A mis alumnos de antes, de ahora y los que vendrán. Con infinito agradecimiento por la buena educación que me habéis procurado. 

“No sabes lo que para mí significa venir todos los miércoles y viernes al Conservatorio, es algo que me da la vida, que hace que tenga ganas de levantarme de la cama”; “ Si no tuviera a la coral en mi vida, seguramente ya me hubiera muerto”; “No me imagino sin esta ilusión actualmente”. Estas son frases que alumnos adultos me han dicho a lo largo de estos años en que he tenido la oportunidad de trabajar con grupos de lo más diversos. Detrás de cada uno de los alumnos mayores de 18 años que he tenido, siempre suele existir una historia con la música que en algún momento se torció y pasado el tiempo, los astros, de nueva cuenta, se colocaron para llevarlos ha desatar ese nudo que llevaban años cargando. 

Muchas de estas personas, me han contado que de pequeños los habían obligado a estudiar interminables horas de solfeo, que una señora de muy malos modos les había impartido clases agotadoras de piano, donde además de obligarlos ha hacer escalas y arpegios, habían logrado tocar algunas piezas de las que actualmente no lograban acordarse. Otros, me han contado que siempre quisieron estudiar algo de música, pero la prosaica lucha por la vida se los había impedido y que, ante tal realidad, habían ahogado en su pecho sus ganas de tocar o cantar, pero que ahora que tenían la oportunidad, estaban realizando un sueño que ni ellos mismos eran conscientes de lo importante que era. 

Otra característica de este tipo de alumnos, es que cada pequeño logro que realizan, ya sea en su instrumento o comprendiendo algún concepto teórico, lo celebran enormemente y les aporta una inmensa satisfacción. Son un grupo de personas con las que el trabajo suele ser muy agradecido, por poco que trabajes, ellos te lo retribuyen multiplicado, porque en su mayoría, llevaban años deseando que alguien les acompañara en ese camino. En ellos, el gusto por crecer y disfrutar de la música no está mezclado con otros anhelos de tipo personal, como las ganas de destacar, o realizar una carrera profesional. Para estos alumnos, la posibilidad de hacer música, de estudiar música, de escuchar y entender que puede haber en ella, es el objetivo final y esto siempre me ha producido un inmenso respeto. Hay una especie de pureza que me gusta y me entusiasma, pero sobre todo, me hace sentir el enorme peso que tiene una materia tan delicada como son sus sueños. Muchos de estos sueños han sido muy  maltratados  porque la vida ha sido así para ellos y  ahora, gracias en parte a las clases en las que los conozco, quizás y con suerte, comienzan a verse realizados. 

Lo anterior contrasta con algo que yo mismo padecí muchos años durante mi formación y que es muy frecuente en las escuelas de música profesionales. Es lo que algunos llaman: “el complejo de celebridad”. Muchos de los chicos que están realizando estudios musicales profesionales tienen el legítimo deseo de que pasado el tiempo, la fama y sobre todo la celebridad, llegará a ellos sí trabajan duro y se entregan en cuerpo y alma. Pero amigo, el que ha pasado por este camino, sabe que muchas, pero muchas veces, este destino dorado no suele llegar. Existen varios textos que hablan sobre el inmenso golpe psicológico que miles de egresados viven al descubrir que el medio musical profesional es terriblemente competitivo y que como tú, con tus mismas dotes musicales y aun más majos, hay unos 500 más.  

El problema radica a mi entender, en la competitividad del medio. Se forma a los chicos en unos supuestos que los hace literalmente competir por  elegir al que toca mejor y con mayor precisión técnica. Se les hace crecer en la fidelidad absoluta al texto escrito, matando cualquier tipo de creatividad en ellos y sobre todo, se les hace creer que si se esfuerzan, ellos serán los ganadores de esta carrera a muerte que es el medio musical. La música es el pretexto para colonizar las mentes y las almas de miles de alumnos que crecerán en un sistema que los hará sentir al final del camino una insatisfacción perpetua, porque siempre habrá alguien que toque mejor, siempre hay alguien que frasea mejor, siempre hay alguien que despertará tu envidia y te hará sentir un perdedor, en esta lucha eterna a ninguna parte,

Hacia el final de su vida, Sir Georg Solti, el famoso director húngaro, fue entrevistado sobre  una vida llena de aventuras y de inmensas satisfacciones musicales como la suya. Solti es  considerado por muchos como uno de los mejores directores de la historia. Sus lecturas de obras de Richard Strauss o de Gustav Mahler  por poner un ejemplo son simplemente míticas. A lo largo de esta entrevista, Solti contó historias fantásticas sobre su carrera, pero lo realmente sorprendente  de  la entrevista, es que al final de ella, se le preguntó sobre cómo se definiría él mismo. Su respuesta, hace 30 años me heló la sangre y nunca la he olvidado, dijo:  “soy un buen músico simplemente”.  Solti, al igual que mis alumnos adultos, siempre había puesto por delante a la música. El gusto por vivir la magia de tocar un acorde y escucharlo resonar, le era ya suficiente pago. La música lo salvó en plena ocupación Nazi de Budapest, siendo de origen judío y lo llevo a la neutral Suiza y la música, el irrefrenable deseo de dirigir en una Europa desbastada, lo hizo cruzar a Alemania ya derrotada, cuando un amigo Norteamericano le sugirió que en Munich igual podrían necesitar de un director. No la fama, no la celebridad, la música, la  simple posibilidad de hacer música. 

Cuando entro en el aula y veo los ojos de mis alumnos, o llego a los ensayos de mis coros de adultos y veo sus miradas llenas de ganas de comenzar el trabajo, me acuerdo de Solti mucho más que en algunos centros donde se escuchan grandes obras ejecutadas con inmensa precisión técnica. Seguimos.