nunca me arrepentiré suficiente, le enumeré todas mis supuestas virtudes, tal como lo hacen los citados colegas en su currículo. A cada ocupación dicha, el maestro abría más los ojos.  Cuando termine con él relato de mis supuestos méritos profesionales,  Badura-Skoda  solo pudo exclamar en un tono que nunca olvidaré, mezcla de lamento con fina ironía: -“Amigo mío, es usted demasiado joven para vivir tan poco, o es usted un portento o se está tomando demasiado enserio a sí mismo, y a su corta edad eso no es bueno”- maravillosa lección dicha con respecto y dada con generosidad, en el momento justo.

Cuando leo que los arriba mencionados, se sienten en el derecho de llamarse musicólogos, simplemente me siento profundamente indignado, porque la musicología es una ciencia demasiado seria, que está luchando por ser reconocida por la sociedad y el uso tan poco profesional que algunos personajes hacen de ella, solo la desvirtúa. La musicología es una ciencia que si bien nació como tal en el siglo XIX en Alemania, como una ciencia auxiliar dentro del modelo Hegeliano, existía de facto hace muchos siglos, en tanto que se lleva hablando y discutiendo sobre música desde la antigüedad.

 

Guido Adler generó el cuerpo epistemológico a  imitación del propuesto por Quintiliano en el s. III D.C. La Musikwissenschaft  (ciencias de la música) inició así su andadura dentro de la ciencias del espíritu o como la conocemos ahora, humanidades. La musicología es entonces una disciplina, si bien es cierto joven, con una clara vocación de estudiar, discutir, analizar y entender todo lo que circunda el fenómeno musical, que es sin duda uno de los fenómenos más etéreos dentro de las manifestaciones artísticas.

Pareciera que es absurdo hablar de música, y aunque la música trasmite una serie de mensajes por sus propios medios, esto no anula todo el amplio abanico de epifenómenos que la circundan. La música no son solo sonidos, puesto que, por ejemplo, detrás de cada uno de nosotros hay la seguridad de saber qué es música y justamente está soportado por una serie de pensamientos y concepciones que vale la pena discutir.  De hecho, en nuestro día a día, hablamos constantemente sobre música,  lo hacemos cuando discutimos  con un amigo sobre nuestros gustos musicales, o cuando opinamos sobre tal o cual canción, y esto sucede porque  pese a lo que pensamos comúnmente, la música es mucho, pero mucho más que sonidos que impactan en nuestro mundo afectivo.

 

Así, el  musicólogo no es solo un experto en historia musical, no es un narrador de historias pasadas, de él se espera que pueda leer  lo que las diferentes músicas tienen que decir, no solo estéticamente, sino social, cultural y antropológicamente.  No se trata solo de mostrar cuanto se puede haber aprendido al leer algún buen (o no tan bueno) texto de historia musical, se trata por ejemplo, de explicar por qué esas músicas siguen siendo aquí y ahora lo que son,  se trata de explicar no solo lo que fueron, sino el lugar que ocupan en nuestra sociedad actual, no es una exhumación de cuerpos muertos lo que un musicólogo hace, es la narración, descripción e interpretación  de algo muy vivo, de algo que es y no que fue.

 

Quizás, y con esto termino, el musicólogo, sea dentro de las ciencias sociales, el que más trabaja con un material lleno de vida, un material que se les escapa de entre las manos y que da sentido justamente en ese fluir a su trabajo.