Entre las lecturas del verano, he tenido el gusto de leer en muy pocos días la auto biografía del pianista británico James Rhodes.  Por momentos es un libro telúrico, que describe con mucha precisión el profundo dolor que ha desgarrado la vida de su autor.  El poder destructivo  que ejerce una violación sobre sus víctimas es absolutamente devastador. James Rhodes fue arrasado desde dentro, siendo muy pequeño. Su vida se rompió en miles de trozos justamente en los momentos en que él mundo es más luminoso.

La travesía vital de Rhodes, es la de quien ha vivido una larga temporada en el infierno y ha vivido para contarlo. Se necesita mucha entereza para, tras danzar por el filo de la navaja tantos años, tener el coraje de recoger todos tus pedazos, unirlos y seguir adelante con tu vida de la mejor manera posible. Este hecho en sí mismo, a mí en lo personal, me produce un profundo respeto. Pero apartando esta  dolorosa parte, por más medular que sea en la biografía de nuestro personaje, nos plantamos ante el pianista, ante el músico y esto nos lleva a su vez, a revisar la dimensión de comunicador rebelde y del personaje público que paulatinamente se ha ido construyendo en los últimos años.

Cómo siempre que aparece en el  medio musical un hombre como Rhodes, se generan casi de inmediato bandos de defensores y detractores del mismo. Una personalidad tan rompedora como la suya no deja indiferente, y es justamente, su personalidad, lo que a muchos melómanos de pata negra ofende en grado sumo. Hoy pongo por ejemplo: tuve el gusto de leer una buena crítica publicada en el diario ABC por Pedro del Corral el pasado 28 de Julio. En ella, nos da su comedida opinión sobre el británico, que por cierto, tiene escasos dos meses de haberse mudado a Madrid,- cosas que ha logrado el Brexit-,  pero   al margen de la mencionada critica, son las reacciones de los lectores en la web al texto de del Corral lo que nos parecen realmente interesantes. Reproduzco algunas de ellas:

“El Sr. Rhodes no «se ríe» de la élite cultural, lo triste es que se ríe y llama «Imbéciles» a los profesionales que sacrifican su vida para llegar a poder transmitir la obra de los grandes genios y de la música y créanme, son muy pocos los que lo consiguen… El Sr. Rhodes por muchas zapatillas blancas y mirada desafiante ni siquiera sería capaz de terminar estudios en un Conservatorio de «Imbéciles» si no fuera por su maravilloso «Libro». Pero el Sr. Rhodes puede estar tranquilo, los grandes compositores, J. Bach o F. Chopin no se levantaran de su tumba al escucharle porque los Dioses no reaccionan a la paja.”

Otras de ellas es maravillosa:

“Yo lo siento pero tocar en camiseta arrugada delante de un piano de cola frente a gente que ha pagado por tu arte es de dudoso gusto. No digo que vaya de pingüino pero un poco de decoro. No es un concierto de rock.”

No seré yo quien censure que la gente se manifieste con toda libertad, forma parte fundamental de nuestra manera de vivir en esta parte del mundo; pero lo que llama  la atención  son los atavismos, los clichés que estas opiniones nos revelan y que además están muy extendidas entre la población.

Cuando uno asiste a formarse a un conservatorio, lo que básicamente está haciendo es recibir un legado cultural de varios siglos acumulados. En la  clase de solfeo,  por ejemplo, esa que tanto hemos padecido los que cursamos una carrera musical,  recibimos  la información de cómo se ha venido representando simbólicamente  en papel la música en occidente en los últimos siglos, de hecho, la más de la veces, la música brilla por su ausencia, por qué no asistes a estas clases para hacerte músico, sino para  aprender los elementos culturales que te permitirán leer las obras de otros músicos,  además de favorecer  que puedas entenderte a un cierto nivel con otros músicos. Adquirimos el uso de una jerga musical específica, solo eso. Estamos, además, y no hay que perderlo de vista, hablando de la tradición musical europea, que tiene en la mal llamada “música clásica” su  buque insignia. Pero no podemos olvidar, que, incluso en occidente, hay otras tradiciones, que se han generado cuando nuestra cultura ha entrado en contacto con otras, y   que de esta unión han nacido  nuevas maneras de hacer música igualmente válidas y con sus propios códigos. Pienso por ejemplo en el Jazz, o en el Blues. Así por ejemplo, si yo hablo  aquí, de contrapunto, la mayoría pensará que me estoy refiriendo a la técnica polifónica, pero si  estoy hablando con un payador argentino, el mismo término se refiere a un duelo musical con un contrincante. Con lo anterior, quiero decir que sería muy sano dejar de pensar en los conservatorio como lugares donde se nos hace partícipes de un saber casi iniciático.  Las personas que nos hemos formado en un conservatorio no somos seres superiores, ni sacerdotes de ninguna misteriosa divinidad, simple y llanamente, hemos sido adiestrados dentro de una de las muchas tradiciones musicales del mundo.

Pero centrándonos en nuestro caso en concreto, James Rhodes, no fue educado de este modo. El no asistió a un conservatorio como miles de personas hemos hecho y ello no invalida que sea un buen pianista, es más, el hecho de no haber sido educado del modo tradicional lo apartó de un cumulo de tradiciones y  modos de hacer  dentro del mundo de la música clásica, misma que ahora la están estrangulando. Así que, si James Rhodes es irreverente y todo un iconoclasta, es resultado de haber sido  simplemente adiestrado en la técnica pianística y poco más. Cuando se presenta en sus conciertos, lo que vemos es un hombre normal, común, como cualquiera de nosotros, que no ha recibido todos los condicionamientos  culturales propios del medio y que simplemente toca de manera muy solvente su instrumento.

Es cierto que ha tenido la “suerte” de conocer por los más peregrinos motivos, a personas importantes y bien relacionadas, que son los que de un modo o de otro, le han permitido construir su carrera actual, no es ni mucho menos un prodigio musical, pero, y ahí está lo genial, ¿Quién necesita un genio más? , si justamente de genialidad y genios está abotagado nuestro medio. Lo que hace tan valioso a este hombre, es justamente que es un hombre normal, que ha vivido una terrible tragedia, como muchos de nosotros, que ha logrado como apunté arriba, recobrar paulatinamente el control de su vida y ahora, pese a todo, está compartiendo con el resto de personas normales un poco de música, la música que para él tiene un sentido. En resumen, para el medio es una bocanada de aire fresco en medio de un medio de genialidad espesa y mortecina