De la penumbra a la luz. De la soledad a la esperanza

De la penumbra a la luz. De la soledad a la esperanza

 

Existe una historia sobre W.A Mozart y su entonces joven alumno J.N Hummel, que nos narra como el impaciente alumno insistía ante el maestro en abordar de inmediato  la composición de una sinfonía, a lo que Mozart era renuente. Hummel, descorazonado con la negativa de su maestro, argumentó que Mozart a los 11 años ya había compuesto varias sinfonías e  incluso óperas. La respuesta de Mozart  es simplemente deliciosa: «la diferencia es que yo ya estaba listo y tú aún no».

Y precisamente, de preparados y muy  entusiasmados es que podemos calificar al público que llenó casi en su totalidad la sala del Palau de la Música para disfrutar del  programa presentado  por la Orquesta Filarmónica de La Scala, que fue la encargada de inaugurar por todo lo alto, el pasado 3 de octubre,  su nueva temporada de conciertos.  La Sinfonía núm. 1 de L.v. Beethoven y la Sinfonía núm. 1 “ Titán” de G. Mahler. son las obras que la orquesta milanesa  interpretó ante el público catalán. Al frente de la agrupación sinfónica estuvo su actual titular, el maestro Riccardo Chailly.

Traía también a cuento la historia arriba narrada, con todas sus dudas históricas claro, porque si algo nos queda claro en  las obras ya enumeradas, es que sus autores, al contrario del pobre Hummel,  estaban más que preparados para iniciar una aventura sinfónica de gran calado. Ambas piezas, son solo el inicio del camino, cierto, pero muestran a dos compositores muy maduros y en posesión ya de un lenguaje muy personal y consolidado, que sólo anuncia lo que está por llegar en sus posteriores obras.

Beethoven, sorprendiendo ya desde el inicio con esa entrada del todo inusual encargada a las maderas y que nos permite contactar con un joven maestro, que experimenta con las grandes formas, y que muestra una asombrosa facilidad para, de la nada, construir un entramado musical  perfectamente lógico y lleno de vida. Mahler, ya un sólido director orquestal cuando estrena esta obra, conocedor de todos los resortes que articulan a un orquesta, luciendo su inmensa capacidad de llevarnos  de la más profunda penumbra, al éxtasis más absoluto. Hay ya en esta obra ese amor por la naturaleza que siempre lo acompañó, pero también, está su obsesión con la muerte y lo grotesco. Hay fanfarrias triunfantes, y hay melodías que te hielan el alma con solo escucharlas. En ambos casos, al escuchar ambas sinfonías, se tiene  clara su autoría, pues cada nota escrita, contiene en su mas íntima esencia,  ese ADN  que las distingue y las remite a su origen  de manera inequívoca.

El programa, era una oportunidad tanto para la orquesta, como para el director de mostrar lo mejor de ellos mismos. El  primer movimiento de la sinfonía de Beethoven sufrió de estabilidad en el tempo, sobre todo al cambiar, del Adagio molto  con que arranca la obra, al Allegro con brío. Chailly marcó una velocidad que no fue asumida del todo por la orquesta, ralentizando la ejecución. El fresco primer movimiento no terminó de mostrar todo su aroma, en parte además, por un exceso de sonoridad en los cellos y bajos, que en ese misterioso proceso de acoplamiento a la acústica del Palau, hacía quizás, demasiada pesada la sonoridad resultante . La Orquesta Filarmónica de La Scala, es una agrupación grande y muy bien dotada de un buen número de atriles en cada sección. Tocar una primera sinfonía de Beethoven con 8 cellos y 6 bajos es quizás demasiado para la sala del Palau de la Música.  Suprimir un par de atriles, hubiera dado como resultado una sonoridad más fresca y ágil, que habría  permitido, por ejemplo, mantener con mayor facilidad el tempo originalmente marcado por Chailly.

Para el segundo movimiento, Andante cantabile con moto, la sonoridad se transformó. Todo fue etéreo y delicado, la música fluyó lenta y pausadamente. La orquesta terminó de ajustarse y las secciones perfectamente balanceadas entre sí, dieron  como resultado un bloque orquestal compacto.

El resto de la sinfonía mostró al público allí reunido, la enorme talla artística de la orquesta.  Tanto el tercero como el cuarto movimiento de esta obra, tienen un buen número de pasajes donde las secciones pueden desacoplarse, y hacer que la lectura naufrague o sufra en su decurso. Esto es más común  sobre todo en la sección de  metales, que suelen caer en la tentación de intentar  brillar por encima de sus compañeros, animados sobre todo,  por un tempo rápido que les permite desarrollar mucho el volumen de sus instrumentos. En el caso que nos ocupa, la orquesta lució una sonoridad,  balanceada y contenida. Con un aparato orquestal  sólido, y bien trabajado. Claro está  que detrás de esta magia  esta Riccardo Chailly,  director  sensible y muy  atento a la más mínima fluctuación  en su orquesta. Durante la ejecución suele dar los inputs necesarios para que la música suceda y luego deja fluir la energía. Respeta a sus músicos y no los importuna con gestos innecesarios o un control asfixiante, deja que la magia suceda en medio,  en esos momentos de libertad. Cuando escucha algo ligeramente fuera de lugar, sus manos rápidamente hacen un gesto mínimo al músico en cuestión o mira a la sección en apuros y reconduce la situación. Sus largos años al frente de orquestas de tradición germana  le han dado un conocimiento muy profundo del repertorio  austro alemán  y sobre todo, de uno de sus compositores fetiches: G. Mahler.

Decir Riccardo Chailly, es hablar de un experto en Mahler.  Había que disfrutar  por ejemplo, de la cátedra que dio en la segunda parte del Scherzo de la sinfonía, dibujando filigranas con el rubato indicado en la partitura. Podía contener y administrar el tempo con una soltura y una elegancia, solo al alcance de muy pocos. Y es que esta música, escrita por el mejor director de su generación, está pensada para que un buen director penetre en sus misterios  y la haga trascender lo más lejos posible, Chailly, es ese tipo de director. Son muchos años trabajando este repertorio, meditando los balances, conociendo cada resorte, cada enlace armónico, cada voz que canta y se oculta, son muchos años los que Mahler ha estado creciendo en un músico más que dotado, sensible y con unos medios técnicos impresionantes. El resultado fue una lectura inmensa, conmovedora, que nos llevó por los más variados  abismos  humanos, para depositarnos en la luz en la que concluye victoriosa la obra.

Muy atinada la programación presentada, y más si pensamos en que es este el concierto inaugural de una temporada que pretende, y hacemos votos porque así sea, recuperar el pulso normal de nuestra actividad musical, ya no solo en nuestra ciudad, sino a nivel mundial. Creo que precisamente la sinfonía de Mahler es el perfecto ejemplo de lo que han sido estos dos años  para nosotros y de cómo llenos de emoción, ahora regresamos a las salas de conciertos. Hemos estado esta época, como aparece en la obra Mahleriana, caminando llenos de miedo, víctimas de una pandemia que no entendíamos, que nos condenaba a la distancia y la soledad, un poco al modo de esa marcha fúnebre tocada por un contrabajo desafinado, entonando un «Frère Jacques» en modo menor.  Pero tras esa oscuridad, estamos ahora mismo deseosos de que la luz finalmente llene nuestras vidas y la música fluya y lo llene todo, precisamente tal y como termina la Sinfonía del maestro austriaco. Gran concierto inaugural e inmejorable augurio para una temporada que promete mucho. Seguimos

«El mejor» (I)

«El mejor» (I)

Es curioso como a un mismo evento, dos personas pueden darle una lectura absolutamente diferente. Me ocurrió hace algún tiempo con un estimado alumno, en un concierto en el Palau de la Música. Aquella había sido una gran velada.  Aquel distinguido artista había realizado un memorable concierto y había conmovido en extremo nuestra almas. A la salida, en las inmediaciones del bar del Palau vi  la imagen del mencionado alumno, que al reconocerme, contestó a mi saludo e hicimos por contactar. Yo le manifesté mi absoluto entusiasmo por lo vivido hacía unos pocos minutos y él se unió a mi apreciación, pero, lo hizo  con un velo de cierta tristeza que me sorprendió. Seguimos charlando entusiasmados y cuando llevábamos ya un rato, me confesó : “me ha gustado tanto, que me ha hecho preguntarme sobre lo que estoy haciendo en el piano”. Aquello me dejó frío cuando lo escuché.  El chico continuó explicándome que estaba muy frustrado, porque se había dado cuenta de que él jamás tocaría así de bien. La sensación de estar perdiendo lo invadia, pues sentía que jamás lograría ni el nivel técnico, ni mucho menos el musical, de aquel celebérrimo artista del que habíamos disfrutado un espléndido concierto.  Al final, incluso deslizó la idea de dejar el piano.

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«Un buen músico simplemente»

«Un buen músico simplemente»

A mis alumnos de antes, de ahora y los que vendrán. Con infinito agradecimiento por la buena educación que me habéis procurado. 

“No sabes lo que para mí significa venir todos los miércoles y viernes al Conservatorio, es algo que me da la vida, que hace que tenga ganas de levantarme de la cama”; “ Si no tuviera a la coral en mi vida, seguramente ya me hubiera muerto”; “No me imagino sin esta ilusión actualmente”. Estas son frases que alumnos adultos me han dicho a lo largo de estos años en que he tenido la oportunidad de trabajar con grupos de lo más diversos. Detrás de cada uno de los alumnos mayores de 18 años que he tenido, siempre suele existir una historia con la música que en algún momento se torció y pasado el tiempo, los astros, de nueva cuenta, se colocaron para llevarlos ha desatar ese nudo que llevaban años cargando. 

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