Llegar a la mayoría de edad con 30 años está muy, pero que muy bien. Si, querido lector, ser mayor de edad con 30 años, he dicho, pero no me refiero a una persona, aunque usted, no lo niegue, tiene en mente varios ejemplos de conocidos suyos que con 40 años o más aún no logran ser medianamente adultos. Pero la mayoría de edad de la que estoy hablando es la de una orquesta, en concreto la de la Jove Orquestra Nacional de Catalunya, más conocida por sus siglas JONC, que el pasado 11 de julio dio inicio a los festejos por sus 30 años de vida con un concierto en el Palau de la música de la capital catalana.
La ocasión era relevante, sin duda. La JONC es una orquesta que desde hace ya tiempo viene dado grandes y muy notables satisfacciones por los increíbles resultados que presenta en sus conciertos. Pero, sin duda, arrancar este aniversario con la ejecución de una obra como la Sinfonía núm. 9 en Re mayor de G. Mahler es hacerlo con una colosal traca que se recordará por mucho tiempo.
La novena de Mahler es justamente el tipo de obra que jamás debe programar una orquesta de principiantes, al menos si pretendes mantener cohesionado al grupo, preservando su salud mental en buen estado y su prestigio en niveles aceptables. El grado de dificultad, tanto técnico como musical, es inmenso, tal es así , que muchas orquestas profesionales naufragan estrepitosamente en su abordaje. Mahler, literalmente, se despide de la vida en ella y lo hace vertiendo en esta partitura todo el inmenso cúmulo de conocimiento y experiencias que ha ido acumulando a lo largo del camino. Es un canto de amor a la vida, a la naturaleza, al amor mismo. Un hermoso adiós, materializado en una obra compleja y profunda, que requiere de sus intérpretes una absoluta solvencia técnica y una musicalidad inmensa. Un buen amigo violista lo resumía de una manera llana y contundente: «el problema es que tiene demasiadas notas y además hay que tocarlas muy rápido y afinadas».
Con esto, se hace muy difícil entender que una orquesta integrada por jóvenes entre los 18 y los 25 años puedan ni medianamente penetrar en los secretos de semejante obra. Pero, justo en ese punto, es cuando agrupaciones como la JONC rompen con lo que se podría esperar en condiciones «normales». Me explico: La Jove Orquestra Simfònica de Catalunya, que fue su nombre original, nació en 1993 teniendo como director fundador a Josep Pons, actual director de la Orquesta del Liceu y que fue quien dirigió el concierto de aniversario la noche del 11 de julio.
La orquesta, desde su nacimiento, buscaba sumarse al inmenso esfuerzo que se estaba dando en aquellos años para revertir décadas en que la educación musical en España había sido un absoluto erial. Los conservatorios no brindaban la posibilidad de que sus alumnos tuvieran apenas ninguna práctica orquestal real y la mayoría tenía que marcharse del país para poder concluir su formación musical con cara y ojos. Otros contadísimos casos pasaban por el duro trance de ser aprendices en alguna orquesta profesional, donde muchas veces, al ser absolutamente inexpertos, vivían experiencias humillantes por parte de sus «compañeros» de atril o del director de turno, generando en ellos un pozo cada vez más hondo de desencanto de la profesión.
La JONC nació al igual que el resto de orquestas juveniles que surgieron en esa época, para dar esa oportunidad a cientos de chicos que podían terminar de formarse en un ambiente controlado por profesionales que están ahí para enseñarles, para apostar por su talento y que este llenara nuestras orquestas con los años, como de hecho está comenzando a suceder. Tras treinta años de trabajo, la JONC es un proyecto consolidado y en plena forma que se imbrica en una red de escuelas municipales y conservatorios que ofrecen a los jóvenes una educación de muy alta calidad. La JONC en cierto modo es la culminación de un proceso educativo que arranca muchos años atrás. En la JONC encuentran una dinámica de trabajo que les permitirá acceder a una orquesta profesional perfectamente preparados para dar lo mejor de ellos. Desde 2001, año en que Pons se retira de la orquesta como titular, la dirección del proyecto recae en manos de Manel Valdivieso con quien el grupo ha logrado llegar al estado actual, que es simplemente esplendido.
La noche del 11 de julio, en muchos sentidos, fue una noche con una magia especial, pues tiene mucho de sorprendente y algo de mágico el que una orquesta integrada por jóvenes entre los 18 y los 25 años abordara con tanta madurez una obra como la Sinfonía núm. 9 en Re mayor de G. Mahler. Disfrutar de aquel concierto, fue ver la fusión de dos polos, de dos extremos. La orquesta, llena de jóvenes justo al inicio del camino, plenos de vida, de esperanzas que comienzan a materializarse, radiantes de talento y de una infinita pujanza que conmueve verles darlo todo, sumergidos en una obra que es el testamento vital y musical de un hombre que estaba a punto de fundirse con el absoluto en el atardecer de una vida plena y sorprendente . Los dos extremos de la existencia humana, ellos al inicio, el maestro a punto de partir y en medio un actor indispensable que los comunique: el director, Josep Pons, que brilló intensamente, convirtiéndose en factor sine qua non esa misteriosa alquimia jamás se hubiera llevado a cabo.
Que Pons es un gran director, ya lo sabíamos, pero la noche del 11 de julio fue una noche en que este experimentado maestro guió hábilmente por los intrincados caminos de la obra, cual Virgilio a una orquesta que lo necesitaba ávidamente. Sin él, aquello pudo naufragar por la talla de semejante reto. Su temple y buen hacer supieron canalizar y guiar el raudal de energía y talento que por momentos saltaba a borbotones aquella noche.
Sin duda, la mayoría de edad le ha llegado a la JONC, treinta años después de su nacimiento. Una mayoría de edad labrada con mucho trabajo, una mayoría de edad que llega preñada de mucha ilusión y que promete dar aun muchos y muy bien sazonados frutos a sus seguidores. Seguimos
Cuando en junio de 2018, Raúl Angulo Díaz firmó su espléndida monografía «Coronis, una zarzuela en tiempos de guerra», editada por Ars Hispana, texto indispensable para profundizar en el conocimiento de esta obra del maestro Sebastián Durón, menciona en su introducción que aún en esa fecha no existía ninguna interpretación ni grabación disponible de esta espléndida zarzuela.
La partitura original de la pieza, que está bajo el cuidado de la Biblioteca Nacional de España, fue recuperada paralelamente poco tiempo después por dos grupos: en España, el estreno de «Coronis» corrió a cargo de Los Músicos de Su Alteza, bajo la dirección de su titular Luis Antonio González, en una función efectuada en el Auditorio Nacional de Madrid el 27 de octubre de 2019. En Francia, fue Le Poème Harmonique, dirigido por Vincent Dumestre, los que emprendieron una gira por toda Francia, arrancando en noviembre de ese mismo año en el Théâtre de Caen, la misma que, lamentablemente, se vio malograda por la pandemia de la Covid-19.
Concluyendo con un mes de mayo para recordar en lo musical, Philippe Herreweghe al frente de la Orchestre des Champs Élysées se presentó en el Palau de la música con dos obras fundamentales en el repertorio sinfónico. Me refiero a la Sinfonía núm. 41 en Do mayor, KV 551, «Júpiter» de W.A. Mozart y la Sinfonía núm. 3 en Mi bemol mayor, op. 55, «Heroica» de L. Van Beethoven. Estamos hablando de sinfonías que el público tiene muy asimiladas en su acervo musical y que, por lo mismo, en algunos casos, no despiertan demasiadas pasiones entre ciertos sectores de la audiencia. Incluso, algunos calificaron de muy conservador el programa anterior y se declararon inaccesibles a ningún tipo de asombro ante la propuesta que nos hacía Herreweghe. Pero es que el maestro belga es un artista que cada obra que interpreta lo hace a una profundidad tal que hay que ser de hormigón armado para no vibrar de emoción ante algo tan bien concebido como lo que el pasado 31 de mayo pudimos escuchar en el Palau de la Música de Barcelona.
Dejando de lado que hablar de la Orchestre des Champs Élysées es hablar de una de las mejores orquestas de Europa, y que ello supone una solvencia técnica y musical fantástica, lo que hizo memorable la velada fue, sin duda, la manera en que Philippe Herreweghe abordó la lectura de un programa integrado por obras muy escuchadas pero exigente en todos los niveles y que precisamente por ello demanda del director una mayor profundidad, todo ello encaminado a quitar de la memoria colectiva tanta chabacanería como han sufrido estas obras.
Ambas obras son piezas claves en la construcción de la sinfonía como forma hegemónica durante más de un siglo tras los estrenos de ambas obras, pues las maravillosas sinfonías de un Anton Bruckner o de un Gustav Mahler beben directamente de la «Júpiter» y la «Heroica». Pero, ¿en qué radica esta profundidad exigida al director a la hora de leer estos textos tan visitados por la tradición? La respuesta, a mi entender, pasa primero que nada por despojarse de toda lectura que tenga como referencia otras lecturas ya realizadas, por muy icónicas que estas sean. Artistas como Herreweghe tienen como único referente en su labor la partitura que ha dejado el compositor. Esta es leída con calma, con suma precisión, para lograr ir construyendo un todo, pero partiendo de la nota escrita por el autor y no por la lectura que de ella hayan realizado otros. De ello es relativamente sencillo darse cuenta en el anecdótico hecho de que, en el atril del director, antes de comenzar cualquier concierto dirigido por Herreweghe, nunca suele haber ninguna partitura preparada, como es muy frecuente ver en cualquier concierto al que acudamos. Es él, al salir al escenario, quien trae entre sus brazos su partitura personal, que al abrirla y si se tiene la suerte de este cooltureta de estar en una localidad lo suficientemente próxima a él, revela el análisis pormenorizado que hace de la obra, pues la partitura en cuestión está llena de colores e indicaciones muy precisas que durante la ejecución va viendo de reojo mientras pasa las páginas de esta.
Imagen ANTONI BOFILL
Ahora bien, es cierto que además en su trabajo, Herreweghe se atiene a la tradición interpretativa de la época en que fueron escritas las diversas obras abordadas por él en los diferentes programadas que realiza, y ello hace aún más compleja su labor, en tanto que ha de conocer lo más profundamente posible esa tradición o estos usos musicales, para a través de ese conocimiento desestimar lo que durante tanto tiempo se haya podido de manera equivocada hacer con ellas, se trata volver a las fuentes, de acudir al origen de todo. En resumen, podríamos decir que artistas de su calibre hacen un doble trabajo, pues han de acudir al texto original del compositor, pero con la mirada que le da un conocimiento profundo del contexto musical en el que las obras se crearon y que es fundamental tomar en cuenta, pues es dentro de esa tradición que el autor creó su obra.
Con los años, Herreweghe ha ido concentrando sus gestos a la hora de dirigir un concierto. No suele marcar el pulso como muchos directores, sino que, con movimientos muy pequeños, algunos indicados con sus dedos, va construyendo, como si fuera arcilla, el sonido, las tensiones y distensiones de la partitura que conoce perfectamente. Suele estar muy atento a las partes donde la armonía va tejiendo, generando forma y estructuras. Pero, sobre todo, su enfoque es el de un músico que hace cantar a sus músicos. Sus respiraciones son naturales, sus fraseos orgánicos, precisamente porque casi podríamos decir que el maestro, antes de subirse al podio, ha cantado en su interior cada parte de la pieza abordada. Este enfoque le da una autenticidad inmensa, y convierte cada concierto suyo en algo absolutamente genuino en tanto que, en el acto de cantar, de respirar, todos los seres humanos vivimos físicamente el acto de tensar y el de relajar, clave fundamental a la hora de frasear, de colocar en su lugar los pesos y los contrapesos en toda obra musical. Herreweghe es un director que canta y hace cantar a sus músicos y con ellos nos hace cantar también a nosotros. Por que, finalmente, la música es vivencia en estado puro, es estar aquí y ahora. Escuchando con atención a Herreweghe no se puede estar en ninguna otra parte.
Seguimos.
Fotografías cortesía de bcn classics. Fotógrafo Antoni Bofill
Una manera muy personal de vivir la música, y su deseo de comunicarlo al mundo, fue la causa que llevo a Teodor Currentzis en 2004 a la creación de musicAeterna . Se trataba de un grupo de jóvenes aventureros que comenzaban un nuevo proyecto en Novosibirsk, donde las largas sesiones de ensayos buscando alcanzar las más altas cotas de excelencia artísticas, era la tónica que lo impregnaba todo. 19 años después y afincados en la ciudad de San Petersburgo, musicAeterna son sin duda, una de las mejores orquestas del mundo actualmente.
Recuerdo la primera vez que tuve contacto con el trabajo de Currentzis y sus músicos. Pasé de la frialdad y la duda por un grupo que pensé no tendría nada de interesante, a la admiración casi total por lo espléndido de aquel concierto. Un cambio de 180 grados en menos de unos minutos. Sobre todo, recuerdo que me parecía difícil de procesar la evidente chulería de Currentzis, esa teatralidad casi extrema, ese deseo de no pasar inadvertido. En aquella ocasión, apareció en el escenario enfundado en unos jeans negros, camiseta del mismo color y unas botas militares con cordones rojos, y dio inicio a un maravilloso concierto. Mi admiración, no hizo más que crecer, estábamos ante un grande. Después de escuchar su trabajo, recordé aquello que solía decir un maestro mío, «cuando se es tan buen músico, se te puede permitir que salgas al escenario en bañador si quieres», y Teodor Currentzis es sobre todo un gran artista.
Sus vínculos con algunos notables magnates rusos, como el líder de Gazprom o que su principal sponsor sea el banco VTB, han hecho que muchos vean con cierto desdén a Currentzis. Así, por ejemplo, han aparecido ya varias cancelaciones en Alemania y en general, hay una cierta incomodidad ante su figura en la escena internacional. Él no ha ayudado mucho a remediarlo, manteniendo una actitud más bien tibia ante la invasión rusa de Ucrania, pero, por otro lado, anunciando en agosto pasado que impulsaría una nueva orquesta llamada Utopía que sería apoyada solo por patrocinadores europeos en un claro intento de limpiar su imagen. Todo este cóctel hizo que, cuando se anunció que Teodor Currentzis vendría a España al frente de su musicAeterna, varios nos lleváramos las manos a la cabeza, pues, de hecho, sería la primera orquesta «rusa» que actuaría en nuestro país desde el inicio de la invasión por parte de este país a Ucrania. Y puntualizo lo de «rusa» porque la orquesta cuenta en sus filas con músicos de más de 10 países, entre ellos 4 españoles, pero, de cualquier manera, al estar radicada como orquesta en San Petersburgo y estar apoyada por personajes como los que he mencionado antes, hacían que muchos vieran como muy arriesgada la aventura de iniciar esta gira que finalmente se está realizando con bastante éxito por nuestro país.
La primera parada de esta tourné fue Zaragoza, y por lo que aparece reflejado en la prensa, el concierto del viernes estuvo a punto de no llevarse a efecto. La intervención de la delegación del gobierno, aclarando que la orquesta no estaba vetada por la Unión Europea, posibilitó la velada en la capital aragonesa. El domingo 14 de mayo fue el turno de Barcelona, teniendo un primer concierto en el Palau de la Música con el mismo programa interpretado en Zaragoza: la Metamorfosis de R. Strauss y la Sinfonía núm. 6 en Si menor, op. 74, «Patética» de P. Chaikovski.
Obras de hondo calado sin duda, ambas, con una fuerte carga emocional. La elección de la primera de ellas puede verse como un tímido guiño al público por parte de Currentzis, una especie de deseo de hacerse perdonar por su hasta ahora tibieza ante la invasión rusa, no lo sé, quizás sea pura coincidencia que solo ve este cooltureta. Lo cierto es que la Metamorfosis de Strauss es la obra de un hombre que está absolutamente superado por el horror y la destrucción que la Segunda Guerra Mundial ocasionó. En 1946, año en que fue estrenada esta magnífica obra en Zurich, Strauss era un hombre ya muy anciano y enfermo, pero, sobre todo, estaba absolutamente hundido por todos los horrores que la guerra había traído consigo.
Pensada para veintitrés instrumentos de cuerda, la obra en manos de Currentzis adquirió un grado elevadísimo de refinamiento sonoro. Con un depuradísimo trabajo dinámico, imprimió una extraña transparencia al sonido, que permitió escuchar con toda claridad las diferentes voces y cómo estas, se iban tejiendo y entretejiendo. Supo llevarnos a los asistentes que abarrotamos el Palau de la música de la mano, desde un inicio lento y muy oscuro, hasta la más poderosa de las explosiones emocionales en el clímax de la obra.
Después de la media parte, escuchamos una Patética de Chaikovski espectacular en muchos de sus pasajes, llena de un virtuosismo sin parangón, como de hecho esperábamos de una orquesta como musicAeterna, pero donde quizás faltó la hondura y el patetismo que, por ejemplo, se requieren para el cuarto movimiento de esta magnífica sinfonía. La intensidad que demostró desde el podio Currentzis no terminó de transmitirse en nuestra opinión, en el sonido de su orquesta, que es, como ya lo he mencionado, simplemente electrizante. Algunos esperábamos ser sobrecogidos con una lectura más honda y emocionante de pasajes como el terrible final de la sinfonía; en su lugar, recibimos mucho, pero mucho virtuosismo y altas dosis de pasajes que nos fascinaron por su brillo y su contraste.
Sin menoscabo de lo anterior, la velada fue tremendamente grata y la oportunidad de escuchar a una de las orquestas de más alto nivel, como de hecho lo es musicAeterna, fue sin duda memorable. Quedamos a la espera de nuevas aventuras artísticas encabezadas por este verdadero enfant terrible de la música que es, sin duda, Teodor Currentzis. Seguimos
Hay ocasiones en la vida en las que tienes la marcada sensación de estar contemplando la historia pasar ante tus ojos. Todos tenemos ese tipo de recuerdos en nuestra memoria: una manifestación que cambió el rumbo de las cosas, algún memorable discurso, la visita de alguien destacado a nuestra ciudad, en fin, hay tantas y tantas maneras en las que la historia nos puede convidar a acompañarla un ratito, que es difícil no conocer a alguien que no cuente en su memoria con este tipo de recuerdos.
Para los amantes de la música, tales eventos son, sin duda, los grandes conciertos. En nuestra colección de recuerdos, muchos guardamos aquellos conciertos que de algún modo nos cimbraron por dentro, ya sea por la perfección técnica de los intérpretes o por la magia que estos lograron crear sobre el escenario. Al final, esos recuerdos son patrimonio personal de cada uno de nosotros y esa velada quedará grabada a fuego en nuestros corazones para siempre. Es historia viva y capital irrenunciable de nuestro corazón.
Escuchar en vivo a la Filarmónica de Berlín es una de esas ocasiones que jamás se olvidan por muchas razones, entre las que están, ser con mucho, una de las mejores orquestas del mundo y el poseer un sonido y manera absolutamente únicas de hacer música. Ese sello Filarmónica de Berlín como es natural, los distingue de otras grandes orquestas y como mejor se aprecia, es escuchándolos en vivo y el público barcelonés tuvo la oportunidad de disfrutar de esta impresionante agrupación en el Palau de la Música, el pasado 2 de mayo.
Un día después del concierto efectuado por la misma Filarmónica en la Sagrada Familia, presentó ante una sala prácticamente abarrotada, un maravilloso programa integrado por obras de Mozart y Schumann , que fue ampliamente ovacionado por un público entregado totalmente al embrujo que se había creado en la hora y media que duró el concierto.
Hace tres meses la Filarmónica saltó a los titulares de todo el mundo, por haber nombrado a su primer concertino mujer en toda su historia. En concreto, la maestra Vineta Sareika-Völkner de origen lituano, fue la ganadora de las audiciones a concertino y pudimos verla en esta ocasión sentada al lado izquierdo del también concertino, el norteamericano Noah Bendix-Balgley. Filarmónica de Berlín se permite cuatro concertinos, de ellos la primera mujer es la maestra Sareika-Völkner. Y es precisamente ella, en su perfil de la página web de la misma Filarmónica, la que menciona parte del secreto que hace que esta orquesta suene como suena desde hace décadas. Un primer elemento es la respiración, los músicos de esta orquesta respiran juntos, y de hecho, están constantemente mirándose entre sí para mantener la comunicación entre ellos. No solo miran a su director, tocando pasajes enteros de memoria, si no que suelen ver a sus compañeros de sección, sonriendo incluso de manera cómplice, todo esto, mientras tocan atentos a lo que músicos de otras secciones estén tocando con la suya.
Otro elemento, es la enorme variedad de matices que pueden lograr dar y que resultan enormemente expresivos. Dentro de un pasaje marcado como piano, la orquesta ofrece muchas gradaciones, tantas como posibilidades de blancos hay para los inuit.
Sareika-Völkner apunta también a una sonoridad casi intransigente, rotunda y es que los fortes de la Filarmónica de Berlín son furia pura, la mezcla de una de las secciones de cuerda más compactas del mundo con unos alientos firmes y brillantes es prácticamente absoluta. Cuando explota en la sala un fortísimo de esta orquesta, es simplemente impactante, apoyada en la sección de los bajos, esa descarga sonora retumba en el interior de su escucha hasta lo más hondo.
El programa presentado fue toda una muestra de intenciones por parte de Kirill Petrenko, titular de la Filarmónica desde 2019. En la primera parte pudimos disfrutar de dos obras de W.A.Mozart, iniciando el concierto con la famosa Sinfonía núm. 25, en Sol menor, KV 183, conocida mundialmente gracias a la película de Milos Froman “Amadeus”, que causó verdadero furor en su momento. El programa continuó con el motete Exsultate Jubilate, KV 165/158ª que fue interpretado en su parte vocal por la soprano británica Louise Alder.
En ambos casos Petrenko mostró una particular afinidad con las obras. El maestro de de origen ruso entiende y disfruta profundamente estas obras del maestro de Salzburgo, que podríamos clasificar de juveniles y no por ello estaremos demeritándolas, son sin duda, dos obras maestras de un jovencito de apenas 17 años, con todo lo que ello supone. Mozart acababa de triunfar en Milán en el estreno de su “Lucio Silla” y la jovialidad lo inunda todo en su vida.Ambas son obras llenas de luz, de pujanza, de seguridad infinita y sobre todo, de una genialidad que algunos han calificado de milagrosa.
La orquesta estuvo con Petrenko al frente, soberbia, tanto en la sinfonía, que sonó rotunda, brillante y perfectamente realizada como en el motete, que fue un bocado dulce y de exquisito sabor para los amantes de esta maravillosa música. Louise Alder, en particular, bordó su lectura del Exsultate Jubilate obra que le viene como anillo al dedo a su timbre vocal. Elegante y de musicalidad refinada, abordó con naturalidad todos los pasajes complejos de la obra, destacando mucho su Aleluya final por lo cuidado del fraseo y bien colocado de los agudos finales.
La segunda parte de la velada estuvo consagrada a la Sinfonía núm. 4, en Re menor, op. 120 de R. Schumann, obra en la que la sonoridad de la Filarmónica simplemente eclosionó, desplegando en la sala una variedad inmensa de matices increíbles y variados. Lo mismo pudimos escuchar un suave y apenas perceptible pianissimo que oscilaba apenas, casi a punto de extinguirse en la cuerda, como vibrar estremecidos, con el poderoso impacto de toda la caballería en pleno. Estamos hablando de una sinfonía en un solo movimiento que Petrenko supo perfectamente administrar en todos los sentidos, fluctuando sabiamente los tempos y los fraseos, para construir un todo sólido y compacto.
Por momentos y mientras disfrutabas de ese rugir de la potencia orquestal, era imposible no pensar que muy pocas orquestas en el mundo, podrían abordar determinados pasajes a la velocidad que Petrenko los marcó esa noche. Y es que tanto la orquesta, como su titular, dieron una muestra de perfección técnica indiscutible . Nada, absolutamente nada estaba fuera de su lugar y modestamente, lo que quizás algunos echamos en falta, fue una gotita de poesía en medio de ese inmenso despliegue. Con un poquito de ella, aquello ya hubiera sido insoportable y terriblemente bello. Seguimos.
Los barceloneses amantes de la obra de J.S.Bach hemos estado de enhorabuena en las últimas semanas. A finales del mes pasado tuvimos el gusto inmenso de disfrutar en dos conciertos consecutivos, las dos pasiones del maestro de Leipzig, interpretados por músicos de absoluta excepción. Para la San Mateo, la agrupación Belga Vox Luminis y laFreiburger Barockorchesterfueron los encargados de hacer un estupendo concierto ya reseñado por este cooltureta que aún deja sentir su delicioso sabor entre nosotros. La Pasión según San Juan fue presentada en un también espléndido concierto, por el admirado maestro Philippe Herreweghe al frente de Collegium Vocale Gent.
Ahora bien, culminar esa racha dijéramos “virtuosa” con John Eliot Gardiner al frente del Monteverdi Choiry de la English Baroque Soloists haciendo una memorable Misa en Si menor, es algo que no muchas capitales del mundo pueden tener y que los amantes de la música de esta ciudad condal, agradecemos enormemente.
Para muchos, la Misa en Si menor, es una de las obras más importantes del catálogo del maestro. En ella Bach, durante décadas, fue depositando lo que él mismo denominó sus “avances en la ciencia de la música”. Es, sin duda, un muestrario amplio y muy profundo, de todo el inmenso acervo que controlaba tras toda una vida haciendo la mejor música para el servicio divino.
La muerte del Príncipe Elector de Sajonia y rey de Polonia y Lituania Augusto II “ El Fuerte” en 1733, abrió la posibilidad para Bach de solicitar a su heredero Augusto III el título de “compositor de la corte del príncipe elector de Sajonia y de la corte real de Polonia», y para ello, decidió que sería una inmejorable carta de presentación de sus pretensiones laborales, una pequeña muestra de “su saber hacer” en temas musicales. De ese impulso, nace la primera parte de la Misa, a saber, el Kyrie y el Gloria.
Las tres partes restantes de la misa fueron elavadoras a lo largo de los siguientes 16 años, utilizando lo que actualmente se llama “parodia” y que es la reutilización de materiales ya escritos por un compositor y utilizados en una obra nueva. Así, las 27 piezas que conforman esta colosal obra, abarcan casi veinte años de la vida del maestro, pues el Gloria había sido escrito en buena parte desde la navidad de 1724 y los últimos toques del Credo fueron culminados por Bach a finales del año 1749, a unos pocos meses de fallecer. De hecho C. Wolff apunta sobre la enorme posibilidad de que el “Et Incarnatus est” sea la última obra significativa que Bach lograra terminar, pues estaba ya muy enfermo y casi totalmente ciego.
Fue hasta 1736, tres años después de su petición, que el elector Augusto III le concedió el título solicitado, pero esto, a efectos prácticos, no significó mucho, pues el título era de tipo honorario. De cualquier modo, el compositor, lo utilizó cuantas veces le fue posible, pues ello le daba un prestigio que el dinero no daba en aquella época.
Con estos antecedentes, la interpretación de una obra de esta envergadura no es tarea fácil. Se trata de una pieza donde toda la sabiduría de uno de los más grandes artistas de la historia se fue depositando y para hacerle justicia, se requiere de un verdadero maestro que sepa ahondar en lo más profundo de ella. Sir John Elliot Gardiner, sin duda, tiene todo lo necesario para sumergirse en ella y entregar una lectura sin duda paradigmática. Con una brillantísima carrera a sus espaldas, forma parte de ese selectísimo grupo de intérpretes que sientan cátedra cuando abordan la obra de Bach
Gardiner es ya un huésped habitual de casa nostra. Se le quiere y admira muchísimo. Cada concierto programado con su nombre en nuestra ciudad, es contestado con un absoluto lleno, y este, efectuado el pasado 11 de abril, no fue la excepción. Los barceloneses llenaron hasta la bandera el Palau de la Música y recibieron muy calurosamente al maestro en cuanto pisó el escenario.
Gardiner con el paso de los años,( y esta gira de conciertos está pensada para celebrar su 80 cumpleaños) ha ido profundizando cada vez más y más en su lectura de la obra de Bach. Siempre mostrando una inmensa calidad técnica y musical, su abordaje de las obras del maestro se ha ido impregnando de una profundidad y un grado de detalle cada vez más deslumbrante .
Si uno escucha las muchas grabaciones que ha realizado Sir John, (y ha grabado toda la obra coral de Bach, siendo para muchos un absoluto referente) y las compara con sus más recientes interpretaciones, encontrará, que, aun manteniendo lo que podríamos llamar una de las marcas de la casa, o sea los tempos rápidos, el fraseo de la música es cada vez más preciso, hasta niveles casi infinitesimales. No hay nota, ni signo que no haya sido revisado por Gardiner y colocado en un contexto más amplio, construyendo con ello una lectura con un marcado sabor austero y donde brillan con una intensa y poderosa luz, los complejos entramados contrapuntísticos que vertebran la obra.
En medio de la compleja red de contrapuntos que constituyen la obra, Gardiner sabe destacar sabiamente el tema relevante, la melodía fundamental. Pone luz donde otros solo ven un inmenso tejido de voces, por momentos abrumadoras, pero que, al ser perfectamente balanceadas y moldeadas, cobran un sentido absolutamente trascendental. Mima en grado sumo cada elemento de la partitura, que conoce hasta su más íntima esencia, y logra mantener el siempre complejo equilibrio de una obra colosal.
La unidad de cada una de las partes que integran este impresionante monumento, que es la misa en sí menor, suele quedar muy comprometida si no se hace una lectura serena, profunda y donde desde la primera articulación, esté ya implícita la última nota que sonará al final de esta. Gardiner ha alcanzado, con el paso de los años, incidir precisamente en este crucial punto, pues ha logrado ver y dar sentido de unidad a la obra en su totalidad, lo que se manifiesta en un todo perfectamente orgánico. En el momento de la primera anacrusa, Gardiner tiene ya muy claro cómo sonará el último acorde de la obra.
Tanto el Monteverdi Choir como la English Baroque Soloists dieron notable testimonio del altísimo nivel artístico que han alcanzado a lo largo de todos estos años. Están absolutamente compenetrados los unos con los otros y se les ve tocar concentrados, pero al mismo tiempo relajados e inmersos en la ejecución. Dentro de los solistas presentados, todos de excepción, podríamos hablar, por mencionar algunos notables casos, al contratenor norteamericano Reginald Mobley, que bordó un Agnus Dei realmente conmovedor y el bajo Alex Ashworth, habitual colaborador de Sir John, que cantó el aria Et in Spiritum Sanctum con una voz rotunda y muy potente, además de lucir una deliciosa musicalidad que llenó de una maravillosa magia su interpretación.
De igual modo, la soprano Hilary Cronin brilló y mucho en todas las arias a ella encomendadas, destacando su delicado timbre y la elegancia con que frasea cada una de ellas.
Es indescriptible la inmensa emoción que logró generar en cada uno de los que esa noche estuvieron en la sala del Palau de la Música, la audición de esta memorable obra. Al final, tras el corte del último acorde, que fue bruscamente interrumpido por los aplausos del público, muchos teníamos la absoluta certeza de haber vivido algo trascendental, algo que se parecía mucho a un éxtasis místico. Recordé en esos momentos lo que Bach solía colocar al final de sus obras: “Soli Deu gloria” y solo pude decir para mi mismo, Amén. Seguimos.