Como todos los años, a la llegada de la Pascua, corresponde en nuestras salas de concierto la temporada de pasiones de Bach. Tales ejecuciones, y esto es algo que sorprende muy gratamente, son seguidas con un número sostenido de aficionados que normalmente llenan el espacio donde estas se interpretan. En años anteriores, como una innovación a las canónicas San Juan y San Mateo, hemos incluso podido disfrutar de alguna de las reconstrucciones que se han hecho sobre el texto de la pasión según San Lucas, obra que, al parecer, hemos perdido irremisiblemente, y de la que solo contamos con el libreto original, los recitativos y algunas indicaciones del maestro. Lo anterior lo menciono solo como un argumento que se suma a la buena salud que, a mi entender, mantiene el disfrute de obras tan estimables como son las dos obras ya nombradas. Es un gusto que se fundamenta en el disfrute profundo de estas excelsas partituras, tanto por su inmensa factura artística, que está fuera de toda duda, como, por qué no decirlo, por lo que sobre todo la San Mateo tiene de obra icónica en la historia de la música occidental. Su recuperación en la primera mitad del siglo XIX por un jovencísimo Mendelssohn marcó, también, el pistoletazo de salida de toda una concepción de la música, que encontraba en esta primero, pero después en toda la obra de J.S. Bach, la semilla en la que apoyar su autoridad y su prestigio en todo el mundo.
Este año, las dos pasiones fueron programadas en orden inverso a su composición, con lo que pudimos escuchar en el Palau de la Música de la capital catalana, primero la San Mateo el miércoles 9 de abril, con una espléndida respuesta del público, y el viernes 11, la más modesta Pasión según San Juan, también con una muy estimable recepción del público barcelonés.
La lectura este año de la paradigmática Pasión según San Mateo recayó en la Akademie für Alte Musik Berlin, fantástica agrupación de la que guardamos una muy alta estima. Sus colaboraciones con artistas del nivel de René Jacobs han sido las delicias de muchas generaciones de melómanos en todo el mundo. En este caso, el director fue el británico Justin Doyle, que cuenta con una muy sólida carrera y un prestigio muy consolidado como director coral y operístico. La parte coral fue defendida por uno de los mejores coros profesionales de nuestro continente: el RIAS Kammerchor Berlín, que lleva ya 75 años de una sólida carrera dedicada, primero dedicada a la música de vanguardia, y desde hace ya algunos años a muy diversos repertorios, como el de la música antigua. . A este conjunto fantástico de artistas de primer nivel se sumaron los necesarios solistas vocales, destacando mucho el bajo británico Matthew Brook, toda una autoridad en la obra de Bach, y que esta ocasión cantó el papel de Jesús, mientras que el evangelista fue defendido por el tenor alemán Patrick Grahl.
Pasando a detallar más la interpretación de la pieza, hemos de señalar el extraordinario desempeño de la orquesta. La sobriedad de su sonoridad y lo logrado de cada uno de los solos que las diferentes arias de la obra requieren fueron realmente muy estimables. La parte coral fue abordada con gran fortuna por el RIAS berlinés, logrando una lectura dúctil, a ratos dramática y violenta, para poco tiempo después pasar a un tono devoto y profundo. La capacidad de adaptarse con tan buena fortuna a los diferentes escenarios planteados por Bach es quizás uno de los grandes retos de la obra, y el RIAS logró resolver tal compromiso con solvencia.
Todos los solistas vocales tuvieron una buena jornada, pero creo que destaca mucho por lo exigente de su parte el tenor Patrick Grahl, que cuenta con un timbre más que perfecto para este tipo de roles. Su lectura fue notable y estuvo bien asentada en el ejemplo de tantos y tan brillantes “Evangelistas” del pasado. Siguiendo la tradición del papel, su abordaje fue directo, austero, sin buscar en ningún momento el lucimiento vocal personal, y cargado todo el peso en el inmenso drama que se está narrando. Los bajos Stephan Loges y Matthew Brook, que defendió el papel de Jesús, tuvieron también una notable jornada. Mención muy especial merece Brook, cuya lectura del aria Mache dich, meine Herze herain, ubicada hacia el final de la partitura, fue estremecedora.
Para cerrar el elenco masculino, mencionar la noche redonda del tenor británico Thomas Hobbs, que bordó la hermosa Ich will bei meinen Jesu wachen con un timbre brillante y muy potente, capaz de atravesar sin dificultad toda la sala de conciertos. Un gusto ver la musicalidad, el conocimiento detallado y, sobre todo, el amor con que, al igual que esta aria, Hobbs abordó todas las piezas a él encomendadas.
El hermoso timbre de la soprano Elisabeth Breuer conmovió ya desde su primer intervención con la hermosa Blute nur. Sus hermosos agudos, brillantes y muy bien timbrados, acariciaban cada nota y daban el necesario énfasis a cada palabra escrita. Pero donde sencillamente a uno se le rompía el corazón fue al escucharla cantar Aus Liebe will mein Heiland sterben, aria que describe el extraordinario estado de debilidad en el que se encuentra Jesús tras ser azotado por orden de Poncio Pilatos. Para describir esa debilidad, Bach utiliza un solo de flauta traversa acompañado exclusivamente por un par de oboes de caza, sin bajo continuo. La música literalmente flota en el aire, no tiene un bajo que lo ate a la tierra, la música describe como el doliente y lacerado cuerpo de Cristo se tambalea tras ser torturado, y esa visión se ve reforzada cuando la soprano entra en su registro agudo y comienza su canto diciendo Aus Liebe will mein Heiland sterben (por amor, mi salvador quiere morir).
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Más desigual fue la impresión que dejó su compañera, la mezzosoprano alemana Anna Lucia Richter, que, pese a tener una voz muy bien trabajada y haber tenido una brillante lectura de la hermosa Können Tränen meiner Wangen, en la que pudo lucir con rotundidad su carnoso registro bajo, además de demostrar una sólida técnica vocal que le permitió abordar esta aria que exige el paso constante entre registros, la verdad es que para muchos resultó más distante y fría su abordaje de la que es sin duda el centro emocional de toda la partitura, la mítica Erbarme dich, cuyo solo inicial, encargado al concertino de la orquesta, sonó sencillamente delicioso. Richter cantó con corrección y decoro, pero se quedó muy lejos de despertar ni un poco el mundo de emociones que esa aria contiene. Para un servidor, resultó demasiado frío y técnico su modo de cantar uno de los momentos más desgarradores de la música en occidente.
Por último, como gran catalizador y aglutinador de todos estos esfuerzos, el maestro Justin Doyle cumplió con su cometido. Supo mantener la dirección de la obra y dar coherencia a toda la lectura, pero, bajo mi opinión, faltó mucho más por ocurrir en semejante partitura. Su paso por esta interpretación fue más testimonial, dejando muchos vacíos en la lectura que fueron llenados por una orquesta inmensa y que, en muchos sentidos, nunca necesitó de él. Corrección, saber hacer, todo demasiado políticamente correcto para mi gusto.
En tan solo un par de días, tendré el gusto de compartir con ustedes la segunda parte de esta breve crónica sobre las pasiones de J.S. Bach, centrándome en la ejecución del viernes 11 de abril. Hasta entonces. Seguimos.
Gracias, Fausto. Un Erbarme dich cantado frío es como la mitad de un arcoiris, o como una copa caliente del mejor de los vinos 🙂