Un músico que canta

Un músico que canta

Concluyendo con un mes de mayo para recordar en lo musical, Philippe Herreweghe al frente de la Orchestre des Champs Élysées se presentó en el Palau de la música con dos obras fundamentales en el repertorio sinfónico. Me refiero a la Sinfonía núm. 41 en Do mayor, KV 551, «Júpiter» de W.A. Mozart y la Sinfonía núm. 3 en Mi bemol mayor, op. 55, «Heroica» de L. Van Beethoven. Estamos hablando de sinfonías que el público tiene muy asimiladas en su acervo musical y que, por lo mismo, en algunos casos, no despiertan demasiadas pasiones entre ciertos sectores de la audiencia. Incluso, algunos calificaron de muy conservador el programa anterior y se declararon inaccesibles a ningún tipo de asombro ante la propuesta que nos hacía Herreweghe. Pero es que el maestro belga es un artista que cada obra que interpreta lo hace a una profundidad tal que hay que ser de hormigón armado para no vibrar de emoción ante algo tan bien concebido como lo que el pasado 31 de mayo pudimos escuchar en el Palau de la Música de Barcelona.

Dejando de lado que hablar de la Orchestre des Champs Élysées es hablar de una de las mejores orquestas de Europa, y que ello supone una solvencia técnica y musical fantástica, lo que hizo memorable la velada fue, sin duda, la manera en que Philippe Herreweghe abordó la lectura de un programa integrado por obras muy escuchadas pero exigente en todos los niveles y que precisamente por ello demanda del director una mayor profundidad, todo ello encaminado a quitar de la memoria colectiva tanta chabacanería como han sufrido estas obras.

 

Ambas obras son piezas claves en la construcción de la sinfonía como forma hegemónica durante más de un siglo tras los estrenos de ambas obras, pues las maravillosas sinfonías de un Anton Bruckner o de un Gustav Mahler beben directamente de  la «Júpiter» y la «Heroica». Pero, ¿en qué radica esta profundidad exigida al director a la hora de leer estos textos tan visitados por la tradición? La respuesta, a mi entender, pasa primero que nada por despojarse de toda lectura que tenga como referencia otras lecturas ya realizadas, por muy icónicas que estas sean. Artistas como Herreweghe tienen como único referente en su labor la partitura que ha dejado el compositor. Esta es leída con calma, con suma precisión, para lograr ir construyendo un todo, pero partiendo de la nota escrita por el autor y no por la lectura que de ella hayan realizado otros. De ello es relativamente sencillo darse cuenta en el anecdótico hecho de que, en el atril del director, antes de comenzar cualquier concierto dirigido por Herreweghe, nunca suele haber ninguna partitura preparada, como es muy frecuente ver en cualquier concierto al que acudamos. Es él, al salir al escenario, quien trae entre sus brazos su partitura personal, que al abrirla y si se tiene la suerte de este cooltureta de estar en una localidad lo suficientemente próxima a él, revela el análisis pormenorizado que hace de la obra, pues la partitura en cuestión está llena de colores e indicaciones muy precisas que durante la ejecución va viendo de reojo mientras pasa las páginas de esta.

Imagen ANTONI BOFILL

Ahora bien, es cierto que además  en su trabajo, Herreweghe se atiene a la tradición interpretativa de la época en que fueron escritas las diversas obras abordadas por él en los diferentes  programadas que realiza, y ello hace aún más compleja su labor, en tanto que ha de conocer lo más profundamente posible esa tradición o estos usos musicales, para a través de ese conocimiento desestimar lo que durante tanto tiempo se haya podido de manera equivocada hacer con ellas, se trata volver a las fuentes,  de acudir al origen de todo. En resumen, podríamos decir que artistas de su calibre hacen un doble trabajo, pues han de acudir al texto original del compositor, pero con la mirada que le da un conocimiento profundo del contexto musical en el que las obras se crearon y que es fundamental tomar en cuenta, pues es dentro de esa tradición que el autor creó su obra.

Con los años, Herreweghe ha ido concentrando sus gestos a la hora de dirigir un concierto. No suele marcar el pulso como muchos directores, sino que, con movimientos muy pequeños, algunos indicados con sus dedos, va construyendo, como si fuera arcilla, el sonido, las tensiones y distensiones de la partitura que conoce perfectamente. Suele estar muy atento a las partes donde la armonía va tejiendo, generando forma y estructuras. Pero, sobre todo, su enfoque es el de un músico que hace cantar a sus músicos. Sus respiraciones son naturales, sus fraseos orgánicos, precisamente porque casi podríamos decir que el maestro, antes de subirse al podio, ha cantado en su interior cada parte de la pieza abordada. Este enfoque le da una autenticidad inmensa, y convierte cada concierto suyo  en algo absolutamente genuino  en tanto que, en el acto de cantar, de respirar, todos los seres humanos vivimos físicamente el acto de tensar y el de relajar, clave fundamental a la hora de frasear, de colocar en su lugar los pesos y los contrapesos en toda obra musical. Herreweghe es un director que canta y hace cantar a sus músicos y con ellos nos hace cantar también a nosotros. Por que,  finalmente, la música es vivencia en estado puro, es estar aquí y ahora. Escuchando con atención  a Herreweghe no se puede estar en ninguna otra parte.

Seguimos.

Fotografías cortesía de bcn classics. Fotógrafo Antoni Bofill

Una ejercito de generales

Una ejercito de generales

Hay ocasiones en la vida en las que tienes la marcada sensación de estar contemplando la historia pasar ante tus ojos. Todos tenemos ese tipo de recuerdos en nuestra memoria: una manifestación que cambió el rumbo de las cosas, algún memorable discurso, la visita de alguien destacado a nuestra ciudad, en fin, hay tantas y tantas maneras en las que la historia nos puede convidar a acompañarla un ratito, que es difícil no conocer a alguien que no cuente en su memoria con este tipo de recuerdos.

 

Para los amantes de la música, tales eventos son, sin duda, los grandes conciertos. En nuestra colección de recuerdos, muchos guardamos aquellos conciertos que de algún modo nos cimbraron por dentro, ya sea por la perfección técnica de los intérpretes o por la magia que estos lograron crear sobre el escenario. Al final, esos recuerdos son patrimonio personal de cada uno de nosotros y esa velada quedará grabada a fuego en nuestros corazones para siempre. Es historia viva y capital irrenunciable de nuestro corazón.

 

Escuchar en vivo a la Filarmónica de Berlín es una de esas ocasiones que jamás se olvidan por muchas razones, entre las que están, ser con mucho, una de las mejores orquestas del mundo y el poseer un sonido y manera absolutamente únicas de hacer música. Ese sello Filarmónica de Berlín como es natural, los distingue de otras grandes orquestas y como mejor se aprecia, es escuchándolos en vivo y el público barcelonés tuvo la oportunidad de disfrutar de esta impresionante agrupación en el Palau de la Música, el pasado 2 de mayo.

Un día después del concierto efectuado por la misma Filarmónica en la Sagrada Familia, presentó ante una sala prácticamente abarrotada, un maravilloso programa integrado por obras de Mozart y Schumann , que fue ampliamente ovacionado por un público entregado totalmente al embrujo que se había creado en la hora y media que duró el concierto.

 

Hace tres meses la Filarmónica saltó a los titulares de todo el mundo, por haber nombrado a su primer concertino mujer en toda su historia. En concreto, la maestra Vineta Sareika-Völkner de origen lituano, fue la ganadora de las audiciones a concertino y pudimos verla en esta ocasión  sentada al lado izquierdo del también concertino, el norteamericano Noah Bendix-Balgley.  Filarmónica de Berlín se permite cuatro concertinos, de ellos la primera mujer es la maestra Sareika-Völkner. Y es precisamente  ella, en su perfil de la página web de la misma Filarmónica, la que menciona parte del secreto que hace que esta orquesta suene como suena desde hace décadas. Un primer elemento es la respiración, los músicos de esta orquesta respiran juntos, y de hecho, están constantemente mirándose entre sí para mantener la comunicación entre ellos. No solo miran a su director, tocando pasajes enteros de memoria, si no que suelen ver a sus compañeros de sección, sonriendo  incluso de manera cómplice, todo esto,  mientras tocan atentos a lo que músicos de otras  secciones estén tocando con la suya.

Otro elemento, es la enorme variedad de matices que pueden lograr dar y que resultan enormemente expresivos. Dentro de un pasaje marcado como piano, la orquesta ofrece muchas gradaciones, tantas como  posibilidades de blancos hay para los inuit.

Sareika-Völkner apunta también a una sonoridad casi intransigente, rotunda y es que los fortes de la Filarmónica de Berlín son furia pura, la mezcla de una de las secciones de cuerda más compactas del mundo con unos alientos firmes y brillantes es prácticamente absoluta. Cuando explota en la sala un fortísimo de esta orquesta, es simplemente impactante, apoyada en la sección de los bajos, esa descarga sonora retumba en el interior de su escucha hasta lo más hondo.

El programa presentado fue toda una muestra de intenciones por parte de Kirill Petrenko, titular de la Filarmónica desde 2019. En la primera parte pudimos disfrutar de dos obras de W.A.Mozart, iniciando el concierto con la famosa Sinfonía núm. 25, en Sol menor, KV 183, conocida mundialmente gracias a la película de Milos Froman “Amadeus”, que causó verdadero furor en su momento. El programa continuó con el motete Exsultate Jubilate, KV 165/158ª que fue interpretado en su parte vocal por la soprano británica Louise Alder.

En ambos casos Petrenko mostró una particular afinidad con las obras. El maestro de de origen ruso entiende y disfruta profundamente estas obras del maestro de Salzburgo, que podríamos clasificar de juveniles y no por ello estaremos demeritándolas, son sin duda, dos obras maestras de un jovencito de apenas 17 años, con todo lo que ello supone. Mozart acababa de triunfar en Milán en el estreno de su  “Lucio Silla” y la jovialidad lo inunda todo en su vida.Ambas son obras llenas de luz, de pujanza, de seguridad infinita y sobre todo, de una genialidad que algunos han calificado de milagrosa.

La orquesta estuvo con Petrenko al frente, soberbia, tanto en la sinfonía, que sonó rotunda, brillante y perfectamente realizada como en el motete, que fue un bocado dulce y de exquisito sabor para los amantes de esta maravillosa música. Louise Alder, en particular, bordó su lectura del Exsultate Jubilate obra que le viene como anillo al dedo a su timbre vocal. Elegante y de musicalidad refinada, abordó con naturalidad todos los pasajes complejos de la obra, destacando mucho su Aleluya final por lo cuidado del fraseo y bien colocado de los agudos finales.

 

La segunda parte de la velada estuvo consagrada a la Sinfonía núm. 4, en Re menor, op. 120 de R. Schumann, obra en la que la sonoridad de la Filarmónica simplemente eclosionó, desplegando en la sala una variedad inmensa de matices increíbles y variados. Lo mismo pudimos escuchar un suave y apenas perceptible pianissimo que oscilaba apenas, casi a punto de extinguirse en la cuerda, como vibrar estremecidos, con el poderoso impacto de toda la caballería en pleno. Estamos hablando de una sinfonía en un solo movimiento que Petrenko supo perfectamente administrar en todos los sentidos, fluctuando sabiamente los tempos y los fraseos, para construir un todo  sólido y compacto.

Por momentos y mientras disfrutabas de ese rugir de la potencia orquestal, era imposible no pensar que muy pocas orquestas en el mundo, podrían abordar determinados pasajes a la velocidad que Petrenko los marcó esa noche. Y es que tanto la orquesta, como su titular, dieron una muestra de perfección técnica indiscutible . Nada, absolutamente nada estaba fuera de su lugar y modestamente, lo que quizás algunos echamos en falta, fue una gotita de poesía en medio de ese inmenso despliegue. Con un poquito de ella, aquello ya hubiera sido insoportable y terriblemente bello. Seguimos.

 

 

«Juventud divino tesoro».

«Juventud  divino tesoro».

La noche del pasado 23 de febrero, tuvimos la oportunidad los congregados en el Palau de la música catalana, de disfrutar de un concierto protagonizado por una nueva generación de músicos de primera línea.  El violonchelista madrileño Pablo Ferrández fue el solista invitado de la Orquesta Sinfónica de Amberes, dirigida en esta ocasión por su titular, la maestra Elim Chan.

Ambos artistas que están en el arranque de su carrera internacional ya van mostrando de qué son capaces, dando muestras notables de su enorme talento y de que están preparados para volar muy alto, por cielos que, por momentos, pueden llegar a ser realmente inhóspitos.

Ferrández de apenas 31 años y con un currículum realmente brillante, se presentó ante el público catalán con una obra realmente exigente: El Concierto para violonchelo núm. 1, en Mi bemol mayor de D. Shostakóvich. Partitura compleja donde la haya, este concierto no es de fácil acceso para sus intérpretes. Escrita en 1959 y dedicada al gran Mstislav Rostropóvich, es para muchos “el concierto” de violonchelo del siglo XX. Desde el primer momento y durante los siguientes cuatro movimientos, mantiene al solista en un estado constante de tensión y entrega. Es sobre él que recae prácticante todo el peso de la obra, la orquesta, que tiene un papel importante sin duda, literalmente acompaña, da sustento a un despliegue absolutamente despiadado de todos los recursos técnicos y musicales de los que es capaz el instrumento. Si pensamos en el destinatario original de la partitura, el recordado Rostropóvich, podremos calcular la envergadura del reto que supone para cualquier solista preparar y presentar este concierto en público.

Ferrández lució, y mucho, en su lectura de este complejo concierto. Lo anterior fue aún más notable, sobre todo en los movimientos centrales de la misma, donde pudimos apreciar  la marca de la casa: una sonoridad  muy potente y llena de brillo. El joven maestro sabe cómo aplicarse a fondo en los momentos de mayor expresividad y sacar de su instrumento verdaderos lamentos que atraviesan el alma de quien lo escucha. En los movimientos rápidos de la obra aún falta, en nuestra opinión, asentar más su concepción sobre ellos. La sonoridad obtenida, pese a ser de muy alta calidad, era por momentos demasiado evanescente y le faltaba ductilidad rítmica, perdiendo con ello la garra y el sarcasmo que la partitura reclama. Por momentos la orquesta opacó esos pequeños detalles llenos de humor negro que pueblan toda la obra y que se perdieron porque faltó rigurosidad y mayor precisión en la lectura y el balance de una obra extraordinariamente compleja sobre todo, repito, en los movimientos rápidos.

Con todo, y tomando en cuenta el inmenso monumento con que se presentó ante el público del Palau, Ferrández tuvo una gran noche y nos hace estar seguros de que con los años su carrera crecerá a lo más alto, dándonos inmensas satisfacciones con sus éxitos.

La otra gran protagonista de la noche fue Elim Chan que con apenas 36 años es directora titular de la Orquesta Sinfónica de Amberes. Su nombramiento al frente de esta orquesta llegó en 2019, después de realizar varios conciertos con esta agrupación, que decidió apostar por esta talentosa maestra de origen chino, pero educada en los Estados Unidos. De aspecto frágil, su paso por el Palau de la Música podríamos calificarlo de ir in crescendo, de un piano en tempo Moderato a un fortísimo en Allegro con brío

La noche comenzó con una buena lectura de la obertura a Ruslan y Ludmila de M. Glinka, obra brillantísima y que en manos de Chan funcionó bien, pero con regusto a obra de relleno. Mal aspecto le poníamos al concierto si una obra tan brillante y rotunda, nos sonaba bien sin ir mucho más allá. Vino después el concierto arriba comentado y los enteros de Chan comenzaron a subir enormemente, pues estuvo siempre donde había que estar, atenta, solícita y flexible ante cualquier requerimiento de Ferrández. Vigilante del balance de su orquesta y cuidadosa que la obra fuera hacia adelante, mostrando una musicalidad innata que en la anterior obra brilló por su ausencia.

Tras la media parte, la obra con la que la orquesta mostraría lo mejor de sus cualidades fue Suite del ballet ‘Romeo y Julieta’ de S. Prokófiev. Decía Franz Strauss, padre de Richard y que fue, en su momento, uno de los grandes trompistas de su tiempo principal de su sección en la ópera de la corte de Baviera, que cuando se presentaba ante una orquesta un nuevo director, normalmente joven, él ponía mucho cuidado en ver cómo subía al podio, pues con la seguridad con que lo hacía, se podía ver si los que mandaban eran ellos, los músicos, o aquel pobre muchacho que pretendía dirigirlos.

He de confesar que, de manera instintiva, seguí la recomendación de Strauss padre en el momento en que Chan subió al podio para dirigir la obra de Prokófiev y me transmitió, pese a su figura delicada y casi frágil, una seguridad y un aplomo tremendo, convenciéndome de que estábamos a punto de disfrutar de algo grande.

Justo antes de comenzar, la maestra quiso dirigirse muy brevemente al público reunido y agradecerles el afecto mostrado, en lo que era su primer concierto en nuestra hermosa sala, confesando que esta obra era una de sus favoritas y que significaba mucho para ella poder interpretarla esa noche.

Era muy notable lo cómoda que estaba Chan interpretando esta música. Sus gestos, antes correctos pero fríos, se llenaron de una fuerza y una vehemencia tremendos. Poseedora de una técnica impecable y efectiva, se le veía disfrutar y con ella a toda la orquesta, que sonó espléndida. En este Romeo y Julieta, la paleta expresiva es inmensa y la orquesta tiene en sus mil y una combinaciones tímbricas y temáticas, la oportunidad de sugerir, de apuntar tal o cual sensación. Una orquesta de alta calidad como lo es la Orquesta Sinfónica de Amberes tiene en esta partitura la ocasión de brillar muy intensamente porque la obra lo tiene todo: momentos de virtuosismo técnico, escenas líricas maravillosas, pasajes de tensión y dramatismo a raudales, ocasiones en que puedes ver a los personajes sufriendo ante tus ojos, y un largo etcétera.

Memorable, es como podemos calificar la lectura que realizó la maestra Chan al frente de la Sinfónica de Amberes de esta obra y nos hace sentir muy optimistas sobre el crecimiento artístico de la directora, que aún tiene mucho que desarrollar en todos los sentidos. Por el momento, podemos ver como en el repertorio en el que ella se siente cómoda, despliega todo su inmenso potencial, no así en obras que no le son tan próximas, en las que su alta calidad no es tan evidente. Estamos seguros que con los años de lo que promete será una brillante carrera, logrará hacer justicia por igual a todas las piezas que tenga a su cargo, lo que hará que el público, pueda disfrutar de una espléndida directora, como lo es ella.

Seguimos.

 

 

 

Élégance et raffinement

Élégance et raffinement

Teniendo como marco el Palau de la Música de la ciudad de Barcelona, se presentó el pasado 15 de febrero una de las agrupaciones más queridas de casa nostraLe Concert des Nations, dirigidos por su fundador, el  maestro Jordi Savall. Con una sala casi llena, el programa anunciado estaba integrado por tres obras que giraban en torno de la danza barroca y el estilo a la francesa.  Así, en la primera parte, pudimos escuchar de J-F. Rebel la música para el ballet “Les éléments” concluyendo esta sección de la velada, con la Suite núm.1 de Fa mayor de la Música Acuática de G.F. Haendel. Tras un breve descansó el concierto continuó con la música para el ballet de C.W.Glück “ Don Juan” 

Una de las grandes aspiraciones del arte en el siglo XVIII, era que el arte imitara de la manera más perfecta posible a la naturaleza. Los músicos se afanaron para que su auditorio, sintiera como los ríos corrían o los pájaros cantaban al escuchar muchas de sus obras. Los maestros franceses pusieron un particular énfasis en lo anterior y así,  tenemos un amplio catálogo de representaciones de fenómenos naturales firmadas por autores galos.

Dentro de esta lista, destaca mucho por la enorme fortuna en su empeño por emular el momento en que los elementos se unieron en un orden perfecto, dando como resultado nuestro mundo, la obra de J-F. Rebel “ Les éléments” .

El mismo Rebel, que publicó la obra en París después de su estreno en el Palacio de la Tullerías, escribió un interesantísimo prólogo explicativo donde detalla cómo, por ejemplo,  los  movimientos brillantes, rápidos y vivos en los violines, describirían al fuego, o cómo, cascadas ascendentes y descendentes en las flautas nos pintarían el ir y venir del agua.

Pero donde el ingenio de Rebel se agudizó en grado sumo,  fue cuando decidió, que la mejor manera de describir el caos, era hacer sonar todas las notas de la escala de re menor simultáneamente, dando como resultado, el que quizás sea el primer clúster de la historia.

Savall abordó con absoluta naturalidad las obras anunciadas . No es algo nuevo para nosotros verle muy cómodo y como en casa con un repertorio de vena francesa. Solo hay que recordar sus innumerables registros de autores como Couperin, Lully o Rameau. Savall entiende muy hondamente el alma del arte francés de la época y logra transmitir, ya sea a la viola da gamba o dirigiendo a sus diferentes agrupaciones, el gusto y el refinamiento que esta escuela requiere. Con Rebel, heredero natural del gran Lully la orquesta se mostró suelta y natural, llegando por momentos, a tener la impresión de verles tocar en el salón de casa con pijama y pantuflas gracias a la naturalidad con que todo sonaba. Los músicos de Le Concert des Nations llevan muchos años visitando esta manera de entender la música y el resultado es simplemente magnífico.

La suite escogida por Savall de la famosa Música Acuática fue la llamada suite de los cornos, por evidentemente contar con estos instrumentos en la plantilla orquestal. Haendel trazó este conjunto de partituras, para dar lucimiento a una serie de apariciones públicas efectuadas por el Rey Jorge I, antiguo príncipe de Hannover y ex patrón del compositor en el principado, que había heredado el trono británico, en una carambola de esa que solo las familias reales son capaces de entender.  El nuevo rey tenía un tremendo inconveniente para muchos de sus nuevos súbditos: no sabía inglés, ni estaba en absoluto familiarizado con nada que tuviera que ver con sus nuevos dominios. Para los británicos, era un alemán repelente, al que no querían en el trono. Un extraño que incluso, tenía para mayor escarnio público, solo amantes alemanas y no británicas (que siendo rey, majestad, la política lo impregna todo, caray) hasta esos límites de desconsideración habían llegado las cosas.

Haendel recibió el encargo de poner música que sirviera para ornar el paseo que su británica majestad quería hacer en junio de 1717, para que su pueblo lo conociera de cerca y en una de esas lo quisiera un poquito. El plan era que Jorge surcara el Támesis saliendo del Palacio de Whitehall ahora desaparecido y se dirigiera hacia Chelsea, almorzara en algún emplazamiento preparado ahí y de nueva cuenta, regresara por el mismo camino. Al parecer, tal iniciativa tuvo bastante éxito y los paseos por el Támesis se repitieron durante varios años.

La música es simplemente deliciosa, llena de potencia y un brillo por todos conocidos. Haendel, supo perfectamente proporcionar la música requerida para dar notoriedad a un rey prácticamente desconocido por su pueblo, y que este pudiera aparecer dignamente ante ellos.  En particular, la primera suite, que fue interpretada la noche del día 15 de febrero, cuenta en la plantilla orquestal con dos trompas, que tienen en esta obra uno de esos momentos en que tienen que aplicarse a fondo. Cualquier pequeño error puede dar pie a una catástrofe que se escuchará en toda la sala. Los músicos de mayor experiencia, y Savall cuenta con dos espléndidos intérpretes, al sentir la posibilidad de alguna desafinación, suelen ahogar la nota defectuosa o disimular lo más posible, sacrificando brillo, pero mimando mucho más el resultado final. Este fue el caso que nos tocó escuchar el pasado miércoles en el Palau, en que si bien las trompas, no brillaron en toda su majestuosidad, si tocaron con mayor seguridad y pudimos disfrutar de una buena lectura de toda la suite.

El caso del ballet pantomime Don Juan de Glück fue también paradigmático, pues fue abordado desde el más escrupuloso respeto del estilo clásico. Los fraseos fueron elegantes y naturales, y en general, el balance de la orquesta fue simplemente espléndido, marcando una diferencia estilística notoria con respecto a las obras de la primera parte. Algunas agrupaciones suelen naufragar en este punto y tocan casi del mismo modo un Rameau y un Mozart, sin distinguir en las arcadas o los ornamentos y la manera en que hay que hacerlos en una u otra época. Savall cuidó mucho esa parte y pudimos escuchar, como ya apunté anteriormente, una clara diferencia entre el mundo barroco de la primera parte del programa y el mundo clásico de la obra de Glück.

Digno prolegómeno del Don Giovanni de Mozart, el Don Juan de Glück culmina con  la famosa “Danza de las furias” que en la interpretación del maestro Savall, hizo vibrar al público congregado aquella noche, que justo al terminar  la lectura de este pasaje, ovacionó de pie durante largo rato a los artistas.

Savall se sabe querido por su gente y agradeció visiblemente emocionado por el cariño recibido, tomando la palabra brevemente para anunciar una pequeña propina que fue una danza de Rameau, en que el público fue invitado a participar dando palmas en los momentos en que el maestro lo indicara.

Huelga decir que la audiencia terminó la velada más que satisfecha, renovando el infinito cariño y respeto que se le tiene al maestro Savall y a todo su incansable trabajo. Quedamos a la espera de nuevas aventuras musicales encabezadas por este admirado maestro. Seguimos.

 

“Dona nobis pacem, amén»

“Dona nobis pacem, amén»

Entre 1818 y 1819 un Beethoven ya en la última recta de su vida, casi totalmente aislado y en medio de una crisis personal inmensa, inicia la composición de un par de obras que marcarán de manera definitiva la historia de la música en occidente: me refiero a la Novena sinfonía op. 125 y a la Missa Solemnis op. 123.

 

Ambas obras son en muchos sentidos, grandes experimentos del maestro, pues, por una parte, nunca se había escrito una sinfonía con la participación de la voz humana y menos de una gran masa coral y, por la otra, Beethoven era casi un neófito en temas sacros, ya que apenas tenía experiencia en la composición de misas u obras de este corte. La vinculación de estas piezas es tal, que incluso casi se estrenan el mismo día:  el 7 de mayo de 1824 y digo casi, porque de la misa solo se pudo estrenar esa noche las tres primeras partes, pues a la Iglesia católica en Viena, le pareció del todo inconveniente que una obra sacra, se estrenara en un teatro y no en una iglesia.

 

Si bien es cierto que la Novena sinfonía es una obra realmente ambiciosa, la misa lo es en grado sumo. Entra en ese reducido grupo de obras que son prácticamente irrealizables tal y como las pensó su autor. Para hacernos una cabal idea de lo anterior, solo hay que reparar en que  maestros de la talla de Wilhelm Furtwängler, retirara de su repertorio la misa  al sentirse incapaz de hacer justicia a la partitura original. Las exigencias técnicas son tan altas y a ello se suman las de índole emocional que muchos, al igual que Furtwängler, claudican ante la aventura de navegar estas procelosas aguas. Solo unos pocos se han aventurado con éxito en la lectura de esta partitura, y cuando se tiene la oportunidad de estar presente, es casi como encontrar un trébol de cuatro hojas. Tal ocasión hay que experimentarla   como un momento en la vida, de eso que hay que recordar, porque si algo tiene esta obra, es que una vez que la escuchas desde dentro de tu ser, te marca de manera indeleble por la potencia de su mensaje.

 

En Barcelona tuvimos una de esa  ocasiones el pasado 21 de diciembre. Philippe Herreweghe se presentó al frente del Collegium Vocale Gent  y junto con la  Orchestre des Champs Élysées realizaron una sorprendente lectura de esta partitura en el Palau de la Música, que estuvo a punto de llenarse en su totalidad. Justo antes de dar inicio al concierto, que estaba anunciado se llevaría a efecto sin interrupciones, tras los aplausos de rigor  a la orquesta, coro y solistas,  Philippe Herreweghe tomó un micrófono y en catalán se dirigió a la audiencia, expresando su emoción de compartir con el público congregado en la sala la interpretación de una obra como la Missa Solemnis, pero a su vez avisando, que debido a que se encontraba enfermo y a 40 grados de temperatura, abandonaría el escenario un par de veces a tomar agua y quizás algún medicamento para poder hacer frente a tal reto físico. Huelga decir el efecto que esto causó en el público, que ya en otras ocasiones ha visto como este querido maestro, se ha presentado en malas condiciones físicas, pero ha cumplido con el compromiso establecido con un público que llena las salas, cuando él está anunciado.

Tras unos breves aplausos dio inicio la ejecución de la obra y aquello fue realmente memorable de vivir, porque logró presentar ante aquel público una obra de semejantes dimensiones y tales exigencias, en toda su dimensión, pero guardando siempre una apariencia sencilla y orgánica. Quien escuchó aquella interpretación, sin conocer los entresijos de la partitura es posible que se llevara la impresión de que la misa es una pieza sencilla de abordar, porque todas las zonas en que la misma suele dar verdaderos quebraderos de cabeza a los intérpretes estaban sumamente trabajadas. Así, por ejemplo, los balances entre coro y orquesta, que en números como el Gloria o el mismo Kyrie suelen ser problemáticas , debido a la potencia en la orquestación original del maestro, estaban perfectamente ajustadas. La masa coral lejos de ser anulada por la orquesta  en más de una ocasión se vio reforzada por ella y siempre se pudo escuchar nítida y claramente  los textos.

Las fugas que son abundantes y muy complejas siempre fueron abordadas con tempos casi perfectos, que permitían que el coro estuviese lo más cómodo posible, pero sin dejar que la obra se empantanara con velocidades demasiado lentas que solo ensucian y distorsionan el sonido. Así por ejemplo, la fuga del final del Credo, que es el movimiento más largo y desgastante de la pieza, y que inicia con el texto “Et vitam venturi saeculi amen” (y espero la vida eterna amén) es, sin lugar a dudas, una verdadera misión suicida para muchos. Su extrema dificultad estriba en que a cada compás las voces se cruzan en contrapuntos cada vez más y más complejos, que se tejen aparentemente en libertad, mientras además se les exige que canten en un registro muy incómodo y donde se desgasta muchísimo la voz, pudiendo en casos extremos degradarse la calidad de la misma y todo esto en un tempo marcado por Beethoven como Allegro con moto. Herreweghe logró que de esta mezcla casi imposible saliera algo profundamente emocionante y emotivo. La proclama de uno de los grandes dogmas de la fe cristiana:  la llegada de la vida en un paraíso supra terreno, por momentos se vivió gracias a esta música, que indescriptiblemente lo invadía todo y nos dejaba a muchos profundamente impactados.

 

El cuarteto de solista vocales, integrado por  la soprano Eleonore Lyons, la contralto Eva Zaïzick, el tenor Ilker Arcayürek, y el bajo- barítono Thomas Bauer, fue realmente notable. Con voces muy potentes y muy bien balanceadas, lograron fusionarse perfectamente.  En los cuatro casos estamos ante cantantes que lograron una lectura muy afortunada de la obra y que, en conjunto, crearon una segunda fuerza vocal  que unida al coro y la orquesta, aportaron mucha riqueza tímbrica a la interpretación de la misa. Como la obra está pensada en grandes bloques sonoros, no tenemos en ella arias destinadas al lucimiento de la voz de los solistas, Beethoven quería reflex ionar profundamente sobre los dogmas de la fe en que había sido educado y crecido, y presenta a los solistas en un todo compacto, como un cuarteto que suele cantar simultáneamente o en pequeños pero conmovedores solos. Uno de estos casos es sin duda el Agnus Dei que inicia con la voz del bajo al que se le unen por turnos el resto de las voces solista , siempre repitiendo el mismo texto  “Agnus Dei qui tollis peccata mundi miserere nobis” (cordero de Dios que quitas el pecado del mundo ten piedad de nosotros). Tradicionalmente se ha mencionado que Beethoven había indicado que este texto debía ser interpretado nerviosamente, aunque tal indicación no aparezca en la partitura urtext de la que disponemos. Lo siento, es que esta música sí que puede encontrar una buena descripción en las palabras que se le atribuyen al maestro Bruno Walter que dijo : “Dios es amor, pero el mundo es malvado y lleno de dolor: ese es el pensamiento último de la Missa Solemnis”

 

El final de esta aventura musical es la luz , pues de las penumbras del Agnus Dei, pasamos  con las palabras “dona nobis pacem” (danos la paz) a una música casi pastoral, llena de una felicidad plena y sosegada. Herreweghe transmitió precisamente esto, la paz, la luz de la que esta música está llena. Al punto  de que varios presentes en el público, no  lograron contenerse y sin esperar a que el maestro bajara del todo sus brazos, esperando que el último acorde resonara en toda su amplitud, comenzaron a ovacionar más que merecidamente a todos los artistas.

 

Creo que no puedo imaginar una mejor manera de terminar un año en lo musical, un año en el que muchas y muy hermosas cosas pasaron, al igual que otras terribles sin duda, pero, y esto es lo sorprendente, pues precisamente piezas como la Missa Solemnis te hacen vivir en una sola experiencia estética, ambas caras de la moneda que no es otra cosa que nuestra vida diaria.  A ratos luminosa y bella, a ratos amarga y terrible. Quizás, y ahí está, en parte,  la magia de estas obras, que logran reflejar  la profunda verdad que late en nuestro corazón, con todas sus contradicciones y al mismo tiempo con  toda su unidad . Muy Felices fiestas a todos. Seguimos

 

Una Yuja Wang de alturas siderales

Una Yuja Wang de alturas siderales

Uno de los más importantes directores mexicanos del último medio siglo, cuyo nombre no mencionaré por no venir a cuento, contaba en tono jocoso que tras recibir durante un tiempo prolongado clases de Sergi Celibidache, este asistió a un concierto dirigido por el entonces director en ciernes. Tras el concierto, y ya en el camerino, contaba que  lleno de recelo, le pidió a Celibidache su opinión sobre lo que había escuchado y visto. El veredicto del maestro fue demoledor y certero, le dijo: «has hecho todo mal, pero los músico te siguen, puedes dedicarte a dirigir perfectamente».

Esta divertida anécdota vino a mi memoria el pasado 14 de diciembre, tras ver unos minutos al maestro Santtu-Matias Rouvali al frente de la Philharmonia Orchestra en un concierto que tuvo lugar  en el Auditori de la capital catalana. Las primeras impresiones no suelen ser confiables, y en el que caso de nuestro maestro quedó patente, pues en un primer golpe de vista, tienes la impresión de que está haciendo algo mal, cuando realmente, lo que sucede es que Rouvali, pertenece a otro tipo de directores que tiene muy poco que ver con la imagen tradicional y romántica del director autoritario e iluminado que encandiló al público por décadas. A Rouvali los músicos lo siguen y de qué manera, porque es realmente un espléndido director. Más aún, estamos hablando de  un fantástico músico que sabe ver dónde hay que ver y atender, dónde hace falta atender, dejando de lado la imagen afectada e inspirada que todos tenemos en la retina cuando pensamos en el director arquetípico. Rouvali no es que se equivoque y los músicos lo sigan ciegamente como si fuera un flautista de Hamelín, más bien Rouvali hace las cosas de otra manera tremendamente efectiva.

Imagen ANTONI BOFILL

 

Tener la oportunidad de escuchar a la Philharmonia Orchestra es un absoluto lujo. Pertenece a ese reducido grupo de orquestas, que han colaborado a construir la historia reciente de la música. Algunas de sus cientos de grabaciones son absolutos documentos históricos. Solo hay que recordar que nombres como los de Karajan, Klemperer o Muti, por solo mencionar un puñado, están íntimamente ligados a esta agrupación británica, que cuenta con un sello muy propio de hacer y entender la música. Ahora bien, si a lo anterior, le sumamos que la solista invitada es Yuja Wang, la ocasión se convierte en imperdible y las personas que la noche del pasado 14 de diciembre prácticamente llenamos el Auditori, creo que así lo entendimos, pues el ambiente previo al inicio del concierto era el de una cierta expectación por disfrutar de un programa sumamente atractivo.

El romanticismo ruso fue el hilo conductor que vertebró el programa. De P. I. Chaikovski pudimos disfrutar a manera de grandes pilares que enmarcaron el concierto, dos de sus mas importantes obras: para iniciar la velada escuchamos la Obertura fantasía Romeo y Julieta, concluyendo con la Sinfonía Núm. 4 en fa menor, Op. 36.  El Concierto para piano Núm. 1 en fa sostenido menor, Op. 1 de S. Rajmáninov fue la tercera pieza que completaba este programa y que está de hecho, muy vinculada estilísticamente con resto de las obras ya mencionadas.

Sin lugar a duda, el gran atractivo de la noche era poder escuchar a Yuja Wang. La impresionante carrera internacional que está construyendo, la ha colocado como una de las más importantes pianistas del momento. La virtuosa mezcla que encontramos en ella, entre perfección técnica y musicalidad a raudales, es poco frecuente de ver. La noche del 14 de diciembre no defraudó. Desde hace ya tiempo Wang interpreta con normalidad el primer concierto de Rajmáninov, obra maravillosa del romanticismo ruso y que indudablemente tiene sus raíces en P.I. Chaikovski, autor al que  Rajmáninov reverenció durante toda su vida, pues ejerció una inmensa influencia sobre él, no solamente en lo musical, sino también a nivel personal. Este concierto, que lleva el número uno de su catálogo, fue revisado y reestructurado por su autor en 1917, ya con toda la experiencia que los años dan. La pieza mantiene la energía y la magia de la juventud, trabajadas por el rigor y el oficio de un compositor maduro. El primer concierto es una obra técnicamente reservada a pianistas del más alto nivel, que ha sido opacado por los dos conciertos que le siguen, que son sobradamente célebres. El mismo Rajmáninov se quejaba amargamente  de que en Estados Unidos, cuando él ofrecía tocar este concierto, siempre notaba una cierta desilusión , pues  realmente esperaban escuchar el segundo o el tercer concierto de piano.

Yuja Wang realizó una lectura de esta obra, simplemente impresionante, mostrando una perfección técnica pasmosa y una integridad y amor a la música que por momentos sobrecogieron a los asistentes. Pese a sus ya famosos vestidos, y todas las controversias que estos han traído a su carrera, Wang es una artista de tal envergadura que realmente uno concluye que estas son cuestiones que solo sirven al marketing y a llamar la atención sobre su persona, estando ella realmente en otra dimensión de las cosas. Lo anterior es muy notable cuando se le ve tocar en vivo. Sobrecoge ver el grado de concentración al que llega en una actuación. Pareciera que cada partícula de su ser estuviera siendo canalizada en generar ese torrente impresionante de música que nos inunda a los que tenemos la fortuna de escucharla. Por momentos, es como si Wang, estuviera en una dimensión alterna, donde, desde la intimidad, desde ese jardín secreto al que solo ella puede llegar,   mostrará su esencia más profunda a través de la música que el resto escuchamos asombrados .

Imagen ANTONI BOFILL

El público congregado en la sala ovacionó de pie eufórico su entrega, y ella retribuyó con tres espléndidas propinas; en primer lugar de F. Liszt, su arreglo para piano solo del fantástico lied de F. SchubertGretchen am Spinnrade”, después escuchamos de la Sonata Núm. 7 de S. ProkofievPrecipitao” para concluir con la “Toccatina” Op. 40 de N. Kapustin.

Tras la media parte el foco del concierto recayó de nueva cuenta en la Philharmonia Orchestra y en su director titular el joven Santtu-Matias Rouvali, que ya en el inicio de la jornada había realizado una buena lectura del Romeo y Julieta de Chaikovski, obra exigente a nivel técnico sobre todo para la sección de cuerdas, pero que está dentro de ese grupo de obras que diríamos, son agradecidas de tocar. Piezas que hacen que una buena orquesta brille intensamente porque todas las virtudes que esa agrupación pueda tener quedan al descubierto. No fue la excepción en este caso, dejando  de manifiesto la enorme calidad de la agrupación británica. Caso diferente es la 4ª sinfonía, que pese a ser una de sus obras más famosas, por sus innegables méritos artísticos, es una obra de complejo abordaje para cualquier agrupación sinfónica. La constante presencia de síncopas, el delicado trabajo de matices orquestales, el frecuente fluctuar del tempo, en largos y sutiles rubatos, entre otros muchos elementos, hacen que la sinfonía sea una partitura muy compleja de enfrentar, aunque estemos hablando de una gran orquesta.  Para el directo en cuestión, es una prueba de suficiencia lograr generar el delicado equilibrio que hace tan especial esta partitura.

Rouvali que pertenece, como lo he mencionado en el inicio, a otra estirpe de directores, es un hombre de estatura media, mesurado en sus gestos, casi frio por momentos, que no deja ver ningún tipo de afectación emotiva en su actuación que puede llegar a parecer distante o incluso desgarbada. Ahora bien, si uno observa con mayor detenimiento, descubre que su mirada, sus gestos, y en general, su atención, se concentra ahí donde hace falta estar. No se recrea en la hermosa melodía que el solista en cuestión expone para deleite de todos, si no que cuida y guía a las voces que por debajo sustentan al instrumento que ahora brilla. No baila y se solaza en patéticas gesticulaciones de tipo heroico, si no que parca, pero muy efectivamente, con movimientos cortos y bien marcados, cuida que los cimientos que soportan todo el edificio orquestal se mantengan en perfecto estado. Al verlo me recordó mucho las recomendaciones que R. Strauss hacía sobre cómo dirigir correctamente una orquesta, haciendo  hincapié sobre que un buen director tenía que transpirar lo menos posible, procurando no distraer  con sus presencia o gestos   al escucha, para que este se concentrara en lo que de verdad importa: la música.

Imagen ANTONI BOFILL

Cuadro uno ve y escucha el trabajo de este joven maestro, en una primera impresión llega a pensar, equivocadamente, que está haciendo realmente poco, o que directamente se está equivocando, como mencionaba en la historia arriba narrada, pero a los pocos minutos, uno tiene la firme imagen de estar ante un músico íntegro, que tiene muy claro lo que quiere entregar al público que ha venido a escucharle y sabe  perfectamente que  tiene que hacer para cumplir con su objetivo estético. Sin estridencias, sin dramatismos románticos que solo distraen al personal, Rouvali, cimbró profundamente el corazón de los ahí congregados, pues hizo sonar de una manera increíble a una de las más importantes orquestas del mundo. Sin duda, uno de los mejores conciertos del año, su sabor aún puede paladearse en el regusto tan grato que dejó por la calidad y sobre todo, por la hermosa promesa que la juventud de tan notables intérpretes nos hacen a los que amamos la música. Estamos pues de enhorabuena. Seguimos.

Fotografías cortesia de bcn classics. Fotógrafo Antoni Bofill.