Fotografía de portada cortesía del Teatro Real.  Fotógrafo: © Javier del Real | Teatro Real

 

Cuando en junio de 2018, Raúl Angulo Díaz firmó su espléndida monografía «Coronis, una zarzuela en tiempos de guerra», editada por Ars Hispana, texto indispensable para profundizar en el conocimiento de esta obra del maestro Sebastián Durón, menciona en su introducción que aún en esa fecha no existía ninguna interpretación ni grabación disponible de esta espléndida zarzuela.

La partitura original de la pieza, que está bajo el cuidado de la Biblioteca Nacional de España, fue recuperada paralelamente poco tiempo después por dos grupos: en España, el estreno de «Coronis» corrió a cargo de Los Músicos de Su Alteza, bajo la dirección de su titular Luis Antonio González, en una función efectuada en el Auditorio Nacional de Madrid el 27 de octubre de 2019. En Francia, fue Le Poème Harmonique, dirigido por Vincent Dumestre, los que emprendieron una gira por toda Francia, arrancando en noviembre de ese mismo año en el Théâtre de Caen, la misma que, lamentablemente, se vio malograda por la pandemia de la Covid-19.

Una vez pasada la emergencia sanitaria, en enero de 2022, apareció bajo el sello discográfico Alpha, un álbum con la lectura realizada por el mismo Dumestre al frente de Le Poème Harmonique, con el que ha logrado espléndidas críticas en todos los sentidos, destacando que finalmente, en un acto de pura justicia, se contaba, por fin, con un registro de absoluta referencia de una obra muy relevante en la escena de la España de la Guerra de Sucesión.

«Coronis», tras muchas investigaciones, puede atribuirse con bastante certidumbre al maestro Sebastián Durón (1660-1716), maestro de la Real Capilla desde 1701, y que tuvo así mismo el encargo de dirigir el teatro de la corte, para el que escribió varias obras que ahora comienzan a salir a la luz. Consumado organista e inspiradísimo compositor, la figura de Durón es fundamental para entender cómo la música española se fue abriendo muy poco a poco a la influencia de la ópera italiana e incluso de la música francesa, pero sin dejar de lado la escuela compositiva española con todo su enorme bagaje. Así, por ejemplo, en esta zarzuela, podemos disfrutar de lamentos de una inmensa profundidad expresiva y arias da capo de tradición italiana, mezcladas con tonadas populares y coplas típicas del teatro español de la época, escritas incluso en el antiguo sistema mensural.

«Coronis» es una obra que nace en tiempos convulsos, muy probablemente para celebrar el cumpleaños de Felipe V en diciembre de 1705, y decimos “probablemente”, porque la obra de la que hablamos está cubierta por un buen número de misterios. El manuscrito de la pieza es un absoluto lujo de texto, realizado por Manuel Pérez, «copiante» de la Real Capilla desde 1701 hasta 1713, año de su defunción. Seguramente realizó este exquisito trabajo para conmemorar el estreno de la zarzuela, tal importancia tuvo aquel evento. Lamentablemente, el manuscrito tal como se conserva no cuenta con una portada y, con ello, nos priva de una información fundamental, como es el nombre de la obra, los nombres de los autores de la música y el texto, además de la fecha de estreno y el motivo cierto que llevó a su realización. El nombre de “Coronis” por el que conocemos a esta espléndida zarzuela le fue colocado por un buen intencionado bibliotecario seguramente ya en el siglo XIX.

Aquí la labor seria y dedicada de la musicología española ha sido fundamental a la hora, ya no solo de transcribir el texto original, sino de poder investigar, cotejar y determinar lo más certeramente posible todos esos datos de los que carecíamos. Y una vez recuperada la obra para su interpretación, la publicación de trabajos como el ya mencionado texto de Raúl Angulo Díaz son fundamentales, porque nos dan muchas de las coordenadas por las que guiarnos en un terreno absolutamente virgen, ya no solo para el público en general, sino incluso para músicos y profesionales que apenas saben nada de este repertorio.

Una vez que la «academia» ha realizado su tarea, toca entregar el resultado de ella al público, y ahí los teatros y auditorios son fundamentales, pues se trata de programar este tipo de obras y, si se me permite el término, «arriesgar» y ver cómo reacciona el público, destinatario final de todo el esfuerzo antes someramente descrito. La última edición crítica de la obra que sea, no vale de nada en una estantería, durmiendo el sueño de los justos, se trata de hacer que el público haga suyas esas obras arrancadas del silencio.

Seguramente, sabedores de su responsabilidad cultural, el Teatro Real programó en su temporada 2022/2023 la presentación de nuestra zarzuela, interpretada en versión concierto por Le Poème Harmonique, contando al frente de ellos a su director, el maestro Vincent Dumestre. Tal velada se llevó a efecto el pasado 10 de junio con una espléndida respuesta del público madrileño. El Real «arriesgó» y ganó sin lugar a duda. Una nutrida entrada y los calurosos aplausos de un público muy satisfecho por una lectura fantástica de una partitura muy original y plagada de música memorable, son para sentirse muy satisfechos por el esfuerzo acometido.

«Coronis» es en muchos sentidos una obra de absoluta excepción. Es, con mucho, el trabajo dramático más terminado del maestro Durón y muestra como su estilo había ido asimilando las influencias que llegaban a España procedentes de otras escuelas musicales. Así, por ejemplo, la vocalidad está muy conectada con el virtuosismo de la ópera italiana, marcando una clara diferencia con la tradición española de maestros como Juan Hidalgo, cuyas piezas teatrales, están escritas para la voz en una línea melódica casi silábica sin apenas ornamentos, pues lo fundamental  en ellas, es el texto y no la belleza de la melodía cantada.

Otro ejemplo es el tratamiento que hace Durón de la orquesta. Tradicionalmente, este tipo de representaciones no contaban con apenas músicos, algún instrumento armónico que sustentara el canto y unos pocos instrumentos de cuerda que normalmente doblaban el canto o repetían las melodías entonadas por el solista. Durón en esta obra no solo requiere de un buen número de músicos, tanto de cuerda como de dos oboes que suelen reforzar la armonía, sino que además, en su escritura, independiza las partes de la cuerda y con ello potencia enormemente la paleta expresiva de la obra. La orquesta es un elemento muy significativo, un actor más en esta ambiciosa partitura.

A este tipo de características musicales se suma la dificultad que los cantantes han de enfrentar a la hora de presentar una obra que necesita de ellos una dicción lo más clara y limpia posibles. El texto de «Coronis», escrito con toda seguridad por el dramaturgo José de Cañizares (1676-1750), fiel a la tradición española de la «Comedia Nueva», pone mucho énfasis en la acción, en el movimiento de los acontecimientos contados, donde la interacción entre los personajes es rápida, siempre llena de comentarios agudos o bromas picantes en algunos casos. El pasado 10 de junio, pudimos escuchar una lectura muy cuidada en ese aspecto y, pese a que la correcta pronunciación del texto ofrecía dificultades extras a intérpretes mayoritariamente franceses, estos realizaron un trabajo apurado y concienzudo, manteniendo siempre la frescura y la tensión que la obra exige.

Pongamos como ejemplo de lo anterior los comentarios de los personajes “graciosos” de la obra, personajes menores que siempre realizan el contracomentario y dan sal y pimienta a la trama principal. En el caso de «Coronis», tales personajes son Sirene y Meandro, interpretados fantásticamente en esta ocasión por Victoire Bunel y Anthéa Pichanik, respectivamente. Pese a la dificultad que entrañaban sus papeles, que suelen cantar a toda prisa sus líneas, ambos personajes mantuvieron siempre el lado divertido y chusco, cumpliendo con su función de relajar el drama de las tramas principales.

Incluso hacia el final de la segunda jornada, entre que el monstruo Tritón finalmente muere y Apolo se convierte en el Dios tutelar de la región de Flegra, vemos la inclusión de un pequeño sainete entre estos personajes, cuya función es alargar el espectáculo. Las cantantes, en un principio, simulando una acalorada pelea entre una pareja de enamorados, intentaron improvisar una pequeña introducción hablada mientras entraban en escena, pero Sirene lo hizo de manera espontánea diciendo unas pocas palabras muy suavemente en francés, lo que causó gracia en algunos miembros del público. Meandro entonces le solicitó que lo intentara en castellano, pero de inmediato dieron inicio con la escena preparada.

La casi totalidad de los papeles están encargados a voces femeninas, y esto tiene que ver con la costumbre que existía en este tipo de espectáculos, en los que se escuchaba hablar a los dioses del Olimpo. Ellos no podían hablar como nosotros, ellos cantaban, y lo hacían con una voz aguda, alta y brillante, no como nosotros, tristes mortales que para comunicarnos hablamos en vez de cantar como hacen ellos.

La ejecución de la zarzuela totalmente cantada estaba encomendada a actrices y no a cantantes virtuosas como en la ópera italiana, por eso sorprende muy gratamente el nivel de exigencia vocal que hay en «Coronis», cuyo papel principal fue magníficamente interpretado la tarde del 10 de junio por Ana Quintans, espléndida soprano portuguesa que tuvo momentos realmente brillantes, como en “Dioses piedad”, que figura en la primera jornada, hermoso lamento a la italiana de Coronis, en que su voz plena de un conmovedor dramatismo y contando con las disonancias bellamente conducidas por la orquesta, lució bella, potente y llena de un color muy especial.

Fotografía  cortesía del Teatro Real Fotógrafo: © Javier del Real | Teatro Real

 

El único personaje masculino de la obra es el “barba” Proteo, personaje adulto que no se mueve por las pasiones del mundo y que su dilatada experiencia vital le ha otorgado cierta sabiduría. En este caso, el papel corrió a cargo de Cyril Auvity, tenor de origen francés, y que del mismo modo que su compañera de reparto tuvo una destacada velada el 10 de junio. De voz muy bien timbrada, Auvity sabe perfectamente cómo acometer los agudos y darle el brillo necesario a cada una de sus notas, controlando en cada momento la construcción de sus frases. Cantante inteligente y músico sensible, se hizo un lugar en el corazón de la audiencia, sobre todo por un memorable “Llore de Tracia en mi desgracia”, aria da capo que en el momento de la reexposición fue finalmente ornamentada por él, dejando un regusto maravilloso.

Tritón, el monstruo galán, fue espléndidamente presentado por la soprano Isabelle Druet, que supo emocionar al respetable con un papel que se debate entre el tierno amor que profesa por la ninfa Coronis, su naturaleza violenta y destructiva ,y su deber ante el Dios Neptuno que lo envió a Flegra para que raptara a Coronis para él. Al final, Apolo acude al rescate de la ninfa y dispara su arpón contra el monstruo, que en una escena cargada de dramatismo,  siente cómo la muerte lo invade y todo termina para él, entonando una línea entrecortada que describe, como lentamente la oscuridad se apodera de él.

Fotografía cortesía del Teatro Real Fotógrafo: © Javier del Real | Teatro Real

 

Mención muy especial merece sin duda Le Poème Harmonique y su director Vincent Dumestre, que supo darle una teatralidad fantástica a toda la representación. Con un estilo contundente y fresco, Dumestre apostó por abordar la obra en tempos rápidos y muy articulados. Destacando mucho las hemiolas y acentuaciones irregulares propias de la música española del momento, aunque con ello dejó en alguna ocasión  poco espacio a los cantantes a la hora de frasear con más calma, buscando reforzar la tensión y la teatralidad de la representación. La sonoridad robusta, rotunda, casi sensual del conjunto lo envolvió todo. Con una base muy sólida en el bajo, los violines y oboes estuvieron en todo momento perfectamente empastados, fundidos en un timbre de delicioso regusto agridulce. Cada músico del conjunto sumaba toques de magia al todo sonoro, así, por ejemplo, el estilo desenfadado, casi rústico pero muy preciso de la concertino Fiona-Émilie Poupard o la rotundidad que aportaba Jérémie Papasergio en el fagot o en la flauta de pico, fueron como dar a un gran lienzo esa dosis necesaria de luz y de sombra que le aportan al conjunto mayor profundidad.

Durante la representación, Dumestre insertó algunos trozos musicales como algunas variaciones sobre la Folía, que daban la impresión de estar siendo improvisados en ese momento aportando con ello frescura y vivacidad, pues oxigenaban el ambiente y permitían que la trama fluyera mejor.

Podríamos resumir diciendo que Dumestre tenía muy claro que “Coronis” finalmente fue creada como un gran espectáculo, que buscaba entretener al público, agasajar al rey para el que seguramente estaba escrita la pieza y dar lustre y empaque a toda la corte, mostrando al mundo que, pese a lo convulso del contexto que se vivía en esos momentos en España, se podían permitir grandes boatos.

En 1706, a los pocos meses del posible estreno de “Coronis”, Sebastián Durón tuvo que dejar Madrid y trasladarse a Francia. Al parecer, su estrecha relación con la reina viuda Mariana de Neoburgo esposa de Carlos II  y sus contactos con destacados nobles que apoyaban al Archiduque Carlos dieron como resultado su exilio. Murió enfermo de tuberculosis en 1716 en Cambo-les-Bains, lejos de todo lo que había construido a lo largo de su vida. Así que cuando la noche del 10 de junio, el público congregado en el Teatro Real de Madrid aplaudía feliz, muchos de ellos de pie, su “Coronis” no puede menos que sentir que al menos, de manera casi poética, el maestro Durón recibía un poco de esa justicia que en vida no recibió, pues el público lo estaba recibiendo de nuevo en su casa. Enhorabuena por el Real y su apuesta por apoyar la recuperación de obras de semejante factura programándolas en su temporada, y claro, en hora buena por todos nosotros, los más beneficiados de ello, pues estamos comenzando a disfrutar de estos sazonados manjares. Seguimos.

Fotografía de portada e interior, cortesía del Teatro Real.  Fotógrafo: © Javier del Real | Teatro Real